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Area Militar General
Malvinas 1982
Personal Argentino en zona de combate
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<blockquote data-quote="nippur_1967" data-source="post: 2220042" data-attributes="member: 1952"><p>A <span style="color: #ff0000">Javier Videla</span>, de niño, le gustaba jugar con sus amigos a los soldados. Quizás en uno de sus juegos favoritos selló el destino que lo marcaría de grande. Hoy tiene 61 años, pero cuando estalló el conflicto de Malvinas, tenía apenas 26. Nació en el campo, en el departamento Rivadavia, provincia de Mendoza, el 22 de agosto de 1955. Hizo el Servicio Militar Obligatorio, siguió la carrera militar y ascendió a suboficial. Ahora vive en Zapala, Neuquén; pero el azar lo encontró en 1982 en Paso de los Libres, Corrientes.</p><p></p><p>El viaje para llegar a ellas fue largo: salió de Paso de los Libres en tren hasta Olavarría, desde allí en un Hércules hasta Río Gallegos. Luego, partieron a Malvinas en otro avión. Javier comenta: “Iba lleno de cajones de municiones y bombas hasta el techo. Habría un metro de espacio entre el techo y la munición. Ahí entramos todos los soldados, los oficiales y los suboficiales que íbamos, acostados, metidos entre el techo del avión y la munición. Llegué a Malvinas el 13 de abril de 1982”.</p><p></p><p>A Javier le tocó tomar posición a 200 metros de Puerto Argentino, y el primer día cavaron trincheras y armaron las carpas. Pero a las dos horas, las carpas ya se las había llevado el viento. “Con las puertas de un gallinero hicimos una casamata y ahí podíamos dormir, más o menos, las veces que podíamos descansar. Y así pasaron los días, hasta que llegó el primer día de bombardeo”, dice.</p><p></p><p>Ese día fue el 1° de mayo. A las cuatro de la mañana pasó un avión Vulcan, un bombardero inglés. Arrojaba bombas de mil kilos. Cayeron unas tres o cuatro bombas en la isla que estremecieron todo. A las cinco y media empezaron a pasar los Harrier, bombardeando y ametrallando.</p><p></p><p></p><p>“Estaba oscuro y se iluminaba el cielo de rojo, con bengalas, con bombas, proyectiles, con tiros que tiraba todo el mundo. Ese día fue nuestro bautismo de fuego. Tenía varios soldados que tenían 18, 21 años, unos gritaban, otros lloraban”. De noche, las fragatas inglesas también bombardeaban sus posiciones. No los dejaban descansar. Para Javier, fue lo más atormentador de toda la guerra.<a href="http://www.lavoz.com.ar/politica/malvinas-el-regreso-de-la-estrategia-de-seduccion"> </a></p><p></p><p></p><p>Las posiciones de artillería, donde estaba Javier, recibían fuego todos los días. Pasaban días sin comer, no porque no hubiera comida, sino porque los proyectiles caían sobre la cocina y había días que no podían cocinar. “Un día –recuerda– pasé por ahí cerca de donde estaban bombardeando y pude levantar unas latas de peras, una fruta que me gusta. Y pensaba: que bombardeen nomás, yo tengo dos latas de peras”.</p><p></p><p>Tampoco se podían bañar muy seguido, y los 74 días que estuvieron en las islas Javier pudo bañarse tres veces. El primer día que llegaron, en duchas que habían organizado cerca del puerto. Eran duchas tapadas con nailon, y se bañaban con agua de mar. “No podías ponerte jabón ni champú en el pelo, porque te quedaba duro. El que lo hacía se quedaba tres días con el champú en el pelo”. La segunda vez fueron a casa de su jefe, que era el teniente coronel Martín Balza. Vivía en una casa que habían tomado en Puerto Argentino. “Tenía provisiones hasta el techo: queso, café, mortadela… Y nos dio permiso para que nos fuéramos a bañar. Alguien le robó un jamón. A partir de eso, no nos pudimos bañar más ahí.”</p><p></p><p>El trato con los kelpers era a los tiros. “Tiro va, tiro viene”, con una sola excepción. Había una mujer cerca de las posiciones que Javier y sus soldados habían tomado. El relato continúa: “Un día, un soldado se escapó y habló con esa mujer. Nosotros le preguntamos: ‘¿Cómo, vos sabés inglés? ¿Cómo, por señas?’, y él respondió: ‘No, es argentina, es cordobesa, está viviendo acá’”.</p><p></p><p>La mujer vendía empanadas, pero a un precio exorbitante. Así que el poco dinero que tenía cada uno lo juntaron y pudieron comprar una docena de empanadas. Fue un festín en medio de la guerra.</p><p></p><p>Pasaron los días, y llegó el momento de la rendición. “Ese día había nevado, y se había congelado la isla. Las tropas inglesas habían sobrepasado las primeras líneas argentinas. Pasaban muchos soldados alrededor nuestro, en dirección a Puerto Argentino. Habían depuesto las armas y llegaban caminando.” Javier estaba con uno de sus compañeros de combate, el cabo Luna. “Nos abrazamos y nos pusimos a llorar. Sabíamos que nos estábamos rindiendo, pero no queríamos rendirnos. Nos quedamos así hasta que nos separaron y nos dijeron que dejáramos todo para ir camino a la ciudad. Ya no había nada más que hacer”.</p><p></p><p>La vuelta al continente fue en un barco comercial, el Gran Canberra. Allí pudieron comer y bañarse. Iban sentados en el piso hasta que llegaron a Puerto Madryn. Estuvieron una noche ahí, fueron a Buenos Aires en avión y cuando llegaron fueron a la escuela Sargento Cabral, en Campo de Mayo. Allí estuvieron incomunicados cuatro días. Cuando le preguntan por qué, Javier dice que no sabe. “Pienso, después de treinta y cinco años, que no podíamos hablar a la prensa y contestar ciertas preguntas. Porque tendrían que dar la voz oficial. Un soldado insignificante como yo, hablar a la población y decir, qué se yo, ¿lo que uno quisiera decir?” En ese momento Javier no pudo. Con el transcurso de los años fue capaz de contar su verdad.</p><p></p><p>Cuando salieron de Buenos Aires, enfilaron hacia Paso de los Libres. Cada lugar en donde paraban era lo mismo: la gente se amontonaba, y les llevaba tiras de pan, porque en la guerra habían pasado hambre. Lo mismo pasó cuando fueron hacia las islas. “Parecíamos héroes de Malvinas. Y veníamos de una derrota. Cuando llegamos allá, a la estación donde Paso de los Libres donde estaba mi cuartel, estaba tan lleno de gente que cuando me tiré para llegar al último escalón no pude tocar el piso. La gente te agarraba, te alzaba, te abrazaba, te besaba… Fue un recibimiento hermoso el de la población.”</p><p></p><p>A pesar de todo, recuerda su paso por las islas de la mejor manera. “Para mí lo que pasó allá” -dice- “son recuerdos hermosos porque tuve la oportunidad de poder llegar ahí, plantarme y decir: ‘esto es por mi patria’”. Javier relata que se siente bien consigo mismo, porque en la trayectoria de su vida pudo hacer algo que no sólo lo marcó a él, sino que quedó escrito en las páginas de nuestra historia. “Tengo muy buenos recuerdos a pesar de las cosas feas que hayan pasado, son cosas que tenían que suceder, porque esto era una guerra, no era un picnic”, comenta.</p><p></p><p>Es por eso que Javier interpela a los argentinos, y pide que se interesen por los hechos que fueron parte de nuestro pasado. “Fuimos a pelear por un pedazo de tierra argentina. Hay 649 hombres que están sembrados allá en las islas, y están reclamando con su sangre. Es muy importante que se recuerde porque están muriendo muchos veteranos por enfermedades, por la edad.” En este punto del relato Javier deja su mensaje final: no hay que olvidar. “La causa de Malvinas para los veteranos de guerra fue una cosa muy grande, nos pusimos al servicio de la patria, y queremos que se recuerde. Necesitamos gente que recuerde”.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="nippur_1967, post: 2220042, member: 1952"] A [COLOR=#ff0000]Javier Videla[/COLOR], de niño, le gustaba jugar con sus amigos a los soldados. Quizás en uno de sus juegos favoritos selló el destino que lo marcaría de grande. Hoy tiene 61 años, pero cuando estalló el conflicto de Malvinas, tenía apenas 26. Nació en el campo, en el departamento Rivadavia, provincia de Mendoza, el 22 de agosto de 1955. Hizo el Servicio Militar Obligatorio, siguió la carrera militar y ascendió a suboficial. Ahora vive en Zapala, Neuquén; pero el azar lo encontró en 1982 en Paso de los Libres, Corrientes. El viaje para llegar a ellas fue largo: salió de Paso de los Libres en tren hasta Olavarría, desde allí en un Hércules hasta Río Gallegos. Luego, partieron a Malvinas en otro avión. Javier comenta: “Iba lleno de cajones de municiones y bombas hasta el techo. Habría un metro de espacio entre el techo y la munición. Ahí entramos todos los soldados, los oficiales y los suboficiales que íbamos, acostados, metidos entre el techo del avión y la munición. Llegué a Malvinas el 13 de abril de 1982”. A Javier le tocó tomar posición a 200 metros de Puerto Argentino, y el primer día cavaron trincheras y armaron las carpas. Pero a las dos horas, las carpas ya se las había llevado el viento. “Con las puertas de un gallinero hicimos una casamata y ahí podíamos dormir, más o menos, las veces que podíamos descansar. Y así pasaron los días, hasta que llegó el primer día de bombardeo”, dice. Ese día fue el 1° de mayo. A las cuatro de la mañana pasó un avión Vulcan, un bombardero inglés. Arrojaba bombas de mil kilos. Cayeron unas tres o cuatro bombas en la isla que estremecieron todo. A las cinco y media empezaron a pasar los Harrier, bombardeando y ametrallando. “Estaba oscuro y se iluminaba el cielo de rojo, con bengalas, con bombas, proyectiles, con tiros que tiraba todo el mundo. Ese día fue nuestro bautismo de fuego. Tenía varios soldados que tenían 18, 21 años, unos gritaban, otros lloraban”. De noche, las fragatas inglesas también bombardeaban sus posiciones. No los dejaban descansar. Para Javier, fue lo más atormentador de toda la guerra.[URL='http://www.lavoz.com.ar/politica/malvinas-el-regreso-de-la-estrategia-de-seduccion'][U] [/U][/URL] Las posiciones de artillería, donde estaba Javier, recibían fuego todos los días. Pasaban días sin comer, no porque no hubiera comida, sino porque los proyectiles caían sobre la cocina y había días que no podían cocinar. “Un día –recuerda– pasé por ahí cerca de donde estaban bombardeando y pude levantar unas latas de peras, una fruta que me gusta. Y pensaba: que bombardeen nomás, yo tengo dos latas de peras”. Tampoco se podían bañar muy seguido, y los 74 días que estuvieron en las islas Javier pudo bañarse tres veces. El primer día que llegaron, en duchas que habían organizado cerca del puerto. Eran duchas tapadas con nailon, y se bañaban con agua de mar. “No podías ponerte jabón ni champú en el pelo, porque te quedaba duro. El que lo hacía se quedaba tres días con el champú en el pelo”. La segunda vez fueron a casa de su jefe, que era el teniente coronel Martín Balza. Vivía en una casa que habían tomado en Puerto Argentino. “Tenía provisiones hasta el techo: queso, café, mortadela… Y nos dio permiso para que nos fuéramos a bañar. Alguien le robó un jamón. A partir de eso, no nos pudimos bañar más ahí.” El trato con los kelpers era a los tiros. “Tiro va, tiro viene”, con una sola excepción. Había una mujer cerca de las posiciones que Javier y sus soldados habían tomado. El relato continúa: “Un día, un soldado se escapó y habló con esa mujer. Nosotros le preguntamos: ‘¿Cómo, vos sabés inglés? ¿Cómo, por señas?’, y él respondió: ‘No, es argentina, es cordobesa, está viviendo acá’”. La mujer vendía empanadas, pero a un precio exorbitante. Así que el poco dinero que tenía cada uno lo juntaron y pudieron comprar una docena de empanadas. Fue un festín en medio de la guerra. Pasaron los días, y llegó el momento de la rendición. “Ese día había nevado, y se había congelado la isla. Las tropas inglesas habían sobrepasado las primeras líneas argentinas. Pasaban muchos soldados alrededor nuestro, en dirección a Puerto Argentino. Habían depuesto las armas y llegaban caminando.” Javier estaba con uno de sus compañeros de combate, el cabo Luna. “Nos abrazamos y nos pusimos a llorar. Sabíamos que nos estábamos rindiendo, pero no queríamos rendirnos. Nos quedamos así hasta que nos separaron y nos dijeron que dejáramos todo para ir camino a la ciudad. Ya no había nada más que hacer”. La vuelta al continente fue en un barco comercial, el Gran Canberra. Allí pudieron comer y bañarse. Iban sentados en el piso hasta que llegaron a Puerto Madryn. Estuvieron una noche ahí, fueron a Buenos Aires en avión y cuando llegaron fueron a la escuela Sargento Cabral, en Campo de Mayo. Allí estuvieron incomunicados cuatro días. Cuando le preguntan por qué, Javier dice que no sabe. “Pienso, después de treinta y cinco años, que no podíamos hablar a la prensa y contestar ciertas preguntas. Porque tendrían que dar la voz oficial. Un soldado insignificante como yo, hablar a la población y decir, qué se yo, ¿lo que uno quisiera decir?” En ese momento Javier no pudo. Con el transcurso de los años fue capaz de contar su verdad. Cuando salieron de Buenos Aires, enfilaron hacia Paso de los Libres. Cada lugar en donde paraban era lo mismo: la gente se amontonaba, y les llevaba tiras de pan, porque en la guerra habían pasado hambre. Lo mismo pasó cuando fueron hacia las islas. “Parecíamos héroes de Malvinas. Y veníamos de una derrota. Cuando llegamos allá, a la estación donde Paso de los Libres donde estaba mi cuartel, estaba tan lleno de gente que cuando me tiré para llegar al último escalón no pude tocar el piso. La gente te agarraba, te alzaba, te abrazaba, te besaba… Fue un recibimiento hermoso el de la población.” A pesar de todo, recuerda su paso por las islas de la mejor manera. “Para mí lo que pasó allá” -dice- “son recuerdos hermosos porque tuve la oportunidad de poder llegar ahí, plantarme y decir: ‘esto es por mi patria’”. Javier relata que se siente bien consigo mismo, porque en la trayectoria de su vida pudo hacer algo que no sólo lo marcó a él, sino que quedó escrito en las páginas de nuestra historia. “Tengo muy buenos recuerdos a pesar de las cosas feas que hayan pasado, son cosas que tenían que suceder, porque esto era una guerra, no era un picnic”, comenta. Es por eso que Javier interpela a los argentinos, y pide que se interesen por los hechos que fueron parte de nuestro pasado. “Fuimos a pelear por un pedazo de tierra argentina. Hay 649 hombres que están sembrados allá en las islas, y están reclamando con su sangre. Es muy importante que se recuerde porque están muriendo muchos veteranos por enfermedades, por la edad.” En este punto del relato Javier deja su mensaje final: no hay que olvidar. “La causa de Malvinas para los veteranos de guerra fue una cosa muy grande, nos pusimos al servicio de la patria, y queremos que se recuerde. Necesitamos gente que recuerde”. [/QUOTE]
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