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Area Militar General
Malvinas 1982
Noticias relativas al conflicto
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<blockquote data-quote="BIGUA82" data-source="post: 2207405" data-attributes="member: 14958"><p>CLARIN 02 DE ABRL DE 2017</p><p></p><p>A 35 años de Malvinas</p><p></p><p><span style="font-size: 22px"><strong>La receta de los escones</strong></span></p><p>Una historia de hospitalidad en mitad de la guerra.</p><p></p><p><img src="http://images.clarin.com/2017/04/01/HJilSiT2g_930x525.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p></p><p></p><p>En una hoja con renglones, una letra redonda algo ladeada hacia la derecha da las onzas exactas, las cucharadas precisas y las pintas justas para cocinar los escones, siguiendo la tradición británica. La receta (de la foto de esta página) viajó desde las Islas Malvinas hacia el continente, entre las pocas cosas que tenía el piloto argentino Alberto Phillipi. El piloto se había eyectado de su avión el 21 de mayo de 1982. Cayó al mar, nadó hasta llegar a la costa, caminó hacia el sur durante tres días hasta que se encontró con Tony Blake, un isleño que gerenciaba una de las estancias de propiedad británica. Lo que siguió fue una historia de hospitalidad en mitad de la guerra.</p><p></p><p>Blake lo hospedó en su casa, previo pacto de caballeros. Phillipi le había pedido que lo entregara a las tropas argentinas; Blake, que en su casa no hiciera nada que provocara una situación incómoda. Deshidratado, Phillipi bebió agua, se bañó, recibió ropa limpia, buena comida y se deleitó con los escones que le preparó la esposa del dueño de casa.</p><p></p><p>Una mañana llegaron los argentinos a buscar al piloto. El mensaje les había llegado correctamente. Phillipi volvió al continente con la receta que antes de partir le había escrito Lyn, la esposa de Blake. La guerra terminó y los dos hombres siguieron en contacto, primero por radio y después por mail. También se visitaron. La primera vez que Phillipi volvió a las Islas llevó la receta de los escones, ahora cambiada al sistema internacional de unidades y, claro, en castellano. Su esposa la había traducido para que estuviera en Malvinas con los gramos, las cucharadas y los litros precisos.</p><p></p><p><img src="http://images.clarin.com/2017/04/01/HJilSiT2g_720x0.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" /></p><p>A 35 años de Malvinas</p><p></p><p></p><p></p><p><strong>Alberto Phillipi</strong></p><p></p><p><u>Piloto de caza de Skyhawk</u></p><p></p><p>"Eyectarse del avión es como tener que abandonar a un amigo herido. Adentro uno se siente seguro, tiene calefacción, aire acondicionado, combustible y municiones para defenderse en caso de ser atacado. Es duro abandonar toda esa seguridad y pasar a estar en un medio ambiente desconocido. Es como el comandante que abandona su buque.</p><p></p><p>"Cuando me eyecté, a una velocidad muy superior a la máxima permitida, me desmayé. Recuperé el conocimiento cayendo con el paracaídas sobre el estrecho de San Carlos. Seguí el procedimiento de emergencia: inflé el bote y el chaleco salvavidas, caí al agua. El paracaídas se aplastó y me fue arrastrando hacia la costa.</p><p></p><p>"A unos cien metros, más o menos, antes de tocar tierra quedé enredado en los cachiyuyos, unas algas. Entonces saqué el cuchillo de supervivencia y corté todo lo que me unía al agua. Cuando finalmente llegué a la costa estaba agotado, no podía incorporarme. En cuatro patas me alejé del mar. Quedé tirado de espaldas, intentando recuperar el aliento mientras seguía viendo a los aviones en combate arriba mío.</p><p></p><p>"Eran las cuatro de la tarde y sabía que a las cinco, cuando se pone el sol, la temperatura baja en picada. Así que me preocupé por buscar un lugar reparado y cavé con el cuchillo un pozo de zorro, que es una cueva de medio metro de profundidad donde cabía acurrucado, sería mi refugio para pasar la noche. Logré dormir, aunque cada tanto me despertaba tiritando de frío. Al día siguiente, como no quería caer prisionero de los ingleses, agarré todos mis petates y empecé a caminar hacia el sur. Lo hice durante tres días. Al tercero enganché un corderito, lo degollé, lo cuereé, lo desviceré y lo cociné. Con las bengalas logré quemar la turba para el fuego. Comí un poco, me guardé el resto y seguí caminando.</p><p></p><p>"Al cuarto día vi a un grupo de tres vehículos. Les hice señas con mi espejo y giraron hacia mí. Cuando estaban a unos doscientos metros vi que eran dos tractores. Ahí fue cuando me arrepentí de haber hecho señas porque eran evidentemente ingleses o kelpers.</p><p></p><p>"Se bajaron varios ocupantes, los vi conversar entre ellos hasta que uno saltó un alambrado y se acercó con un gesto amistoso, sonriente. Me extendió la mano y nos saludamos. Me presenté como un piloto argentino eyectado el 21 de mayo, y que quería volver con mi gente. En forma muy amistosa me dijo que no me hiciera problema, que ellos me llevarían con los argentinos. Caminamos hacia los autos, me presentó a sus compañeros y me llevó a su casa. Me atendió muy bien. Me indicó que me sacara la ropa sucia porque la iban a lavar. Me asignó la habitación del dueño de casa, que vivía en Inglaterra, y me ofreció una ducha y ropa limpia.</p><p></p><p>"Cuando le pregunté cómo le íbamos a avisar a los argentinos de mi posición, me contó que cada día a las diez de la mañana estaban autorizados a usar la “medical net” (red médica), que pasaba los partes sanitarios y novedades de las distintas estancias. Los mensajes los escuchaban en Puerto Argentino, donde una doctora les indicaba qué hacer. Esa misma mañana, Tony les dijo que quería hablar con algún miembro de las Fuerzas argentinas. Les explicó que había un piloto en su casa y que podían pasarlo a buscar cuando quisieran. Y efectivamente, al día siguiente vinieron.</p><p></p><p>"En ningún momento hubo un gesto no amistoso o una frase en mi contra, o de la Argentina. Ni siquiera hablamos de la guerra. Me dijo que él lamentaba lo que estaba sucediendo porque la isla era un paraíso de paz, y que ya nada no volvería a ser lo mismo.</p><p></p><p>"Por otra parte, no sé cuántos de nosotros, si encontráramos a un soldado o piloto inglés, hubiéramos llamado a las fuerzas inglesas para devolvérselos. ¿Cuántos de nosotros haríamos eso? Yo no sé si lo hubiera hecho".</p><p></p><p></p><p></p><p><strong>Tony Blake</strong></p><p></p><p><u>Gerente del establecimiento agrario NorthArm</u></p><p></p><p>"Durante la guerra cumplíamos con nuestras labores agrícolas sin perder de vista dónde estaban los argentinos. Una mañana, mientras patrullábamos la zona, vimos las huellas de Alberto Phillipi en la arcilla. Cuando al fin lo encontramos estaba totalmente deshidratado, lo único que quería era agua. No quería comer. Se las había arreglado para atrapar una oveja, matarla y hacerse algo de comer. No tenía un pelo de tonto. Pero se rindió. Creo que nosotros éramos ocho y fue por eso. Teníamos dos Land Rovers y untractor. Cuando lo divisamos nos bajamos para identificarnos y traerlo al asentamiento.Le conté que la casa roja grande era mía y que el gran edificio negro de atrás tenía un pequeño cobertizo.Le dije: “Si me das tu palabra de oficial y caballero, te quedas en la casa roja, pero si no te vamos a encerrar en el galponcito”, que era el único sitio seguro que teníamos. Afortunadamente hablaba inglés y eso era una gran ventaja. Me dio su palabra de que se comportaría como corresponde y la mantuvo religiosamente.</p><p></p><p>"Las primeras horas bebió tanta agua que tuvimos que pararlo, ya que podía tener un efecto adverso.</p><p></p><p>"Tenía solamente su overol de vuelo por lo que le di algo de ropa y se acomodó para pasar la noche. Al día siguiente, lo llevé a dar una vuelta por el lugar. Como era de esperar, nos encontramos con otros isleños. Yo no estaba muy convencido de cuál sería la reacción. Pero fue contraria a la que esperaba.</p><p></p><p>"Un tipo que yo sabía que era “antiargentino”, cuando le presenté a Alberto se llevó la mano al bolsillo trasero, lo que me sobresaltó un poco. Pero sacó una botella de ron y le dijo: “Eres muy afortunado, tómate un trago”. Alberto me miró y yo le dije: “Lo mejor es que te tomes un trago”. Y eso hizo.</p><p></p><p>"Teníamos montones de cosas en común. Ambos cazábamos ciervos, así es que hablamos sobre armas y armas de uso civil. Además, los dos éramos radioaficionados. Nunca tocamos los temas militares y menos hablamos de política en ese tiempo.</p><p></p><p>"Cuando se marchó estaba muy agradecido, y así fue desde entonces. Antes de partir, me dio sus datos y su frecuencia de radioaficionado y nos mantuvimos en contacto. Con el advenimiento del correo electrónico, nos seguimos comunicando, hasta hoy. Primero fui yo a visitarlo a la Argentina. Allí tampoco hablamos de política. Nos llevamos muy bien.</p><p></p><p>"Yo sólo traté de mantenerme civilizado en una situación un tanto difícil. Ambos lo intentamos; él igual que yo. Hacía poco había tenido a su hijo menor, creo que tenía un año en esa época, por lo que le dimos un regalito para el nene y, como a él le gustaban los escones ingleses, mi esposa le escribió la receta para que la suya pudiera hacerlos.</p><p></p><p>"Ese fue el tipo de relación que generamos en circunstancias que podrían considerarse bastante difíciles. Era cuestión de encontrar cosas afines de las que hablar, para no meternos en situaciones conflictivas. Y ambos lo hicimos. Lo humanitario prevaleció".</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="BIGUA82, post: 2207405, member: 14958"] CLARIN 02 DE ABRL DE 2017 A 35 años de Malvinas [SIZE=6][B]La receta de los escones[/B][/SIZE] Una historia de hospitalidad en mitad de la guerra. [IMG]http://images.clarin.com/2017/04/01/HJilSiT2g_930x525.jpg[/IMG] En una hoja con renglones, una letra redonda algo ladeada hacia la derecha da las onzas exactas, las cucharadas precisas y las pintas justas para cocinar los escones, siguiendo la tradición británica. La receta (de la foto de esta página) viajó desde las Islas Malvinas hacia el continente, entre las pocas cosas que tenía el piloto argentino Alberto Phillipi. El piloto se había eyectado de su avión el 21 de mayo de 1982. Cayó al mar, nadó hasta llegar a la costa, caminó hacia el sur durante tres días hasta que se encontró con Tony Blake, un isleño que gerenciaba una de las estancias de propiedad británica. Lo que siguió fue una historia de hospitalidad en mitad de la guerra. Blake lo hospedó en su casa, previo pacto de caballeros. Phillipi le había pedido que lo entregara a las tropas argentinas; Blake, que en su casa no hiciera nada que provocara una situación incómoda. Deshidratado, Phillipi bebió agua, se bañó, recibió ropa limpia, buena comida y se deleitó con los escones que le preparó la esposa del dueño de casa. Una mañana llegaron los argentinos a buscar al piloto. El mensaje les había llegado correctamente. Phillipi volvió al continente con la receta que antes de partir le había escrito Lyn, la esposa de Blake. La guerra terminó y los dos hombres siguieron en contacto, primero por radio y después por mail. También se visitaron. La primera vez que Phillipi volvió a las Islas llevó la receta de los escones, ahora cambiada al sistema internacional de unidades y, claro, en castellano. Su esposa la había traducido para que estuviera en Malvinas con los gramos, las cucharadas y los litros precisos. [IMG]http://images.clarin.com/2017/04/01/HJilSiT2g_720x0.jpg[/IMG] A 35 años de Malvinas [B]Alberto Phillipi[/B] [U]Piloto de caza de Skyhawk[/U] "Eyectarse del avión es como tener que abandonar a un amigo herido. Adentro uno se siente seguro, tiene calefacción, aire acondicionado, combustible y municiones para defenderse en caso de ser atacado. Es duro abandonar toda esa seguridad y pasar a estar en un medio ambiente desconocido. Es como el comandante que abandona su buque. "Cuando me eyecté, a una velocidad muy superior a la máxima permitida, me desmayé. Recuperé el conocimiento cayendo con el paracaídas sobre el estrecho de San Carlos. Seguí el procedimiento de emergencia: inflé el bote y el chaleco salvavidas, caí al agua. El paracaídas se aplastó y me fue arrastrando hacia la costa. "A unos cien metros, más o menos, antes de tocar tierra quedé enredado en los cachiyuyos, unas algas. Entonces saqué el cuchillo de supervivencia y corté todo lo que me unía al agua. Cuando finalmente llegué a la costa estaba agotado, no podía incorporarme. En cuatro patas me alejé del mar. Quedé tirado de espaldas, intentando recuperar el aliento mientras seguía viendo a los aviones en combate arriba mío. "Eran las cuatro de la tarde y sabía que a las cinco, cuando se pone el sol, la temperatura baja en picada. Así que me preocupé por buscar un lugar reparado y cavé con el cuchillo un pozo de zorro, que es una cueva de medio metro de profundidad donde cabía acurrucado, sería mi refugio para pasar la noche. Logré dormir, aunque cada tanto me despertaba tiritando de frío. Al día siguiente, como no quería caer prisionero de los ingleses, agarré todos mis petates y empecé a caminar hacia el sur. Lo hice durante tres días. Al tercero enganché un corderito, lo degollé, lo cuereé, lo desviceré y lo cociné. Con las bengalas logré quemar la turba para el fuego. Comí un poco, me guardé el resto y seguí caminando. "Al cuarto día vi a un grupo de tres vehículos. Les hice señas con mi espejo y giraron hacia mí. Cuando estaban a unos doscientos metros vi que eran dos tractores. Ahí fue cuando me arrepentí de haber hecho señas porque eran evidentemente ingleses o kelpers. "Se bajaron varios ocupantes, los vi conversar entre ellos hasta que uno saltó un alambrado y se acercó con un gesto amistoso, sonriente. Me extendió la mano y nos saludamos. Me presenté como un piloto argentino eyectado el 21 de mayo, y que quería volver con mi gente. En forma muy amistosa me dijo que no me hiciera problema, que ellos me llevarían con los argentinos. Caminamos hacia los autos, me presentó a sus compañeros y me llevó a su casa. Me atendió muy bien. Me indicó que me sacara la ropa sucia porque la iban a lavar. Me asignó la habitación del dueño de casa, que vivía en Inglaterra, y me ofreció una ducha y ropa limpia. "Cuando le pregunté cómo le íbamos a avisar a los argentinos de mi posición, me contó que cada día a las diez de la mañana estaban autorizados a usar la “medical net” (red médica), que pasaba los partes sanitarios y novedades de las distintas estancias. Los mensajes los escuchaban en Puerto Argentino, donde una doctora les indicaba qué hacer. Esa misma mañana, Tony les dijo que quería hablar con algún miembro de las Fuerzas argentinas. Les explicó que había un piloto en su casa y que podían pasarlo a buscar cuando quisieran. Y efectivamente, al día siguiente vinieron. "En ningún momento hubo un gesto no amistoso o una frase en mi contra, o de la Argentina. Ni siquiera hablamos de la guerra. Me dijo que él lamentaba lo que estaba sucediendo porque la isla era un paraíso de paz, y que ya nada no volvería a ser lo mismo. "Por otra parte, no sé cuántos de nosotros, si encontráramos a un soldado o piloto inglés, hubiéramos llamado a las fuerzas inglesas para devolvérselos. ¿Cuántos de nosotros haríamos eso? Yo no sé si lo hubiera hecho". [B]Tony Blake[/B] [U]Gerente del establecimiento agrario NorthArm[/U] "Durante la guerra cumplíamos con nuestras labores agrícolas sin perder de vista dónde estaban los argentinos. Una mañana, mientras patrullábamos la zona, vimos las huellas de Alberto Phillipi en la arcilla. Cuando al fin lo encontramos estaba totalmente deshidratado, lo único que quería era agua. No quería comer. Se las había arreglado para atrapar una oveja, matarla y hacerse algo de comer. No tenía un pelo de tonto. Pero se rindió. Creo que nosotros éramos ocho y fue por eso. Teníamos dos Land Rovers y untractor. Cuando lo divisamos nos bajamos para identificarnos y traerlo al asentamiento.Le conté que la casa roja grande era mía y que el gran edificio negro de atrás tenía un pequeño cobertizo.Le dije: “Si me das tu palabra de oficial y caballero, te quedas en la casa roja, pero si no te vamos a encerrar en el galponcito”, que era el único sitio seguro que teníamos. Afortunadamente hablaba inglés y eso era una gran ventaja. Me dio su palabra de que se comportaría como corresponde y la mantuvo religiosamente. "Las primeras horas bebió tanta agua que tuvimos que pararlo, ya que podía tener un efecto adverso. "Tenía solamente su overol de vuelo por lo que le di algo de ropa y se acomodó para pasar la noche. Al día siguiente, lo llevé a dar una vuelta por el lugar. Como era de esperar, nos encontramos con otros isleños. Yo no estaba muy convencido de cuál sería la reacción. Pero fue contraria a la que esperaba. "Un tipo que yo sabía que era “antiargentino”, cuando le presenté a Alberto se llevó la mano al bolsillo trasero, lo que me sobresaltó un poco. Pero sacó una botella de ron y le dijo: “Eres muy afortunado, tómate un trago”. Alberto me miró y yo le dije: “Lo mejor es que te tomes un trago”. Y eso hizo. "Teníamos montones de cosas en común. Ambos cazábamos ciervos, así es que hablamos sobre armas y armas de uso civil. Además, los dos éramos radioaficionados. Nunca tocamos los temas militares y menos hablamos de política en ese tiempo. "Cuando se marchó estaba muy agradecido, y así fue desde entonces. Antes de partir, me dio sus datos y su frecuencia de radioaficionado y nos mantuvimos en contacto. Con el advenimiento del correo electrónico, nos seguimos comunicando, hasta hoy. Primero fui yo a visitarlo a la Argentina. Allí tampoco hablamos de política. Nos llevamos muy bien. "Yo sólo traté de mantenerme civilizado en una situación un tanto difícil. Ambos lo intentamos; él igual que yo. Hacía poco había tenido a su hijo menor, creo que tenía un año en esa época, por lo que le dimos un regalito para el nene y, como a él le gustaban los escones ingleses, mi esposa le escribió la receta para que la suya pudiera hacerlos. "Ese fue el tipo de relación que generamos en circunstancias que podrían considerarse bastante difíciles. Era cuestión de encontrar cosas afines de las que hablar, para no meternos en situaciones conflictivas. Y ambos lo hicimos. Lo humanitario prevaleció". [/QUOTE]
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