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<blockquote data-quote="Sebastian" data-source="post: 1352802" data-attributes="member: 8629"><p><span style="font-size: 22px"><strong><p style="text-align: center">Cuando Rusia decidió volver a confiar en Boris Yeltsin</p><p></strong></span></p><p>Hace veinte años, el 25 de abril de 1993, en la historia postsoviética de Rusia sucedió el fenómeno de “Sí. Sí. No. Sí”, que posiblemente represente una de las mayores intrigas de los tiempos que corren.</p><p></p><p>Tras un intenso enfrentamiento entre el presidente del país Boris Yeltsin y el Parlamento se tomó la decisión de apelar al pueblo. Los ciudadanos habían de responder a cuatro preguntas. La primera, sobre la confianza hacia el presidente. La segunda, sobre la aceptación de la política del Gobierno por éste nombrado. La tercera y la cuarta, sobre la necesidad de unas elecciones anticipadas, las presidenciales y las parlamentarias, respectivamente.</p><p>Quienes fueran leales al presidente habían de responder “no” sólo una vez, a la pregunta sobre si elegía a un nuevo presidente.</p><p></p><p><strong>Un conflicto provocado por la Constitución de 1978</strong></p><p>El pueblo no dio una respuesta clara. La ventaja de Yeltsin era poco significativa: lo apoyó el 58% de los votantes, mientras que el 49.5% se pronunció por unas elecciones anticipadas del presidente. Tomando en consideración que participó en la votación únicamente el 64% de los electores, dicha ventaja quedaba compensada.</p><p></p><p>Era evidente que el país se había separado en dos bandos y era el primer intento de sondear el estado de ánimo de la nación desde la euforia de 1991. Porque en el fervor del inicio de una nueva etapa no hubo lugar para la sociología, los contentos celebraban y los ofendidos guardaron rencor.</p><p>Aquel Estado, que se sintió libre del yugo del comunismo, procedió a construir la democracia, pero perdió muy pronto las ilusiones. Ya entonces se sentaron los cimientos del futuro conflicto entre el presidente elegido por el pueblo y el Soviet Supremo (parlamento). Boris Yeltsin, comentando la crisis, diría con mucho acierto lo siguiente: “¿Qué fuerza nos ha arrastrado hacia esta mala racha? En primer lugar, la ambigüedad constitucional. Se jura sobre la Constitución y se habla mucho del deber constitucional del presidente, que al mismo tiempo está completamente limitado en sus derechos”.</p><p>Y, dicho sea de paso, con aquella Constitución aprobada todavía en la época de Brézhnev, en 1978, ni se podía celebrar el referéndum.</p><p></p><p><strong>La época del “todo vale”</strong></p><p>Los historiadores colocan el inicio del conflicto en el 9 de diciembre de 1992, al volver a declinar el Congreso de los diputados la candidatura de Egor Gaidar para el puesto de jefe del Gobierno. En realidad, todo parecía una lucha del equipo reformador del presidente y los diputados intransigentes. El presidente en la medida de lo posible estaba cubriendo las espaldas del equipo de Gaidar y lo que habían conseguido hacer en los seis meses, incluso en su versión moderada, se convertiría en la base de la nueva economía. Yeltsin logró incluso que el nuevo primer ministro, Víktor Chernomyrdin, apoyado en su momento por los diputados siguiera con las reformas, pese a que los parlamentarios se sintieron decepcionados.</p><p></p><p>Era una época del “todo vale” y las partes no podían parar: en marzo de 1993 el presidente informó al pueblo en una alocución televisiva de que había suspendido la Constitución, los diputados a modo de respuesta iniciaron el procedimiento del voto de confianza. Al descubrirse que Yeltsin no había firmado ningún decreto, no se retractaron y llevaron su planteamiento hasta el final. Fracasaron y tuvieron que llegar a un acuerdo con el Kremlin. Acordaron la celebración del referéndum, pero el pueblo tampoco les acompañó.</p><p></p><p><strong>"Vota en contra”</strong></p><p>Todo acabó en octubre con una pequeña guerra civil. Algunos decían haber presenciado en aquellos días el final de una época muy breve que un par de años antes prometía ser larga y muy importante. La euforia se evaporó, abandonando incluso a quienes se aplicaban a fondo para retenerla. Y además hubo otro cambio, sutil pero crucial: Boris Yeltsin dejó de ser un héroe romántico, ídolo de multitudinarios mítines y un decidido hombre subido al tanque en 1991.</p><p></p><p>Sin embargo, el tanque seguía siendo la medida de lo bueno y lo malo. Ruslán Jasbulátov, antiguo partidario de Yeltsin, se había pasado al lado opuesto. Se unió a los diputados, que de repente se dieron cuenta de que el país se había alejado mucho de la realidad a la que estaban acostumbrados. Con ellos estaban también radicales y los alborotadores de todo tipo.</p><p></p><p>Tres años más tarde el concepto de “Sí. Sí. No. Sí.” se transformará en el lema “Vota con el corazón”, esto suponía apoyar en las elecciones presidenciales a Boris Yeltsin y no al líder comunista, Guennadi Ziugánov.</p><p></p><p>El 25 de abril de 1993 todavía apetecía e incluso salía creer que cuanto se hacía era para defender los avances del 91, pero en octubre ni siquiera fue posible seguir con estas ilusiones. Y en 1996 habría sido justo plantearlo como “Vota en contra” en vez de “Vota con el corazón”. Porque había que elegir entre un desarrollo de acontecimientos malo y otro terrible y precisamente este planteamiento hizo posible que Boris Yeltsin volviera a ganar.</p><p></p><p><strong>Una revelación que a todos les gustaría evitar</strong></p><p>La gente que trabajó junto con Boris Yeltsin señala que se guiaba por tres principios básicos: la prensa había de ser libre; la propiedad debía ser privada; y el comunismo era una catástrofe.</p><p></p><p>Las reformas liberales, promovidas por Yetsin estaban en perfecta armonía con los tres principios arriba mencionados. Sin embargo, había un factor que estaba por encima de todo lo demás. Era el poder. Se dedicó mediante las reformas a no dejar piedra sobre piedra de sistema comunista, pero cuando la cosa se complicó el liberal Egor Gaidar fue sustituido por Víctor Chernomyrdin, de un corte mucho más conservador. Acto seguido empezó la batalla.</p><p>Yeltsin, por supuesto, luchó contra los adversarios de las reformas, pero libró una lucha bastante más feroz por su derecho de seguir siendo un 'zar', uno que no se olvidara de la democracia y respetara la libertad de la prensa y la propiedad privada.</p><p></p><p>Una disputa sin reglas dio lugar a una guerra sin reglas. Algunos, gente demasiado dada al romanticismo, consideran que si Yeltsin no hubiera ordenado disparar contra la sede del rebelde Parlamento, un año más tarde tampoco habría introducido las tropas en la rebelde Chechenia.</p><p></p><p>Yo diría que nada habría cambiado. En octubre era ya evidente que los que estaban en el poder no pararían. La gente se sintió decepcionada y a algunos les sigue doliendo hasta hoy. Pero la mayoría no lo parece llevar mal, será que les dio tiempo de preparase entre abril y octubre de 1993.</p><p><a href="http://sp.rian.ru/opinion_analysis/20130429/156972549.html">http://sp.rian.ru/opinion_analysis/20130429/156972549.html</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Sebastian, post: 1352802, member: 8629"] [SIZE=6][B][CENTER]Cuando Rusia decidió volver a confiar en Boris Yeltsin[/CENTER][/B][/SIZE] Hace veinte años, el 25 de abril de 1993, en la historia postsoviética de Rusia sucedió el fenómeno de “Sí. Sí. No. Sí”, que posiblemente represente una de las mayores intrigas de los tiempos que corren. Tras un intenso enfrentamiento entre el presidente del país Boris Yeltsin y el Parlamento se tomó la decisión de apelar al pueblo. Los ciudadanos habían de responder a cuatro preguntas. La primera, sobre la confianza hacia el presidente. La segunda, sobre la aceptación de la política del Gobierno por éste nombrado. La tercera y la cuarta, sobre la necesidad de unas elecciones anticipadas, las presidenciales y las parlamentarias, respectivamente. Quienes fueran leales al presidente habían de responder “no” sólo una vez, a la pregunta sobre si elegía a un nuevo presidente. [B]Un conflicto provocado por la Constitución de 1978[/B] El pueblo no dio una respuesta clara. La ventaja de Yeltsin era poco significativa: lo apoyó el 58% de los votantes, mientras que el 49.5% se pronunció por unas elecciones anticipadas del presidente. Tomando en consideración que participó en la votación únicamente el 64% de los electores, dicha ventaja quedaba compensada. Era evidente que el país se había separado en dos bandos y era el primer intento de sondear el estado de ánimo de la nación desde la euforia de 1991. Porque en el fervor del inicio de una nueva etapa no hubo lugar para la sociología, los contentos celebraban y los ofendidos guardaron rencor. Aquel Estado, que se sintió libre del yugo del comunismo, procedió a construir la democracia, pero perdió muy pronto las ilusiones. Ya entonces se sentaron los cimientos del futuro conflicto entre el presidente elegido por el pueblo y el Soviet Supremo (parlamento). Boris Yeltsin, comentando la crisis, diría con mucho acierto lo siguiente: “¿Qué fuerza nos ha arrastrado hacia esta mala racha? En primer lugar, la ambigüedad constitucional. Se jura sobre la Constitución y se habla mucho del deber constitucional del presidente, que al mismo tiempo está completamente limitado en sus derechos”. Y, dicho sea de paso, con aquella Constitución aprobada todavía en la época de Brézhnev, en 1978, ni se podía celebrar el referéndum. [B]La época del “todo vale”[/B] Los historiadores colocan el inicio del conflicto en el 9 de diciembre de 1992, al volver a declinar el Congreso de los diputados la candidatura de Egor Gaidar para el puesto de jefe del Gobierno. En realidad, todo parecía una lucha del equipo reformador del presidente y los diputados intransigentes. El presidente en la medida de lo posible estaba cubriendo las espaldas del equipo de Gaidar y lo que habían conseguido hacer en los seis meses, incluso en su versión moderada, se convertiría en la base de la nueva economía. Yeltsin logró incluso que el nuevo primer ministro, Víktor Chernomyrdin, apoyado en su momento por los diputados siguiera con las reformas, pese a que los parlamentarios se sintieron decepcionados. Era una época del “todo vale” y las partes no podían parar: en marzo de 1993 el presidente informó al pueblo en una alocución televisiva de que había suspendido la Constitución, los diputados a modo de respuesta iniciaron el procedimiento del voto de confianza. Al descubrirse que Yeltsin no había firmado ningún decreto, no se retractaron y llevaron su planteamiento hasta el final. Fracasaron y tuvieron que llegar a un acuerdo con el Kremlin. Acordaron la celebración del referéndum, pero el pueblo tampoco les acompañó. [B]"Vota en contra”[/B] Todo acabó en octubre con una pequeña guerra civil. Algunos decían haber presenciado en aquellos días el final de una época muy breve que un par de años antes prometía ser larga y muy importante. La euforia se evaporó, abandonando incluso a quienes se aplicaban a fondo para retenerla. Y además hubo otro cambio, sutil pero crucial: Boris Yeltsin dejó de ser un héroe romántico, ídolo de multitudinarios mítines y un decidido hombre subido al tanque en 1991. Sin embargo, el tanque seguía siendo la medida de lo bueno y lo malo. Ruslán Jasbulátov, antiguo partidario de Yeltsin, se había pasado al lado opuesto. Se unió a los diputados, que de repente se dieron cuenta de que el país se había alejado mucho de la realidad a la que estaban acostumbrados. Con ellos estaban también radicales y los alborotadores de todo tipo. Tres años más tarde el concepto de “Sí. Sí. No. Sí.” se transformará en el lema “Vota con el corazón”, esto suponía apoyar en las elecciones presidenciales a Boris Yeltsin y no al líder comunista, Guennadi Ziugánov. El 25 de abril de 1993 todavía apetecía e incluso salía creer que cuanto se hacía era para defender los avances del 91, pero en octubre ni siquiera fue posible seguir con estas ilusiones. Y en 1996 habría sido justo plantearlo como “Vota en contra” en vez de “Vota con el corazón”. Porque había que elegir entre un desarrollo de acontecimientos malo y otro terrible y precisamente este planteamiento hizo posible que Boris Yeltsin volviera a ganar. [B]Una revelación que a todos les gustaría evitar[/B] La gente que trabajó junto con Boris Yeltsin señala que se guiaba por tres principios básicos: la prensa había de ser libre; la propiedad debía ser privada; y el comunismo era una catástrofe. Las reformas liberales, promovidas por Yetsin estaban en perfecta armonía con los tres principios arriba mencionados. Sin embargo, había un factor que estaba por encima de todo lo demás. Era el poder. Se dedicó mediante las reformas a no dejar piedra sobre piedra de sistema comunista, pero cuando la cosa se complicó el liberal Egor Gaidar fue sustituido por Víctor Chernomyrdin, de un corte mucho más conservador. Acto seguido empezó la batalla. Yeltsin, por supuesto, luchó contra los adversarios de las reformas, pero libró una lucha bastante más feroz por su derecho de seguir siendo un 'zar', uno que no se olvidara de la democracia y respetara la libertad de la prensa y la propiedad privada. Una disputa sin reglas dio lugar a una guerra sin reglas. Algunos, gente demasiado dada al romanticismo, consideran que si Yeltsin no hubiera ordenado disparar contra la sede del rebelde Parlamento, un año más tarde tampoco habría introducido las tropas en la rebelde Chechenia. Yo diría que nada habría cambiado. En octubre era ya evidente que los que estaban en el poder no pararían. La gente se sintió decepcionada y a algunos les sigue doliendo hasta hoy. Pero la mayoría no lo parece llevar mal, será que les dio tiempo de preparase entre abril y octubre de 1993. [url]http://sp.rian.ru/opinion_analysis/20130429/156972549.html[/url] [/QUOTE]
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