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Operación Soberanía 1978
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<blockquote data-quote="Willypicapiedra" data-source="post: 663027" data-attributes="member: 162"><p>LA GUERRA QUE ESTUVO MÁS CERCA QUE NUNCA </p><p></p><p>Como se ha dicho, la negativa argentina de aceptar el laudo arbitral, dejó a dos países hermanos a un paso de un enfrentamiento armado de consecuencias insospechadas. Los vientos de guerra fueron adquiriendo poder después de la reunión en Mendoza de los presidentes Videla y Pinochet, en que ambos mandatarios demostraron lo rígidas que eran sus posiciones y lo poco dispuestos que estaban a ceder en pos de un acuerdo que evitara el choque bélico.</p><p></p><p>Lo anterior significó para Chile que se debieran extremar los recursos diplomáticos para llegar a un acuerdo, pero era imposible desconocer que la guerra era muy probable que se diera, por lo que, al mismo tiempo de las gestiones diplomáticas, las FF.AA. fueron sometidas a un duro entrenamiento con miras a defender la soberanía de Chile.</p><p></p><p>Mientras, en Argentina, importantes sectores apoyaban el enfrentamiento armado como única solución al conflicto, apoyándose principalmente en la supuesta superioridad bélica de que gozaban argentinos sobre chilenos.</p><p></p><p>Pero, ¿era tan efectiva esa supuesta superioridad?, ¿habrían ganado los argentinos esa guerra?, ¿habría sido una guerra corta o larga?, ¿cuáles fueron los recursos que debió emplear la Cancillería de Chile para evitar la guerra?. En fin, son muchas las interrogantes que se abren al momento de analizar un hecho que no se llevó a cabo, pero es eso mismo lo que lo hace tan interesante.</p><p></p><p>En el desarrollo de este capítulo, se intentará responder esas interrogantes y, también, analizar el desenlace de este dilatado conflicto.</p><p></p><p>4.1 La Situación Militar de Cada País: Los vientos de guerra obligaron a diversos analistas militares, periodistas e historiadores a analizar la situación militar de cada país, con el fin de ver cuáles serían las consecuencias de una eventual guerra entre Chile y una Argentina, militarmente, muy poderosa.</p><p></p><p>El Ejército de Chile, cuyo comandante en jefe era el general Augusto Pinochet, cualitativamente, no estaba en mal pie para enfrentar una guerra: tradicionalmente, Chile se ha jactado de tener los mejores soldados de latinoamérica y no había problemas en demostrarlo. Pero, cuantitativamente, el Ejército de Chile estaba muy por debajo de sus pares argentinos.</p><p></p><p>Los números son claros al respecto: Chile contaba con ochenta mil efectivos y Argentina, con ciento treinta y cinco mil hombres en sus filas. Por otro lado, la proporción de tanques también favorecía a los trasandinos, ya que, por cada cuatro tanques chilenos, había nueve argentinos.</p><p></p><p>Además, Chile, al ser un país tan angosto, carecía de lo que se denomina profundidad estratégica, lo que no permite grandes movimientos de retaguardia.</p><p></p><p>La defensa chilena en la zona austral estaba a cargo del general Nilo Floody. Él ha sido enfático al señalar que la superioridad numérica argentina no significaba, necesariamente, una derrota segura para los chilenos, debido a que hay que considerar las posiciones que ocupaban las tropas chilenas y argentinas. Según Floody, es mucho más fácil planificar y llevar a cabo una defensa en territorio propio que una ofensiva en espacio ajeno. En otras palabras, Chile tenía ese aspecto a favor. El Ejército de Chile planteaba su defensa en territorio propio, donde cada metro cuadrado de terreno estaba organizado y las distancias de tiro estaban calculadas.</p><p></p><p>Por desgracia, la Fuerza Aérea de Chile no podía sacar cuentas tan alegres.</p><p></p><p>La rama más débil de las FF.AA. era la Fuerza Aérea de Chile(FACh). Su situación era precaria, no sólo en cuanto a lo bélico, sino también a lo institucional. El comandante en jefe de la FACh, general Gustavo Leigh, producto de constantes pugnas con sus compañeros de la Junta de Gobierno, fue retirado de su cargo en ella y, por ende, fue llamado a retiro de la FACh. A él se le adhirieron, haciendo causa común, diecisiete generales, debiendo reemplazar a Leigh en el mando institucional y en la Junta de Gobierno el general Fernando Matthei.</p><p></p><p>En lo netamente militar, la situación era tan mala o peor que la institucional. Argentina era ampliamente superior a Chile en ese aspecto, producto de un plan de modernización de la Fuerza Aérea de Argentina, que había dejado a Chile una generación atrás con aviones subsónicos. Las compras argentinas significaron para su Fuerza Aérea nuevos interceptores, Jaggers israelíes, A-4 estadounidenses y Bombarderos Canberra ingleses.</p><p></p><p>Por su lado Chile sólo había hecho la compra de doce F-5, que son buenos cazas de combate, pero incapaces de trasladar armamento ofensivo. Además, los Hawker Hunter, los mismos que participaron en el bombardeo al Palacio de La Moneda, estaban llegando a los últimos días de su vida útil. Como si lo anterior fuera poco, Chile no contaba con buen inteligencia aérea, radares ni artillería antiaérea.</p><p></p><p>Matthei es gráfico al hablar de la mala posición en que se encontraba la FACh: “La situación de Chile era de una desventaja enorme. A esto se agrega el hecho de que Argentina tiene una gran profundidad(...). Nosotros somos un país estrecho y en ninguna parte de la frontera está a más de unos pocos minutos de vuelo de un avión moderno de combate. Es decir, no teníamos posibilidad de detectar un ataque aéreo a tiempo y de enfrentarlo. Una vez que cruzaban la cordillera, estaban encima de nosotros(...). Además, Argentina tenía la iniciativa(...) y en aviación, ese golpe de sorpresa puede ser fatal”.</p><p></p><p>Quizá la única ventaja de Chile estaba en la Armada, comandada por el almirante José Toribio Merino. Esta ventaja radicaba en que a lo largo de los últimos años, la Armada se había llevado la mayor parte del presupuesto de defensa, con lo que se compraron, entre otras naves, las fragatas Lynch y Condell y los submarinos Ryan y Hyatt llegando a tener una escuadra realmente moderna a escala latinoamericana, lo que fue un importante factor disuasivo de la guerra con Argentina.</p><p></p><p>A cargo de la escuadra estaba el almirante Raúl López Silva.</p><p></p><p>Por su parte, la flota de guerra argentina estaba en una posición ciertamente peor que la de Chile, por el hecho de no contar con buenos puertos abrigados en la zona e conflicto. Lo anterior cobra gran importancia al considerar que el poder naval se obtiene del producto fuerza por posición, es decir, no se obtiene nada teniendo buenos buques de guerra si no hay buenas bases navales que le dieran soporte a esas embarcaciones y a su tripulación. Afortunadamente, Chile tenía las dos cosas. Argentina, en cambio, sólo tenía buques de relativa calidad, pero no tenía buenas bases militares. Las únicas bases eran la Isla de los Estados y Ushuaia, pero no eran buenas bases, al carecer ambas de costas quebrantas que le dieran a la Marina Argentina puertos naturales que protegieran a sus naves, o que permitía que las embarcaciones chilenas pudieran hundir, fácilmente la flota argentina con disparos a costa.</p><p></p><p>El único aspecto en que la Marina argentina superaba a la chilena era la posesión de un portaaviones, el 25 de mayo, capaz de transportar quince aviones y, según muchos, de desequilibrar el conflicto naval en favor de Argentina. Sin embargo era importante considerar un factor que condicionaba el uso del portaaviones que es el borrascoso Mar de Drake y el inhóspito clima de la zona, factor que también sería de vital importancia en el desenlace final del conflicto. El mismo almirante López se preocupa de dejar en claro que “el despegar de un portaaviones, a pesar del entrenamiento que pudieran haber tenido, en condiciones de muy mal tiempo se hace prácticamente imposible”.</p><p></p><p>En todo caso, Argentina tenía un importantísimo factor que jugaba en su favor pero no era de carácter militar, sino político. Este consistía en el aislamiento del que había sido víctima Chile después del pronunciamiento militar de 1973, antes mencionado en el capítulo 3: la enmienda Kennedy y el boicot internacional habían prohibido la venta de armamento a Chile.</p><p></p><p>Lo anterior afectaba principalmente a la FACh, y, en cierto grado, al Ejército que eran las ramas más débiles de las FF.AA., por lo que eran las que más necesitaban reforzarse.</p><p></p><p>Quedó un último recurso que fue el recurrir al mercado negro y comprar armamento con sobreprecio, opción que no era de todo agrado de Pinochet, pero esa era la situación y había que acomodarse a ella.</p><p></p><p>Además, la necesidad creó el órgano: se empezaron a fabricar armamentos, a reparar aviones, etc., algo nunca antes visto en Chile.</p><p></p><p>El ingeniero y empresario Carlos Cardoen, en conjunto con la FACh, desarrolló una serie de armamentos pensados en que algún día la FACh tendría que usar aviones que no eran de guerra. De este tipo de armamentos destacaron las bombas de racimo, que consistía en agrupar una bomba pequeña -también desarrollada por Cardoen-, que se podían disparar individualmente de una vez el racimo entero.</p><p></p><p>Cardoen no sólo fabricó armamento para la FACh, sino también produjo minas antitanques y otros ingenios que en cierto grado, suplieron la falta de ayuda internacional.</p><p></p><p>Es decir, aquí se vio reflejada la pillería del chileno.</p><p></p><p>Junto con lo anterior, Chile consiguió el apoyo de naciones de oriente, por ejemplo, los Hawker Hunter que Inglaterra se negaba a reparar, fueron reparados en una nación asiática; las patrulleras que ayudaron a potenciar aún más la Marina, fueron suministradas por un país del medio oeste. </p><p></p><p>Además, a pesar de no ser productores de armamento sofisticado, Chile comenzó a construir rifles, fusiles y munición de infantería. </p><p></p><p>Por otro lado, Pinochet consideraba que la Marina no era suficiente por sí sola para ganar la guerra, por lo que sometió a su Ejército a un duro entrenamiento que significó que Chile tuviera un Ejército de infantería como nunca antes había habido en nuestro país.</p><p></p><p>4.2 Desarrollo y Consecuencias de una eventual Guerra: Dadas esas condiciones la guerra ciertamente habría tenido un resultado incierto.</p><p></p><p>De partida, muchos han señalado que, una vez iniciada la guerra, el conflicto podría haber pasado a mayores y haberse transformado en un conflicto latinoamericano, en que se contemplaba el ingreso de Perú, Bolivia, Ecuador y Brasil.</p><p></p><p>El ingreso de peruanos y bolivianos estaba contemplado por las FF.AA. de Chile en una hipótesis de guerra tradicionalmente manejada por ellos: la H.V.3. o Hipótesis Vecinal 3, en que se prevé que, una vez iniciada una guerra con alguno de nuestros vecinos, los otros dos podrían aprovecharse de la situación y declararle la guerra a Chile.</p><p></p><p>Esa teoría cobraba especial vigencia cuando se recordaba que hacia 1974 se produjo una gran tensión entre chilenos, peruanos y bolivianos, que impidió la aplicación de un acuerdo que le daba a Bolivia su ansiada salida al mar, lo que obligó a Chile a no descuidar el norte y la frontera debió ser minada completamente</p><p></p><p>Además, diversos analistas militares han señalado que a la guerra también podría haber ingresado Ecuador con el fin de recuperar territorios amazónicos arrebatados por Perú en 1942. De ahí el conflicto podía pasar a gran parte de Latinoamérica.</p><p></p><p>Sin embargo, es preciso considerar que un enfrentamiento armado de esas características habría sido funesto para Chile. Matthei se preocupa de dejarlo en claro al decir: “Nosotros tenemos claro que nuestras fuerzas difícilmente alcanzaban para luchar con Argentina. Una intervención de los otros dos países(...) habría sido difícil resistir”.</p><p></p><p>En lo netamente estratégico, se pensaba que Argentina planeaba la invasión directa de las islas y de la zona cercana a Puerto Williams, a través de un desembarco anfibio, pero también estaba el temor de que la invasión podía efectuarse simultáneamente en otros puntos de la frontera chileno-argentina con lo que se buscaba cortar el país en dos. Este ataque podía llevarse a cabo en cualquiera de las ciudades del sur donde los pasos fronterizos son bajos, por ejemplo, Temuco, Valdivia o Puerto Montt.</p><p></p><p>Por otro lado Chile planeaba un gancho de izquierda, consistente en penetrar territorio argentino por el norte con alguna de las tropas que esperaban el eventual ataque de bolivianos y peruanos. Lo anterior tenía como pretensión el canje de territorios que Chile podría eventualmente haber perdido en el sur.</p><p></p><p>En la zona de conflicto, los soldados atrincherados esperaban el ataque argentino, dispuestos a defender la soberanía de esta larga y angosta faja de tierra que se veía amenazada. Sin duda que no sería fácil desalojar a los soldados de ninguna de las islas en las que estaban apostados. En ellos se reencarnaba el espíritu heroico y patriótico de hombres como Bernardo O'Higgins, Arturo Prat y Eleuterio Ramírez.</p><p></p><p>El hombre a cargo de la Infantería de Marina en el austro era el almirante Pablo Wunderlich y sus órdenes eran resistir y nunca disparar el primer tiro, pese a que la infantería de marina es netamente ofensiva, lo que era bien sabido por Wunderlich. Es por esta razón que él consideraba que la actitud defensiva sería solamente inicial y, una vez que se hubieran declarado las hostilidades, además del gancho de izquierda por el norte, se estudiaba la posibilidad de pegar un gancho de derecha por el sur y apoderarse de Ushuaia y de la parte argentina de la isla grande de Tierra del Fuego.</p><p></p><p>De ahí en más las posibilidades se abrían para Chile. Muchos aseguran que, estando en posesión de Tierra del Fuego, era posible entrar en la patagonia argentina, donde se calculaba que habían cerca de quinientos mil hombres que esperaban a las tropas chilenas para adherírseles, lo que habría incrementado las filas chilenas en territorio argentino.</p><p></p><p>Pero, desafortunadamente, la guerra es como el box: el que pega primero, pega dos veces. Esto perjudicaba las pretensiones chilenas, ya que Argentina estaba obligada a dar el primer golpe, es decir, antes de planear una contraofensiva, Chile debía resistir muy bien la ofensiva argentina.</p><p></p><p>El almirantazgo de la Armada de Chile estaba consciente de lo anterior por lo que planeaban esperar el primer golpe argentino e impedir que este llegara a fondo, utilizando una buena defensa. Posteriormente venía el contragolpe chileno, en que sí se llegaría fondo, puesto que Argentina había dejado su guardia baja al atacar a Chile.</p><p></p><p>Con esto, Chile pretendía asegurarse una victoria en el mar que pretendía inhibir toda intención argentina de apoderarse de territorios chilenos insulares del austro.</p><p></p><p>Mientras tanto, el Ejército suponía que las fuerzas argentinas entrarían por Puerto Natales, desde donde avanzarían hacia el sur, hasta Punta Arenas. En esta ciudad, el Ejército de Chile iba a esperar a los argentinos donde se les daría dura lucha, hasta vencerlos. Al igual que la Armada, el Ejército pretendía derrotar a los argentinos en cualquiera de los puntos en que desarrollaran su ofensiva y de ahí, iniciar una contraofensiva.</p><p></p><p>En fin, el análisis de un hecho que no se llevó a cabo da para mucho. Lo cierto es que esta guerra habría tenido resultados inciertos, pero todo parece indicar que habría sido una verdadera “carnicería que por suerte no se llevó a cabo”. Una larga y sangrienta guerra para los dos países, pues, si bien Argentina tenía la iniciativa y podía destruir las principales ciudades y chilenas y ganar territorios, Chile habría hecho lo mismo o más, lo que habría significado una larga guerra de Infantería y finalmente “el Ejército chileno hubiera invadido Buenos Aires”.</p><p></p><p>Lo que sí queda claro es que en Chile nunca nadie se dejó amedrentar por las demostraciones de poder de las FF.AA. argentinas, al punto de que importantes personeros de gobierno daban por seguro un triunfo chileno, pero sin querer decir que habría sido fácil dicho triunfo o considerar la guerra como el mejor camino para darle solución al conflicto. Es el caso del Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don Hernán Cubillos Sallato quien dijo que, “Nosotros(el gobierno) sabíamos que en el mar podíamos ganar cualquier día. La Fuerza Aérea estaba débil. El Ejército se preparaba, bajo instrucciones del general Pinochet, a una larga guerra de infantería que al final también hubiéramos ganado. Yo nunca negocié pensando que si tenía que ir a una guerra la perdía”.</p><p></p><p>Las palabras son simplemente elocuentes.</p><p></p><p>4.3 Gestiones de la Cancillería de Chile para evitar la Guerra: Las relaciones internacionales de Chile pasaban por un pésimo momento, por las razones que ya han sido explicadas.</p><p></p><p>Además, el Ministerio de Relaciones Exteriores recibía duras críticas desde revistas como Qué Pasa, entre las que destacaban las de Hernán Cubillos Sallato, un ex-marino que había participado en la reposición de la baliza del islote Snipe y que se había dedicado a la diplomacia.</p><p></p><p>Con sus críticas, Cubillos pretendía que los militares entendieran que los civiles podían ser tan leales como ellos, en clara alusión a la militarización de la que eran víctima los principales ministerios de Chile.</p><p></p><p>La Junta de Gobierno entendió las críticas, lo que significó que el 20 de abril de 1978 jurara en Chile un nuevo gabinete que contaba con tres civiles, destacándose entre ellos Cubillos en la cartera de Relaciones Exteriores.</p><p></p><p>Cubillos inició rápidamente un proceso de desmilitarización del Ministerio, llamando a diplomáticos y civiles de peso para que trabajaran con él. Entre ellos es importante nombrar a don José Miguel Barros, don Francisco Orrego, don Pedro Daza y don Santiago Benadava.</p><p></p><p>En lo relativo al conflicto suscitado en el Beagle, la Cancillería tenía una tarea clara: Hacer cumplir a Argentina el laudo de Su Majestad Británica. Si había que negociar, se negociaría, pero sin entregar un sólo centímetro de tierra.</p><p></p><p>Además de lo anterior, Cubillos intentaba arduamente mejorar las relaciones con Estados Unidos, las potencias europeas y con el Vaticano, al ser éste considerado un eventual agente de paz.</p><p></p><p>Para lograr su objetivo, Cubillos debió esquivar un no despreciable escollo que era la tentación que tenían los militares de solucionar el asunto entre militares. Es por esta razón que Cubillos debió instruir a Pinochet de no proseguir con las conversaciones con Videla paralelas a las gestiones de la Cancillería, en especial después de la experiencia que había dejado la reunión de Mendoza.</p><p></p><p>Pero Pinochet se había comprometido a reunirse con Videla en Puerto Montt para intentar solucionar el tema. La reunión y los argumentos que debía exponer Pinochet fueron pautados por Cubillos, con el fin de enrielar el conflicto que se había escapado de las manos en Mendoza.</p><p></p><p>Finalmente, se acordó que el conflicto quedaría encargado a las cancillerías, con lo que quedaban suprimidas las conversaciones paralelas entre presidentes.</p><p></p><p>Se iniciaba, entonces, un largo y agotador proceso de conversaciones orientadas a evitar el enfrentamiento armado.</p><p></p><p>En Chile nunca hubo un verdadero ambiente de guerra, mientras que en Argentina ocurría lo diametralmente opuesto: se hacían ejercicios de oscurecimiento de ciudades y las tropas eran enviadas al sur con aspaviento.</p><p></p><p>Todo lo anterior apoyado por una xenofóbica prensa argentina de la que se percató Cubillos en uno de sus tantos viajes a Buenos Aires: “En Argentina había visto una prensa loca, con un gobierno loco, promoviendo la guerra con Chile, diciendo `las islas son nuestras', `el Beagle es nuestro', al punto de que el gobierno argentino tenía poca flexibilidad para moverse dentro de un ambiente que ya le había creado su propia prensa. A favor de la prensa chilena y de los periodistas chilenos yo tengo que decir que nunca me fallaron. Yo logré que la prensa se portara de una forma excelente sin un decreto de censura nada más que porque ellos sentían la responsabilidad patriótica que había en lo que estábamos haciendo”.</p><p></p><p>Posteriormente Cubillos vivió la locura argentina en Chile, en la visita que efectuó a Chile uno de los duros del Ejército argentino, el general Suárez Mason, quien le dijo a Cubillos: “¡Ministro!, usted no entiende nada de nada porque usted está buscando, con veinte mil artilugios, lograr la paz entre nosotros y usted no quiere entender que el Ejército Argentino necesita pelear una guerra limpia”.</p><p></p><p>Después de comentarios como este, la guerra se sentía muy cerca, por lo que los preparativos para una guerra que no tendría nada de limpia prosiguieron.</p><p></p><p>Por su parte, la Cancillería persistió en su afán de encontrar una solución que evitara una guerra que cada vez se veía más cerca. Las posibles soluciones iban desde llevar el conflicto a la Corte Internacional de Justicia de La Haya hasta pedir la intervención de una tercera nación amiga, alternativa que fue finalmente aceptada por Argentina.</p><p></p><p>El 12 de diciembre de 1978, Cubillos viajó a Buenos Aires para reunirse con su homólogo argentino, Carlos Washington Pastor, quien planteó en la reunión que el único mediador posible aceptado por Argentina era el Vaticano, condición que, a sorpresa de Pastor, fue aceptada por Cubillos. Argentina pensaba que Chile se negaría a la opción de la mediación papal por la dura lucha que había dado la Iglesia Católica al gobierno militar por las violaciones a los derechos humanos, pero no sucedió así y los cancilleres se aprestaban a firmar el documento con que ambos países solicitaban a Su Santidad el papa Juan Pablo II la mediación que desviara a este conflicto del curso de colisión que llevaba y se comprometían a no usar las armas en la zona mientras durase la mediación.</p><p></p><p>Sin embargo, los duros de las FF.AA. argentinas no parecían estar muy interesados en seguir la ruta trazada por Pastor.</p><p></p><p>Cuando Cubillos se dirigía al Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina para firmar el documento, recibió una llamada de un desolado Pastor en que le explicaba a Cubillos que la Junta de Gobierno había desautorizado al presidente Videla y a la gestión de Pastor y, por tanto, no había acuerdo. Esto demostró que en Argentina no se sabía a ciencia cierta quién mandaba a quién.</p><p></p><p>La nueva posición adoptada por los militares era exigir el corte del diálogo con Chile lo antes posible para que empezara el enfrentamiento armado al cual se habían preparado.</p><p></p><p>Como era de esperar, la prensa apoyaba lo anterior y promovía la guerra para frenar el avance de los “expansionistas” de Chile, olvidándose de que habían sido ellos los que habían desconocido el fallo de un tribunal cuyo dictamen estaba confiado al honor de las naciones.</p><p></p><p>Entre el 13 y el 22 de diciembre de 1978, Chile y Argentina vivieron el momento más tenso en sus relaciones.</p><p></p><p>El olor a guerra en el sur era fuertísimo. Los preparativos para la guerra estaban casi listos. Las trincheras a lo largo de toda la frontera desde Punta Dungeness hasta Punta Arenas estaban hechas. Miles de efectivos esperaban en sus puestos de tiro. Detrás de ellos estaban los vehículos blindados con sus respectivos caza tanques, esperando la ofensiva argentina.</p><p></p><p>A mediados de diciembre, la CIA le comunica al presidente de EE.UU., Jimmy Carter, que el enfrentamiento en el sur de América era inminente y, recién ahí, EE.UU. empezó a hacer gestiones para evitar la guerra. El embajador de EE.UU. en Chile le hizo entrega a Cubillos de fotografías de satélite en las que se mostraba el avance de las tropas argentinas hacia el oeste, hacia Chile, en todas las zonas de la frontera: norte, centro y sur. Al mismo tiempo EE.UU. le comunicaba al secretario general del Vaticano el profundo apoyo que tendrían de su parte si decidían intervenir en el conflicto.</p><p></p><p>El 20 de diciembre, Chile volvió a pedirle a Argentina que considerara la opción de llevar el conflicto a la Corte de La Haya, petición que fue negada casi el mismo día. Se pensaba que el enfrentamiento armado era casi un hecho y que Videla tenía la declaración de guerra en sus manos.</p><p></p><p>Tras la negativa argentina, la Cancillería debió utilizar su último recurso que era el lanzar una avalancha de gestiones diplomáticas que pretendían detener la guerra. Estas gestiones fueron enviar a la O.E.A. y a la O.N.U. sendas denuncias informando lo delicada de la situación.</p><p></p><p>Todos pensaban que el fracaso diplomático se había consumado y que no quedaba más que esperar la primera ofensiva argentina.</p><p></p><p>Los que pensaban así no se equivocaban. En Argentina, el Comando Supremo Político Militar pretendía poner en marcha el “Operativo Soberanía” el día 22 de diciembre de 1978 a las 22 horas. El plan era nocturno porque, con eso, Argentina pretendía sorprender a Chile. Este plan era desconocido por las FF.AA. chilenas, pero los movimientos eran cuidadosamente estudiados por radar, por lo que mucha sorpresa no iba a haber si es que Argentina decidía iniciar su ofensiva.</p><p></p><p>El 21 de diciembre, el Ministro del Interior de Chile, Sergio Fernández dejaba en orden todo lo necesario para poner al país en estado de Movilización General.</p><p></p><p>La tarde del 22 de diciembre, como estaba presupuestado, la flota de guerra argentina salía de su fondeadero de guerra en la Isla de los Estados, mientras que la escuadra chilena, hacía lo propio desde el Cabo de Hornos.</p><p></p><p>La flota chilena, en su actitud defensiva, esperaba a la argentina. La guerra estaba más cerca que nunca. Los marinos chilenos estaban en esto cuando los radares de la Armada de Chile registraron algo verdaderamente sorpresivo: la escuadra argentina cambiaba el rumbo que llevaba y se volvía a la isla de Los Estados. La razón fue que los borrascosos mares del austro habían mareado a gran parte de la tripulación de los barcos argentinos, por lo que no se encontraban en condiciones de enfrentar a los chilenos.</p><p></p><p>Además, coincidentemente, tras la petición de EE.UU., el papa había aceptado mediar en el conflicto, lo que convenció al presidente Videla de que la guerra no era la mejor solución al problema, por lo que, el mismo día 22 a las 18 horas, llamó a los generales y almirantes apostados en el sur, dándoles la orden de detener el “Operativo Soberanía”.</p><p></p><p>La paz había triunfado.</p><p></p><p>sigue...</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Willypicapiedra, post: 663027, member: 162"] LA GUERRA QUE ESTUVO MÁS CERCA QUE NUNCA Como se ha dicho, la negativa argentina de aceptar el laudo arbitral, dejó a dos países hermanos a un paso de un enfrentamiento armado de consecuencias insospechadas. Los vientos de guerra fueron adquiriendo poder después de la reunión en Mendoza de los presidentes Videla y Pinochet, en que ambos mandatarios demostraron lo rígidas que eran sus posiciones y lo poco dispuestos que estaban a ceder en pos de un acuerdo que evitara el choque bélico. Lo anterior significó para Chile que se debieran extremar los recursos diplomáticos para llegar a un acuerdo, pero era imposible desconocer que la guerra era muy probable que se diera, por lo que, al mismo tiempo de las gestiones diplomáticas, las FF.AA. fueron sometidas a un duro entrenamiento con miras a defender la soberanía de Chile. Mientras, en Argentina, importantes sectores apoyaban el enfrentamiento armado como única solución al conflicto, apoyándose principalmente en la supuesta superioridad bélica de que gozaban argentinos sobre chilenos. Pero, ¿era tan efectiva esa supuesta superioridad?, ¿habrían ganado los argentinos esa guerra?, ¿habría sido una guerra corta o larga?, ¿cuáles fueron los recursos que debió emplear la Cancillería de Chile para evitar la guerra?. En fin, son muchas las interrogantes que se abren al momento de analizar un hecho que no se llevó a cabo, pero es eso mismo lo que lo hace tan interesante. En el desarrollo de este capítulo, se intentará responder esas interrogantes y, también, analizar el desenlace de este dilatado conflicto. 4.1 La Situación Militar de Cada País: Los vientos de guerra obligaron a diversos analistas militares, periodistas e historiadores a analizar la situación militar de cada país, con el fin de ver cuáles serían las consecuencias de una eventual guerra entre Chile y una Argentina, militarmente, muy poderosa. El Ejército de Chile, cuyo comandante en jefe era el general Augusto Pinochet, cualitativamente, no estaba en mal pie para enfrentar una guerra: tradicionalmente, Chile se ha jactado de tener los mejores soldados de latinoamérica y no había problemas en demostrarlo. Pero, cuantitativamente, el Ejército de Chile estaba muy por debajo de sus pares argentinos. Los números son claros al respecto: Chile contaba con ochenta mil efectivos y Argentina, con ciento treinta y cinco mil hombres en sus filas. Por otro lado, la proporción de tanques también favorecía a los trasandinos, ya que, por cada cuatro tanques chilenos, había nueve argentinos. Además, Chile, al ser un país tan angosto, carecía de lo que se denomina profundidad estratégica, lo que no permite grandes movimientos de retaguardia. La defensa chilena en la zona austral estaba a cargo del general Nilo Floody. Él ha sido enfático al señalar que la superioridad numérica argentina no significaba, necesariamente, una derrota segura para los chilenos, debido a que hay que considerar las posiciones que ocupaban las tropas chilenas y argentinas. Según Floody, es mucho más fácil planificar y llevar a cabo una defensa en territorio propio que una ofensiva en espacio ajeno. En otras palabras, Chile tenía ese aspecto a favor. El Ejército de Chile planteaba su defensa en territorio propio, donde cada metro cuadrado de terreno estaba organizado y las distancias de tiro estaban calculadas. Por desgracia, la Fuerza Aérea de Chile no podía sacar cuentas tan alegres. La rama más débil de las FF.AA. era la Fuerza Aérea de Chile(FACh). Su situación era precaria, no sólo en cuanto a lo bélico, sino también a lo institucional. El comandante en jefe de la FACh, general Gustavo Leigh, producto de constantes pugnas con sus compañeros de la Junta de Gobierno, fue retirado de su cargo en ella y, por ende, fue llamado a retiro de la FACh. A él se le adhirieron, haciendo causa común, diecisiete generales, debiendo reemplazar a Leigh en el mando institucional y en la Junta de Gobierno el general Fernando Matthei. En lo netamente militar, la situación era tan mala o peor que la institucional. Argentina era ampliamente superior a Chile en ese aspecto, producto de un plan de modernización de la Fuerza Aérea de Argentina, que había dejado a Chile una generación atrás con aviones subsónicos. Las compras argentinas significaron para su Fuerza Aérea nuevos interceptores, Jaggers israelíes, A-4 estadounidenses y Bombarderos Canberra ingleses. Por su lado Chile sólo había hecho la compra de doce F-5, que son buenos cazas de combate, pero incapaces de trasladar armamento ofensivo. Además, los Hawker Hunter, los mismos que participaron en el bombardeo al Palacio de La Moneda, estaban llegando a los últimos días de su vida útil. Como si lo anterior fuera poco, Chile no contaba con buen inteligencia aérea, radares ni artillería antiaérea. Matthei es gráfico al hablar de la mala posición en que se encontraba la FACh: “La situación de Chile era de una desventaja enorme. A esto se agrega el hecho de que Argentina tiene una gran profundidad(...). Nosotros somos un país estrecho y en ninguna parte de la frontera está a más de unos pocos minutos de vuelo de un avión moderno de combate. Es decir, no teníamos posibilidad de detectar un ataque aéreo a tiempo y de enfrentarlo. Una vez que cruzaban la cordillera, estaban encima de nosotros(...). Además, Argentina tenía la iniciativa(...) y en aviación, ese golpe de sorpresa puede ser fatal”. Quizá la única ventaja de Chile estaba en la Armada, comandada por el almirante José Toribio Merino. Esta ventaja radicaba en que a lo largo de los últimos años, la Armada se había llevado la mayor parte del presupuesto de defensa, con lo que se compraron, entre otras naves, las fragatas Lynch y Condell y los submarinos Ryan y Hyatt llegando a tener una escuadra realmente moderna a escala latinoamericana, lo que fue un importante factor disuasivo de la guerra con Argentina. A cargo de la escuadra estaba el almirante Raúl López Silva. Por su parte, la flota de guerra argentina estaba en una posición ciertamente peor que la de Chile, por el hecho de no contar con buenos puertos abrigados en la zona e conflicto. Lo anterior cobra gran importancia al considerar que el poder naval se obtiene del producto fuerza por posición, es decir, no se obtiene nada teniendo buenos buques de guerra si no hay buenas bases navales que le dieran soporte a esas embarcaciones y a su tripulación. Afortunadamente, Chile tenía las dos cosas. Argentina, en cambio, sólo tenía buques de relativa calidad, pero no tenía buenas bases militares. Las únicas bases eran la Isla de los Estados y Ushuaia, pero no eran buenas bases, al carecer ambas de costas quebrantas que le dieran a la Marina Argentina puertos naturales que protegieran a sus naves, o que permitía que las embarcaciones chilenas pudieran hundir, fácilmente la flota argentina con disparos a costa. El único aspecto en que la Marina argentina superaba a la chilena era la posesión de un portaaviones, el 25 de mayo, capaz de transportar quince aviones y, según muchos, de desequilibrar el conflicto naval en favor de Argentina. Sin embargo era importante considerar un factor que condicionaba el uso del portaaviones que es el borrascoso Mar de Drake y el inhóspito clima de la zona, factor que también sería de vital importancia en el desenlace final del conflicto. El mismo almirante López se preocupa de dejar en claro que “el despegar de un portaaviones, a pesar del entrenamiento que pudieran haber tenido, en condiciones de muy mal tiempo se hace prácticamente imposible”. En todo caso, Argentina tenía un importantísimo factor que jugaba en su favor pero no era de carácter militar, sino político. Este consistía en el aislamiento del que había sido víctima Chile después del pronunciamiento militar de 1973, antes mencionado en el capítulo 3: la enmienda Kennedy y el boicot internacional habían prohibido la venta de armamento a Chile. Lo anterior afectaba principalmente a la FACh, y, en cierto grado, al Ejército que eran las ramas más débiles de las FF.AA., por lo que eran las que más necesitaban reforzarse. Quedó un último recurso que fue el recurrir al mercado negro y comprar armamento con sobreprecio, opción que no era de todo agrado de Pinochet, pero esa era la situación y había que acomodarse a ella. Además, la necesidad creó el órgano: se empezaron a fabricar armamentos, a reparar aviones, etc., algo nunca antes visto en Chile. El ingeniero y empresario Carlos Cardoen, en conjunto con la FACh, desarrolló una serie de armamentos pensados en que algún día la FACh tendría que usar aviones que no eran de guerra. De este tipo de armamentos destacaron las bombas de racimo, que consistía en agrupar una bomba pequeña -también desarrollada por Cardoen-, que se podían disparar individualmente de una vez el racimo entero. Cardoen no sólo fabricó armamento para la FACh, sino también produjo minas antitanques y otros ingenios que en cierto grado, suplieron la falta de ayuda internacional. Es decir, aquí se vio reflejada la pillería del chileno. Junto con lo anterior, Chile consiguió el apoyo de naciones de oriente, por ejemplo, los Hawker Hunter que Inglaterra se negaba a reparar, fueron reparados en una nación asiática; las patrulleras que ayudaron a potenciar aún más la Marina, fueron suministradas por un país del medio oeste. Además, a pesar de no ser productores de armamento sofisticado, Chile comenzó a construir rifles, fusiles y munición de infantería. Por otro lado, Pinochet consideraba que la Marina no era suficiente por sí sola para ganar la guerra, por lo que sometió a su Ejército a un duro entrenamiento que significó que Chile tuviera un Ejército de infantería como nunca antes había habido en nuestro país. 4.2 Desarrollo y Consecuencias de una eventual Guerra: Dadas esas condiciones la guerra ciertamente habría tenido un resultado incierto. De partida, muchos han señalado que, una vez iniciada la guerra, el conflicto podría haber pasado a mayores y haberse transformado en un conflicto latinoamericano, en que se contemplaba el ingreso de Perú, Bolivia, Ecuador y Brasil. El ingreso de peruanos y bolivianos estaba contemplado por las FF.AA. de Chile en una hipótesis de guerra tradicionalmente manejada por ellos: la H.V.3. o Hipótesis Vecinal 3, en que se prevé que, una vez iniciada una guerra con alguno de nuestros vecinos, los otros dos podrían aprovecharse de la situación y declararle la guerra a Chile. Esa teoría cobraba especial vigencia cuando se recordaba que hacia 1974 se produjo una gran tensión entre chilenos, peruanos y bolivianos, que impidió la aplicación de un acuerdo que le daba a Bolivia su ansiada salida al mar, lo que obligó a Chile a no descuidar el norte y la frontera debió ser minada completamente Además, diversos analistas militares han señalado que a la guerra también podría haber ingresado Ecuador con el fin de recuperar territorios amazónicos arrebatados por Perú en 1942. De ahí el conflicto podía pasar a gran parte de Latinoamérica. Sin embargo, es preciso considerar que un enfrentamiento armado de esas características habría sido funesto para Chile. Matthei se preocupa de dejarlo en claro al decir: “Nosotros tenemos claro que nuestras fuerzas difícilmente alcanzaban para luchar con Argentina. Una intervención de los otros dos países(...) habría sido difícil resistir”. En lo netamente estratégico, se pensaba que Argentina planeaba la invasión directa de las islas y de la zona cercana a Puerto Williams, a través de un desembarco anfibio, pero también estaba el temor de que la invasión podía efectuarse simultáneamente en otros puntos de la frontera chileno-argentina con lo que se buscaba cortar el país en dos. Este ataque podía llevarse a cabo en cualquiera de las ciudades del sur donde los pasos fronterizos son bajos, por ejemplo, Temuco, Valdivia o Puerto Montt. Por otro lado Chile planeaba un gancho de izquierda, consistente en penetrar territorio argentino por el norte con alguna de las tropas que esperaban el eventual ataque de bolivianos y peruanos. Lo anterior tenía como pretensión el canje de territorios que Chile podría eventualmente haber perdido en el sur. En la zona de conflicto, los soldados atrincherados esperaban el ataque argentino, dispuestos a defender la soberanía de esta larga y angosta faja de tierra que se veía amenazada. Sin duda que no sería fácil desalojar a los soldados de ninguna de las islas en las que estaban apostados. En ellos se reencarnaba el espíritu heroico y patriótico de hombres como Bernardo O'Higgins, Arturo Prat y Eleuterio Ramírez. El hombre a cargo de la Infantería de Marina en el austro era el almirante Pablo Wunderlich y sus órdenes eran resistir y nunca disparar el primer tiro, pese a que la infantería de marina es netamente ofensiva, lo que era bien sabido por Wunderlich. Es por esta razón que él consideraba que la actitud defensiva sería solamente inicial y, una vez que se hubieran declarado las hostilidades, además del gancho de izquierda por el norte, se estudiaba la posibilidad de pegar un gancho de derecha por el sur y apoderarse de Ushuaia y de la parte argentina de la isla grande de Tierra del Fuego. De ahí en más las posibilidades se abrían para Chile. Muchos aseguran que, estando en posesión de Tierra del Fuego, era posible entrar en la patagonia argentina, donde se calculaba que habían cerca de quinientos mil hombres que esperaban a las tropas chilenas para adherírseles, lo que habría incrementado las filas chilenas en territorio argentino. Pero, desafortunadamente, la guerra es como el box: el que pega primero, pega dos veces. Esto perjudicaba las pretensiones chilenas, ya que Argentina estaba obligada a dar el primer golpe, es decir, antes de planear una contraofensiva, Chile debía resistir muy bien la ofensiva argentina. El almirantazgo de la Armada de Chile estaba consciente de lo anterior por lo que planeaban esperar el primer golpe argentino e impedir que este llegara a fondo, utilizando una buena defensa. Posteriormente venía el contragolpe chileno, en que sí se llegaría fondo, puesto que Argentina había dejado su guardia baja al atacar a Chile. Con esto, Chile pretendía asegurarse una victoria en el mar que pretendía inhibir toda intención argentina de apoderarse de territorios chilenos insulares del austro. Mientras tanto, el Ejército suponía que las fuerzas argentinas entrarían por Puerto Natales, desde donde avanzarían hacia el sur, hasta Punta Arenas. En esta ciudad, el Ejército de Chile iba a esperar a los argentinos donde se les daría dura lucha, hasta vencerlos. Al igual que la Armada, el Ejército pretendía derrotar a los argentinos en cualquiera de los puntos en que desarrollaran su ofensiva y de ahí, iniciar una contraofensiva. En fin, el análisis de un hecho que no se llevó a cabo da para mucho. Lo cierto es que esta guerra habría tenido resultados inciertos, pero todo parece indicar que habría sido una verdadera “carnicería que por suerte no se llevó a cabo”. Una larga y sangrienta guerra para los dos países, pues, si bien Argentina tenía la iniciativa y podía destruir las principales ciudades y chilenas y ganar territorios, Chile habría hecho lo mismo o más, lo que habría significado una larga guerra de Infantería y finalmente “el Ejército chileno hubiera invadido Buenos Aires”. Lo que sí queda claro es que en Chile nunca nadie se dejó amedrentar por las demostraciones de poder de las FF.AA. argentinas, al punto de que importantes personeros de gobierno daban por seguro un triunfo chileno, pero sin querer decir que habría sido fácil dicho triunfo o considerar la guerra como el mejor camino para darle solución al conflicto. Es el caso del Ministro de Relaciones Exteriores de Chile, don Hernán Cubillos Sallato quien dijo que, “Nosotros(el gobierno) sabíamos que en el mar podíamos ganar cualquier día. La Fuerza Aérea estaba débil. El Ejército se preparaba, bajo instrucciones del general Pinochet, a una larga guerra de infantería que al final también hubiéramos ganado. Yo nunca negocié pensando que si tenía que ir a una guerra la perdía”. Las palabras son simplemente elocuentes. 4.3 Gestiones de la Cancillería de Chile para evitar la Guerra: Las relaciones internacionales de Chile pasaban por un pésimo momento, por las razones que ya han sido explicadas. Además, el Ministerio de Relaciones Exteriores recibía duras críticas desde revistas como Qué Pasa, entre las que destacaban las de Hernán Cubillos Sallato, un ex-marino que había participado en la reposición de la baliza del islote Snipe y que se había dedicado a la diplomacia. Con sus críticas, Cubillos pretendía que los militares entendieran que los civiles podían ser tan leales como ellos, en clara alusión a la militarización de la que eran víctima los principales ministerios de Chile. La Junta de Gobierno entendió las críticas, lo que significó que el 20 de abril de 1978 jurara en Chile un nuevo gabinete que contaba con tres civiles, destacándose entre ellos Cubillos en la cartera de Relaciones Exteriores. Cubillos inició rápidamente un proceso de desmilitarización del Ministerio, llamando a diplomáticos y civiles de peso para que trabajaran con él. Entre ellos es importante nombrar a don José Miguel Barros, don Francisco Orrego, don Pedro Daza y don Santiago Benadava. En lo relativo al conflicto suscitado en el Beagle, la Cancillería tenía una tarea clara: Hacer cumplir a Argentina el laudo de Su Majestad Británica. Si había que negociar, se negociaría, pero sin entregar un sólo centímetro de tierra. Además de lo anterior, Cubillos intentaba arduamente mejorar las relaciones con Estados Unidos, las potencias europeas y con el Vaticano, al ser éste considerado un eventual agente de paz. Para lograr su objetivo, Cubillos debió esquivar un no despreciable escollo que era la tentación que tenían los militares de solucionar el asunto entre militares. Es por esta razón que Cubillos debió instruir a Pinochet de no proseguir con las conversaciones con Videla paralelas a las gestiones de la Cancillería, en especial después de la experiencia que había dejado la reunión de Mendoza. Pero Pinochet se había comprometido a reunirse con Videla en Puerto Montt para intentar solucionar el tema. La reunión y los argumentos que debía exponer Pinochet fueron pautados por Cubillos, con el fin de enrielar el conflicto que se había escapado de las manos en Mendoza. Finalmente, se acordó que el conflicto quedaría encargado a las cancillerías, con lo que quedaban suprimidas las conversaciones paralelas entre presidentes. Se iniciaba, entonces, un largo y agotador proceso de conversaciones orientadas a evitar el enfrentamiento armado. En Chile nunca hubo un verdadero ambiente de guerra, mientras que en Argentina ocurría lo diametralmente opuesto: se hacían ejercicios de oscurecimiento de ciudades y las tropas eran enviadas al sur con aspaviento. Todo lo anterior apoyado por una xenofóbica prensa argentina de la que se percató Cubillos en uno de sus tantos viajes a Buenos Aires: “En Argentina había visto una prensa loca, con un gobierno loco, promoviendo la guerra con Chile, diciendo `las islas son nuestras', `el Beagle es nuestro', al punto de que el gobierno argentino tenía poca flexibilidad para moverse dentro de un ambiente que ya le había creado su propia prensa. A favor de la prensa chilena y de los periodistas chilenos yo tengo que decir que nunca me fallaron. Yo logré que la prensa se portara de una forma excelente sin un decreto de censura nada más que porque ellos sentían la responsabilidad patriótica que había en lo que estábamos haciendo”. Posteriormente Cubillos vivió la locura argentina en Chile, en la visita que efectuó a Chile uno de los duros del Ejército argentino, el general Suárez Mason, quien le dijo a Cubillos: “¡Ministro!, usted no entiende nada de nada porque usted está buscando, con veinte mil artilugios, lograr la paz entre nosotros y usted no quiere entender que el Ejército Argentino necesita pelear una guerra limpia”. Después de comentarios como este, la guerra se sentía muy cerca, por lo que los preparativos para una guerra que no tendría nada de limpia prosiguieron. Por su parte, la Cancillería persistió en su afán de encontrar una solución que evitara una guerra que cada vez se veía más cerca. Las posibles soluciones iban desde llevar el conflicto a la Corte Internacional de Justicia de La Haya hasta pedir la intervención de una tercera nación amiga, alternativa que fue finalmente aceptada por Argentina. El 12 de diciembre de 1978, Cubillos viajó a Buenos Aires para reunirse con su homólogo argentino, Carlos Washington Pastor, quien planteó en la reunión que el único mediador posible aceptado por Argentina era el Vaticano, condición que, a sorpresa de Pastor, fue aceptada por Cubillos. Argentina pensaba que Chile se negaría a la opción de la mediación papal por la dura lucha que había dado la Iglesia Católica al gobierno militar por las violaciones a los derechos humanos, pero no sucedió así y los cancilleres se aprestaban a firmar el documento con que ambos países solicitaban a Su Santidad el papa Juan Pablo II la mediación que desviara a este conflicto del curso de colisión que llevaba y se comprometían a no usar las armas en la zona mientras durase la mediación. Sin embargo, los duros de las FF.AA. argentinas no parecían estar muy interesados en seguir la ruta trazada por Pastor. Cuando Cubillos se dirigía al Ministerio de Relaciones Exteriores de Argentina para firmar el documento, recibió una llamada de un desolado Pastor en que le explicaba a Cubillos que la Junta de Gobierno había desautorizado al presidente Videla y a la gestión de Pastor y, por tanto, no había acuerdo. Esto demostró que en Argentina no se sabía a ciencia cierta quién mandaba a quién. La nueva posición adoptada por los militares era exigir el corte del diálogo con Chile lo antes posible para que empezara el enfrentamiento armado al cual se habían preparado. Como era de esperar, la prensa apoyaba lo anterior y promovía la guerra para frenar el avance de los “expansionistas” de Chile, olvidándose de que habían sido ellos los que habían desconocido el fallo de un tribunal cuyo dictamen estaba confiado al honor de las naciones. Entre el 13 y el 22 de diciembre de 1978, Chile y Argentina vivieron el momento más tenso en sus relaciones. El olor a guerra en el sur era fuertísimo. Los preparativos para la guerra estaban casi listos. Las trincheras a lo largo de toda la frontera desde Punta Dungeness hasta Punta Arenas estaban hechas. Miles de efectivos esperaban en sus puestos de tiro. Detrás de ellos estaban los vehículos blindados con sus respectivos caza tanques, esperando la ofensiva argentina. A mediados de diciembre, la CIA le comunica al presidente de EE.UU., Jimmy Carter, que el enfrentamiento en el sur de América era inminente y, recién ahí, EE.UU. empezó a hacer gestiones para evitar la guerra. El embajador de EE.UU. en Chile le hizo entrega a Cubillos de fotografías de satélite en las que se mostraba el avance de las tropas argentinas hacia el oeste, hacia Chile, en todas las zonas de la frontera: norte, centro y sur. Al mismo tiempo EE.UU. le comunicaba al secretario general del Vaticano el profundo apoyo que tendrían de su parte si decidían intervenir en el conflicto. El 20 de diciembre, Chile volvió a pedirle a Argentina que considerara la opción de llevar el conflicto a la Corte de La Haya, petición que fue negada casi el mismo día. Se pensaba que el enfrentamiento armado era casi un hecho y que Videla tenía la declaración de guerra en sus manos. Tras la negativa argentina, la Cancillería debió utilizar su último recurso que era el lanzar una avalancha de gestiones diplomáticas que pretendían detener la guerra. Estas gestiones fueron enviar a la O.E.A. y a la O.N.U. sendas denuncias informando lo delicada de la situación. Todos pensaban que el fracaso diplomático se había consumado y que no quedaba más que esperar la primera ofensiva argentina. Los que pensaban así no se equivocaban. En Argentina, el Comando Supremo Político Militar pretendía poner en marcha el “Operativo Soberanía” el día 22 de diciembre de 1978 a las 22 horas. El plan era nocturno porque, con eso, Argentina pretendía sorprender a Chile. Este plan era desconocido por las FF.AA. chilenas, pero los movimientos eran cuidadosamente estudiados por radar, por lo que mucha sorpresa no iba a haber si es que Argentina decidía iniciar su ofensiva. El 21 de diciembre, el Ministro del Interior de Chile, Sergio Fernández dejaba en orden todo lo necesario para poner al país en estado de Movilización General. La tarde del 22 de diciembre, como estaba presupuestado, la flota de guerra argentina salía de su fondeadero de guerra en la Isla de los Estados, mientras que la escuadra chilena, hacía lo propio desde el Cabo de Hornos. La flota chilena, en su actitud defensiva, esperaba a la argentina. La guerra estaba más cerca que nunca. Los marinos chilenos estaban en esto cuando los radares de la Armada de Chile registraron algo verdaderamente sorpresivo: la escuadra argentina cambiaba el rumbo que llevaba y se volvía a la isla de Los Estados. La razón fue que los borrascosos mares del austro habían mareado a gran parte de la tripulación de los barcos argentinos, por lo que no se encontraban en condiciones de enfrentar a los chilenos. Además, coincidentemente, tras la petición de EE.UU., el papa había aceptado mediar en el conflicto, lo que convenció al presidente Videla de que la guerra no era la mejor solución al problema, por lo que, el mismo día 22 a las 18 horas, llamó a los generales y almirantes apostados en el sur, dándoles la orden de detener el “Operativo Soberanía”. La paz había triunfado. sigue... [/QUOTE]
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