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<blockquote data-quote="Sebastian" data-source="post: 1572256" data-attributes="member: 8629"><p><span style="font-size: 12px">Parte 2</span></p><p style="text-align: center"><span style="font-size: 26px"><strong>El oro negro de Moscú</strong></span></p><p></p><p>El jefe de la Oficina Comercial de la Embajada española en Moscú, el economista del Estado Luis Alberto Cacho, coincide con esa reflexión, pero aporta una señal de alarma hacia ese equilibrio precario: “El problema es que los ingentes ingresos del petróleo provocan que no se avance en una diversificación del modelo productivo.</p><p></p><p>Y en estos momentos el país se enfrenta a un escenario de costes crecientes y rendimientos menguantes en la industria petrolera. </p><p>El modelo debe revisarse, dando entrada a nuevos actores, empresas extranjeras (<a href="http://elpais.com/economia/2014/04/18/agencias/1397841581_535786.html">sobre todo en el Ártico</a>, que debe tomar el relevo de Siberia como gran yacimiento ruso) que aporten tecnología y enseñen a los rusos las modernas técnicas del <em>offshore</em> (la producción en los lechos marinos), la extracción de petróleos no convencionales, la fabricación de productos refinados con mayor valor añadido y, sobre todo, la incorporación de estándares de seguridad, detección de escapes y respeto por el medio ambiente de los que la industria del petróleo rusa ha estado ausente desde la autarquía soviética”.</p><p></p><p>La última reflexión la realiza el economista Vladímir Konovalov, director ejecutivo del Petroleum Advisory Forum, con sede en Moscú: “Tenemos que empezar a entender en Rusia el sector del petróleo como una fuente de conocimiento, innovación y tecnología que tire de toda la industria, y no como una vaca que te limitas a ordeñar para financiar las alegrías del Estado. </p><p>Las empresas públicas rusas del petróleo (es decir, las grandes) deben ser más eficientes, y eso supone que nos abramos a la competencia y se controle la corrupción.</p><p></p><p>En Estados Unidos, la revolución del <em>nuevo petróleo,</em> la recuperación de los pozos <em>maduros,</em> la han emprendido empresas medianas que se han aliado con las <em>majors;</em> el <em>renacimiento</em> americano es una obra de la iniciativa privada. Y esas empresas ya cuentan en su conjunto con más de la mitad de la producción de petróleo en EE UU y están en cabeza de la innovación.</p><p>Debemos tomar nota, abrirles las puertas y no machacarles a impuestos.</p><p>En Rusia ya se ha empezado a notar esa nueva manera de ver las cosas con un acuerdo de 450.000 millones de euros <a href="http://elpais.com/economia/2011/08/30/actualidad/1314689580_850215.html">entre la <em>major</em> americana Exxon (la primera mundial) y Rosneft (la primera rusa)</a> para explorar el Ártico. A cambio, Rosneft ha entrado en Estados Unidos y va a aprender mucho”.</p><p></p><p></p><p style="text-align: center">Vladímir Konovalov, economista: Tenemos que empezar a entender en rusia el sector del petróleo como una fuente de innovación que tire de la economía</p><p></p><p>Uno de los escasos <em>actores extranjeros</em> que ha logrado penetrar en el opaco sector del petróleo ruso (cerrado durante el comunismo y hoy solo entreabierto) es Repsol, <a href="http://elpais.com/internacional/2014/05/21/actualidad/1400696632_457798.html">la multinacional española de la energía, que empezó a introducirse en Rusia en 2006</a>. Partiendo de cero. Como una apuesta estratégica de la compañía. Lo explica su responsable en Rusia, el ingeniero Fernando Martínez Fresneda: “Aterricé solo, sin contactos, con una habitación de hotel como oficina y una tarjeta de crédito. No hablaba el idioma ni conocía el sistema.</p><p></p><p>Aquí todo es diferente, la Administración, la legislación, los protocolos. Teníamos todo por hacer. Lo primero, formar un equipo; ya tenemos gente muy joven rusa bien formada y con idiomas y mentalidad occidental, y también técnicos que provienen de la era soviética. Y hemos entrado en el país líder mundial del gas y el petróleo”.</p><p></p><p><strong>–¿Qué podía ofrecer Repsol a los rusos?</strong></p><p>–Nuestra tecnología; sobre todo en la detección de yacimientos, a través de nuestros avanzados sistemas de procesamiento de datos sísmicos. Y la experiencia de <a href="http://elpais.com/diario/2009/11/22/eps/1258874813_850215.html">haber explorado y producido petróleo en aguas profundas de Brasil</a> y el golfo de México, y en otro tipo de yacimientos en Libia, Perú, Venezuela, Alaska y Bolivia. Teníamos un prestigio y un tamaño que nos convertía en un buen socio tecnológico. Podíamos aportar nuestros estándares de seguridad y responsabilidad social en temas ambientales. Comenzamos a movernos, a tejer alianzas, a comprar activos, a crearnos un nombre.</p><p></p><p>Así llegamos al <a href="http://elpais.com/economia/2011/12/20/actualidad/1324369983_850215.html">acuerdo de 2011 con Alliance Oil Company</a>, una petrolera propiedad de los Bazhaew, una riquísima familia chechena aliada del presidente Putin. Para entrar aquí en el negocio solo puedes hacerlo de la mano de una de sus compañías. Con Alliance hemos creado AROG, una sociedad conjunta con activos por valor de 800 millones de euros y que produce 25.000 barriles diarios. A partir de ahí queremos estar presentes en toda la aventura del Ártico, donde menos del 10% del territorio está explorado.</p><p></p><p>Junto a los técnicos (rusos) de Repsol, un ingeniero, Alexander, y una economista, Alena, viajaremos hasta Siberia; nos vamos a sumergir a su lado en los yacimientos más recónditos de la compañía española en Rusia (que ya cuenta en el territorio de la Federación con 27 bloques de petróleo y gas; desde Siberia hasta los Urales y el Ártico). Nyagan será nuestra puerta de entrada en Siberia Occidental. Aquí termina la civilización. Más allá, a 300 kilómetros en helicóptero, está el campo de gas Syskonsyninskoye (SK), en el mismo corazón de ninguna parte.</p><p></p><p>Nyagan tiene 50.000 habitantes y es <em>ciudad</em> solo desde 1985, gracias a la fiebre del oro negro. Antes no tenía nombre ni personalidad jurídica; era lo que en la URSS denominaban “una aldea de trabajo”: un pequeño asentamiento maderero creado a finales de los cuarenta que sirvió como lugar de confinamiento para los presos del <em>gulag</em> que, tras cumplir sus penas, eran obligados a vivir en Siberia a perpetuidad.</p><p></p><p>Algunas viejas isbas (primitivas casas de madera construidas a golpe de hacha) en los márgenes de la población son los últimos vestigios de la era estalinista.</p><p></p><p>Están habitadas por ancianos que llegaron a trabajar aquí en los sesenta. Su interior es mísero, sin apenas muebles; la única decoración son raídas alfombras en los suelos y las paredes. El calor es sofocante. A todas ellas llega por grandes tuberías el agua caliente cortesía de Gazprom. Muy cerca, un olvidado monumento de estilo realismo social, rodeado de barro y sembrado de héroes y banderas rojas, recuerda a los caídos en la Gran Guerra Patria: la II Guerra Mundial.</p><p></p><p></p><p></p><p><img src="http://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2014/05/28/eps/1401272989_810256_1401273502_sumario_normal.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>Nyagan no fue reconocida como ciudad por la URSS hasta 1985. / Alfredo Cáliz</p><p></p><p>A medida que uno se aleja del centro de Nyagan, todo se vuelve más inhóspito. Las callejuelas, sin asfaltar y anegadas de sucios charcos; los bloques soviéticos de los setenta, inquietantes y destartalados. No hay gente por las calles, ni bares ni restaurantes, aunque sí una solemne catedral ortodoxa frecuentada por octogenarias con la cabeza y el rostro cubiertos. En algunos edificios de la era soviética, que en su proyecto inicial carecían de locales comerciales (no había nada que vender), se han adosado a sus fachadas unas baratas estructuras de cristal y pvc que albergan pequeños supermercados. No se divisa ni un policía. Hay coches decrépitos del comunismo y carísimos todoterrenos alemanes.</p><p></p><p>El orgullo de la ciudad es la avenida de Lenin, la arteria central, en cuyos márgenes han surgido un parque público, presidido por una estatua de San Jorge, y varios edificios modernos de apartamentos; entre ellos, el centro comercial Oasis Plaza, en cuyo interior se encuentra el único Burger King en mil kilómetros a la redonda y una tienda femenina de moda bautizada Zarina. Todo proyecta cierta imagen de precariedad. “El concepto de <em>calidad</em> no existía en la URSS y sigue siendo algo extraño a la cultura industrial rusa”, me explicó un diplomático occidental. “Los soviéticos eran capaces de fabricar un submarino nuclear, pero eran unos negados cuando tenían que diseñar algo que hiciera la vida más cómoda y agradable. Y así siguen”.</p><p></p><p>Los precios de los servicios de la ciudad se han disparado al rebufo de la expansión de la industria del petróleo y de los profesionales extranjeros del sector que recalan aquí y pagan en dólares y euros. Una celda monacal en el cochambroso hotel Sobol, donde nada funciona y es mejor no internarse en el baño, cuesta 115 euros.</p><p></p><p>Una cena a base de chuletón congelado y cerveza nacional en el restaurante La Caverna del Oso, decorado con un estilo limítrofe con el castillo de Drácula, rodeado de aspirantes a oligarcas y profesionales americanos de la industria del petróleo, no baja de los 70 euros. Después, algunos enfilan en dirección al único prostíbulo de la localidad.</p><p></p><p>Tras pasar muchas horas entre la tundra y la taiga con los ingenieros y geólogos rusos que gestionan los yacimientos petrolíferos de Repsol se aprenden tres cosas. La primera, el orgullo que les producen los logros académicos y científicos de su país. No se sienten ciudadanos de un Estado derrotado, tercermundista ni <em>emergente;</em> ni un <em>petroestado</em> que sobrevive gracias a las materias primas, sino de un Estado europeo rebosante de historia, cultura y con una sólida base industrial. “Aquí no se cayó el telón de acero, lo levantamos”, explica uno de ellos. “Sin ayuda de nadie, hicimos más tanques que Hitler, desarrollamos nuestra bomba atómica, mandamos al hombre al espacio y nos convertimos en los primeros productores de petróleo del mundo sin importar ni un tornillo de Occidente. ¿Sabe qué es lo que más exportamos en Rusia además de petróleo y gas?</p><p></p><p>Aquí no se cayó el telón de acero, lo levantamos, explica un operario de estos yacimientos petrolíferos</p><p style="margin-left: 20px"><p style="text-align: left">–Ni idea. ¿Carbón?</p> <p style="text-align: left">–Premios Nobel.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">Esa es la segunda lección que nos dan los rusos, les encantan los chistes y chascarrillos, y si son sobre rusos y política, mejor. La tercera lección es que cuando se ingiere vodka a su lado, ellos marcan el ritmo y la cantidad. Son los nativos. Cuando dicen hasta aquí hemos llegado, hasta aquí hemos llegado.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">Para alcanzar el yacimiento Syskonsyninskoye (SK) hay que viajar durante una hora por una excelente carretera que corta la taiga desde Nyagan hasta otra población nacida del petróleo, Priobye, de 7.000 habitantes: un villorrio en la orilla del Obi (en esta zona alcanza más de 500 metros de anchura) que se ha convertido en un gran centro logístico de la industria petrolera en esta región. De aquí zarpan las gabarras con capacidad para 500 toneladas de material que surten a los yacimientos en los meses del deshielo, y de aquí se parte también en helicóptero en dirección a los yacimientos SK.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">El helipuerto es una caseta de madera con una máquina de café y un retrete con taza turca en mitad de un polvoriento descampado. Un técnico de la empresa petrolera estadounidense Halliburton se encarga de advertirnos de que <a href="http://elpais.com/internacional/2012/04/02/actualidad/1333336756_345169.html">viajar en helicóptero en Siberia es una actividad de alto riesgo</a>: “Todos los años se cae uno”. También nos informa de que el viejo Mi-8, de fabricación rusa y capacidad para 20 personas, es “material de desecho del ejército”. El baqueteado aparato va cargado hasta los topes de alimentos, agua y piezas de recambio; los pasajeros, en su mayoría jóvenes ucranios y tártaros de rostro curtido y ropa de trabajo, van a relevar a sus compañeros. E</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">stos hombres del petróleo (en Rusia les denominan <em>neftyanik)</em> trabajan 12 horas diarias durante 28 días y libran otros 28. Son tipos duros que no abren la boca durante el par de horas del vuelo. La mayoría dormita. “Desde que te montas en el helicóptero solo te planteas trabajar y dormir y que el tiempo corra”. Su sueldo oscila entre los 1.000 y los 1.800 euros al mes.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">A 300 kilómetros de la civilización, el asentamiento que alberga los pozos de Syskonsyninskoye proyecta una desolación infinita. El suelo y el cielo se confunden: son del mismo tono frío y gris.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">El aire es áspero como una lija; hace daño. El conjunto, que se extiende a lo largo de 600 kilómetros cuadrados, ofrece un aspecto absurdo e irreal, como una cicatriz en plena taiga. Se han talado bosques y cubierto el terreno de arena para proporcionarle solidez y contrarrestar el avance de la ciénaga.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">Todo está sembrado de válvulas y tuberías. Es la imagen básica de este negocio. En invierno, la altura de la nieve alcanza aquí dos metros; con el deshielo, el paisaje se vuelve más triste. El conjunto SK, capitaneado por Repsol, está formado por 11 pozos de extracción (5 en explotación y 6 en construcción), una planta de procesamiento del gas (donde se le separa del agua y otras sustancias y se homogeneiza para su consumo), una planta de almacenamiento y un gasoducto de cinco kilómetros que conecta con la red de Gazprom, que se encargará de distribuirlo por el país y lanzarlo al exterior.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">Junto a la planta, iluminada día y noche por una enorme antorcha de gas, está el campamento: media docena de contenedores donde viven los 40 trabajadores. Uno cumple las funciones de baño; otro, de comedor. No hay más. Al frente de la cocina están las dos únicas mujeres. No paran de bromear. Hay siete turnos para almorzar. La comida de hoy es sopa de patata y empanada de carne. Café o té. El alcohol está prohibido.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">A bordo de un viejo microbús 4×4 recorremos los 12 kilómetros que separan la planta del pozo número 4, donde se perfora desde hace dos semanas. El gas está a solo 220 metros bajo nuestros pies. La rudimentaria torre de perforación está a cargo de una cuadrilla de ucranios. Son tipos rudos con años de experiencia en los yacimientos de toda la antigua URSS. Están empapados de barro y grasa. En estos pozos se trabaja 24 horas al día. De noche, bajo los focos, el campo adquiere un aire fantasmal.</p> <p style="text-align: left"></p> <p style="text-align: left">Es un trabajo duro y sucio; gélido en invierno y sofocante en verano; se perfora con la misma técnica que hace 50 años. Uno de los <em>neftyanik,</em> el <em>driller,</em> dirige la operación; detiene y acelera la perforación con una antediluviana palanca de freno. A continuación se van introduciendo los tubos en el pozo hasta el yacimiento. Otro operario los dirige con precisión al orificio colgado de un arnés a 20 metros de altura; es el <em>monkey</em>, una especie de trapecista de la industria del petróleo. La estrategia, la economía y la influencia mundial en torno al gas y el petróleo descansan al final en las manos de estos trabajadores imperturbables con el rostro tiznado de polvo, cieno y grasa. Cuando abandonamos el pozo, no nos dirigen ni una mirada. Son muy orgullosos. Ellos son los héroes del petróleo.</p></p> <p style="margin-left: 20px"><a href="http://elpais.com/elpais/2014/05/28/eps/1401272989_810256.html">http://elpais.com/elpais/2014/05/28/eps/1401272989_810256.html</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Sebastian, post: 1572256, member: 8629"] [SIZE=3]Parte 2[/SIZE] [CENTER][SIZE=7][B]El oro negro de Moscú[/B][/SIZE][/CENTER] El jefe de la Oficina Comercial de la Embajada española en Moscú, el economista del Estado Luis Alberto Cacho, coincide con esa reflexión, pero aporta una señal de alarma hacia ese equilibrio precario: “El problema es que los ingentes ingresos del petróleo provocan que no se avance en una diversificación del modelo productivo. Y en estos momentos el país se enfrenta a un escenario de costes crecientes y rendimientos menguantes en la industria petrolera. El modelo debe revisarse, dando entrada a nuevos actores, empresas extranjeras ([URL='http://elpais.com/economia/2014/04/18/agencias/1397841581_535786.html']sobre todo en el Ártico[/URL], que debe tomar el relevo de Siberia como gran yacimiento ruso) que aporten tecnología y enseñen a los rusos las modernas técnicas del [I]offshore[/I] (la producción en los lechos marinos), la extracción de petróleos no convencionales, la fabricación de productos refinados con mayor valor añadido y, sobre todo, la incorporación de estándares de seguridad, detección de escapes y respeto por el medio ambiente de los que la industria del petróleo rusa ha estado ausente desde la autarquía soviética”. La última reflexión la realiza el economista Vladímir Konovalov, director ejecutivo del Petroleum Advisory Forum, con sede en Moscú: “Tenemos que empezar a entender en Rusia el sector del petróleo como una fuente de conocimiento, innovación y tecnología que tire de toda la industria, y no como una vaca que te limitas a ordeñar para financiar las alegrías del Estado. Las empresas públicas rusas del petróleo (es decir, las grandes) deben ser más eficientes, y eso supone que nos abramos a la competencia y se controle la corrupción. En Estados Unidos, la revolución del [I]nuevo petróleo,[/I] la recuperación de los pozos [I]maduros,[/I] la han emprendido empresas medianas que se han aliado con las [I]majors;[/I] el [I]renacimiento[/I] americano es una obra de la iniciativa privada. Y esas empresas ya cuentan en su conjunto con más de la mitad de la producción de petróleo en EE UU y están en cabeza de la innovación. Debemos tomar nota, abrirles las puertas y no machacarles a impuestos. En Rusia ya se ha empezado a notar esa nueva manera de ver las cosas con un acuerdo de 450.000 millones de euros [URL='http://elpais.com/economia/2011/08/30/actualidad/1314689580_850215.html']entre la [I]major[/I] americana Exxon (la primera mundial) y Rosneft (la primera rusa)[/URL] para explorar el Ártico. A cambio, Rosneft ha entrado en Estados Unidos y va a aprender mucho”. [CENTER]Vladímir Konovalov, economista: Tenemos que empezar a entender en rusia el sector del petróleo como una fuente de innovación que tire de la economía[/CENTER] Uno de los escasos [I]actores extranjeros[/I] que ha logrado penetrar en el opaco sector del petróleo ruso (cerrado durante el comunismo y hoy solo entreabierto) es Repsol, [URL='http://elpais.com/internacional/2014/05/21/actualidad/1400696632_457798.html']la multinacional española de la energía, que empezó a introducirse en Rusia en 2006[/URL]. Partiendo de cero. Como una apuesta estratégica de la compañía. Lo explica su responsable en Rusia, el ingeniero Fernando Martínez Fresneda: “Aterricé solo, sin contactos, con una habitación de hotel como oficina y una tarjeta de crédito. No hablaba el idioma ni conocía el sistema. Aquí todo es diferente, la Administración, la legislación, los protocolos. Teníamos todo por hacer. Lo primero, formar un equipo; ya tenemos gente muy joven rusa bien formada y con idiomas y mentalidad occidental, y también técnicos que provienen de la era soviética. Y hemos entrado en el país líder mundial del gas y el petróleo”. [B]–¿Qué podía ofrecer Repsol a los rusos?[/B] –Nuestra tecnología; sobre todo en la detección de yacimientos, a través de nuestros avanzados sistemas de procesamiento de datos sísmicos. Y la experiencia de [URL='http://elpais.com/diario/2009/11/22/eps/1258874813_850215.html']haber explorado y producido petróleo en aguas profundas de Brasil[/URL] y el golfo de México, y en otro tipo de yacimientos en Libia, Perú, Venezuela, Alaska y Bolivia. Teníamos un prestigio y un tamaño que nos convertía en un buen socio tecnológico. Podíamos aportar nuestros estándares de seguridad y responsabilidad social en temas ambientales. Comenzamos a movernos, a tejer alianzas, a comprar activos, a crearnos un nombre. Así llegamos al [URL='http://elpais.com/economia/2011/12/20/actualidad/1324369983_850215.html']acuerdo de 2011 con Alliance Oil Company[/URL], una petrolera propiedad de los Bazhaew, una riquísima familia chechena aliada del presidente Putin. Para entrar aquí en el negocio solo puedes hacerlo de la mano de una de sus compañías. Con Alliance hemos creado AROG, una sociedad conjunta con activos por valor de 800 millones de euros y que produce 25.000 barriles diarios. A partir de ahí queremos estar presentes en toda la aventura del Ártico, donde menos del 10% del territorio está explorado. Junto a los técnicos (rusos) de Repsol, un ingeniero, Alexander, y una economista, Alena, viajaremos hasta Siberia; nos vamos a sumergir a su lado en los yacimientos más recónditos de la compañía española en Rusia (que ya cuenta en el territorio de la Federación con 27 bloques de petróleo y gas; desde Siberia hasta los Urales y el Ártico). Nyagan será nuestra puerta de entrada en Siberia Occidental. Aquí termina la civilización. Más allá, a 300 kilómetros en helicóptero, está el campo de gas Syskonsyninskoye (SK), en el mismo corazón de ninguna parte. Nyagan tiene 50.000 habitantes y es [I]ciudad[/I] solo desde 1985, gracias a la fiebre del oro negro. Antes no tenía nombre ni personalidad jurídica; era lo que en la URSS denominaban “una aldea de trabajo”: un pequeño asentamiento maderero creado a finales de los cuarenta que sirvió como lugar de confinamiento para los presos del [I]gulag[/I] que, tras cumplir sus penas, eran obligados a vivir en Siberia a perpetuidad. Algunas viejas isbas (primitivas casas de madera construidas a golpe de hacha) en los márgenes de la población son los últimos vestigios de la era estalinista. Están habitadas por ancianos que llegaron a trabajar aquí en los sesenta. Su interior es mísero, sin apenas muebles; la única decoración son raídas alfombras en los suelos y las paredes. El calor es sofocante. A todas ellas llega por grandes tuberías el agua caliente cortesía de Gazprom. Muy cerca, un olvidado monumento de estilo realismo social, rodeado de barro y sembrado de héroes y banderas rojas, recuerda a los caídos en la Gran Guerra Patria: la II Guerra Mundial. [IMG]http://ep01.epimg.net/elpais/imagenes/2014/05/28/eps/1401272989_810256_1401273502_sumario_normal.jpg[/IMG] Nyagan no fue reconocida como ciudad por la URSS hasta 1985. / Alfredo Cáliz A medida que uno se aleja del centro de Nyagan, todo se vuelve más inhóspito. Las callejuelas, sin asfaltar y anegadas de sucios charcos; los bloques soviéticos de los setenta, inquietantes y destartalados. No hay gente por las calles, ni bares ni restaurantes, aunque sí una solemne catedral ortodoxa frecuentada por octogenarias con la cabeza y el rostro cubiertos. En algunos edificios de la era soviética, que en su proyecto inicial carecían de locales comerciales (no había nada que vender), se han adosado a sus fachadas unas baratas estructuras de cristal y pvc que albergan pequeños supermercados. No se divisa ni un policía. Hay coches decrépitos del comunismo y carísimos todoterrenos alemanes. El orgullo de la ciudad es la avenida de Lenin, la arteria central, en cuyos márgenes han surgido un parque público, presidido por una estatua de San Jorge, y varios edificios modernos de apartamentos; entre ellos, el centro comercial Oasis Plaza, en cuyo interior se encuentra el único Burger King en mil kilómetros a la redonda y una tienda femenina de moda bautizada Zarina. Todo proyecta cierta imagen de precariedad. “El concepto de [I]calidad[/I] no existía en la URSS y sigue siendo algo extraño a la cultura industrial rusa”, me explicó un diplomático occidental. “Los soviéticos eran capaces de fabricar un submarino nuclear, pero eran unos negados cuando tenían que diseñar algo que hiciera la vida más cómoda y agradable. Y así siguen”. Los precios de los servicios de la ciudad se han disparado al rebufo de la expansión de la industria del petróleo y de los profesionales extranjeros del sector que recalan aquí y pagan en dólares y euros. Una celda monacal en el cochambroso hotel Sobol, donde nada funciona y es mejor no internarse en el baño, cuesta 115 euros. Una cena a base de chuletón congelado y cerveza nacional en el restaurante La Caverna del Oso, decorado con un estilo limítrofe con el castillo de Drácula, rodeado de aspirantes a oligarcas y profesionales americanos de la industria del petróleo, no baja de los 70 euros. Después, algunos enfilan en dirección al único prostíbulo de la localidad. Tras pasar muchas horas entre la tundra y la taiga con los ingenieros y geólogos rusos que gestionan los yacimientos petrolíferos de Repsol se aprenden tres cosas. La primera, el orgullo que les producen los logros académicos y científicos de su país. No se sienten ciudadanos de un Estado derrotado, tercermundista ni [I]emergente;[/I] ni un [I]petroestado[/I] que sobrevive gracias a las materias primas, sino de un Estado europeo rebosante de historia, cultura y con una sólida base industrial. “Aquí no se cayó el telón de acero, lo levantamos”, explica uno de ellos. “Sin ayuda de nadie, hicimos más tanques que Hitler, desarrollamos nuestra bomba atómica, mandamos al hombre al espacio y nos convertimos en los primeros productores de petróleo del mundo sin importar ni un tornillo de Occidente. ¿Sabe qué es lo que más exportamos en Rusia además de petróleo y gas? Aquí no se cayó el telón de acero, lo levantamos, explica un operario de estos yacimientos petrolíferos [INDENT][LEFT]–Ni idea. ¿Carbón? –Premios Nobel. Esa es la segunda lección que nos dan los rusos, les encantan los chistes y chascarrillos, y si son sobre rusos y política, mejor. La tercera lección es que cuando se ingiere vodka a su lado, ellos marcan el ritmo y la cantidad. Son los nativos. Cuando dicen hasta aquí hemos llegado, hasta aquí hemos llegado. Para alcanzar el yacimiento Syskonsyninskoye (SK) hay que viajar durante una hora por una excelente carretera que corta la taiga desde Nyagan hasta otra población nacida del petróleo, Priobye, de 7.000 habitantes: un villorrio en la orilla del Obi (en esta zona alcanza más de 500 metros de anchura) que se ha convertido en un gran centro logístico de la industria petrolera en esta región. De aquí zarpan las gabarras con capacidad para 500 toneladas de material que surten a los yacimientos en los meses del deshielo, y de aquí se parte también en helicóptero en dirección a los yacimientos SK. El helipuerto es una caseta de madera con una máquina de café y un retrete con taza turca en mitad de un polvoriento descampado. Un técnico de la empresa petrolera estadounidense Halliburton se encarga de advertirnos de que [URL='http://elpais.com/internacional/2012/04/02/actualidad/1333336756_345169.html']viajar en helicóptero en Siberia es una actividad de alto riesgo[/URL]: “Todos los años se cae uno”. También nos informa de que el viejo Mi-8, de fabricación rusa y capacidad para 20 personas, es “material de desecho del ejército”. El baqueteado aparato va cargado hasta los topes de alimentos, agua y piezas de recambio; los pasajeros, en su mayoría jóvenes ucranios y tártaros de rostro curtido y ropa de trabajo, van a relevar a sus compañeros. E stos hombres del petróleo (en Rusia les denominan [I]neftyanik)[/I] trabajan 12 horas diarias durante 28 días y libran otros 28. Son tipos duros que no abren la boca durante el par de horas del vuelo. La mayoría dormita. “Desde que te montas en el helicóptero solo te planteas trabajar y dormir y que el tiempo corra”. Su sueldo oscila entre los 1.000 y los 1.800 euros al mes. A 300 kilómetros de la civilización, el asentamiento que alberga los pozos de Syskonsyninskoye proyecta una desolación infinita. El suelo y el cielo se confunden: son del mismo tono frío y gris. El aire es áspero como una lija; hace daño. El conjunto, que se extiende a lo largo de 600 kilómetros cuadrados, ofrece un aspecto absurdo e irreal, como una cicatriz en plena taiga. Se han talado bosques y cubierto el terreno de arena para proporcionarle solidez y contrarrestar el avance de la ciénaga. Todo está sembrado de válvulas y tuberías. Es la imagen básica de este negocio. En invierno, la altura de la nieve alcanza aquí dos metros; con el deshielo, el paisaje se vuelve más triste. El conjunto SK, capitaneado por Repsol, está formado por 11 pozos de extracción (5 en explotación y 6 en construcción), una planta de procesamiento del gas (donde se le separa del agua y otras sustancias y se homogeneiza para su consumo), una planta de almacenamiento y un gasoducto de cinco kilómetros que conecta con la red de Gazprom, que se encargará de distribuirlo por el país y lanzarlo al exterior. Junto a la planta, iluminada día y noche por una enorme antorcha de gas, está el campamento: media docena de contenedores donde viven los 40 trabajadores. Uno cumple las funciones de baño; otro, de comedor. No hay más. Al frente de la cocina están las dos únicas mujeres. No paran de bromear. Hay siete turnos para almorzar. La comida de hoy es sopa de patata y empanada de carne. Café o té. El alcohol está prohibido. A bordo de un viejo microbús 4×4 recorremos los 12 kilómetros que separan la planta del pozo número 4, donde se perfora desde hace dos semanas. El gas está a solo 220 metros bajo nuestros pies. La rudimentaria torre de perforación está a cargo de una cuadrilla de ucranios. Son tipos rudos con años de experiencia en los yacimientos de toda la antigua URSS. Están empapados de barro y grasa. En estos pozos se trabaja 24 horas al día. De noche, bajo los focos, el campo adquiere un aire fantasmal. Es un trabajo duro y sucio; gélido en invierno y sofocante en verano; se perfora con la misma técnica que hace 50 años. Uno de los [I]neftyanik,[/I] el [I]driller,[/I] dirige la operación; detiene y acelera la perforación con una antediluviana palanca de freno. A continuación se van introduciendo los tubos en el pozo hasta el yacimiento. Otro operario los dirige con precisión al orificio colgado de un arnés a 20 metros de altura; es el [I]monkey[/I], una especie de trapecista de la industria del petróleo. La estrategia, la economía y la influencia mundial en torno al gas y el petróleo descansan al final en las manos de estos trabajadores imperturbables con el rostro tiznado de polvo, cieno y grasa. Cuando abandonamos el pozo, no nos dirigen ni una mirada. Son muy orgullosos. Ellos son los héroes del petróleo.[/LEFT] [url]http://elpais.com/elpais/2014/05/28/eps/1401272989_810256.html[/url][/INDENT] [/QUOTE]
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