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<blockquote data-quote="Shandor" data-source="post: 837798" data-attributes="member: 50"><p>Marine uruguayo herido en Afganistán</p><p></p><p>Matías Ferreira. Nació en el Cerrito y emigró a los 6 años a Estados Unidos Entró en el Ejército y fue enviado a combatir a los talibanes El 21 de enero pisó una mina y perdió sus dos piernas</p><p></p><p>Es uruguayo, vive en Estados Unidos y estuvo seis meses en combate en la zona sur de Afganistan, luego de hacer el curso de Marine. Volvió de allí sin sus dos piernas cuando en un descuido pisó una "mina". </p><p></p><p>"Recién llegamos del Pentágono, en Washington. Me recibieron para felicitarme por mi labor en Afganistán. Me han tratado muy bien desde que llegué. No dejan que me falte nada. Sé que mis piernas me explotaron y nunca más las voy a tener, pero estoy contento de estar de nuevo con mi familia", contó a El País Matías Ferreira, el joven uruguayo de 22 años, criado en el Cerrito de la Victoria, cuyo destino quiso que con 19 se enlistara en el Ejército de Estados Unidos, como Infante de la Marina. </p><p></p><p>Hoy se recupera de sus lesiones en un "hotel del Ejército", llamado Mologne House (en Washington), donde está junto a cientos de camaradas heridos de guerra. "Uno ve acá lo inimaginable, lo más horroroso que le haya podido pasar a una persona. Dicho de otro modo, se ven las desgraciadas consecuencias de una guerra", razona con sentimiento Mariela Rief-fel, la madre de Matías, que pasa las 24 horas del día con él. </p><p></p><p>Como es lógico, su madre fue una de las más fervientes opositoras a que su hijo se enlistara en el ejército. Así y todo, no lo consiguió. De a poco, Matías fue averiguando sobre las condiciones de ingreso, consultó a gente y al terminar el liceo decidió dar las pruebas. </p><p></p><p>"Cuando me dijo casi lo ahorco. Él intentaba explicarme que eso era lo que quería hacer. Y yo le decía que estaba loco. Que no era para él. Le hablé mucho. Le dije que si hacía eso iba a dejar de tener una vida normal, con muchas limitaciones… y así fue", dice su madre, que recuerda cuando por un momento pensó que había desistido. </p><p></p><p>"Estando ahí, la muerte no tiene misterio" </p><p>Cuando su hijo fue a firmar los papeles para ingresar en el Ejército, ya aprobadas las pruebas físicas, le hicieron un cuestionario más extenso y una de las preguntas fue cómo estaba constituida su familia. Cuando respondió, le volvieron a preguntar: "¿Quién quieres que cargue y reconozca tu cuerpo, entonces?", le dijo uno de los instructores. </p><p></p><p>"Me acuerdo que vino a casa y me dijo: `Mamá, me arrepentí, tenés razón, estos tipos están locos. Todavía no fui a ningún lado y ya me están preguntando quién va a cargar mi cuerpo`. Por una semana nos quedamos recontentos porque pensamos que se había arrepentido. Pero no fue así. No es fácil salir una vez que hiciste acto de presencia, y más si reunís las condiciones físicas y notan que te gusta", se lamentó la madre. </p><p></p><p>Durante una semana un grupo de "recruiters" (reclutadores) comenzó su trabajo. "Lo siguieron, lo siguieron y en menos de una semana lo convencieron. Lo llamaban por teléfono; otro de los reclutadores iba al restaurante donde trabajaba Matías como mesero y le explicaba por qué podía y debía estar en la Marina. Una semana después ya había firmado", cuenta Mariela. </p><p></p><p>Con 19 años, en mayo de 2009, Matías Ferreira comenzó el curso de Marine. Fueron 11 meses de intenso entrenamiento, que en varias oportunidades estuvo a punto de abandonar. </p><p></p><p>Prefirió no extenderse a la hora de explicar el cronograma de actividades. "Al principio cuando llegas te tratan como la mierd@. Como una cucaracha, no sos nadie ahí adentro. Es parte de la preparación. Recién dos meses antes de ir a combate te empiezan a hablar de otra manera, a decir que hiciste un buen trabajo, que todo va a estar bien. Pero al principio resulta verdaderamente insoportable", afirma Ferreira, que se especializó en operación de metralleta (Machine Gunner), calibre 50. </p><p></p><p>Sin embargo, asegura, lo "insoportable" del entrenamiento es lo que termina haciendo que la realidad en combate resulte más llevadera. "En el entrenamiento te pintan la realidad tal cual va a ser. No dejan nada librado al azar. Todo lo simulan como si fuera real", narra Ferreira. Por ejemplo, antes de ir a Afganistán, los llevaron tres meses a un lugar montañoso de California, similar al de la zona de combate, para poner en práctica las dificultades. </p><p></p><p>En septiembre del año pasado Ferreira llegó al sur de Afganistán, a la provincia de Helm, una de las zonas más conflictivas del país. "Los primeros días estábamos todos un poco preocupados, nerviosos y con miedo, pero después nos fuimos acostumbrando. Por momentos parecía un entrenamiento… hasta que alguna desgracia te hacía caer en la realidad", relata el joven uruguayo. </p><p></p><p>Despertar con el ruido de las balas, dormir vestido y con una "ametralladora pronta" al costado del catre, estar semanas dentro de un pequeño pozo en el desierto, pasar un mes entero sin bañarse, racionar la comida enlatada, sobrevivir sin agua, y esquivar balas de todos lados era parte de la rutina de Ferreira. </p><p></p><p>"Casi todos los días había conflicto. Balas, bombas, misiles. Todo lo que te puedas imaginar. Hemos pasado horas disparando contra los enemigos, sin parar. Caminábamos mucho durante el día. Mucho calor en el día y un frío impresionante durante la noche", recuerda. </p><p></p><p>En su estadía vio a muchos compañeros morir. ¿Cómo se sigue después de eso? "No sé cómo explicarte, pero estando ahí la muerte no tiene mucho misterio. A mis amigos los quería mucho, pero la realidad es que estábamos todos en esa misma situación. Es algo que está presente todos los días, por eso no cuesta tanto seguir. Uno se levanta y trata de hacer lo mejor por el compañero porque sabe que ese puede ser el último día", explica. </p><p></p><p>LA EXPLOSIÓN. El 21 de enero, a falta de un mes para terminar su misión, y en una de las tantas recorridas de control e inspección, Ferreira dirigía a su equipo y al saltar sobre el techo de una casa pisó una mina casera. "Éramos un equipo de 25 marines. Llegamos al lugar, una casa abandonada, como a las 10.45 de la noche. Pateamos la puerta y no había nadie. Subí al techo de la casa en busca de un lugar para ubicar a los francotiradores. Cuando doy un salto en el techo, caigo sobre una mina casera. De repente, me acuerdo que estaba gritando y no sabía lo que estaba pasando", cuenta. </p><p></p><p>En el accidente perdió ambas piernas, desde la rodilla hacia abajo, se rompió el fémur de la pierna izquierda y se partió la pelvis. Esa noche pensó que no iba a poder seguir viviendo. </p><p></p><p>"Tuve mucho miedo. Por momentos sentí que me moría. No solo lo pensé, sino que lo sentí. En los días posteriores y ya en recuperación, en un hospital de Alemania, el dolor que sentía me hacía pensar que podía estar más cómodo y tranquilo si no estuviera vivo. Pero después mis amigos me ayudaron y ahí me propuse parar, respirar, pensar y ver cómo seguir adelante", afirma el joven. </p><p></p><p>Hoy, desde una silla de ruedas y con un tratamiento intensivo, asegura que ama su trabajo y que volvería a repetir la experiencia, a pesar de conocer las consecuencias. Mientras se recupera y espera sus prótesis ya tiene ofertas del Ejército para seguir su carrera. "Me propusieron ser instructor de Marines", dice contento. </p><p></p><p>Hiperactivo, sociable y "muy deportista" </p><p>Matias Nicolás Ferreira nació el 7 de marzo de 1989. Se crió en el Cerrito de la Victoria, precisamente en Pablo Pérez e Industria. Asistió al colegio Regina Martyrum. Tiene dos hermanos. </p><p></p><p>En 1996, cuando tenía 6 años, sus padres decidieron ir a buscar mejor suerte a Estados Unidos y se instalaron en Atlanta, Georgia. </p><p></p><p>De chico se caracterizó por ser hiperactivo y sociable, por lo que no le costó adaptarse a su nuevo entorno. </p><p></p><p>Aficionado a los deportes, jugó al fútbol, béisbol, y practicó lucha libre. Fue becado en sus estudios por sus prácticas deportivas. En 2009, con 19 años y tras haber terminado el liceo, se anotó en la escuela de Marines. Después de 11 meses de entrenamiento egresó como Infante de Marina de los Estados Unidos. Una semana antes de irse a Afganistán le otorgaron la ciudadanía norteamericana. </p><p></p><p>Ahora espera recuperarse, tener las prótesis y regresar de visita a Uruguay. </p><p></p><p>Corazón púrpura al mérito </p><p>Desde el 7 de octubre de 2001 -hace ya casi 10 años- cuando Estados Unidos lanza su operación "Libertad Duradera" en Afganistán (su primer objetivo tras el 11 de setiembre), <span style="color: Red">1.499 soldados de ese país han muerto en las áridas tierras afganas</span>, según los datos contabilizados hasta enero por el sitio especializado icasualties.org. Cada año la cuenta aumenta. Los miembros de las tropas estadounidenses en Afganistán desde 2001 son 9.971, de los cuales 2.949 corresponden al cuerpo de Marines. Como todos los muertos y heridos de guerra, Matías Ferreira recibió el Corazón Púrpura, una condecoración de las Fuerzas Armadas de los EE.UU. otorgada en nombre del Presidente. Se entrega desde 1917. </p><p></p><p></p><p>El País Digital</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Shandor, post: 837798, member: 50"] Marine uruguayo herido en Afganistán Matías Ferreira. Nació en el Cerrito y emigró a los 6 años a Estados Unidos Entró en el Ejército y fue enviado a combatir a los talibanes El 21 de enero pisó una mina y perdió sus dos piernas Es uruguayo, vive en Estados Unidos y estuvo seis meses en combate en la zona sur de Afganistan, luego de hacer el curso de Marine. Volvió de allí sin sus dos piernas cuando en un descuido pisó una "mina". "Recién llegamos del Pentágono, en Washington. Me recibieron para felicitarme por mi labor en Afganistán. Me han tratado muy bien desde que llegué. No dejan que me falte nada. Sé que mis piernas me explotaron y nunca más las voy a tener, pero estoy contento de estar de nuevo con mi familia", contó a El País Matías Ferreira, el joven uruguayo de 22 años, criado en el Cerrito de la Victoria, cuyo destino quiso que con 19 se enlistara en el Ejército de Estados Unidos, como Infante de la Marina. Hoy se recupera de sus lesiones en un "hotel del Ejército", llamado Mologne House (en Washington), donde está junto a cientos de camaradas heridos de guerra. "Uno ve acá lo inimaginable, lo más horroroso que le haya podido pasar a una persona. Dicho de otro modo, se ven las desgraciadas consecuencias de una guerra", razona con sentimiento Mariela Rief-fel, la madre de Matías, que pasa las 24 horas del día con él. Como es lógico, su madre fue una de las más fervientes opositoras a que su hijo se enlistara en el ejército. Así y todo, no lo consiguió. De a poco, Matías fue averiguando sobre las condiciones de ingreso, consultó a gente y al terminar el liceo decidió dar las pruebas. "Cuando me dijo casi lo ahorco. Él intentaba explicarme que eso era lo que quería hacer. Y yo le decía que estaba loco. Que no era para él. Le hablé mucho. Le dije que si hacía eso iba a dejar de tener una vida normal, con muchas limitaciones… y así fue", dice su madre, que recuerda cuando por un momento pensó que había desistido. "Estando ahí, la muerte no tiene misterio" Cuando su hijo fue a firmar los papeles para ingresar en el Ejército, ya aprobadas las pruebas físicas, le hicieron un cuestionario más extenso y una de las preguntas fue cómo estaba constituida su familia. Cuando respondió, le volvieron a preguntar: "¿Quién quieres que cargue y reconozca tu cuerpo, entonces?", le dijo uno de los instructores. "Me acuerdo que vino a casa y me dijo: `Mamá, me arrepentí, tenés razón, estos tipos están locos. Todavía no fui a ningún lado y ya me están preguntando quién va a cargar mi cuerpo`. Por una semana nos quedamos recontentos porque pensamos que se había arrepentido. Pero no fue así. No es fácil salir una vez que hiciste acto de presencia, y más si reunís las condiciones físicas y notan que te gusta", se lamentó la madre. Durante una semana un grupo de "recruiters" (reclutadores) comenzó su trabajo. "Lo siguieron, lo siguieron y en menos de una semana lo convencieron. Lo llamaban por teléfono; otro de los reclutadores iba al restaurante donde trabajaba Matías como mesero y le explicaba por qué podía y debía estar en la Marina. Una semana después ya había firmado", cuenta Mariela. Con 19 años, en mayo de 2009, Matías Ferreira comenzó el curso de Marine. Fueron 11 meses de intenso entrenamiento, que en varias oportunidades estuvo a punto de abandonar. Prefirió no extenderse a la hora de explicar el cronograma de actividades. "Al principio cuando llegas te tratan como la mierd@. Como una cucaracha, no sos nadie ahí adentro. Es parte de la preparación. Recién dos meses antes de ir a combate te empiezan a hablar de otra manera, a decir que hiciste un buen trabajo, que todo va a estar bien. Pero al principio resulta verdaderamente insoportable", afirma Ferreira, que se especializó en operación de metralleta (Machine Gunner), calibre 50. Sin embargo, asegura, lo "insoportable" del entrenamiento es lo que termina haciendo que la realidad en combate resulte más llevadera. "En el entrenamiento te pintan la realidad tal cual va a ser. No dejan nada librado al azar. Todo lo simulan como si fuera real", narra Ferreira. Por ejemplo, antes de ir a Afganistán, los llevaron tres meses a un lugar montañoso de California, similar al de la zona de combate, para poner en práctica las dificultades. En septiembre del año pasado Ferreira llegó al sur de Afganistán, a la provincia de Helm, una de las zonas más conflictivas del país. "Los primeros días estábamos todos un poco preocupados, nerviosos y con miedo, pero después nos fuimos acostumbrando. Por momentos parecía un entrenamiento… hasta que alguna desgracia te hacía caer en la realidad", relata el joven uruguayo. Despertar con el ruido de las balas, dormir vestido y con una "ametralladora pronta" al costado del catre, estar semanas dentro de un pequeño pozo en el desierto, pasar un mes entero sin bañarse, racionar la comida enlatada, sobrevivir sin agua, y esquivar balas de todos lados era parte de la rutina de Ferreira. "Casi todos los días había conflicto. Balas, bombas, misiles. Todo lo que te puedas imaginar. Hemos pasado horas disparando contra los enemigos, sin parar. Caminábamos mucho durante el día. Mucho calor en el día y un frío impresionante durante la noche", recuerda. En su estadía vio a muchos compañeros morir. ¿Cómo se sigue después de eso? "No sé cómo explicarte, pero estando ahí la muerte no tiene mucho misterio. A mis amigos los quería mucho, pero la realidad es que estábamos todos en esa misma situación. Es algo que está presente todos los días, por eso no cuesta tanto seguir. Uno se levanta y trata de hacer lo mejor por el compañero porque sabe que ese puede ser el último día", explica. LA EXPLOSIÓN. El 21 de enero, a falta de un mes para terminar su misión, y en una de las tantas recorridas de control e inspección, Ferreira dirigía a su equipo y al saltar sobre el techo de una casa pisó una mina casera. "Éramos un equipo de 25 marines. Llegamos al lugar, una casa abandonada, como a las 10.45 de la noche. Pateamos la puerta y no había nadie. Subí al techo de la casa en busca de un lugar para ubicar a los francotiradores. Cuando doy un salto en el techo, caigo sobre una mina casera. De repente, me acuerdo que estaba gritando y no sabía lo que estaba pasando", cuenta. En el accidente perdió ambas piernas, desde la rodilla hacia abajo, se rompió el fémur de la pierna izquierda y se partió la pelvis. Esa noche pensó que no iba a poder seguir viviendo. "Tuve mucho miedo. Por momentos sentí que me moría. No solo lo pensé, sino que lo sentí. En los días posteriores y ya en recuperación, en un hospital de Alemania, el dolor que sentía me hacía pensar que podía estar más cómodo y tranquilo si no estuviera vivo. Pero después mis amigos me ayudaron y ahí me propuse parar, respirar, pensar y ver cómo seguir adelante", afirma el joven. Hoy, desde una silla de ruedas y con un tratamiento intensivo, asegura que ama su trabajo y que volvería a repetir la experiencia, a pesar de conocer las consecuencias. Mientras se recupera y espera sus prótesis ya tiene ofertas del Ejército para seguir su carrera. "Me propusieron ser instructor de Marines", dice contento. Hiperactivo, sociable y "muy deportista" Matias Nicolás Ferreira nació el 7 de marzo de 1989. Se crió en el Cerrito de la Victoria, precisamente en Pablo Pérez e Industria. Asistió al colegio Regina Martyrum. Tiene dos hermanos. En 1996, cuando tenía 6 años, sus padres decidieron ir a buscar mejor suerte a Estados Unidos y se instalaron en Atlanta, Georgia. De chico se caracterizó por ser hiperactivo y sociable, por lo que no le costó adaptarse a su nuevo entorno. Aficionado a los deportes, jugó al fútbol, béisbol, y practicó lucha libre. Fue becado en sus estudios por sus prácticas deportivas. En 2009, con 19 años y tras haber terminado el liceo, se anotó en la escuela de Marines. Después de 11 meses de entrenamiento egresó como Infante de Marina de los Estados Unidos. Una semana antes de irse a Afganistán le otorgaron la ciudadanía norteamericana. Ahora espera recuperarse, tener las prótesis y regresar de visita a Uruguay. Corazón púrpura al mérito Desde el 7 de octubre de 2001 -hace ya casi 10 años- cuando Estados Unidos lanza su operación "Libertad Duradera" en Afganistán (su primer objetivo tras el 11 de setiembre), [COLOR="Red"]1.499 soldados de ese país han muerto en las áridas tierras afganas[/COLOR], según los datos contabilizados hasta enero por el sitio especializado icasualties.org. Cada año la cuenta aumenta. Los miembros de las tropas estadounidenses en Afganistán desde 2001 son 9.971, de los cuales 2.949 corresponden al cuerpo de Marines. Como todos los muertos y heridos de guerra, Matías Ferreira recibió el Corazón Púrpura, una condecoración de las Fuerzas Armadas de los EE.UU. otorgada en nombre del Presidente. Se entrega desde 1917. El País Digital [/QUOTE]
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Guerra desarrollada entre Argentina y el Reino Unido en 1982
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