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<blockquote data-quote="Sebastian" data-source="post: 1190645" data-attributes="member: 8629"><p><span style="font-size: 22px"><strong><p style="text-align: center"><span style="font-size: 22px">Occidente necesita a Rusia para ganar peso</span></p><p></strong></span></p><p>El retorno de Vladimir Putin al puesto del presidente provocó en los medios de comunicación y en los círculos de expertos una nueva oleada de discusiones sobre lo que representa la Rusia actual y qué actitud habría que adoptar respecto a ella.</p><p>La avalancha de opiniones podría ser clasificada en dos posturas generales. La primera consiste en que en el país acabará instalándose definitivamente el modelo autoritario con todas las consecuencias que ello supone, es decir, el estancamiento antimodernizador en la esfera de la política interior y tendencias antioccidentales y expansionistas en la política exterior.</p><p></p><p>Una Rusia así sería altamente peligrosa, dicen, si no fuera al mismo tiempo una potencia en vías de extinción con una autoconciencia herida y, por lo tanto, un comportamiento poco adecuado a la situación, una población que se está reduciendo a marchas aceleradas, una corrupción que se mueve a sus anchas y una economía altamente dependiente de las materias primas que se tambalearía por cualquier fuerte sacudida externa.</p><p>Un país en estas condiciones es incapaz de presentar un peligro real, de modo que habría que dejar a Rusia a un lado. Y lo que con toda seguridad no habría que hacer es permitir concesiones de ningún tipo, sino esperar a que, forzada por la necesidad, Moscú acabara aceptando lo que sea.</p><p></p><p>El segundo punto de vista consiste en que, a pesar de un gran número de desperfectos, Rusia está maniobrando de una manera bastante satisfactoria y desarrollándose con un cierto éxito, sobre todo en comparación con una Europa que está navegando a la deriva.</p><p>Rusia representa para los países occidentales un aliado muy difícil de tratar, pero importante y falto de alternativa, cuyos recursos y potencial podrían convertirse en la base del éxito del mundo occidental en unas condiciones de cada vez más intensa competencia internacional.</p><p>Los numerosos problemas de Rusia, que en opinión de los partidarios de la primera postura tienen un carácter fatal, en opinión de los representantes del segundo grupo no salen de los límites de algo aceptable para un país que se encuentra en una determinada etapa del desarrollo.</p><p>Se necesitaría un estudio aparte para poder evaluar lo fundamentada que está cada una de estas dos opiniones, dado que Rusia es una sociedad demasiado compleja y polifacética y puede ofrecer confirmación casi para cualquier tipo de criterio. Lo curioso son los puntos de identificación de Occidente con cada teoría.</p><p></p><p>Simplificando, podríamos deducir que la principal incógnita de la actualidad es la siguiente ¿somos testigos y contemporáneos de un cambio histórico, del traspaso del dominio occidental en todos los asuntos mundiales hacia un nuevo sistema de relaciones internacionales, en el que los países occidentales ya no serán líderes a nivel global, sino meros actores importantes?</p><p>No existe una respuesta a dicha pregunta, porque la constatación de que Europa está atravesando una profunda crisis y Estados Unidos se ve arrastrado por una avalancha de deudas no prueba nada. Occidente en más de una ocasión ha demostrado su capacidad de superar decadencia de diferente grado, incluso la de dimensiones catastróficas.</p><p></p><p>Mientras tanto, la potencial candidata a líder, China, no está preparada para ofrecer al mundo algo completamente imprescindible para una expansión global: una ideología y un modo de vida alternativos y aplicables en cualquier sitio que no fuera la propia China y los países de la región asiática.</p><p>La principal amenaza para Occidente en nuestros días no es la aparición de un sistema alternativo, papel que intentó asumir en su momento y sin demasiado éxito la Unión Soviética, sino la ampliación de un espacio demográfico, cultural y mental “no occidental”.</p><p>Por muy paradójico que parezca, la ‘occidentalización’ del mundo emprendida después del colapso de la URSS y el final de la Guerra Fría acabó dando unos resultados muy diferentes a los esperados. Y eso que vista en un su momento como la prueba del “fin de una época” y el triunfo definitivo de la ideología del mundo libre, la única y la correcta en realidad</p><p></p><p>La victoria del capitalismo, la supresión de las formas no eficientes de gestión económica y un fuerte crecimiento de la economía registrado en los países en vías del desarrollo aumentaron su peso a nivel internacional, pero no los convirtieron en parte del mundo occidental. Más bien al contrario, crearon una potente competencia económica y unas relaciones de fuerte interdependencia, no tan fáciles de asumir para los países que antaño habían sido líderes incuestionables. Como resultado, este mundo “no occidental” no es simplemente más numeroso, sino cada vez más influyente, lo que acaba confundiendo e incluso asustando a los líderes tradicionales.</p><p></p><p>¿Cuál es el papel de Rusia en todos estos procesos? Los críticos insisten en que Rusia hace tiempo que ha perdido el derecho a pertenecer a los BRICS, por no ser uno de los Estados con un crecimiento tan intenso y dinámico como los países asiáticos o Brasil.</p><p>Dicho argumento es difícil de refutar, pero el fenómeno de Rusia consiste en que su relativo poderío e influencia no derivan tanto de sus éxitos como de la crisis y la decadencia que está atravesando aquel modelo político considerado como el único correcto al final de la Guerra Fría.</p><p>Es verdad que a lo largo de los últimos doce años Moscú ha aplicado una política bien calculada y bastante exitosa, cometiendo un número muy moderado de errores. El resultado supera con creces el esfuerzo invertido en todas las esferas, sea la económica, la militar o la mediática.</p><p></p><p>Hasta cierto punto Rusia ha tenido suerte por ser tan dependiente de las materias primas. Sin embargo, una aportación infinitamente mayor la hizo el incremento global de la inestabilidad, que no hizo sino agravarse como consecuencia de la actuación de los líderes mundiales. Desde las campañas bélicas precipitadas desatadas por Estados Unidos hasta la aventura con la moneda única europea que amenaza en estos momentos con desencadenar una nueva crisis financiera mundial. Todo, sin excepción alguna, empezó como una medida de fortalecimiento del existente orden mundial y acabó como un nuevo golpe contra éste.</p><p></p><p>Aquí precisamente radica el descontento que se siente por Rusia, por ser el principal beneficiario de la política mal calculada de Occidente. Más aún, resulta que nuestro país, debido a la combinación de una serie de factores, entre ellos, el poderío nuclear, los recursos naturales, las palancas de presión política y la maestría diplomática, sigue siendo junto con Estados Unidos y China uno de los tres líderes a nivel mundial.</p><p>La integración de Rusia en Occidente ayudaría a este a reforzar su posición de cara al mundo ‘no occidental’, mientras que un acercamiento entre los países que no forman parte de Occidente y Rusia debilita a los países occidentales porque nuestro país, gracias a su perfil histórico y cultural, es la última potencia grande capaz de integrarse en el mundo occidental. No estamos hablando de lo deseable que sería esta integración, sino de la misma posibilidad de elección.</p><p></p><p>Es el entendimiento de la importancia del momento lo que provoca discusiones en torno a Rusia, no porque el mérito sea suyo sino debido a ciertos factores de carácter estructural.</p><p>Dicha situación concede a Rusia unas posibilidades más amplias, pero supone también un grado más alto de responsabilidad para los actuales dirigentes del país. En primer lugar, toda elección es muy compleja, sobre todo si es hasta tal punto histórica y existencial. En segundo lugar, el peligro está en atribuir la buena suerte y las condiciones favorables al mérito de uno y dormirse en los laureles. No habría que olvidar que las circunstancias y la coyuntura tienden a cambiar con mucha rapidez.</p><p></p><p>*Fiodor Lukiánov, es director de la revista ‘Rusia en la política global’, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global.</p><p><a href="http://www.sp.rian.ru/opinion_analysis/20120607/153987097.html">http://www.sp.rian.ru/opinion_analysis/20120607/153987097.html</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Sebastian, post: 1190645, member: 8629"] [SIZE=6][B][CENTER][SIZE=6]Occidente necesita a Rusia para ganar peso[/SIZE][/CENTER][/B][/SIZE] El retorno de Vladimir Putin al puesto del presidente provocó en los medios de comunicación y en los círculos de expertos una nueva oleada de discusiones sobre lo que representa la Rusia actual y qué actitud habría que adoptar respecto a ella. La avalancha de opiniones podría ser clasificada en dos posturas generales. La primera consiste en que en el país acabará instalándose definitivamente el modelo autoritario con todas las consecuencias que ello supone, es decir, el estancamiento antimodernizador en la esfera de la política interior y tendencias antioccidentales y expansionistas en la política exterior. Una Rusia así sería altamente peligrosa, dicen, si no fuera al mismo tiempo una potencia en vías de extinción con una autoconciencia herida y, por lo tanto, un comportamiento poco adecuado a la situación, una población que se está reduciendo a marchas aceleradas, una corrupción que se mueve a sus anchas y una economía altamente dependiente de las materias primas que se tambalearía por cualquier fuerte sacudida externa. Un país en estas condiciones es incapaz de presentar un peligro real, de modo que habría que dejar a Rusia a un lado. Y lo que con toda seguridad no habría que hacer es permitir concesiones de ningún tipo, sino esperar a que, forzada por la necesidad, Moscú acabara aceptando lo que sea. El segundo punto de vista consiste en que, a pesar de un gran número de desperfectos, Rusia está maniobrando de una manera bastante satisfactoria y desarrollándose con un cierto éxito, sobre todo en comparación con una Europa que está navegando a la deriva. Rusia representa para los países occidentales un aliado muy difícil de tratar, pero importante y falto de alternativa, cuyos recursos y potencial podrían convertirse en la base del éxito del mundo occidental en unas condiciones de cada vez más intensa competencia internacional. Los numerosos problemas de Rusia, que en opinión de los partidarios de la primera postura tienen un carácter fatal, en opinión de los representantes del segundo grupo no salen de los límites de algo aceptable para un país que se encuentra en una determinada etapa del desarrollo. Se necesitaría un estudio aparte para poder evaluar lo fundamentada que está cada una de estas dos opiniones, dado que Rusia es una sociedad demasiado compleja y polifacética y puede ofrecer confirmación casi para cualquier tipo de criterio. Lo curioso son los puntos de identificación de Occidente con cada teoría. Simplificando, podríamos deducir que la principal incógnita de la actualidad es la siguiente ¿somos testigos y contemporáneos de un cambio histórico, del traspaso del dominio occidental en todos los asuntos mundiales hacia un nuevo sistema de relaciones internacionales, en el que los países occidentales ya no serán líderes a nivel global, sino meros actores importantes? No existe una respuesta a dicha pregunta, porque la constatación de que Europa está atravesando una profunda crisis y Estados Unidos se ve arrastrado por una avalancha de deudas no prueba nada. Occidente en más de una ocasión ha demostrado su capacidad de superar decadencia de diferente grado, incluso la de dimensiones catastróficas. Mientras tanto, la potencial candidata a líder, China, no está preparada para ofrecer al mundo algo completamente imprescindible para una expansión global: una ideología y un modo de vida alternativos y aplicables en cualquier sitio que no fuera la propia China y los países de la región asiática. La principal amenaza para Occidente en nuestros días no es la aparición de un sistema alternativo, papel que intentó asumir en su momento y sin demasiado éxito la Unión Soviética, sino la ampliación de un espacio demográfico, cultural y mental “no occidental”. Por muy paradójico que parezca, la ‘occidentalización’ del mundo emprendida después del colapso de la URSS y el final de la Guerra Fría acabó dando unos resultados muy diferentes a los esperados. Y eso que vista en un su momento como la prueba del “fin de una época” y el triunfo definitivo de la ideología del mundo libre, la única y la correcta en realidad La victoria del capitalismo, la supresión de las formas no eficientes de gestión económica y un fuerte crecimiento de la economía registrado en los países en vías del desarrollo aumentaron su peso a nivel internacional, pero no los convirtieron en parte del mundo occidental. Más bien al contrario, crearon una potente competencia económica y unas relaciones de fuerte interdependencia, no tan fáciles de asumir para los países que antaño habían sido líderes incuestionables. Como resultado, este mundo “no occidental” no es simplemente más numeroso, sino cada vez más influyente, lo que acaba confundiendo e incluso asustando a los líderes tradicionales. ¿Cuál es el papel de Rusia en todos estos procesos? Los críticos insisten en que Rusia hace tiempo que ha perdido el derecho a pertenecer a los BRICS, por no ser uno de los Estados con un crecimiento tan intenso y dinámico como los países asiáticos o Brasil. Dicho argumento es difícil de refutar, pero el fenómeno de Rusia consiste en que su relativo poderío e influencia no derivan tanto de sus éxitos como de la crisis y la decadencia que está atravesando aquel modelo político considerado como el único correcto al final de la Guerra Fría. Es verdad que a lo largo de los últimos doce años Moscú ha aplicado una política bien calculada y bastante exitosa, cometiendo un número muy moderado de errores. El resultado supera con creces el esfuerzo invertido en todas las esferas, sea la económica, la militar o la mediática. Hasta cierto punto Rusia ha tenido suerte por ser tan dependiente de las materias primas. Sin embargo, una aportación infinitamente mayor la hizo el incremento global de la inestabilidad, que no hizo sino agravarse como consecuencia de la actuación de los líderes mundiales. Desde las campañas bélicas precipitadas desatadas por Estados Unidos hasta la aventura con la moneda única europea que amenaza en estos momentos con desencadenar una nueva crisis financiera mundial. Todo, sin excepción alguna, empezó como una medida de fortalecimiento del existente orden mundial y acabó como un nuevo golpe contra éste. Aquí precisamente radica el descontento que se siente por Rusia, por ser el principal beneficiario de la política mal calculada de Occidente. Más aún, resulta que nuestro país, debido a la combinación de una serie de factores, entre ellos, el poderío nuclear, los recursos naturales, las palancas de presión política y la maestría diplomática, sigue siendo junto con Estados Unidos y China uno de los tres líderes a nivel mundial. La integración de Rusia en Occidente ayudaría a este a reforzar su posición de cara al mundo ‘no occidental’, mientras que un acercamiento entre los países que no forman parte de Occidente y Rusia debilita a los países occidentales porque nuestro país, gracias a su perfil histórico y cultural, es la última potencia grande capaz de integrarse en el mundo occidental. No estamos hablando de lo deseable que sería esta integración, sino de la misma posibilidad de elección. Es el entendimiento de la importancia del momento lo que provoca discusiones en torno a Rusia, no porque el mérito sea suyo sino debido a ciertos factores de carácter estructural. Dicha situación concede a Rusia unas posibilidades más amplias, pero supone también un grado más alto de responsabilidad para los actuales dirigentes del país. En primer lugar, toda elección es muy compleja, sobre todo si es hasta tal punto histórica y existencial. En segundo lugar, el peligro está en atribuir la buena suerte y las condiciones favorables al mérito de uno y dormirse en los laureles. No habría que olvidar que las circunstancias y la coyuntura tienden a cambiar con mucha rapidez. *Fiodor Lukiánov, es director de la revista ‘Rusia en la política global’, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. [url]http://www.sp.rian.ru/opinion_analysis/20120607/153987097.html[/url] [/QUOTE]
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