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<blockquote data-quote="Sebastian" data-source="post: 1186467" data-attributes="member: 8629"><p>Relacionado a Rusia:</p><p><span style="font-size: 22px"><strong><p style="text-align: center">Los caminos de Rusia y Occidente vuelven a cruzarse</p><p></strong></span></p><p>A principios de 2003, en la segunda mitad del primer mandato presidencial del actual jefe de Estado ruso, Vladimir Putin, Rusia formó una alianza política con los países occidentales.</p><p>Esto sucedió por primera vez desde la época de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Moscú, junto con Paris y Berlín, se estaba en contra de la operación militar de EEUU en Irak. Muchos expertos consideraron que el triángulo formado da inicio a una nueva geometría política europea. Pero las partes de este triángulo no han alcanzado resultados concretos.</p><p></p><p>Aunque Irak abrió una grieta en la unidad transatlántica, el cambio de los líderes de EEUU y los países europeos suavizó en parte las contradicciones. Hoy en día, las relaciones entre el Viejo y Nuevo Mundo no son tan armónicas como antes, pero Rusia tampoco se ha convertido en un aliado fiel de las mayores potencias de Europa Occidental.</p><p>Mientras, se mantiene la misma configuración del triángulo basada en intereses económicos con un creciente potencial en el plano político (Rusia y Alemania) y las aspiraciones políticas afines y el fortalecimiento de la cooperación económica (Rusia y Francia), a pesar de que los amigos de Vladimir Putin abandonaron el poder.</p><p></p><p>De hecho, el primer viaje al extranjero del presidente Putin es a Alemania y Francia (si exceptuamos la visita previa a Bielorrusia) pese que las relaciones de Rusia con la canciller alemana Ángela Merkel no son muy calurosas y casi nadie en Rusia conoce al nuevo presidente francés, Francois Hollande.</p><p>En caso de apartarnos de los asuntos rutinarios diplomáticos, surge una cuestión existencial: ¿Se acercará Rusia a Occidente, satisfaciendo el deseo de la primera generación de los reformadores liberales a principios de los noventa y los intentos (de realizarlo de otra manera) de Vladimir Putin a principios de los 2000?</p><p></p><p>Se consideraba que Moscú tenía que tomar la decisión al respecto. Las puertas estaban abiertas hacia una estrecha cooperación en varios ámbitos, si no hacia la adhesión a la UE y la OTAN.</p><p>Se ha suscitado polémica sobre la preparación de Rusia para esto, sobre su capacidad de entender la ideología occidental y sobre si Rusia es digna de convertirse en socio de Europa. Pero mientras que Rusia vacilaba sopesando todos los pros y los contras se han producido cambios extraños en Occidente que, de hecho, deja de existir como una unión política, como un patrón ideológico y moral y como un modelo económico que merece ser imitado.</p><p>Ahora ya se debería no solo preguntar si Occidente da visto bueno al ingreso de Rusia con todas sus imperfecciones, sino también si Rusia necesita esta adhesión a la unión de Estados que no pudieron soportar el peso de su victoria histórica en la Guerra Fría. Además, el centro de la política y economía global se trasladó a Asia.</p><p></p><p>Es evidente que las respuestas a ambas preguntas deben ser positivas: Rusia no tiene alternativa. Es parte de Occidente en el ámbito cultural, psicológico e histórico, aunque sea extravagante y goce de características únicas. Nadie en Asia diría que Rusia es un país asiático, pese que un 75% del territorio de Rusia se encuentra en Asia (mientras que un 75% de la población vive en la parte europea de Rusia).</p><p>El desarrollo necesario del Lejano Oriente ruso y Siberia es imposible sin una estrecha integración de estos territorios en ese espacio de un rápido crecimiento económico que se encuentra en Asia. Y esto puede tener éxito solo en caso de que se mantenga y fortalezca la identidad europea de Rusia en general.</p><p></p><p>El gigante euroasiático no podrá formar una identidad asiática y, a pesar de sus posibles intentos, es evidente que perderá al enfrentarse con la potente civilización china y otras culturas de Asia. En caso de que la política rusa adopte costumbres asiáticas, a lo que exhortan los antiliberales del país, esto conllevará una catástrofe. La mentalidad nacional se opondrá a cualesquiera intentos de establecer una “democracia dirigida” basándose en el modelo de Singapur o Malasia.</p><p></p><p>Mientras, la identidad europea que predomina en Rusia no quiere decir que el país deba convertirse en un puesto avanzado de Occidente en un posible conflicto con China. Rusia no puede permitírselo.</p><p>Además, Rusia no cifra esperanzas en un apoyo por parte de sus hipotéticos aliados occidentales. Es uno de los principales argumentos en la polémica que se suscita con frecuencia en torno a la posibilidad de ingreso de Rusia a la OTAN, lo que confirmaría su pertenencia al mundo occidental. Nadie se comprometerá a defender las fronteras de Rusia en caso necesario.</p><p>Por otro lado, Occidente tiene escasas posibilidades para expandirse, ampliar la exploración de sus recursos y la influencia política. En Rusia estas posibilidades pueden realizarse, aunque de modo muy complicado.</p><p>A pesar de todas las diferencias, Rusia es el único país en el mundo cuyas raíces históricas y culturales hunden en el mismo suelo que las de Europa y EEUU.</p><p></p><p>Los obstáculos que han surgido en el camino de la integración de Rusia en Occidente durante los últimos 20 años desaparecen. La Unión Europea, cuyas normas rígidas y criterios inflexibles no le permitían acercarse a Rusia, está al borde del colapso. En todo caso, la UE tiene que cambiar drásticamente y revisar los principios de coexistencia y el propio modelo de la integración.</p><p></p><p>Esto quiere decir que surge la posibilidad de que Rusia participe en el desarrollo de proyectos conjuntos con Europa. Anteriormente, se preveía que Moscú debería aceptar un amplio reglamento, lo que no le convenía a Rusia acostumbrada al estatus de Estado soberano.</p><p>También cambiarán las relaciones en el ámbito relativas a la seguridad entre Rusia, EEUU y la OTAN. A medida que la atención estratégica de la comunidad internacional se centre en la región Asia-Pacífico, una evaluación real de amenazas e intereses mutuos sustituirá a la confrontación heredada de la época de la Guerra Fría que sigue existiendo hoy por hoy entre Rusia y Occidente.</p><p></p><p>La crisis ideológica de la OTAN, que es incapaz de determinar una línea de actuación apropiada para el siglo XXI y posiblemente se repartirá para cumplir varias misiones, permitirá a Rusia liberarse de sus fobias que tiene desde hace mucho a este bloque militar.</p><p>Pero todas estas hipótesis están basadas en la suposición de que los actores políticos actuarán de manera prudente. Mientras, en la política moderna se puede encontrar muchos ejemplos de tonterías cometidas por las mayores potencias del mundo poseídas por la soberbia o los complejos de inferioridad, los dogmas ideológicos o los intereses falsos.</p><p></p><p>Una imprevisibilidad y una rapidez de los cambios son propios de la política del siglo XXI y coinciden con un despertar inesperado de los instintos del pasado, cuando las relaciones interestatales dan muestras de su incapacidad de desmarcarse de la política obsoleta y el prestigio se coloca en primer plano.</p><p></p><p>Las peculiaridades de la época de transición en la que vivimos consisten en que el objetivo de esta transición es desconocido.</p><p>Y ni siquiera se sabe si esta transición se hace hacia adelante, hacia la nueva moral política que supone una etapa de desarrollo absolutamente nueva; o hacia atrás, hacia unos principios obsoletos con unas tecnologías avanzadas. Esto quiere decir que todo es posible.</p><p><a href="http://www.sp.rian.ru/opinion_analysis/20120531/153908354.html">http://www.sp.rian.ru/opinion_analysis/20120531/153908354.html</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Sebastian, post: 1186467, member: 8629"] Relacionado a Rusia: [SIZE=6][B][CENTER]Los caminos de Rusia y Occidente vuelven a cruzarse[/CENTER][/B][/SIZE] A principios de 2003, en la segunda mitad del primer mandato presidencial del actual jefe de Estado ruso, Vladimir Putin, Rusia formó una alianza política con los países occidentales. Esto sucedió por primera vez desde la época de la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Moscú, junto con Paris y Berlín, se estaba en contra de la operación militar de EEUU en Irak. Muchos expertos consideraron que el triángulo formado da inicio a una nueva geometría política europea. Pero las partes de este triángulo no han alcanzado resultados concretos. Aunque Irak abrió una grieta en la unidad transatlántica, el cambio de los líderes de EEUU y los países europeos suavizó en parte las contradicciones. Hoy en día, las relaciones entre el Viejo y Nuevo Mundo no son tan armónicas como antes, pero Rusia tampoco se ha convertido en un aliado fiel de las mayores potencias de Europa Occidental. Mientras, se mantiene la misma configuración del triángulo basada en intereses económicos con un creciente potencial en el plano político (Rusia y Alemania) y las aspiraciones políticas afines y el fortalecimiento de la cooperación económica (Rusia y Francia), a pesar de que los amigos de Vladimir Putin abandonaron el poder. De hecho, el primer viaje al extranjero del presidente Putin es a Alemania y Francia (si exceptuamos la visita previa a Bielorrusia) pese que las relaciones de Rusia con la canciller alemana Ángela Merkel no son muy calurosas y casi nadie en Rusia conoce al nuevo presidente francés, Francois Hollande. En caso de apartarnos de los asuntos rutinarios diplomáticos, surge una cuestión existencial: ¿Se acercará Rusia a Occidente, satisfaciendo el deseo de la primera generación de los reformadores liberales a principios de los noventa y los intentos (de realizarlo de otra manera) de Vladimir Putin a principios de los 2000? Se consideraba que Moscú tenía que tomar la decisión al respecto. Las puertas estaban abiertas hacia una estrecha cooperación en varios ámbitos, si no hacia la adhesión a la UE y la OTAN. Se ha suscitado polémica sobre la preparación de Rusia para esto, sobre su capacidad de entender la ideología occidental y sobre si Rusia es digna de convertirse en socio de Europa. Pero mientras que Rusia vacilaba sopesando todos los pros y los contras se han producido cambios extraños en Occidente que, de hecho, deja de existir como una unión política, como un patrón ideológico y moral y como un modelo económico que merece ser imitado. Ahora ya se debería no solo preguntar si Occidente da visto bueno al ingreso de Rusia con todas sus imperfecciones, sino también si Rusia necesita esta adhesión a la unión de Estados que no pudieron soportar el peso de su victoria histórica en la Guerra Fría. Además, el centro de la política y economía global se trasladó a Asia. Es evidente que las respuestas a ambas preguntas deben ser positivas: Rusia no tiene alternativa. Es parte de Occidente en el ámbito cultural, psicológico e histórico, aunque sea extravagante y goce de características únicas. Nadie en Asia diría que Rusia es un país asiático, pese que un 75% del territorio de Rusia se encuentra en Asia (mientras que un 75% de la población vive en la parte europea de Rusia). El desarrollo necesario del Lejano Oriente ruso y Siberia es imposible sin una estrecha integración de estos territorios en ese espacio de un rápido crecimiento económico que se encuentra en Asia. Y esto puede tener éxito solo en caso de que se mantenga y fortalezca la identidad europea de Rusia en general. El gigante euroasiático no podrá formar una identidad asiática y, a pesar de sus posibles intentos, es evidente que perderá al enfrentarse con la potente civilización china y otras culturas de Asia. En caso de que la política rusa adopte costumbres asiáticas, a lo que exhortan los antiliberales del país, esto conllevará una catástrofe. La mentalidad nacional se opondrá a cualesquiera intentos de establecer una “democracia dirigida” basándose en el modelo de Singapur o Malasia. Mientras, la identidad europea que predomina en Rusia no quiere decir que el país deba convertirse en un puesto avanzado de Occidente en un posible conflicto con China. Rusia no puede permitírselo. Además, Rusia no cifra esperanzas en un apoyo por parte de sus hipotéticos aliados occidentales. Es uno de los principales argumentos en la polémica que se suscita con frecuencia en torno a la posibilidad de ingreso de Rusia a la OTAN, lo que confirmaría su pertenencia al mundo occidental. Nadie se comprometerá a defender las fronteras de Rusia en caso necesario. Por otro lado, Occidente tiene escasas posibilidades para expandirse, ampliar la exploración de sus recursos y la influencia política. En Rusia estas posibilidades pueden realizarse, aunque de modo muy complicado. A pesar de todas las diferencias, Rusia es el único país en el mundo cuyas raíces históricas y culturales hunden en el mismo suelo que las de Europa y EEUU. Los obstáculos que han surgido en el camino de la integración de Rusia en Occidente durante los últimos 20 años desaparecen. La Unión Europea, cuyas normas rígidas y criterios inflexibles no le permitían acercarse a Rusia, está al borde del colapso. En todo caso, la UE tiene que cambiar drásticamente y revisar los principios de coexistencia y el propio modelo de la integración. Esto quiere decir que surge la posibilidad de que Rusia participe en el desarrollo de proyectos conjuntos con Europa. Anteriormente, se preveía que Moscú debería aceptar un amplio reglamento, lo que no le convenía a Rusia acostumbrada al estatus de Estado soberano. También cambiarán las relaciones en el ámbito relativas a la seguridad entre Rusia, EEUU y la OTAN. A medida que la atención estratégica de la comunidad internacional se centre en la región Asia-Pacífico, una evaluación real de amenazas e intereses mutuos sustituirá a la confrontación heredada de la época de la Guerra Fría que sigue existiendo hoy por hoy entre Rusia y Occidente. La crisis ideológica de la OTAN, que es incapaz de determinar una línea de actuación apropiada para el siglo XXI y posiblemente se repartirá para cumplir varias misiones, permitirá a Rusia liberarse de sus fobias que tiene desde hace mucho a este bloque militar. Pero todas estas hipótesis están basadas en la suposición de que los actores políticos actuarán de manera prudente. Mientras, en la política moderna se puede encontrar muchos ejemplos de tonterías cometidas por las mayores potencias del mundo poseídas por la soberbia o los complejos de inferioridad, los dogmas ideológicos o los intereses falsos. Una imprevisibilidad y una rapidez de los cambios son propios de la política del siglo XXI y coinciden con un despertar inesperado de los instintos del pasado, cuando las relaciones interestatales dan muestras de su incapacidad de desmarcarse de la política obsoleta y el prestigio se coloca en primer plano. Las peculiaridades de la época de transición en la que vivimos consisten en que el objetivo de esta transición es desconocido. Y ni siquiera se sabe si esta transición se hace hacia adelante, hacia la nueva moral política que supone una etapa de desarrollo absolutamente nueva; o hacia atrás, hacia unos principios obsoletos con unas tecnologías avanzadas. Esto quiere decir que todo es posible. [url]http://www.sp.rian.ru/opinion_analysis/20120531/153908354.html[/url] [/QUOTE]
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