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Operación Soberanía 1978
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<blockquote data-quote="L-7" data-source="post: 663040" data-attributes="member: 80"><p>Articulo aparecido hoy en la revista "El Sabado" del diario El Mercurio</p><p></p><p></p><p>sábado 20 de diciembre de 2008 </p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p> </p><p>Los mejores enemigos </p><p> </p><p> </p><p> </p><p>Diciembre de 1978. Viernes 22. Argentina va a invadir Chile. Comenzará por tres islas en disputa: Picton, Lennox y Nueva, en el canal Beagle. No hay vuelta atrás. Miles de soldados esperan la orden para cruzar la frontera. Su transporte ha significado el movimiento militar más grande de la historia de ese país. Es la guerra, pura y dura. Treinta años después, algunos de esos soldados recuerdan para "Sábado" cómo un conflicto que nunca ocurrió bastó para cambiarles la vida, para mal y para siempre. </p><p></p><p></p><p>POR ALFREDO SEPÚLVEDA C.</p><p></p><p>Era muy simple. Disparar primero. No preguntar nada. Ni antes ni después.</p><p></p><p>Si cruzaban, claro, nosotros también trataríamos de matarlos a ellos. Pero ellos iban a dar el primer paso.</p><p></p><p>Eran jóvenes y venían a matarnos, pero también los estaban matando a ellos, y muy probablemente, algunos de ellos habían matado antes.</p><p></p><p>Tenían entre 18 y 25 años. Hoy bordean los cincuenta, y quieren que su gobierno los escuche, que se les trate igual como a los veteranos de las Malvinas, que les den pensiones y reconocimientos. Pero es difícil. Casi imposible.</p><p></p><p>Lo llamaron el "Operativo Soberanía". A diferencia de lo que ocurrió en Chile, estaba en todas partes. Los trenes con reclutas pasaban por los pueblos del interior y de la Patagonia. La gente salía a aplaudirlos.</p><p></p><p>El soldado Miguel Ángel Acosta tenía 19 años y pertenecía al Regimiento Motorizado Mecanizado 144 con base de Jujuy, en el norte de Argentina. Lo enviaron a estacionarse a un par de kilómetros del Paso Jama, por donde se cruza hacia San Pedro de Atacama. Era agosto de 1977. Estaría, con un grupo de 750 hombres, durante más de un año en un descampado frío, arenoso y ventoso. Sin bañarse.</p><p></p><p>"Éramos tratados salvajemente", asegura. "Era de los más chicos. Con una inocencia… Imagínese. En Jujuy, cuando veíamos extranjeros, era algo admirable. Y nos llevan allá y se nos exige minar el paso Jama. Teníamos que cavar un pozo de unos 70 cms. y poner allí las minas antitanque. Con movimiento a medio metro estallaban".</p><p></p><p>"Estábamos en un descampado que era todo arena", continúa. "Nos tapaba la carpa. Ese era el problema. Adiestramiento, cero. El FAL (fusil) no servía. Las balas eran viejas, la arena tapaba el caño del arma (…) El agua era salitrosa, no se podía tomar. Higienizarse era imposible, era muy fría. Y siempre nos daban palizas. Llegaba la noche y era juntarnos entre nosotros, charlar, queríamos que se terminara esto".</p><p></p><p>–¿Y por qué les daban palizas?</p><p></p><p>–Nosotros nos juntábamos a cierta hora de la noche, descansábamos, rezábamos. Por ahí pasaba un suboficial, le decíamos que queríamos la paz, entonces paliza va, paliza viene. O nos estaqueaban.</p><p></p><p>–¿Qué significa estaquear?</p><p></p><p>–Bueno, a uno lo atan de pie, de muñecas, y lo tiran al suelo, queda como Cristo por 24, 48 horas. A esto le llamaban el "baile vivo". Eran los manotazos, el estacamiento, el cepo.</p><p></p><p>–¿Cepo?</p><p></p><p>–En el cuello. Y la mandíbula superior atada a la parte superior también del cepo.</p><p></p><p>–¿Y por qué?</p><p></p><p>–Los oficiales nos decían que teníamos que matar, que la guerra había que ganarla. Pero no estábamos preparados. Nos querían mentalizar de mercenarios. Éramos rehenes de nuestro ejército, en nuestra patria, y recibíamos las peores palizas (…) Lo único que queríamos era que terminara".</p><p></p><p>El profesor de historia y escritor cordobés Marcelo Karlen iba a saltar sobre Punta Arenas. Como Acosta, estaba recién salido del secundario. El servicio militar lo estaba efectuando en el regimiento 14 de paracaidistas.</p><p></p><p>"Nosotros íbamos a hacer la primera ofensiva. Íbamos a volar en Hércules desde Córdoba –que también era un objetivo estratégico del Ejército chileno– hasta Comodoro (Rivadavia). Desde allí hasta Río Gallegos. Y desde allí íbamos a saltar en Punta Arenas desde helicópteros o entrar como tropa. Una parte del regimiento ya había sido transportado a Gallegos. Nosotros estábamos en Córdoba esperando la orden. Pero la tensión era la misma. En tres horas íbamos a salir, volar y saltar sobre el enemigo e incluso detrás de sus líneas, para crearle un frente y una retaguardia".</p><p></p><p>–¿Cuántos eran?</p><p></p><p>–Tres mil paracaidistas.</p><p></p><p>–¿Y qué iban a hacer?</p><p></p><p>–La estrategia era un avance arrollador sobre Chile. Se confiaba que la correlación de fuerzas nos daría el triunfo. Querían lanzar 250 toneladas de bombas sobre ciudades chilenas. Conozco un comodoro, que no mencionaré, que voló en un Learjet, a baja altura, a las seis de la mañana, sobre bases chilenas. Querían "mojar la oreja" de los chilenos, o sea, hacer una acción desafiante que provocara la agresión de Chile. Una vez despertada, justificaría el ataque.</p><p></p><p>En un testimonio escrito que recogió el sitio web de la BBC en Argentina, Karlen describió lo que pasó el día que la guerra iba a empezar: "Esa mañana del 22 de diciembre habíamos firmado cada uno nuestro 'Testamento' obligatorio para nuestras familias, junto a una carta para nuestros padres en las que decíamos que 'estaba todo bien, que no se preocuparan...' Se nos repartieron las chapas identificatorias de nuestros 'futuros cadáveres' con grupo sanguíneo; celebramos una misa en donde se nos dió la extremaunción a todos –era el día de mi cumpleaños".</p><p></p><p>Como Karlen era de los mayores de su clase (cumplía 20 años), hizo un curso rápido de oficial. Quedó a cargo de aquellos que tenían 18 y 19 años. "En mi sentida condición de cristiano católico", escribe Karlen, "se me presentaba todo el tiempo un gran dilema: tener que matar o morir. ¡Porque la cosa era en serio! Sin ninguna duda. Y del otro lado de la cordillera, me figuraba yo que habría otro joven chileno –sin nombre ni rostro conocido– que iba a ser el que disparara contra mí y acabara con mi joven vida, o yo con la de él... Otro soldado igual que yo, que hablábamos el mismo idioma. Que, sin duda, también era católico, que tampoco quería estar allí, que sentía el mismo miedo y dilema, que también su arma había sido 'bendecida' por otro capellán militar igual al nuestro y en medio de nosotros había una estatua de un 'Cristo Redentor' parado y estático en la Cordillera de los Andes".</p><p></p><p>Los muertos de la frontera</p><p></p><p>Las historias de enfrentamientos entre chilenos y argentinos en esta guerra que no fue han corrido como mitos urbanos a ambos lados de la cordillera durante los últimos treinta años, que no han sido confirmados. Tal vez el testimonio más cercano a un reconocimiento de hostilidades no declaradas en esos días lo entrega el autor argentino experto en defensa Ricardo Burzaco en un artículo aparecido en la revista especializada Defensa y Seguridad sobre los submarinos argentinos que participaron en el conflicto. Burzaco relata que el día 22 el submarino argentino Salta estaban en la zona del Cabo de Hornos, cuando recibió un extenso mensaje en clave que no se alcanzó a procesar porque el oficial de periscopio detectó en ese momento un submarino, creen ellos, chileno.</p><p></p><p>"Ni bien el Salta pasa a plano profundo y sin el molesto ruido de los motores atmosféricos", continúa Burzaco, "el sonarista advierte el característico rumor de los venteos de los tanques de lastre que indican sin dudas que el submarino chileno pasa a inmersión. Ello evidencia que la nave argentina podría haber sido detectada".</p><p></p><p>Los argentinos sugirieron entonces a su comandante disparar los torpedos. Se lo plantearon dos veces. Entonces, dice Burzaco, "con tiempos intermedios de gran tensión imposibles de precisar, de pronto el sonarista advierte: '¡Alarma de torpedo!' (…) El Salta maniobra en evasión, pero a continuación el rumor de las hélices de un torpedo en corrida se desvanece".</p><p></p><p>¿Y el mensaje cifrado que no tuvieron tiempo de descifrar? Era, según Burzaco, la orden de regresar a la base porque la mediación papal se había aceptado.</p><p></p><p>En todo caso, la casi guerra tuvo muertos. Los que están documentados lo fueron por accidentes en la manipulación del material de guerra o por suicidios. Miguel Ángel Acosta, el soldado que minó el paso Jama, recuerda a dos compañeros de su regimiento, Agüero y Araya, que se suicidaron. "Los vio un suboficial y la tropa que hacía el recorrido. Estaban en los lugares en que estaban apostados". Se habían disparado con sus fusiles. Karlen menciona en su escrito a dos soldados: José Luis Luque, "con la cabeza y medio cuerpo destrozado por un PDF–40 (un fusil con munición antitanque) disparado por impericia"; y Pedro Burgener, "por un terrible error e imprudencia, y no de él precisamente". Hay otros testimonios indirectos, como el de un conocido de Karlen que asegura que en la zona de Mendoza, un soldado del telecomunicaciones que iba en un Unimog, se levantó y terminó decapitado por un puente que no vio.</p><p></p><p>E</p><p></p><p>ra muy simple. Disparar primero. No preguntar nada. Ni antes ni después.</p><p></p><p>Si cruzaban, claro, nosotros también trataríamos de matarlos a ellos. Pero ellos iban a dar el primer paso.</p><p></p><p>Eran jóvenes y venían a matarnos, pero también los estaban matando a ellos, y muy probablemente, algunos de ellos habían matado antes.</p><p></p><p>Tenían entre 18 y 25 años. Hoy bordean los cincuenta, y quieren que su gobierno los escuche, que se les trate igual como a los veteranos de las Malvinas, que les den pensiones y reconocimientos. Pero es difícil. Casi imposible.</p><p></p><p>Lo llamaron el "Operativo Soberanía". A diferencia de lo que ocurrió en Chile, estaba en todas partes. Los trenes con reclutas pasaban por los pueblos del interior y de la Patagonia. La gente salía a aplaudirlos.</p><p></p><p>El soldado Miguel Ángel Acosta tenía 19 años y pertenecía al Regimiento Motorizado Mecanizado 144 con base de Jujuy, en el norte de Argentina. Lo enviaron a estacionarse a un par de kilómetros del Paso Jama, por donde se cruza hacia San Pedro de Atacama. Era agosto de 1977. Estaría, con un grupo de 750 hombres, durante más de un año en un descampado frío, arenoso y ventoso. Sin bañarse.</p><p></p><p>"Éramos tratados salvajemente", asegura. "Era de los más chicos. Con una inocencia… Imagínese. En Jujuy, cuando veíamos extranjeros, era algo admirable. Y nos llevan allá y se nos exige minar el paso Jama. Teníamos que cavar un pozo de unos 70 cms. y poner allí las minas antitanque. Con movimiento a medio metro estallaban".</p><p></p><p>"Estábamos en un descampado que era todo arena", continúa. "Nos tapaba la carpa. Ese era el problema. Adiestramiento, cero. El FAL (fusil) no servía. Las balas eran viejas, la arena tapaba el caño del arma (…) El agua era salitrosa, no se podía tomar. Higienizarse era imposible, era muy fría. Y siempre nos daban palizas. Llegaba la noche y era juntarnos entre nosotros, charlar, queríamos que se terminara esto".</p><p></p><p>–¿Y por qué les daban palizas?</p><p></p><p>–Nosotros nos juntábamos a cierta hora de la noche, descansábamos, rezábamos. Por ahí pasaba un suboficial, le decíamos que queríamos la paz, entonces paliza va, paliza viene. O nos estaqueaban.</p><p></p><p>–¿Qué significa estaquear?</p><p></p><p>–Bueno, a uno lo atan de pie, de muñecas, y lo tiran al suelo, queda como Cristo por 24, 48 horas. A esto le llamaban el "baile vivo". Eran los manotazos, el estacamiento, el cepo.</p><p></p><p>–¿Cepo?</p><p></p><p>–En el cuello. Y la mandíbula superior atada a la parte superior también del cepo.</p><p></p><p>–¿Y por qué?</p><p></p><p>–Los oficiales nos decían que teníamos que matar, que la guerra había que ganarla. Pero no estábamos preparados. Nos querían mentalizar de mercenarios. Éramos rehenes de nuestro ejército, en nuestra patria, y recibíamos las peores palizas (…) Lo único que queríamos era que terminara".</p><p></p><p>El profesor de historia y escritor cordobés Marcelo Karlen iba a saltar sobre Punta Arenas. Como Acosta, estaba recién salido del secundario. El servicio militar lo estaba efectuando en el regimiento 14 de paracaidistas.</p><p></p><p>"Nosotros íbamos a hacer la primera ofensiva. Íbamos a volar en Hércules desde Córdoba –que también era un objetivo estratégico del Ejército chileno– hasta Comodoro (Rivadavia). Desde allí hasta Río Gallegos. Y desde allí íbamos a saltar en Punta Arenas desde helicópteros o entrar como tropa. Una parte del regimiento ya había sido transportado a Gallegos. Nosotros estábamos en Córdoba esperando la orden. Pero la tensión era la misma. En tres horas íbamos a salir, volar y saltar sobre el enemigo e incluso detrás de sus líneas, para crearle un frente y una retaguardia".</p><p></p><p>–¿Cuántos eran?</p><p></p><p>–Tres mil paracaidistas.</p><p></p><p>–¿Y qué iban a hacer?</p><p></p><p>–La estrategia era un avance arrollador sobre Chile. Se confiaba que la correlación de fuerzas nos daría el triunfo. Querían lanzar 250 toneladas de bombas sobre ciudades chilenas. Conozco un comodoro, que no mencionaré, que voló en un Learjet, a baja altura, a las seis de la mañana, sobre bases chilenas. Querían "mojar la oreja" de los chilenos, o sea, hacer una acción desafiante que provocara la agresión de Chile. Una vez despertada, justificaría el ataque.</p><p></p><p>En un testimonio escrito que recogió el sitio web de la BBC en Argentina, Karlen describió lo que pasó el día que la guerra iba a empezar: "Esa mañana del 22 de diciembre habíamos firmado cada uno nuestro 'Testamento' obligatorio para nuestras familias, junto a una carta para nuestros padres en las que decíamos que 'estaba todo bien, que no se preocuparan...' Se nos repartieron las chapas identificatorias de nuestros 'futuros cadáveres' con grupo sanguíneo; celebramos una misa en donde se nos dió la extremaunción a todos –era el día de mi cumpleaños".</p><p></p><p>Como Karlen era de los mayores de su clase (cumplía 20 años), hizo un curso rápido de oficial. Quedó a cargo de aquellos que tenían 18 y 19 años. "En mi sentida condición de cristiano católico", escribe Karlen, "se me presentaba todo el tiempo un gran dilema: tener que matar o morir. ¡Porque la cosa era en serio! Sin ninguna duda. Y del otro lado de la cordillera, me figuraba yo que habría otro joven chileno –sin nombre ni rostro conocido– que iba a ser el que disparara contra mí y acabara con mi joven vida, o yo con la de él... Otro soldado igual que yo, que hablábamos el mismo idioma. Que, sin duda, también era católico, que tampoco quería estar allí, que sentía el mismo miedo y dilema, que también su arma había sido 'bendecida' por otro capellán militar igual al nuestro y en medio de nosotros había una estatua de un 'Cristo Redentor' parado y estático en la Cordillera de los Andes".</p><p></p><p>Del Beagle a las Malvinas</p><p></p><p>Los soldados argentinos que fueron conscriptos y tenían la orden de invadir Chile se han organizado en una Asociación de Veteranos del Beagle. Están pidiendo que se les reconozca lo sufrido y se les entregue una pensión, tal como a los veteranos de las Malvinas. De hecho, muchos de ellos son también veteranos de las Malvinas. Pero el proceso para lograrlo ha sido rocoso y no muy optimista. Hay una piedra en el zapato. Se llama "Operativo Independencia".</p><p></p><p>Muchos de estos conscriptos argentinos, nacidos entre 1953 y 1958, participaron también en la represión contra el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), la guerrilla que se instaló en la zona selvática de la provincia de Tucumán. La historia está allí: el operativo, en 1975, aún bajo el mandato virtual de la presidenta Isabel Perón, fue la primera vez en que los militares argentinos que después conformarían como "el proceso" ocuparon métodos que violentaban los derechos humanos.</p><p></p><p>Miguel Ángel Acosta, antes de ser llevado al paso Jama, estuvo en Tucumán como conscripto, en un pueblo llamado Tafí Viejo. "Nos usaron como carnada", dice Acosta, "Ingresábamos a las villas, pateaban puertas a las 12 de la noche, una de la mañana, sin importar. El de pelo largo, desaparecía".</p><p></p><p>"Nosotros", dice Karlen, "fuimos los primeros en hacer el Servicio Militar con 18 años. Todos los anteriores, incluso los del 55, lo hicieron con 20. Entonces nosotros tuvimos que convivir con la clase 55, que estuvo combatiendo en Tucumán. Y estaba todos re locos. Venían como de Vietnam".</p><p></p><p>"Lo único bueno de todo esto", dice Acosta, "fue cuando nos dijeron que nos íbamos. Y las estrellas en la noche. Grandes. Lindas".</p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p>ALFREDO SEPÚLVEDA C..</p><p></p><p></p><p></p><p></p><p></p><p>Saludos</p><p>Lautaro</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="L-7, post: 663040, member: 80"] Articulo aparecido hoy en la revista "El Sabado" del diario El Mercurio sábado 20 de diciembre de 2008 Los mejores enemigos Diciembre de 1978. Viernes 22. Argentina va a invadir Chile. Comenzará por tres islas en disputa: Picton, Lennox y Nueva, en el canal Beagle. No hay vuelta atrás. Miles de soldados esperan la orden para cruzar la frontera. Su transporte ha significado el movimiento militar más grande de la historia de ese país. Es la guerra, pura y dura. Treinta años después, algunos de esos soldados recuerdan para "Sábado" cómo un conflicto que nunca ocurrió bastó para cambiarles la vida, para mal y para siempre. POR ALFREDO SEPÚLVEDA C. Era muy simple. Disparar primero. No preguntar nada. Ni antes ni después. Si cruzaban, claro, nosotros también trataríamos de matarlos a ellos. Pero ellos iban a dar el primer paso. Eran jóvenes y venían a matarnos, pero también los estaban matando a ellos, y muy probablemente, algunos de ellos habían matado antes. Tenían entre 18 y 25 años. Hoy bordean los cincuenta, y quieren que su gobierno los escuche, que se les trate igual como a los veteranos de las Malvinas, que les den pensiones y reconocimientos. Pero es difícil. Casi imposible. Lo llamaron el "Operativo Soberanía". A diferencia de lo que ocurrió en Chile, estaba en todas partes. Los trenes con reclutas pasaban por los pueblos del interior y de la Patagonia. La gente salía a aplaudirlos. El soldado Miguel Ángel Acosta tenía 19 años y pertenecía al Regimiento Motorizado Mecanizado 144 con base de Jujuy, en el norte de Argentina. Lo enviaron a estacionarse a un par de kilómetros del Paso Jama, por donde se cruza hacia San Pedro de Atacama. Era agosto de 1977. Estaría, con un grupo de 750 hombres, durante más de un año en un descampado frío, arenoso y ventoso. Sin bañarse. "Éramos tratados salvajemente", asegura. "Era de los más chicos. Con una inocencia… Imagínese. En Jujuy, cuando veíamos extranjeros, era algo admirable. Y nos llevan allá y se nos exige minar el paso Jama. Teníamos que cavar un pozo de unos 70 cms. y poner allí las minas antitanque. Con movimiento a medio metro estallaban". "Estábamos en un descampado que era todo arena", continúa. "Nos tapaba la carpa. Ese era el problema. Adiestramiento, cero. El FAL (fusil) no servía. Las balas eran viejas, la arena tapaba el caño del arma (…) El agua era salitrosa, no se podía tomar. Higienizarse era imposible, era muy fría. Y siempre nos daban palizas. Llegaba la noche y era juntarnos entre nosotros, charlar, queríamos que se terminara esto". –¿Y por qué les daban palizas? –Nosotros nos juntábamos a cierta hora de la noche, descansábamos, rezábamos. Por ahí pasaba un suboficial, le decíamos que queríamos la paz, entonces paliza va, paliza viene. O nos estaqueaban. –¿Qué significa estaquear? –Bueno, a uno lo atan de pie, de muñecas, y lo tiran al suelo, queda como Cristo por 24, 48 horas. A esto le llamaban el "baile vivo". Eran los manotazos, el estacamiento, el cepo. –¿Cepo? –En el cuello. Y la mandíbula superior atada a la parte superior también del cepo. –¿Y por qué? –Los oficiales nos decían que teníamos que matar, que la guerra había que ganarla. Pero no estábamos preparados. Nos querían mentalizar de mercenarios. Éramos rehenes de nuestro ejército, en nuestra patria, y recibíamos las peores palizas (…) Lo único que queríamos era que terminara". El profesor de historia y escritor cordobés Marcelo Karlen iba a saltar sobre Punta Arenas. Como Acosta, estaba recién salido del secundario. El servicio militar lo estaba efectuando en el regimiento 14 de paracaidistas. "Nosotros íbamos a hacer la primera ofensiva. Íbamos a volar en Hércules desde Córdoba –que también era un objetivo estratégico del Ejército chileno– hasta Comodoro (Rivadavia). Desde allí hasta Río Gallegos. Y desde allí íbamos a saltar en Punta Arenas desde helicópteros o entrar como tropa. Una parte del regimiento ya había sido transportado a Gallegos. Nosotros estábamos en Córdoba esperando la orden. Pero la tensión era la misma. En tres horas íbamos a salir, volar y saltar sobre el enemigo e incluso detrás de sus líneas, para crearle un frente y una retaguardia". –¿Cuántos eran? –Tres mil paracaidistas. –¿Y qué iban a hacer? –La estrategia era un avance arrollador sobre Chile. Se confiaba que la correlación de fuerzas nos daría el triunfo. Querían lanzar 250 toneladas de bombas sobre ciudades chilenas. Conozco un comodoro, que no mencionaré, que voló en un Learjet, a baja altura, a las seis de la mañana, sobre bases chilenas. Querían "mojar la oreja" de los chilenos, o sea, hacer una acción desafiante que provocara la agresión de Chile. Una vez despertada, justificaría el ataque. En un testimonio escrito que recogió el sitio web de la BBC en Argentina, Karlen describió lo que pasó el día que la guerra iba a empezar: "Esa mañana del 22 de diciembre habíamos firmado cada uno nuestro 'Testamento' obligatorio para nuestras familias, junto a una carta para nuestros padres en las que decíamos que 'estaba todo bien, que no se preocuparan...' Se nos repartieron las chapas identificatorias de nuestros 'futuros cadáveres' con grupo sanguíneo; celebramos una misa en donde se nos dió la extremaunción a todos –era el día de mi cumpleaños". Como Karlen era de los mayores de su clase (cumplía 20 años), hizo un curso rápido de oficial. Quedó a cargo de aquellos que tenían 18 y 19 años. "En mi sentida condición de cristiano católico", escribe Karlen, "se me presentaba todo el tiempo un gran dilema: tener que matar o morir. ¡Porque la cosa era en serio! Sin ninguna duda. Y del otro lado de la cordillera, me figuraba yo que habría otro joven chileno –sin nombre ni rostro conocido– que iba a ser el que disparara contra mí y acabara con mi joven vida, o yo con la de él... Otro soldado igual que yo, que hablábamos el mismo idioma. Que, sin duda, también era católico, que tampoco quería estar allí, que sentía el mismo miedo y dilema, que también su arma había sido 'bendecida' por otro capellán militar igual al nuestro y en medio de nosotros había una estatua de un 'Cristo Redentor' parado y estático en la Cordillera de los Andes". Los muertos de la frontera Las historias de enfrentamientos entre chilenos y argentinos en esta guerra que no fue han corrido como mitos urbanos a ambos lados de la cordillera durante los últimos treinta años, que no han sido confirmados. Tal vez el testimonio más cercano a un reconocimiento de hostilidades no declaradas en esos días lo entrega el autor argentino experto en defensa Ricardo Burzaco en un artículo aparecido en la revista especializada Defensa y Seguridad sobre los submarinos argentinos que participaron en el conflicto. Burzaco relata que el día 22 el submarino argentino Salta estaban en la zona del Cabo de Hornos, cuando recibió un extenso mensaje en clave que no se alcanzó a procesar porque el oficial de periscopio detectó en ese momento un submarino, creen ellos, chileno. "Ni bien el Salta pasa a plano profundo y sin el molesto ruido de los motores atmosféricos", continúa Burzaco, "el sonarista advierte el característico rumor de los venteos de los tanques de lastre que indican sin dudas que el submarino chileno pasa a inmersión. Ello evidencia que la nave argentina podría haber sido detectada". Los argentinos sugirieron entonces a su comandante disparar los torpedos. Se lo plantearon dos veces. Entonces, dice Burzaco, "con tiempos intermedios de gran tensión imposibles de precisar, de pronto el sonarista advierte: '¡Alarma de torpedo!' (…) El Salta maniobra en evasión, pero a continuación el rumor de las hélices de un torpedo en corrida se desvanece". ¿Y el mensaje cifrado que no tuvieron tiempo de descifrar? Era, según Burzaco, la orden de regresar a la base porque la mediación papal se había aceptado. En todo caso, la casi guerra tuvo muertos. Los que están documentados lo fueron por accidentes en la manipulación del material de guerra o por suicidios. Miguel Ángel Acosta, el soldado que minó el paso Jama, recuerda a dos compañeros de su regimiento, Agüero y Araya, que se suicidaron. "Los vio un suboficial y la tropa que hacía el recorrido. Estaban en los lugares en que estaban apostados". Se habían disparado con sus fusiles. Karlen menciona en su escrito a dos soldados: José Luis Luque, "con la cabeza y medio cuerpo destrozado por un PDF–40 (un fusil con munición antitanque) disparado por impericia"; y Pedro Burgener, "por un terrible error e imprudencia, y no de él precisamente". Hay otros testimonios indirectos, como el de un conocido de Karlen que asegura que en la zona de Mendoza, un soldado del telecomunicaciones que iba en un Unimog, se levantó y terminó decapitado por un puente que no vio. E ra muy simple. Disparar primero. No preguntar nada. Ni antes ni después. Si cruzaban, claro, nosotros también trataríamos de matarlos a ellos. Pero ellos iban a dar el primer paso. Eran jóvenes y venían a matarnos, pero también los estaban matando a ellos, y muy probablemente, algunos de ellos habían matado antes. Tenían entre 18 y 25 años. Hoy bordean los cincuenta, y quieren que su gobierno los escuche, que se les trate igual como a los veteranos de las Malvinas, que les den pensiones y reconocimientos. Pero es difícil. Casi imposible. Lo llamaron el "Operativo Soberanía". A diferencia de lo que ocurrió en Chile, estaba en todas partes. Los trenes con reclutas pasaban por los pueblos del interior y de la Patagonia. La gente salía a aplaudirlos. El soldado Miguel Ángel Acosta tenía 19 años y pertenecía al Regimiento Motorizado Mecanizado 144 con base de Jujuy, en el norte de Argentina. Lo enviaron a estacionarse a un par de kilómetros del Paso Jama, por donde se cruza hacia San Pedro de Atacama. Era agosto de 1977. Estaría, con un grupo de 750 hombres, durante más de un año en un descampado frío, arenoso y ventoso. Sin bañarse. "Éramos tratados salvajemente", asegura. "Era de los más chicos. Con una inocencia… Imagínese. En Jujuy, cuando veíamos extranjeros, era algo admirable. Y nos llevan allá y se nos exige minar el paso Jama. Teníamos que cavar un pozo de unos 70 cms. y poner allí las minas antitanque. Con movimiento a medio metro estallaban". "Estábamos en un descampado que era todo arena", continúa. "Nos tapaba la carpa. Ese era el problema. Adiestramiento, cero. El FAL (fusil) no servía. Las balas eran viejas, la arena tapaba el caño del arma (…) El agua era salitrosa, no se podía tomar. Higienizarse era imposible, era muy fría. Y siempre nos daban palizas. Llegaba la noche y era juntarnos entre nosotros, charlar, queríamos que se terminara esto". –¿Y por qué les daban palizas? –Nosotros nos juntábamos a cierta hora de la noche, descansábamos, rezábamos. Por ahí pasaba un suboficial, le decíamos que queríamos la paz, entonces paliza va, paliza viene. O nos estaqueaban. –¿Qué significa estaquear? –Bueno, a uno lo atan de pie, de muñecas, y lo tiran al suelo, queda como Cristo por 24, 48 horas. A esto le llamaban el "baile vivo". Eran los manotazos, el estacamiento, el cepo. –¿Cepo? –En el cuello. Y la mandíbula superior atada a la parte superior también del cepo. –¿Y por qué? –Los oficiales nos decían que teníamos que matar, que la guerra había que ganarla. Pero no estábamos preparados. Nos querían mentalizar de mercenarios. Éramos rehenes de nuestro ejército, en nuestra patria, y recibíamos las peores palizas (…) Lo único que queríamos era que terminara". El profesor de historia y escritor cordobés Marcelo Karlen iba a saltar sobre Punta Arenas. Como Acosta, estaba recién salido del secundario. El servicio militar lo estaba efectuando en el regimiento 14 de paracaidistas. "Nosotros íbamos a hacer la primera ofensiva. Íbamos a volar en Hércules desde Córdoba –que también era un objetivo estratégico del Ejército chileno– hasta Comodoro (Rivadavia). Desde allí hasta Río Gallegos. Y desde allí íbamos a saltar en Punta Arenas desde helicópteros o entrar como tropa. Una parte del regimiento ya había sido transportado a Gallegos. Nosotros estábamos en Córdoba esperando la orden. Pero la tensión era la misma. En tres horas íbamos a salir, volar y saltar sobre el enemigo e incluso detrás de sus líneas, para crearle un frente y una retaguardia". –¿Cuántos eran? –Tres mil paracaidistas. –¿Y qué iban a hacer? –La estrategia era un avance arrollador sobre Chile. Se confiaba que la correlación de fuerzas nos daría el triunfo. Querían lanzar 250 toneladas de bombas sobre ciudades chilenas. Conozco un comodoro, que no mencionaré, que voló en un Learjet, a baja altura, a las seis de la mañana, sobre bases chilenas. Querían "mojar la oreja" de los chilenos, o sea, hacer una acción desafiante que provocara la agresión de Chile. Una vez despertada, justificaría el ataque. En un testimonio escrito que recogió el sitio web de la BBC en Argentina, Karlen describió lo que pasó el día que la guerra iba a empezar: "Esa mañana del 22 de diciembre habíamos firmado cada uno nuestro 'Testamento' obligatorio para nuestras familias, junto a una carta para nuestros padres en las que decíamos que 'estaba todo bien, que no se preocuparan...' Se nos repartieron las chapas identificatorias de nuestros 'futuros cadáveres' con grupo sanguíneo; celebramos una misa en donde se nos dió la extremaunción a todos –era el día de mi cumpleaños". Como Karlen era de los mayores de su clase (cumplía 20 años), hizo un curso rápido de oficial. Quedó a cargo de aquellos que tenían 18 y 19 años. "En mi sentida condición de cristiano católico", escribe Karlen, "se me presentaba todo el tiempo un gran dilema: tener que matar o morir. ¡Porque la cosa era en serio! Sin ninguna duda. Y del otro lado de la cordillera, me figuraba yo que habría otro joven chileno –sin nombre ni rostro conocido– que iba a ser el que disparara contra mí y acabara con mi joven vida, o yo con la de él... Otro soldado igual que yo, que hablábamos el mismo idioma. Que, sin duda, también era católico, que tampoco quería estar allí, que sentía el mismo miedo y dilema, que también su arma había sido 'bendecida' por otro capellán militar igual al nuestro y en medio de nosotros había una estatua de un 'Cristo Redentor' parado y estático en la Cordillera de los Andes". Del Beagle a las Malvinas Los soldados argentinos que fueron conscriptos y tenían la orden de invadir Chile se han organizado en una Asociación de Veteranos del Beagle. Están pidiendo que se les reconozca lo sufrido y se les entregue una pensión, tal como a los veteranos de las Malvinas. De hecho, muchos de ellos son también veteranos de las Malvinas. Pero el proceso para lograrlo ha sido rocoso y no muy optimista. Hay una piedra en el zapato. Se llama "Operativo Independencia". Muchos de estos conscriptos argentinos, nacidos entre 1953 y 1958, participaron también en la represión contra el ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo), la guerrilla que se instaló en la zona selvática de la provincia de Tucumán. La historia está allí: el operativo, en 1975, aún bajo el mandato virtual de la presidenta Isabel Perón, fue la primera vez en que los militares argentinos que después conformarían como "el proceso" ocuparon métodos que violentaban los derechos humanos. Miguel Ángel Acosta, antes de ser llevado al paso Jama, estuvo en Tucumán como conscripto, en un pueblo llamado Tafí Viejo. "Nos usaron como carnada", dice Acosta, "Ingresábamos a las villas, pateaban puertas a las 12 de la noche, una de la mañana, sin importar. El de pelo largo, desaparecía". "Nosotros", dice Karlen, "fuimos los primeros en hacer el Servicio Militar con 18 años. Todos los anteriores, incluso los del 55, lo hicieron con 20. Entonces nosotros tuvimos que convivir con la clase 55, que estuvo combatiendo en Tucumán. Y estaba todos re locos. Venían como de Vietnam". "Lo único bueno de todo esto", dice Acosta, "fue cuando nos dijeron que nos íbamos. Y las estrellas en la noche. Grandes. Lindas". ALFREDO SEPÚLVEDA C.. Saludos Lautaro [/QUOTE]
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