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<blockquote data-quote="N340A7" data-source="post: 1183849" data-attributes="member: 10219"><p><span style="font-size: 18px"><strong>Perdió tres hijas en un ataque israelí y ahora es un activista por la paz</strong></span></p><p></p><p><span style="font-size: 12px"><strong>Por <em><a href="mailto:dvittar@clarin.com"><u><span style="color: #0000ff">Daniel Vittar</span></u></a></em></strong></span></p><p></p><p><strong>Trabajaba para un hospital israelí cuando bombardearon su casa. Dice que el odio no sirve porque ciega.</strong></p><p></p><p>El doctor Izzeldin Abuelaish mira de frente cuando habla. Con vehemencia y convicción reclama paz y libertad para Palestina, pero sus ojos negros se apagan y se llenan de lágrimas cuando habla de la tragedia que le arrebató a tres hijas adolescentes. Ni aún así baja la mirada; no tiene pudor en mostrar sus lagrimas. En una entrevista exclusiva con <strong>Clarín</strong>, de visita en Buenos Aires, responde cada pregunta con una sentencia. Frases fuertes y planteos intensos.</p><p><strong>“Mi vida es una tragedia, nací y me crié en un campo de refugiados”</strong> , la primera. “Toda mi vida sufrí, fui oprimido, humillado, intimidado, demolieron mi casa”, sigue. “Como palestino luché para sobrevivir, sólo para poder vivir, sin estar seguro sobre el mañana”, otra. Luego se detiene, piensa, y resume: “<strong>La gente esperaba que odiara, es verdad, a lo mejor tengo el derecho a odiar, pero tenemos la opción de elegir entre odiar y no odiar</strong>”.</p><p>Abuelaish creció hacinado en el campo de refugiados Jabalia, donde había ido a parar su familia desarraigada. Sólo con su voluntad a cuesta lo dejó un día para estudiar medicina en El Cairo. Después se especializó en ginecología y obstetricia en universidades israelíes, italianas y británicas. Trabajó en hospitales de Israel, curando y ayudando a nacer a chicos israelíes y árabes. Formó una familia numerosa, de ocho hijos. Cuando la vida comenzaba a compensarlo, cuando desde la Universidad canadiense de Toronto lo contrataban para dar clases de medicina, todo se desmoronó. Entre diciembre de 2008 y enero de 2009 Israel lanzó la Operación Plomo Fundido sobre Gaza, destinada a destruir la infraestructura militar de Hamas. La ofensiva por tierra, aire y mar fue brutal, y las principales víctimas fueron civiles. “Yo estaba en mi casa con mis hijas el sábado 27 de diciembre, preparando las cosas para irme de vuelta al día siguiente al hospital israelí, cuando se cerraron todos las fronteras y cercaron la Franja de Gaza. Así que me quedé allí hasta el 16 de enero de 2009 a las 16.45, cuando ocurrió el bombardeo”, relata con precisión brutal, y se calla. El espacio en blanco lo llena la historia: una bomba cayó sobre la habitación en la que se encontraban sus hijos y una sobrina.</p><p><strong>Bessan, Aya y Mayar murieron despedazadas por el estallido</strong>. Abuelaish, conmocionado, dejó las hijas muertas y se llevó a los heridos al hospital donde trabajaba. Llamó a un amigo periodista que trabajaba en un canal de Tel Aviv para contar lo que estaba pasando y pedir que detuvieran el ataque. El periodista puso el altavoz al aire. “<strong>Allí se escucharon mi llanto y mis gritos</strong>”, cuenta, conteniendo el recuerdo. El prestigio de Abuelaish y la presión de los amigos llegaron a las autoridades israelíes. El ataque se detuvo.</p><p>“<strong>Sentí bronca, enojo, pero la vida me enseñó a seguir adelante"</strong>. Recuerdo a mis hijas y siento que hablo con ellas, me dan energía. El odio no sirve porque cuando empezás a odiar a alguien, te volvés ciego, no sabés que hacer, es un veneno, perdés el control”, dice el médico palestino. Y sigue: “<strong>Mis hijas nunca odiaron</strong>, si quiero hacer justicia por ellas, tengo que mandarles bendiciones y oraciones, que sepan que ellas son recordadas, que estoy difundiendo su mensaje”.</p><p>La tragedia y el dolor convirtieron a Abuelaish en un activista por la paz, en un defensor de la reconciliación. En su boca, los reclamos suenan diferentes: “Los palestinos –explica– están sedientos, hambrientos de paz, pero ¿qué es paz? Paz es vida, no sólo una palabra abstracta.</p><p><strong>Paz es libertad, justicia. La paz es algo que disfrutamos, tocamos, vivimos.</strong></p><p>Nadie nace violento, ni se enseña a ser violento, la violencia es creada. No hay que culpar al otro por ser violento, esa es una forma de esquivar la responsabilidad. Cuando hablamos de paz con alguien que desea paz es doloroso, como si habláramos de comida con alguien que está hambriento. La paz no es buena sólo para los palestinos, es para todos”, argumenta. “Para poder celebrar la libertad en el mundo hay que celebrar la libertad de los palestinos, de su opresión, y también la libertad de los israelíes de su miedo y de su arrogancia”.</p><p>Abuelaish ahora vive en Toronto, con el resto de su familia. Para ahuyentar fantasmas escribió un libro que tituló <strong>“No voy a odiar”</strong>. “No es un mensaje para culpar a alguien, es un mensaje para que la gente sepa la verdad y que piensen qué se puede hacer para marcar la diferencia”, dice, gesticulando con sus manos que dan vida. Mirando de frente.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="N340A7, post: 1183849, member: 10219"] [SIZE=5][B]Perdió tres hijas en un ataque israelí y ahora es un activista por la paz[/B][/SIZE] [SIZE=3][B]Por [I][EMAIL='dvittar@clarin.com'][U][COLOR=#0000ff]Daniel Vittar[/COLOR][/U][/EMAIL][/I][/B][/SIZE] [B]Trabajaba para un hospital israelí cuando bombardearon su casa. Dice que el odio no sirve porque ciega.[/B] El doctor Izzeldin Abuelaish mira de frente cuando habla. Con vehemencia y convicción reclama paz y libertad para Palestina, pero sus ojos negros se apagan y se llenan de lágrimas cuando habla de la tragedia que le arrebató a tres hijas adolescentes. Ni aún así baja la mirada; no tiene pudor en mostrar sus lagrimas. En una entrevista exclusiva con [B]Clarín[/B], de visita en Buenos Aires, responde cada pregunta con una sentencia. Frases fuertes y planteos intensos. [B]“Mi vida es una tragedia, nací y me crié en un campo de refugiados”[/B] , la primera. “Toda mi vida sufrí, fui oprimido, humillado, intimidado, demolieron mi casa”, sigue. “Como palestino luché para sobrevivir, sólo para poder vivir, sin estar seguro sobre el mañana”, otra. Luego se detiene, piensa, y resume: “[B]La gente esperaba que odiara, es verdad, a lo mejor tengo el derecho a odiar, pero tenemos la opción de elegir entre odiar y no odiar[/B]”. Abuelaish creció hacinado en el campo de refugiados Jabalia, donde había ido a parar su familia desarraigada. Sólo con su voluntad a cuesta lo dejó un día para estudiar medicina en El Cairo. Después se especializó en ginecología y obstetricia en universidades israelíes, italianas y británicas. Trabajó en hospitales de Israel, curando y ayudando a nacer a chicos israelíes y árabes. Formó una familia numerosa, de ocho hijos. Cuando la vida comenzaba a compensarlo, cuando desde la Universidad canadiense de Toronto lo contrataban para dar clases de medicina, todo se desmoronó. Entre diciembre de 2008 y enero de 2009 Israel lanzó la Operación Plomo Fundido sobre Gaza, destinada a destruir la infraestructura militar de Hamas. La ofensiva por tierra, aire y mar fue brutal, y las principales víctimas fueron civiles. “Yo estaba en mi casa con mis hijas el sábado 27 de diciembre, preparando las cosas para irme de vuelta al día siguiente al hospital israelí, cuando se cerraron todos las fronteras y cercaron la Franja de Gaza. Así que me quedé allí hasta el 16 de enero de 2009 a las 16.45, cuando ocurrió el bombardeo”, relata con precisión brutal, y se calla. El espacio en blanco lo llena la historia: una bomba cayó sobre la habitación en la que se encontraban sus hijos y una sobrina. [B]Bessan, Aya y Mayar murieron despedazadas por el estallido[/B]. Abuelaish, conmocionado, dejó las hijas muertas y se llevó a los heridos al hospital donde trabajaba. Llamó a un amigo periodista que trabajaba en un canal de Tel Aviv para contar lo que estaba pasando y pedir que detuvieran el ataque. El periodista puso el altavoz al aire. “[B]Allí se escucharon mi llanto y mis gritos[/B]”, cuenta, conteniendo el recuerdo. El prestigio de Abuelaish y la presión de los amigos llegaron a las autoridades israelíes. El ataque se detuvo. “[B]Sentí bronca, enojo, pero la vida me enseñó a seguir adelante"[/B]. Recuerdo a mis hijas y siento que hablo con ellas, me dan energía. El odio no sirve porque cuando empezás a odiar a alguien, te volvés ciego, no sabés que hacer, es un veneno, perdés el control”, dice el médico palestino. Y sigue: “[B]Mis hijas nunca odiaron[/B], si quiero hacer justicia por ellas, tengo que mandarles bendiciones y oraciones, que sepan que ellas son recordadas, que estoy difundiendo su mensaje”. La tragedia y el dolor convirtieron a Abuelaish en un activista por la paz, en un defensor de la reconciliación. En su boca, los reclamos suenan diferentes: “Los palestinos –explica– están sedientos, hambrientos de paz, pero ¿qué es paz? Paz es vida, no sólo una palabra abstracta. [B]Paz es libertad, justicia. La paz es algo que disfrutamos, tocamos, vivimos.[/B] Nadie nace violento, ni se enseña a ser violento, la violencia es creada. No hay que culpar al otro por ser violento, esa es una forma de esquivar la responsabilidad. Cuando hablamos de paz con alguien que desea paz es doloroso, como si habláramos de comida con alguien que está hambriento. La paz no es buena sólo para los palestinos, es para todos”, argumenta. “Para poder celebrar la libertad en el mundo hay que celebrar la libertad de los palestinos, de su opresión, y también la libertad de los israelíes de su miedo y de su arrogancia”. Abuelaish ahora vive en Toronto, con el resto de su familia. Para ahuyentar fantasmas escribió un libro que tituló [B]“No voy a odiar”[/B]. “No es un mensaje para culpar a alguien, es un mensaje para que la gente sepa la verdad y que piensen qué se puede hacer para marcar la diferencia”, dice, gesticulando con sus manos que dan vida. Mirando de frente. [/QUOTE]
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