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<blockquote data-quote="Barbanegra" data-source="post: 1375741" data-attributes="member: 10064"><p style="text-align: center"><u><span style="font-size: 22px"><strong>¿Es el retorno de Al Qaeda?</strong></span></u></p><p></p><p>EN poco más de un mes, tres atentados atribuibles al terrorismo internacional de raíz confesional han sacudido Boston (15 de abril), Londres (22 de mayo) y París (25 de mayo). Aunque el primero fue mediante dos artefactos que explotaron durante la maratón que se celebraba en la ciudad y los otros dos fueron sendos ataques con arma blanca contra un militar, los tres comparten que fueron realizados por <em>lobos solitarios</em>, jóvenes musulmanes marginados y sin conexión aparente con ningún grupo radical organizado. En el caso de Boston, la autoría fue atribuida a dos hermanos de origen checheno que residían en Estados Unidos desde 2003. El mayor, Tamerlan, que murió en un enfrentamiento con la policía durante la persecución que se inició tras el atentado, había abandonado los estudios universitarios, estaba casado con una mujer norteamericana con la que tenía una hija de tres años y practicaba el boxeo. El menor, Dzhojar, tenía la ciudadanía estadounidense desde septiembre de 2012 y se había matriculado en la Universidad de Massachusetts en otoño de 2011.</p><p></p><p>En el caso de Londres, los dos jóvenes británicos de origen nigeriano, Michael Adebowale y Michael Adebolajo, no huyeron de la escena del crimen tras matar al soldado Lee Rigby, sino que, en un estado de excitación considerable y cubiertos con sangre de su víctima, denunciaron ante las cámaras de los teléfonos móviles de los transeúntes las acciones militares de los países occidentales en Iraq y Afganistán hasta que fueron abatidos a tiros y detenidos por la policía. Ambos eran cristianos convertidos al islam y conocidos por los servicios secretos británicos (Abedolajo había sido detenido en Kenia hace tres años por su presunta vinculación a un grupo relacionado con Al Qaeda). El autor confeso del intento de asesinato de París, un joven francés de 22 años llamado Alexandre, dijo que se había convertido al islam radical hacía unos años. Procede de la periferia urbana de París, había tenido problemas de adaptación en el colegio, había roto con su familia y tenía antecedentes penales: robos y posesión de armas. El ataque al soldado francés fue improvisado -había comprado los cuchillos en unos grandes almacenes solo una hora antes- y todo parece indicar que actuó por mimetismo con el asesinato de Londres.</p><p></p><p>Hasta aquí lo que se conoce a día de hoy de los hechos y sus autores. Todo induce a pensar que nuevas formas de terrorismo internacional se están abriendo paso tras la desaparición de Al Qaeda o su incapacidad operativa tras la captura o el asesinato extrajudicial de sus principales dirigentes. ¿Qué está sucediendo? ¿Hasta qué punto hay motivos de alarma? ¿Cómo reaccionar?</p><p></p><p>Lo primero que conviene recordar es que no sería prudente caer de nuevo en una respuesta equivocada, como sucedió después del 11-S y los atentados de marzo de 2004 y julio de 2005 en Madrid y Londres, respectivamente. Durante una década, la opinión pública y publicada occidental vivió secuestrada por la larga sombra de la amenaza de Al Qaeda que, sin embargo, ha acabado fruto de sus propias contradicciones internas: la imposibilidad de transformar la jihad local (Chechenia, Cachemir, Afganistán, Iraq…), de donde debían proceder los futuros militantes, en jihad global; su profundo antichiismo -atentados indiscriminados en Pakistán, Afganistán, Iraq…- que ha impedido que su discurso penetrara entre las poblaciones musulmanes chiíes y que ha acabado por descalificarlo incluso entre las poblaciones musulmanes suníes que veían cómo los atentados de Al Qaeda minaban la cohesión social y nacional de sus países. Pero desde Occidente se identificó durante diez años a Al Qaeda con el islam olvidando que su discurso era muy minoritario e incluso combatido por la gran mayoría de los musulmanes. La consecuencia fue renunciar a determinadas libertades supuestamente en aras de la seguridad. Las revueltas árabes, con independencia de su resultado, han venido a demostrar la marginalidad y la escasa incidencia del discurso de Al Qaeda entre las poblaciones musulmanas. Ahora no se trata del retorno de Al Qaeda sino de su perniciosa herencia asumida por fanáticos solitarios sin una organización detrás.</p><p></p><p>No obstante, la obsesión occidental por Al Qaeda, que dio un giro tras el discurso de junio de 2009 de Barack Obama en El Cairo, dejó en la penumbra otros factores que alimentan la marginalidad y la radicalización de jóvenes musulmanes poco integrados en el sistema: los horrores de las guerras y las ocupaciones de Afganistán e Iraq -denuncias de torturas incluidas- que han causado la muerte de decenas de miles de víctimas civiles; los problemas de marginación social -fracaso escolar, dificultades para encontrar trabajo, proliferación de guetos en las grandes ciudades europeas, rechazo social, afrentas de todo tipo...- en que se desenvuelven los inmigrantes musulmanes de primera o de segunda generación como en Londres y París o como han puesto de manifiesto los recientes disturbios en los suburbios de Estocolmo, que tanto recuerdan a los de los banlieues franceses del otoño de 2005; o el crecimiento de la islamofobia, de las actitudes xenófobas y de la extrema derecha en muchos países europeos.</p><p></p><p>Así pues no estamos ante un retorno de Al Qaeda, más allá de su presencia en Iraq, Yemen y, posiblemente, en Libia y Siria -en Afganistán y Pakistán siempre ha contado con una base bastante amplia aunque con pocas posibilidades de actuar fuera de los territorios tribales pastunes y del sureste de Afganistán-, sino ante la asunción individual de su discurso por jóvenes musulmanes marginados y radicalizados en sociedades occidentales procedentes de la inmigración de primera o de segunda generación. Es obvio que la amenaza es real y difícil de combatir puesto que ya no se trata de grandes atentados indiscriminados (con la excepción de Boston, donde hubo tres víctimas mortales y doscientos sesenta heridos) perpetrados por organizaciones terroristas que dejan un rastro, sino de atentados llevados a cabo por l<em>obos solitarios</em> que, incluso, como sucedió en París, son fruto de la improvisación o de una decisión tomada poco antes de cometer el atentado y por mimetismo con lo que había sucedido en Londres tres días antes. No se trata ya de objetivos escogidos y de atentados minuciosamente preparados durante meses, sino de víctimas elegidas al azar pero con una evidente significación institucional: miembros de las fuerzas armadas, como los perpetrados por Mohamed Merah en Toulouse y Montauban durante la campaña presidencial francesa de la primavera de 2012.</p><p></p><p>Esta transformación del terrorismo internacional no debe llevar a cometer los mismos errores que entre 2001 y 2009. No se combate con nuevas guerras que solo conducen al desastre y a la radicalización de nuevas generaciones de musulmanes; no se elimina con la adopción de discursos xenófobos ni adoptando los postulados políticos de la extrema derecha. Hay que ser conscientes de que las nuevas formas de este tipo de terrorismo solo tienen de internacional las referencias discursivas y la invocación a los crímenes cometidos por Occidente en países musulmanes, pero su gestación y sus concreciones son locales. Son, en buena medida, fruto de las contradicciones y las exclusiones internas de las sociedades occidentales, se alimentan de ellas y del fracaso del modelo multicultural que lleva a la formación de guetos y de colectivos discriminados. Son, en suma, la expresión de una marginalidad y unas situaciones injustas que solo pueden combatirse con ideas, con la mejora de la calidad democrática de las sociedades occidentales y con un sistema social más justo y equitativo que favorezca la integración y la cohesión social.</p><p></p><p>Sin embargo, la crisis económica que padece Europa desde 2007 alimenta este nuevo tipo de terrorismo y no ayuda a encarar eficazmente la amenaza que representa. Mientras, más allá de las proclamas y justificaciones que puedan aducir los terroristas, no se sea consciente de que el problema es interno a nuestras sociedades y que debe solucionarse internamente, no se estará en el camino de combatir con éxito esta nueva amenaza. Por el contrario, mientras se ponga el foco solo en los colectivos de inmigrantes musulmanes -o de otras religiones o culturas- y no en las condiciones de vida a que se ven condenados en Occidente lo único que se conseguirá es dar alas al discurso excluyente y racista de la extrema derecha europea. Y ese, sin duda, ya nos dice la historia europea que no es un buen camino.</p><p></p><p><a href="http://www.deia.com/2013/06/10/opinion/tribuna-abierta/es-el-retorno-de-al-qaeda">http://www.deia.com/2013/06/10/opinion/tribuna-abierta/es-el-retorno-de-al-qaeda</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Barbanegra, post: 1375741, member: 10064"] [CENTER][U][SIZE=6][B]¿Es el retorno de Al Qaeda?[/B][/SIZE][/U][/CENTER] EN poco más de un mes, tres atentados atribuibles al terrorismo internacional de raíz confesional han sacudido Boston (15 de abril), Londres (22 de mayo) y París (25 de mayo). Aunque el primero fue mediante dos artefactos que explotaron durante la maratón que se celebraba en la ciudad y los otros dos fueron sendos ataques con arma blanca contra un militar, los tres comparten que fueron realizados por [I]lobos solitarios[/I], jóvenes musulmanes marginados y sin conexión aparente con ningún grupo radical organizado. En el caso de Boston, la autoría fue atribuida a dos hermanos de origen checheno que residían en Estados Unidos desde 2003. El mayor, Tamerlan, que murió en un enfrentamiento con la policía durante la persecución que se inició tras el atentado, había abandonado los estudios universitarios, estaba casado con una mujer norteamericana con la que tenía una hija de tres años y practicaba el boxeo. El menor, Dzhojar, tenía la ciudadanía estadounidense desde septiembre de 2012 y se había matriculado en la Universidad de Massachusetts en otoño de 2011. En el caso de Londres, los dos jóvenes británicos de origen nigeriano, Michael Adebowale y Michael Adebolajo, no huyeron de la escena del crimen tras matar al soldado Lee Rigby, sino que, en un estado de excitación considerable y cubiertos con sangre de su víctima, denunciaron ante las cámaras de los teléfonos móviles de los transeúntes las acciones militares de los países occidentales en Iraq y Afganistán hasta que fueron abatidos a tiros y detenidos por la policía. Ambos eran cristianos convertidos al islam y conocidos por los servicios secretos británicos (Abedolajo había sido detenido en Kenia hace tres años por su presunta vinculación a un grupo relacionado con Al Qaeda). El autor confeso del intento de asesinato de París, un joven francés de 22 años llamado Alexandre, dijo que se había convertido al islam radical hacía unos años. Procede de la periferia urbana de París, había tenido problemas de adaptación en el colegio, había roto con su familia y tenía antecedentes penales: robos y posesión de armas. El ataque al soldado francés fue improvisado -había comprado los cuchillos en unos grandes almacenes solo una hora antes- y todo parece indicar que actuó por mimetismo con el asesinato de Londres. Hasta aquí lo que se conoce a día de hoy de los hechos y sus autores. Todo induce a pensar que nuevas formas de terrorismo internacional se están abriendo paso tras la desaparición de Al Qaeda o su incapacidad operativa tras la captura o el asesinato extrajudicial de sus principales dirigentes. ¿Qué está sucediendo? ¿Hasta qué punto hay motivos de alarma? ¿Cómo reaccionar? Lo primero que conviene recordar es que no sería prudente caer de nuevo en una respuesta equivocada, como sucedió después del 11-S y los atentados de marzo de 2004 y julio de 2005 en Madrid y Londres, respectivamente. Durante una década, la opinión pública y publicada occidental vivió secuestrada por la larga sombra de la amenaza de Al Qaeda que, sin embargo, ha acabado fruto de sus propias contradicciones internas: la imposibilidad de transformar la jihad local (Chechenia, Cachemir, Afganistán, Iraq…), de donde debían proceder los futuros militantes, en jihad global; su profundo antichiismo -atentados indiscriminados en Pakistán, Afganistán, Iraq…- que ha impedido que su discurso penetrara entre las poblaciones musulmanes chiíes y que ha acabado por descalificarlo incluso entre las poblaciones musulmanes suníes que veían cómo los atentados de Al Qaeda minaban la cohesión social y nacional de sus países. Pero desde Occidente se identificó durante diez años a Al Qaeda con el islam olvidando que su discurso era muy minoritario e incluso combatido por la gran mayoría de los musulmanes. La consecuencia fue renunciar a determinadas libertades supuestamente en aras de la seguridad. Las revueltas árabes, con independencia de su resultado, han venido a demostrar la marginalidad y la escasa incidencia del discurso de Al Qaeda entre las poblaciones musulmanas. Ahora no se trata del retorno de Al Qaeda sino de su perniciosa herencia asumida por fanáticos solitarios sin una organización detrás. No obstante, la obsesión occidental por Al Qaeda, que dio un giro tras el discurso de junio de 2009 de Barack Obama en El Cairo, dejó en la penumbra otros factores que alimentan la marginalidad y la radicalización de jóvenes musulmanes poco integrados en el sistema: los horrores de las guerras y las ocupaciones de Afganistán e Iraq -denuncias de torturas incluidas- que han causado la muerte de decenas de miles de víctimas civiles; los problemas de marginación social -fracaso escolar, dificultades para encontrar trabajo, proliferación de guetos en las grandes ciudades europeas, rechazo social, afrentas de todo tipo...- en que se desenvuelven los inmigrantes musulmanes de primera o de segunda generación como en Londres y París o como han puesto de manifiesto los recientes disturbios en los suburbios de Estocolmo, que tanto recuerdan a los de los banlieues franceses del otoño de 2005; o el crecimiento de la islamofobia, de las actitudes xenófobas y de la extrema derecha en muchos países europeos. Así pues no estamos ante un retorno de Al Qaeda, más allá de su presencia en Iraq, Yemen y, posiblemente, en Libia y Siria -en Afganistán y Pakistán siempre ha contado con una base bastante amplia aunque con pocas posibilidades de actuar fuera de los territorios tribales pastunes y del sureste de Afganistán-, sino ante la asunción individual de su discurso por jóvenes musulmanes marginados y radicalizados en sociedades occidentales procedentes de la inmigración de primera o de segunda generación. Es obvio que la amenaza es real y difícil de combatir puesto que ya no se trata de grandes atentados indiscriminados (con la excepción de Boston, donde hubo tres víctimas mortales y doscientos sesenta heridos) perpetrados por organizaciones terroristas que dejan un rastro, sino de atentados llevados a cabo por l[I]obos solitarios[/I] que, incluso, como sucedió en París, son fruto de la improvisación o de una decisión tomada poco antes de cometer el atentado y por mimetismo con lo que había sucedido en Londres tres días antes. No se trata ya de objetivos escogidos y de atentados minuciosamente preparados durante meses, sino de víctimas elegidas al azar pero con una evidente significación institucional: miembros de las fuerzas armadas, como los perpetrados por Mohamed Merah en Toulouse y Montauban durante la campaña presidencial francesa de la primavera de 2012. Esta transformación del terrorismo internacional no debe llevar a cometer los mismos errores que entre 2001 y 2009. No se combate con nuevas guerras que solo conducen al desastre y a la radicalización de nuevas generaciones de musulmanes; no se elimina con la adopción de discursos xenófobos ni adoptando los postulados políticos de la extrema derecha. Hay que ser conscientes de que las nuevas formas de este tipo de terrorismo solo tienen de internacional las referencias discursivas y la invocación a los crímenes cometidos por Occidente en países musulmanes, pero su gestación y sus concreciones son locales. Son, en buena medida, fruto de las contradicciones y las exclusiones internas de las sociedades occidentales, se alimentan de ellas y del fracaso del modelo multicultural que lleva a la formación de guetos y de colectivos discriminados. Son, en suma, la expresión de una marginalidad y unas situaciones injustas que solo pueden combatirse con ideas, con la mejora de la calidad democrática de las sociedades occidentales y con un sistema social más justo y equitativo que favorezca la integración y la cohesión social. Sin embargo, la crisis económica que padece Europa desde 2007 alimenta este nuevo tipo de terrorismo y no ayuda a encarar eficazmente la amenaza que representa. Mientras, más allá de las proclamas y justificaciones que puedan aducir los terroristas, no se sea consciente de que el problema es interno a nuestras sociedades y que debe solucionarse internamente, no se estará en el camino de combatir con éxito esta nueva amenaza. Por el contrario, mientras se ponga el foco solo en los colectivos de inmigrantes musulmanes -o de otras religiones o culturas- y no en las condiciones de vida a que se ven condenados en Occidente lo único que se conseguirá es dar alas al discurso excluyente y racista de la extrema derecha europea. Y ese, sin duda, ya nos dice la historia europea que no es un buen camino. [url]http://www.deia.com/2013/06/10/opinion/tribuna-abierta/es-el-retorno-de-al-qaeda[/url] [/QUOTE]
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