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<blockquote data-quote="BIGUA82" data-source="post: 2490470" data-attributes="member: 14958"><p>DIARIO CLARIN</p><p>Crónicas antárticas / Nota I</p><p></p><p><span style="font-size: 26px"><strong>Esclavos del viento: la aventura de quedar varados en la Antártida</strong></span></p><p><span style="font-size: 22px"><strong>Un equipo de Clarín viajó por tres horas a la Base Marambio. Pero las ráfagas de 140 km/h extendieron la estadía ya a cuatro días. Y aún no saben cuándo las condiciones les permitirán volver. </strong></span></p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/03/johqUVm5p_1256x620__2.jpg#1541363589708" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p>Puerta roja. Cinco pasos, cinco escalones, dieciséis pasos. Puerta azul. Dieciocho pasos. Puerta roja. Cinco escalones, quince pasos. Puerta azul. Catorce pasos. Puerta roja. Seis pasos, dos escalones, once pasos, dos escalones, cuatro pasos. Puerta roja. Treinta y cuatro pasos. Doble puerta amarilla. Catorce pasos más y listo. Disculpe si cansa leerlo: usted acaba de entrar y <strong>caminar de punta a punta por la Base Marambio</strong>. </p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/03/mfYeYP2FL_1200x0__1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>Ciento cincuenta y un pasos –las escaleras son hacia abajo al entrar y hacia arriba al salir-, en un “chorizo” de dos metros de ancho que comunica todos los ambientes del edificio principal enclavado en una isla de la Antártida, al que se llega después de caminar sobre una combinación de pasarelas elevadas sobre la nieve, el hielo y el barro que guían el camino desde la pista de aterrizaje, <strong>la primera de tierra construida en este continente, donde ningún avión con ruedas podía aterrizar antes de eso</strong>. </p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/03/dXWpGoeQm_1200x0__1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>Para llegar a la base hace falta meter un avión Hércules por la “ventana”. Es el momento –a veces sólo un puñado de minutos- en que el tiempo permite “entrar”. La ventana se abre y se cierra quizá un día, quizá otro, quizá esté cerrada por semanas, así que los suministros, los repuestos de las máquinas, la comida, la ropa y la gente <strong>no llegan cuando se quiere sino cuando se puede</strong>. </p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/03/g8OYWgqge_1200x0__1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>El viento se siente en el teclado porque la computadora está apoyada en una mesa sobre un piso flotante y las ráfagas –ahora de más de 70 nudos, casi 140 kilómetros por hora- pasan por debajo como rayos que hacen vibrar toda la estructura. <strong>Ese viento le cierra la ventana a cualquier avión, por más Hércules que sea</strong>. </p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/03/IpUDhvzNO_1200x0__1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p><strong>Es un territorio de paradojas</strong>. La Antártida es la mayor reserva de agua potable del planeta, pero para conseguir agua en Marambio tienen que trabajar seis hombres durante 5 horas, más dos mujeres –la médica y la enfermera de la base- que luego se ocupan de potabilizarla.</p><p></p><p>En la Antártida no llueve casi nunca. No sirven las tarjetas de crédito ni hay cajeros automáticos, árboles, perros, pasto, frutas ni mosquitos. Una ensalada de lechuga y tomate es un tesoro maravilloso y un gajo de mandarina un manjar deseado y prohibitivo. Para lavar 70 frazadas hay que mandarlas en un avión Hércules hacia Río Gallegos.</p><p></p><p>Para “hacer” agua -se saca con bombas de una laguna o se junta hielo para derretir- hay que trabajar; para que haya luz -la usina con tres generadores modernos es un edificio aparte- hay que trabajar; para que haya calefacción hay que trabajar; para que el avión entre o salga hay que trabajar. Para caminar de un edificio al otro de la base también hay que trabajar, sacando nieve de las pasarelas a pala limpia.</p><p></p><p>La rutina de la dotación número 50 -<strong>34 hombres y 6 mujeres que van a quedarse aquí durante todo un año</strong>- se va desperezando. El comodoro Lucas Carol Lugones, el nuevo jefe que acaba de llegar junto al equipo, controla todo de cerca. Cualquier error de cálculo en estos meses de primavera o verano se pueden pagar caro en el invierno, cuando la “ventana” climática se abra, con suerte, un par de veces al mes.</p><p></p><p></p><p></p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/03/uXplYXRXR_1200x0__1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>Los periodistas llegamos en el avión Hércules que salió de Río Gallegos el miércoles pasado a las 10.10. A las 13.37 aterrizábamos en Marambio, desde el aire un puñado de casitas rojas dispersas en el blanco ahogado por el azul marino. El primer día uno conoce el lugar, admira los témpanos del <em>Mar de Weddell</em> que asoman allá abajo y se mete en la rutina. La cena en el comedor general (al final de aquellos 151 pasos del comienzo) es carne con una terrina de verduras y espárragos. El postre, flan con dulce de leche. La mayoría ignora el partido que Boca juega con Palmeiras en la única TV del salón y se acuesta temprano.</p><p></p><p>Tras la primera noche el recién llegado se despierta sobresaltado porque cree que se durmió o que se le hizo tarde. <strong>Son sólo las 3.30 de la madrugada y el sol se mete por la ventana del cuarto como si fueran las 9 en Buenos Aires</strong>. Para cuidar el agua, las duchas se restringen a un tiempo máximo de 5 minutos.</p><p></p><p>Se ve que la Antártida inspira a dejar huella, porque en los listones de arriba de mi cama cucheta rayaron sus nombres cuatro personas. Una de ellas firmó <em>MEV</em>, pero seguro no fue María Eugenia Vidal porque éste es el pabellón <em>Palermo</em> <em>“de los masculinos”</em>. Hay otro <em>Palermo</em> donde duermen las mujeres, y otro que se llama <em>Chino, </em>también para hombres. Se llaman así por bromas internas que llegaron a los carteles de señalización. El “Chino” -por <em>Barrio Chino</em>- era el más precario de la construcción y “Palermo” -por el barrio porteño- el más nuevo y, en la vivencia de los antárticos, también el más “cheto”, el más acomodado. Las paredes son metálicas, como las de un contenedor, y se oye todo de los otros cuartos. <em>“Hasta los pensamientos”</em>, dice un militar que conoce más que las paredes de la base.</p><p></p><p></p><p></p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/03/EYwjZ4sRL_1200x0__1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p>El viernes, día 3 en la Antártida, el calendario de mi celular indica un compromiso en Buenos Aires para el mediodía. Y entonces uno entiende que está, más que lejos, <strong>fuera de su propia voluntad</strong>. Habrá ausencia en esta reunión -la explicación <em>"estoy en la Antártida"</em> es inverosímil cuando uno la escribe así, a secas, en el <em>WhatsApp</em>- pero ¿y en la de mañana? ¿Y en lo que tenía que hacer pasado? No, el lunes hay que volver sí o sí porque… nada. <strong>La Antártida se deja visitar, pero ella impone las condiciones y la duración de la visita</strong>.</p><p></p><p>A la tarde se abre toda la base para ventilar. Afuera la sensación térmica es de <strong>7 grados bajo cero</strong> y los 22 grados de adentro -milagro de la calefacción eléctrica que viene de tres generadores que usan 60 litros de gasoil por hora- empiezan a bajar rápidamente. Se abrió todo porque hubo dos engripados y hay otros dos con peligro de gripe. Aunque el frío baja las defensas, acá casi nadie se resfría porque las bacterias no sobreviven a temperaturas tan bajas. Eso sí, cuando se engripa más de uno a la vez hay que ventilar porque sino hay riesgo de que se engripen todos.</p><p></p><p></p><p></p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/03/ZuTSkcxDg_1200x0__1.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>El sábado es el día 4 en Marambio. En el cuarto de los periodistas varones se pusieron buzos polar sobre la ventana para atenuar la claridad de la madrugada y entonces se duerme un poco más. Quizá el cuerpo empiece a acostumbrarse a las <strong>19 horas de luz intensa por día</strong>. El Hércules iba a llegar a las 4 de la mañana, pero nunca partió de Gallegos. Ventana cerrada. ¿Y mañana? También. ¿Y pasado? Quizá lo mismo.</p><p></p><p><img src="https://images.clarin.com/2018/11/04/ivJpBlcaP_1256x620__2.jpg#1541372020101" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>Ninguno de los aparatos tecnológicos de Argentina ni de países como España, Finlandia o Eslovaquia que también se controlan desde Marambio –y que miden ozono, tormentas solares, profundidad de glaciares, grietas antárticas o cambio climático- pueden <strong>parar el viento.</strong></p><p></p><p>El es el amo invisible que trae o quita el “capuchón” de nubes que borra la pista de aterrizaje o castiga a los aviones. El amo imprevisible en dirección y velocidad que usa la Antártida para decidir cuánto seguiremos varados en este rincón de argentinos que trabajan en otro continente, 1.000 kilómetros al Sur de América.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="BIGUA82, post: 2490470, member: 14958"] DIARIO CLARIN Crónicas antárticas / Nota I [SIZE=7][B]Esclavos del viento: la aventura de quedar varados en la Antártida[/B][/SIZE] [SIZE=6][B]Un equipo de Clarín viajó por tres horas a la Base Marambio. Pero las ráfagas de 140 km/h extendieron la estadía ya a cuatro días. Y aún no saben cuándo las condiciones les permitirán volver. [/B][/SIZE] [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/03/johqUVm5p_1256x620__2.jpg#1541363589708[/IMG] Puerta roja. Cinco pasos, cinco escalones, dieciséis pasos. Puerta azul. Dieciocho pasos. Puerta roja. Cinco escalones, quince pasos. Puerta azul. Catorce pasos. Puerta roja. Seis pasos, dos escalones, once pasos, dos escalones, cuatro pasos. Puerta roja. Treinta y cuatro pasos. Doble puerta amarilla. Catorce pasos más y listo. Disculpe si cansa leerlo: usted acaba de entrar y [B]caminar de punta a punta por la Base Marambio[/B]. [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/03/mfYeYP2FL_1200x0__1.jpg[/IMG] Ciento cincuenta y un pasos –las escaleras son hacia abajo al entrar y hacia arriba al salir-, en un “chorizo” de dos metros de ancho que comunica todos los ambientes del edificio principal enclavado en una isla de la Antártida, al que se llega después de caminar sobre una combinación de pasarelas elevadas sobre la nieve, el hielo y el barro que guían el camino desde la pista de aterrizaje, [B]la primera de tierra construida en este continente, donde ningún avión con ruedas podía aterrizar antes de eso[/B]. [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/03/dXWpGoeQm_1200x0__1.jpg[/IMG] Para llegar a la base hace falta meter un avión Hércules por la “ventana”. Es el momento –a veces sólo un puñado de minutos- en que el tiempo permite “entrar”. La ventana se abre y se cierra quizá un día, quizá otro, quizá esté cerrada por semanas, así que los suministros, los repuestos de las máquinas, la comida, la ropa y la gente [B]no llegan cuando se quiere sino cuando se puede[/B]. [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/03/g8OYWgqge_1200x0__1.jpg[/IMG] El viento se siente en el teclado porque la computadora está apoyada en una mesa sobre un piso flotante y las ráfagas –ahora de más de 70 nudos, casi 140 kilómetros por hora- pasan por debajo como rayos que hacen vibrar toda la estructura. [B]Ese viento le cierra la ventana a cualquier avión, por más Hércules que sea[/B]. [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/03/IpUDhvzNO_1200x0__1.jpg[/IMG] [B]Es un territorio de paradojas[/B]. La Antártida es la mayor reserva de agua potable del planeta, pero para conseguir agua en Marambio tienen que trabajar seis hombres durante 5 horas, más dos mujeres –la médica y la enfermera de la base- que luego se ocupan de potabilizarla. En la Antártida no llueve casi nunca. No sirven las tarjetas de crédito ni hay cajeros automáticos, árboles, perros, pasto, frutas ni mosquitos. Una ensalada de lechuga y tomate es un tesoro maravilloso y un gajo de mandarina un manjar deseado y prohibitivo. Para lavar 70 frazadas hay que mandarlas en un avión Hércules hacia Río Gallegos. Para “hacer” agua -se saca con bombas de una laguna o se junta hielo para derretir- hay que trabajar; para que haya luz -la usina con tres generadores modernos es un edificio aparte- hay que trabajar; para que haya calefacción hay que trabajar; para que el avión entre o salga hay que trabajar. Para caminar de un edificio al otro de la base también hay que trabajar, sacando nieve de las pasarelas a pala limpia. La rutina de la dotación número 50 -[B]34 hombres y 6 mujeres que van a quedarse aquí durante todo un año[/B]- se va desperezando. El comodoro Lucas Carol Lugones, el nuevo jefe que acaba de llegar junto al equipo, controla todo de cerca. Cualquier error de cálculo en estos meses de primavera o verano se pueden pagar caro en el invierno, cuando la “ventana” climática se abra, con suerte, un par de veces al mes. [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/03/uXplYXRXR_1200x0__1.jpg[/IMG] Los periodistas llegamos en el avión Hércules que salió de Río Gallegos el miércoles pasado a las 10.10. A las 13.37 aterrizábamos en Marambio, desde el aire un puñado de casitas rojas dispersas en el blanco ahogado por el azul marino. El primer día uno conoce el lugar, admira los témpanos del [I]Mar de Weddell[/I] que asoman allá abajo y se mete en la rutina. La cena en el comedor general (al final de aquellos 151 pasos del comienzo) es carne con una terrina de verduras y espárragos. El postre, flan con dulce de leche. La mayoría ignora el partido que Boca juega con Palmeiras en la única TV del salón y se acuesta temprano. Tras la primera noche el recién llegado se despierta sobresaltado porque cree que se durmió o que se le hizo tarde. [B]Son sólo las 3.30 de la madrugada y el sol se mete por la ventana del cuarto como si fueran las 9 en Buenos Aires[/B]. Para cuidar el agua, las duchas se restringen a un tiempo máximo de 5 minutos. Se ve que la Antártida inspira a dejar huella, porque en los listones de arriba de mi cama cucheta rayaron sus nombres cuatro personas. Una de ellas firmó [I]MEV[/I], pero seguro no fue María Eugenia Vidal porque éste es el pabellón [I]Palermo[/I] [I]“de los masculinos”[/I]. Hay otro [I]Palermo[/I] donde duermen las mujeres, y otro que se llama [I]Chino, [/I]también[I] [/I]para[I] [/I]hombres. Se llaman así por bromas internas que llegaron a los carteles de señalización. El “Chino” -por [I]Barrio Chino[/I]- era el más precario de la construcción y “Palermo” -por el barrio porteño- el más nuevo y, en la vivencia de los antárticos, también el más “cheto”, el más acomodado. Las paredes son metálicas, como las de un contenedor, y se oye todo de los otros cuartos. [I]“Hasta los pensamientos”[/I], dice un militar que conoce más que las paredes de la base. [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/03/EYwjZ4sRL_1200x0__1.jpg[/IMG] El viernes, día 3 en la Antártida, el calendario de mi celular indica un compromiso en Buenos Aires para el mediodía. Y entonces uno entiende que está, más que lejos, [B]fuera de su propia voluntad[/B]. Habrá ausencia en esta reunión -la explicación [I]"estoy en la Antártida"[/I] es inverosímil cuando uno la escribe así, a secas, en el [I]WhatsApp[/I]- pero ¿y en la de mañana? ¿Y en lo que tenía que hacer pasado? No, el lunes hay que volver sí o sí porque… nada. [B]La Antártida se deja visitar, pero ella impone las condiciones y la duración de la visita[/B]. A la tarde se abre toda la base para ventilar. Afuera la sensación térmica es de [B]7 grados bajo cero[/B] y los 22 grados de adentro -milagro de la calefacción eléctrica que viene de tres generadores que usan 60 litros de gasoil por hora- empiezan a bajar rápidamente. Se abrió todo porque hubo dos engripados y hay otros dos con peligro de gripe. Aunque el frío baja las defensas, acá casi nadie se resfría porque las bacterias no sobreviven a temperaturas tan bajas. Eso sí, cuando se engripa más de uno a la vez hay que ventilar porque sino hay riesgo de que se engripen todos. [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/03/ZuTSkcxDg_1200x0__1.jpg[/IMG] El sábado es el día 4 en Marambio. En el cuarto de los periodistas varones se pusieron buzos polar sobre la ventana para atenuar la claridad de la madrugada y entonces se duerme un poco más. Quizá el cuerpo empiece a acostumbrarse a las [B]19 horas de luz intensa por día[/B]. El Hércules iba a llegar a las 4 de la mañana, pero nunca partió de Gallegos. Ventana cerrada. ¿Y mañana? También. ¿Y pasado? Quizá lo mismo. [IMG]https://images.clarin.com/2018/11/04/ivJpBlcaP_1256x620__2.jpg#1541372020101[/IMG] Ninguno de los aparatos tecnológicos de Argentina ni de países como España, Finlandia o Eslovaquia que también se controlan desde Marambio –y que miden ozono, tormentas solares, profundidad de glaciares, grietas antárticas o cambio climático- pueden [B]parar el viento.[/B] El es el amo invisible que trae o quita el “capuchón” de nubes que borra la pista de aterrizaje o castiga a los aviones. El amo imprevisible en dirección y velocidad que usa la Antártida para decidir cuánto seguiremos varados en este rincón de argentinos que trabajan en otro continente, 1.000 kilómetros al Sur de América. [/QUOTE]
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