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Malvinas 1982
Personal Argentino en zona de combate
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<blockquote data-quote="nippur_1967" data-source="post: 2634772" data-attributes="member: 1952"><p><span style="font-size: 26px"><strong>La historia del médico tandilense Carlos Bertini que estuvo en el buque hospital que en Malvinas intercambió heridos y donó sangre argentina al enemigo</strong></span></p><p></p><p>Las <strong>historias detrás de lo que fue la Guerra de Malvinas siguen presente</strong>s, a pesar de los 37 años que separan al tiempo presente con el conflicto bélico con el Reino Unido.<a href="https://www.infobae.com/sociedad/2019/08/23/los-medicos-del-coloso-bravo-uno-el-buque-hospital-que-en-malvinas-intercambio-heridos-y-dono-sangre-argentina-al-enemigo/#D24V7UWBMZFV3K436BFE4FVTJA"> La periodista Loreley Gaffoglio de Infobae realizó una extensa crónica</a> sobre la labor de los profesionales de la salud en el “Bravo Uno”, el buque hospital que en Malvinas intercambió heridos y, entre otros datos simbólicos, donó sangre argentina al enemigo. Compartimos a continuación la nota: </p><p>La alerta del naufragio irrumpió a la altura de Comodoro Rivadavia. Era la madrugada del 3 de mayo. Los vientos huracanados con olas de 8 metros como azotes de concreto tornaban la derrota en una auténtica pesadilla. Había urgencia, desazón y espíritu de cuerpo. <strong>El Bravo Uno emprendía su bautismo sanitario tras la masacre: debía socorrer a los náufragos y atender a los heridos del Crucero General Belgrano.</strong></p><p></p><p>La primera comunicación a bordo tronó en los altoparlantes como imperativo de supervivencia. El comandante Ismael García le ordenaba a la tripulación recién embarcada –<strong>28 oficiales médicos, entre cardiólogos, cirujanos, traumatólogos, radiólogos y anestesistas junto a 58 suboficiales enfermeros</strong>– permanecer en las cubiertas superiores. Todos debían moverse por arriba de la línea de flotación del casco.</p><p></p><p>En aquel hospital flotante la amenaza no eran los latigazos de un mar 7, sino el acecho de los submarinos nucleares británicos. El ARA Bahía Paraíso podía ser otra presa fácil. Un tiro al pato de torpedo; otro estrago.</p><p></p><p>Hacía solo tres meses que se había estrenado para cumplir un propósito distinto: arrimar la logística y a la gente a las 7 bases argentinas del continente blanco. Había nacido en los astilleros de La Boca como imponente transporte polar y en su primera campaña antártica ya había cruzado con éxito dos veces el Círculo Polar.</p><p></p><p></p><p>El casco lucía todavía su color original: un naranja estridente, aunque ahora revistiera como buque hospital. Al igual que se hermano mayor, el rompehielos ARA Irízar, que cumplió idénticas funciones en Malvinas, al comienzo lo identificaron con seis cruces rojas pintadas de apuro para evitar las bombas y los torpedos. Pero el Bahía Paraíso había sido especialmente reconvertido por ingenieros navales en tiempo récord para desplegar funciones sanitarias en combate. Sin artillería, se lo vació de pertrechos bélicos. Aunque aún le restaba la aprobación oficial de la Cruz Roja Internacional para que operara sin riesgos al amparo de la Convención de Ginebra.</p><p></p><p><strong>El B1 (Bravo Uno), tal las siglas “esculpidas” en su casco, era fácilmente detectable en aguas abiertas</strong>. Su actuación en el mar austral desconcertaba al enemigo: venía de apoyar la recuperación de las Georgias del Sur como buque de guerra y de trasladar a los prisioneros ingleses -22 Royal Marines y 14 científicos- desde Grytviken hasta Tierra del Fuego.</p><p></p><p>Pero lo cierto es que el noble coloso -130 m de eslora- se estrenaba como el primer hospital flotante de América Latina. Aún en el mar, podía competir a la par del más renovado de los hospitales porteños: fue acondicionado con tres quirófanos de alta complejidad, una gran sala de terapia intensiva, otra de cuidados intermedios, una amplia enfermería, laboratorio, Rayos X y podía albergar en sus bodegas, preparadas como sala de internación, hasta 320 heridos. </p><p>La hazaña para equipar de cero al buque hospital <strong>fue un trabajo mancomunado de enfermeras, enfermeros y médicos navales que durante jornadas de 17 horas trabajaron a la par.</strong> Ellas cargaban entre dos por las planchadas los tubos de oxígeno, las mesas de cirugía, los respiradores y el resto de los equipos.</p><p></p><p>Cuando todo estuvo listo para zarpar, sobrevino la frustración. A las 30 enfermeras navales las desembarcaron. “Quizás fue para protegerlas. Íbamos a una guerra pero con la misión de producir altas médicas y no bajas. Pero todos nos conmovimos cuando las bajaron. Ellas eran indispensables. Y a nuestro plantel de cirujanos su ausencia nos provocó un gran trastorno. No contábamos con instrumentadoras ni personal capacitado en la esterilización. Las mesas de cirugía al principio fueron un caos y en distintas oleadas debimos instruir en altamar a los cabos enfermeros para que las suplieran”.</p><p></p><p>El que recrea la operatoria de la Sanidad en Combate -todo un capítulo relegado de la Guerra de Malvinas-, es<strong>el actual jefe del Departamento de Cirugía Plástica del Hospital Pirovano, el doctor Carlos Bertini. Tandilense, con 28 años, el entonces teniente de fragata, cirujano general,</strong> cumplía el rol de clasificar heridos en uno de los dos puestos de recepción del buque hospital: el hangar de los helicópteros Puma.</p><p></p><p>La dimensión de la tarea de un equipo médico cuyo promedio de edad no superaba los 25 años, fue titánica: durante el mes de su actuación, en cuatro viajes sucesivos desde el continente hacia el archipiélago, el Bahía Paraíso atendió a un total de 231 pacientes. De ellos, 129 fueron heridos en combate recogidos en distintos puntos de las islas. Otros 94 trasbordados desde el buque hospital inglés HMS Uganda, que operaba secundado por tres navíos ambulancias.</p><p></p><p>Bajo los estruendos de los bombardeos, el Bravo Uno socorrió a los náufragos del mercante Río Carcarañá y del ARA Bahía Buen Suceso. Su equipo médico realizó a bordo 203 curaciones, 23 cirugías generales, 29 cirugías traumatológicas, 6 amputaciones.</p><p></p><p>También al finalizar la guerra le tocó otra misión ingrata: evacuar, abrigar y contener a 1984 combatientes, en su traslado hasta Puerto Belgrano.</p><p></p><p>Esos fríos números le valieron al buque y a su tripulación la condecoración por Operaciones en Combate. Y la invitación, años después, para que el jefe de Sanidad, el capitán de corbeta y cirujano general, Pascual Pelicari, y el comandante del buque, el capitán Ismael García, compartieran su experiencia en Inglaterra y Estados Unidos.</p><p></p><p></p><p><strong>El Belgrano, un antes y un después</strong></p><p></p><p>“De todos los sucesos que vivimos, el que nos marcó para siempre fue el rescate de seis balsas con 72 sobrevivientes y 18 cuerpos de la tripulación del ARA Belgrano. La muerte es natural para un médico, pero ellos eran nuestros camaradas de armas y ofrendaron lo más sagrado: su vida por la Patria”, comienza a relatar Bertini.</p><p></p><p>“Llegamos dos días después del hundimiento porque veníamos de Comodoro Rivadavia. Los aviones Neptune sobrevolaban por sectores y nos marcaban las posiciones dispersas de las balsas. Estábamos a mitad de camino entre la Antártida y la Isla de los Estados. Las balsas se habían derivado muchísimo por la tormenta y las corrientes marinas. Las primeras 24 horas fueron de una emoción muy difícil de describir, cuando las divisábamos y los socorrían los buzos tácticos. Había heridos, quebrados, quemados y empetrolados y todos padecían principios de hipotermia. El reencuentro con ellos era a puro abrazo y llanto”.</p><p></p><p>Al médico hay un primer recuerdo que aún lo desgarra: al segundo día de rescate, el 6 de mayo, en las balsas sólo hallaban muertos.</p><p></p><p></p><p>Sucedía en las que menos tripulantes había porque el calor humano fue una de las claves de supervivencia. Pero la escena más estremecedora sucedió apenas clareaba: “Arriba del techo naranja de la balsa, vimos a un camarada, el guardamarina Gerardo Sevilla, aferrado a su linterna, todavía encendida. Al acercarnos, fue devastador porque tanto él como los otros compañeros dentro, todos habían muerto de hipotermia. Fue una escena que superó la tragedia. Primero porque con nosotros venía el teniente contador Fernando Ismael Santos, uno de sus compañeros de promoción que enseguida lo reconoció al verlo. Luego, porque concluimos que en la noche, Sevilla claramente nos veía y con sus últimas fuerzas nos hacía señales con su linterna. Y así murió el guardiamarina: peleando esperanzado por su vida”. </p><p><strong>-¿Cómo se elaboran esas vivencias?</strong></p><p></p><p>-No se elaboran, dejan marcas. Porque hay formas y formas de morir. Queda el respeto de los que lo hicieron con gloria. Esos 18 cuerpos que nosotros trasladamos hasta Ushuaia para que fueran entregados a sus familias. Y lo hicimos con un cuidado reverencial. En algún artículo leímos con asombro el disparate de alguien que dijo que el Bahía Paraíso arrojaba los cuerpos al mar, cuando fui yo, entre otros tantos médicos, el encargado de acondicionarlos. Hay detalles que es mejor ahorrarse… Pero estuvimos varios días implementando un sinnúmero de métodos hasta que por fin pudimos entregarlos, ya que venían en posición fetal, con rigor mortis, alojados en la cámara frigorífica. Me parece importante aclarar este punto para que no hayan dudas: después de nuestro trabajo de identificación y registro, vino la policía forense para completar las huellas dactilares y una empresa mortuoria se encargó del traslado de los cuerpos y entrega a los familiares. Pongo mucho énfasis en esto porque para todos nosotros ellos fueron los primeros héroes que vimos en vivo y en directo.</p><p></p><p><strong>-¿Cómo continuaron las tareas de sanidad?</strong></p><p></p><p>–En Tierra del Fuego se embarcaron dos veedores europeos de la Cruz Roja e impusieron que el buque se pintara íntegramente de blanco con las cruces reglamentarias. Y eso fue un alivio porque el riesgo de un ataque, en un buque en continuo movimiento disminuía. De todas formas en el primer viaje ya directamente hacia Puerto Argentino, dos helicópteros Sea Lynx nos rodearon. Uno a popa y otro a proa y por radio en español nos ordenaron: “Detengan su marcha. Inspección”. Descendieron ocho británicos fuertemente armados y nos requisaron durante horas todo el buque de punta a punta buscando armamento. Ellos sabían que el Bahía Paraíso había trasladado tropa a las Georgias, que estaba artillado con fuego antiaéreo y ahora reaparecía convertido en buque hospital. Les llamó la atención la cantidad de víveres que transportábamos, suficientes para abastecer a 10.000 hombres durante un mes. Pero a partir de ese ok, empezamos a ir y venir del continente a Malvinas.</p><p></p><p><strong>-¿Cómo se organizó el trasbordo de heridos?</strong></p><p></p><p>-Se estableció un área neutral de encuentro con el Uganda, el buque hospital inglés y esa estrategia fue luego incorporada como protocolo por la Cruz Roja en una de las dos adendas con la que contribuyó nuestro buque. La otra fue de identificación electrónica subácua. Hubo tres contactos directos con al menos dos intercambios de heridos que se combinaron por radio. Nosotros íbamos en el helicóptero Puma y nos ocupábamos del traslado. Del primero participé yo. Después de los combates en Darwin ellos tenían muchos heridos nuestros. También habían rescatad a pilotos nuestros abatidos por misiles y Harriers. Por la Convención de Ginebra los buques hospitales deben asistirse mutuamente. El trato con los médicos ingleses fue de extrema colaboración. Incluso ellos nos hicieron un recorrido por sus instalaciones sanitarias. Antes nos habían pedido asistencia en medicamentos. Les dimos lo que requerían: Valium y Epsilon, que es un tipo de coagulante. Pero lo más llamativo fueron los 100 dadores de sangre argentina que les entregamos porque ellos no tenían cómo abastecerse. Siempre me lo preguntan… y digo que sí, a algunos heridos ingleses los salvó la sangre argentina.</p><p></p><p><strong>-¿El Bravo Uno operó a algún inglés?</strong></p><p></p><p>-No que yo recuerde mientras fuimos buque hospital. Antes, al regreso de las Georgias, sí se intervino en un brazo a un marine. Lo hizo un colega cirujano traumatólogo. El marine no se quería dejar operar por un médico argentino. Se le trasmitió la gravedad del cuadro a su jefe, ya que el brazo se le iba a gangrenar y corría riesgo de que se lo amputaran. El superior le ordenó que se dejara intervenir. Años después, agradecido, el inglés invitó a mi colega a Londres. Nosotros hacíamos distintos recorridos por las islas e íbamos embarcando a nuestros combatientes heridos. Tanto del hospital de Puerto Argentino, como de Bahía Fox, Puerto Howard y Bahía Elefante. También dejamos un médico nuestro en la isla Borbón. Hubo también atención psiquiátrica dentro del buque y algunos casos, pocos, por desnutrición. Pero la verdad es que a nosotros, en términos logísticos, nunca nos faltó nada. Incluso, cuando quisimos desembarcar más alimentos en Puerto Argentino nos dijeron que no era necesario. El problema era los lugares a los que por el aislamiento de los combates, los víveres no llegaban.</p><p></p><p><strong>-¿Qué fue lo más estresante de su tarea?</strong></p><p></p><p>-Al margen de lo del Belgrano, el bombardeo aeronaval permanente a la pista de Puerto Argentino. Porque como teniente de fragata médico en la guerra, yo cumplía la misión para la que estaba preparado. Y tampoco tuvimos ningún fallecido. Pero por los bombardeos uno podía entender el estrés de nuestros combatientes. En su mayoría, comenzaban a las 12 de la noche y cada 15 minutos hasta las 3 o 4 de la madrugada la artillería inglesa no les daba tregua a las posiciones argentinas. Era una manera de desgaste psicológico. Nosotros teníamos prohibido desembarcar. Y había una ventana acotada de tiempo para traer a los heridos. Eso se hacía en un 80 % con los helicópteros o con los pequeños buques del Apostadero como el Yehuín que se amadrinaba al nuestro. En el segundo de los viajes a Puerto Argentino un misil antirradar inglés pegó delante de nuestra proa. El radar Malvinas había apagado su circuito y el misil perdió el rumbo.</p><p></p><p><strong>-¿Nunca pudo desembarcar en las islas?</strong></p><p></p><p>-Teóricamente, no. Pero sí lo hice, subrepticiamente, casi como “polizón”. Nunca me hubiera perdonado no pisar Malvinas con el pabellón argentino flameando. Lo pude hacer y ese orgullo no me lo saca nadie. Por la noche, en una de las barcazas un camarada, Osvaldo Cidale, nos llevó a un cardiólogo y a mí a Puerto Argentino. Fue además un día histórico porque la gente del Apostadero estaba eufórica: habían lanzado desde una plataforma totalmente improvisada en tierra uno de los misiles Exocet mar-mar que terminó averiando a la fragata Glamorgan.</p><p></p><p><strong>-¿Cómo se vivió la rendición?</strong></p><p></p><p>-Nosotros estábamos en el continente y había una desazón generalizada. Fuimos hasta Puerto Groussac para embarcar a 1660 compatriotas prisioneros. Ahí me quedó grabada a fuego la imagen de un conscripto al que asistí y le procuré los elementos de aseo necesarios para que se diera una ducha caliente. No recuerdo su nombre, pero lo vi debajo de la ducha aferrado con una mano a la taza de mate cocido y con la otra a la galleta marinera que hacía nuestro panadero, Alberto Herrera. “Date la ducha tranquilo. Acá hay de todo. No te preocupes, que vas a poder comer”, le dije. Y se me deshizo el alma porque me respondió: “Pero doctor, ¿sabe hace cuánto que no como un pedacito de pan así?”. Donde él estaba no llegaba la comida. Y eso, en parte, fue porque los kelpers informaban sobre las posiciones argentinas, que luego eran emboscadas. El aislamiento y la desesperación a lo último eran tales que según me contaron mis colegas médicos en Puerto Argentino, hubo comida trasladada en ambulancias.</p><p></p><p><strong>-¿Regresó a las islas?</strong></p><p></p><p>-Sí, dos años atrás. Necesitaba cerrar ese círculo. Porque la falencia que yo tenía, era que si bien había vivido todo y recibido a los heridos, no había estado en el frente de batalla. En el lugar de la lucha cuerpo a cuerpo de nuestros soldados. Soy amigo personal de un exconscripto, Víctor Villagra-coordinaror hoy en el Gobierno de la Ciudad de un sistema de salud para veteranos de Malvinas- que había estado con los infantes de marina. Viajamos 11 infantes de la Compañía de Ametralladoras 12,7 que pelearon en Monte Tumbledown, Dos Hermanas, Monte Harriet y London. Recorrimos cada uno esos lugares y en cada pozo de zorro nos abrazamos y lloramos. Era una mezcla de euforia, de alegría y de tristeza. Porque esa es la sensación, creo yo, de los que estuvimos en el 82. No conozco ningún excombatiente que no sienta orgullo por haber estado allí. Por mi parte, yo puedo morir tranquilo.</p><p></p><p>En enero de 1989, el ARA Bahía Paraíso sucumbió en las gélidas aguas antárticas. Frente a la base estadounidense Palmer, en el continente blanco, una piedra desgarró su casco hasta la agonía. Había vuelto de Malvinas para seguir cumpliendo con su misión: el abastecimiento de las bases antárticas argentinas.</p><p></p><p>“Fue un buque de una nobleza singular”, lo recuerdan hoy sus tripulantes. Se hundió lentamente sin lamentar víctimas una insignia de la entrega en Malvinas y un noble buque antártico.</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="nippur_1967, post: 2634772, member: 1952"] [SIZE=7][B]La historia del médico tandilense Carlos Bertini que estuvo en el buque hospital que en Malvinas intercambió heridos y donó sangre argentina al enemigo[/B][/SIZE] Las [B]historias detrás de lo que fue la Guerra de Malvinas siguen presente[/B]s, a pesar de los 37 años que separan al tiempo presente con el conflicto bélico con el Reino Unido.[URL='https://www.infobae.com/sociedad/2019/08/23/los-medicos-del-coloso-bravo-uno-el-buque-hospital-que-en-malvinas-intercambio-heridos-y-dono-sangre-argentina-al-enemigo/#D24V7UWBMZFV3K436BFE4FVTJA'] La periodista Loreley Gaffoglio de Infobae realizó una extensa crónica[/URL] sobre la labor de los profesionales de la salud en el “Bravo Uno”, el buque hospital que en Malvinas intercambió heridos y, entre otros datos simbólicos, donó sangre argentina al enemigo. Compartimos a continuación la nota: La alerta del naufragio irrumpió a la altura de Comodoro Rivadavia. Era la madrugada del 3 de mayo. Los vientos huracanados con olas de 8 metros como azotes de concreto tornaban la derrota en una auténtica pesadilla. Había urgencia, desazón y espíritu de cuerpo. [B]El Bravo Uno emprendía su bautismo sanitario tras la masacre: debía socorrer a los náufragos y atender a los heridos del Crucero General Belgrano.[/B] La primera comunicación a bordo tronó en los altoparlantes como imperativo de supervivencia. El comandante Ismael García le ordenaba a la tripulación recién embarcada –[B]28 oficiales médicos, entre cardiólogos, cirujanos, traumatólogos, radiólogos y anestesistas junto a 58 suboficiales enfermeros[/B]– permanecer en las cubiertas superiores. Todos debían moverse por arriba de la línea de flotación del casco. En aquel hospital flotante la amenaza no eran los latigazos de un mar 7, sino el acecho de los submarinos nucleares británicos. El ARA Bahía Paraíso podía ser otra presa fácil. Un tiro al pato de torpedo; otro estrago. Hacía solo tres meses que se había estrenado para cumplir un propósito distinto: arrimar la logística y a la gente a las 7 bases argentinas del continente blanco. Había nacido en los astilleros de La Boca como imponente transporte polar y en su primera campaña antártica ya había cruzado con éxito dos veces el Círculo Polar. El casco lucía todavía su color original: un naranja estridente, aunque ahora revistiera como buque hospital. Al igual que se hermano mayor, el rompehielos ARA Irízar, que cumplió idénticas funciones en Malvinas, al comienzo lo identificaron con seis cruces rojas pintadas de apuro para evitar las bombas y los torpedos. Pero el Bahía Paraíso había sido especialmente reconvertido por ingenieros navales en tiempo récord para desplegar funciones sanitarias en combate. Sin artillería, se lo vació de pertrechos bélicos. Aunque aún le restaba la aprobación oficial de la Cruz Roja Internacional para que operara sin riesgos al amparo de la Convención de Ginebra. [B]El B1 (Bravo Uno), tal las siglas “esculpidas” en su casco, era fácilmente detectable en aguas abiertas[/B]. Su actuación en el mar austral desconcertaba al enemigo: venía de apoyar la recuperación de las Georgias del Sur como buque de guerra y de trasladar a los prisioneros ingleses -22 Royal Marines y 14 científicos- desde Grytviken hasta Tierra del Fuego. Pero lo cierto es que el noble coloso -130 m de eslora- se estrenaba como el primer hospital flotante de América Latina. Aún en el mar, podía competir a la par del más renovado de los hospitales porteños: fue acondicionado con tres quirófanos de alta complejidad, una gran sala de terapia intensiva, otra de cuidados intermedios, una amplia enfermería, laboratorio, Rayos X y podía albergar en sus bodegas, preparadas como sala de internación, hasta 320 heridos. La hazaña para equipar de cero al buque hospital [B]fue un trabajo mancomunado de enfermeras, enfermeros y médicos navales que durante jornadas de 17 horas trabajaron a la par.[/B] Ellas cargaban entre dos por las planchadas los tubos de oxígeno, las mesas de cirugía, los respiradores y el resto de los equipos. Cuando todo estuvo listo para zarpar, sobrevino la frustración. A las 30 enfermeras navales las desembarcaron. “Quizás fue para protegerlas. Íbamos a una guerra pero con la misión de producir altas médicas y no bajas. Pero todos nos conmovimos cuando las bajaron. Ellas eran indispensables. Y a nuestro plantel de cirujanos su ausencia nos provocó un gran trastorno. No contábamos con instrumentadoras ni personal capacitado en la esterilización. Las mesas de cirugía al principio fueron un caos y en distintas oleadas debimos instruir en altamar a los cabos enfermeros para que las suplieran”. El que recrea la operatoria de la Sanidad en Combate -todo un capítulo relegado de la Guerra de Malvinas-, es[B]el actual jefe del Departamento de Cirugía Plástica del Hospital Pirovano, el doctor Carlos Bertini. Tandilense, con 28 años, el entonces teniente de fragata, cirujano general,[/B] cumplía el rol de clasificar heridos en uno de los dos puestos de recepción del buque hospital: el hangar de los helicópteros Puma. La dimensión de la tarea de un equipo médico cuyo promedio de edad no superaba los 25 años, fue titánica: durante el mes de su actuación, en cuatro viajes sucesivos desde el continente hacia el archipiélago, el Bahía Paraíso atendió a un total de 231 pacientes. De ellos, 129 fueron heridos en combate recogidos en distintos puntos de las islas. Otros 94 trasbordados desde el buque hospital inglés HMS Uganda, que operaba secundado por tres navíos ambulancias. Bajo los estruendos de los bombardeos, el Bravo Uno socorrió a los náufragos del mercante Río Carcarañá y del ARA Bahía Buen Suceso. Su equipo médico realizó a bordo 203 curaciones, 23 cirugías generales, 29 cirugías traumatológicas, 6 amputaciones. También al finalizar la guerra le tocó otra misión ingrata: evacuar, abrigar y contener a 1984 combatientes, en su traslado hasta Puerto Belgrano. Esos fríos números le valieron al buque y a su tripulación la condecoración por Operaciones en Combate. Y la invitación, años después, para que el jefe de Sanidad, el capitán de corbeta y cirujano general, Pascual Pelicari, y el comandante del buque, el capitán Ismael García, compartieran su experiencia en Inglaterra y Estados Unidos. [B]El Belgrano, un antes y un después[/B] “De todos los sucesos que vivimos, el que nos marcó para siempre fue el rescate de seis balsas con 72 sobrevivientes y 18 cuerpos de la tripulación del ARA Belgrano. La muerte es natural para un médico, pero ellos eran nuestros camaradas de armas y ofrendaron lo más sagrado: su vida por la Patria”, comienza a relatar Bertini. “Llegamos dos días después del hundimiento porque veníamos de Comodoro Rivadavia. Los aviones Neptune sobrevolaban por sectores y nos marcaban las posiciones dispersas de las balsas. Estábamos a mitad de camino entre la Antártida y la Isla de los Estados. Las balsas se habían derivado muchísimo por la tormenta y las corrientes marinas. Las primeras 24 horas fueron de una emoción muy difícil de describir, cuando las divisábamos y los socorrían los buzos tácticos. Había heridos, quebrados, quemados y empetrolados y todos padecían principios de hipotermia. El reencuentro con ellos era a puro abrazo y llanto”. Al médico hay un primer recuerdo que aún lo desgarra: al segundo día de rescate, el 6 de mayo, en las balsas sólo hallaban muertos. Sucedía en las que menos tripulantes había porque el calor humano fue una de las claves de supervivencia. Pero la escena más estremecedora sucedió apenas clareaba: “Arriba del techo naranja de la balsa, vimos a un camarada, el guardamarina Gerardo Sevilla, aferrado a su linterna, todavía encendida. Al acercarnos, fue devastador porque tanto él como los otros compañeros dentro, todos habían muerto de hipotermia. Fue una escena que superó la tragedia. Primero porque con nosotros venía el teniente contador Fernando Ismael Santos, uno de sus compañeros de promoción que enseguida lo reconoció al verlo. Luego, porque concluimos que en la noche, Sevilla claramente nos veía y con sus últimas fuerzas nos hacía señales con su linterna. Y así murió el guardiamarina: peleando esperanzado por su vida”. [B]-¿Cómo se elaboran esas vivencias?[/B] -No se elaboran, dejan marcas. Porque hay formas y formas de morir. Queda el respeto de los que lo hicieron con gloria. Esos 18 cuerpos que nosotros trasladamos hasta Ushuaia para que fueran entregados a sus familias. Y lo hicimos con un cuidado reverencial. En algún artículo leímos con asombro el disparate de alguien que dijo que el Bahía Paraíso arrojaba los cuerpos al mar, cuando fui yo, entre otros tantos médicos, el encargado de acondicionarlos. Hay detalles que es mejor ahorrarse… Pero estuvimos varios días implementando un sinnúmero de métodos hasta que por fin pudimos entregarlos, ya que venían en posición fetal, con rigor mortis, alojados en la cámara frigorífica. Me parece importante aclarar este punto para que no hayan dudas: después de nuestro trabajo de identificación y registro, vino la policía forense para completar las huellas dactilares y una empresa mortuoria se encargó del traslado de los cuerpos y entrega a los familiares. Pongo mucho énfasis en esto porque para todos nosotros ellos fueron los primeros héroes que vimos en vivo y en directo. [B]-¿Cómo continuaron las tareas de sanidad?[/B] –En Tierra del Fuego se embarcaron dos veedores europeos de la Cruz Roja e impusieron que el buque se pintara íntegramente de blanco con las cruces reglamentarias. Y eso fue un alivio porque el riesgo de un ataque, en un buque en continuo movimiento disminuía. De todas formas en el primer viaje ya directamente hacia Puerto Argentino, dos helicópteros Sea Lynx nos rodearon. Uno a popa y otro a proa y por radio en español nos ordenaron: “Detengan su marcha. Inspección”. Descendieron ocho británicos fuertemente armados y nos requisaron durante horas todo el buque de punta a punta buscando armamento. Ellos sabían que el Bahía Paraíso había trasladado tropa a las Georgias, que estaba artillado con fuego antiaéreo y ahora reaparecía convertido en buque hospital. Les llamó la atención la cantidad de víveres que transportábamos, suficientes para abastecer a 10.000 hombres durante un mes. Pero a partir de ese ok, empezamos a ir y venir del continente a Malvinas. [B]-¿Cómo se organizó el trasbordo de heridos?[/B] -Se estableció un área neutral de encuentro con el Uganda, el buque hospital inglés y esa estrategia fue luego incorporada como protocolo por la Cruz Roja en una de las dos adendas con la que contribuyó nuestro buque. La otra fue de identificación electrónica subácua. Hubo tres contactos directos con al menos dos intercambios de heridos que se combinaron por radio. Nosotros íbamos en el helicóptero Puma y nos ocupábamos del traslado. Del primero participé yo. Después de los combates en Darwin ellos tenían muchos heridos nuestros. También habían rescatad a pilotos nuestros abatidos por misiles y Harriers. Por la Convención de Ginebra los buques hospitales deben asistirse mutuamente. El trato con los médicos ingleses fue de extrema colaboración. Incluso ellos nos hicieron un recorrido por sus instalaciones sanitarias. Antes nos habían pedido asistencia en medicamentos. Les dimos lo que requerían: Valium y Epsilon, que es un tipo de coagulante. Pero lo más llamativo fueron los 100 dadores de sangre argentina que les entregamos porque ellos no tenían cómo abastecerse. Siempre me lo preguntan… y digo que sí, a algunos heridos ingleses los salvó la sangre argentina. [B]-¿El Bravo Uno operó a algún inglés?[/B] -No que yo recuerde mientras fuimos buque hospital. Antes, al regreso de las Georgias, sí se intervino en un brazo a un marine. Lo hizo un colega cirujano traumatólogo. El marine no se quería dejar operar por un médico argentino. Se le trasmitió la gravedad del cuadro a su jefe, ya que el brazo se le iba a gangrenar y corría riesgo de que se lo amputaran. El superior le ordenó que se dejara intervenir. Años después, agradecido, el inglés invitó a mi colega a Londres. Nosotros hacíamos distintos recorridos por las islas e íbamos embarcando a nuestros combatientes heridos. Tanto del hospital de Puerto Argentino, como de Bahía Fox, Puerto Howard y Bahía Elefante. También dejamos un médico nuestro en la isla Borbón. Hubo también atención psiquiátrica dentro del buque y algunos casos, pocos, por desnutrición. Pero la verdad es que a nosotros, en términos logísticos, nunca nos faltó nada. Incluso, cuando quisimos desembarcar más alimentos en Puerto Argentino nos dijeron que no era necesario. El problema era los lugares a los que por el aislamiento de los combates, los víveres no llegaban. [B]-¿Qué fue lo más estresante de su tarea?[/B] -Al margen de lo del Belgrano, el bombardeo aeronaval permanente a la pista de Puerto Argentino. Porque como teniente de fragata médico en la guerra, yo cumplía la misión para la que estaba preparado. Y tampoco tuvimos ningún fallecido. Pero por los bombardeos uno podía entender el estrés de nuestros combatientes. En su mayoría, comenzaban a las 12 de la noche y cada 15 minutos hasta las 3 o 4 de la madrugada la artillería inglesa no les daba tregua a las posiciones argentinas. Era una manera de desgaste psicológico. Nosotros teníamos prohibido desembarcar. Y había una ventana acotada de tiempo para traer a los heridos. Eso se hacía en un 80 % con los helicópteros o con los pequeños buques del Apostadero como el Yehuín que se amadrinaba al nuestro. En el segundo de los viajes a Puerto Argentino un misil antirradar inglés pegó delante de nuestra proa. El radar Malvinas había apagado su circuito y el misil perdió el rumbo. [B]-¿Nunca pudo desembarcar en las islas?[/B] -Teóricamente, no. Pero sí lo hice, subrepticiamente, casi como “polizón”. Nunca me hubiera perdonado no pisar Malvinas con el pabellón argentino flameando. Lo pude hacer y ese orgullo no me lo saca nadie. Por la noche, en una de las barcazas un camarada, Osvaldo Cidale, nos llevó a un cardiólogo y a mí a Puerto Argentino. Fue además un día histórico porque la gente del Apostadero estaba eufórica: habían lanzado desde una plataforma totalmente improvisada en tierra uno de los misiles Exocet mar-mar que terminó averiando a la fragata Glamorgan. [B]-¿Cómo se vivió la rendición?[/B] -Nosotros estábamos en el continente y había una desazón generalizada. Fuimos hasta Puerto Groussac para embarcar a 1660 compatriotas prisioneros. Ahí me quedó grabada a fuego la imagen de un conscripto al que asistí y le procuré los elementos de aseo necesarios para que se diera una ducha caliente. No recuerdo su nombre, pero lo vi debajo de la ducha aferrado con una mano a la taza de mate cocido y con la otra a la galleta marinera que hacía nuestro panadero, Alberto Herrera. “Date la ducha tranquilo. Acá hay de todo. No te preocupes, que vas a poder comer”, le dije. Y se me deshizo el alma porque me respondió: “Pero doctor, ¿sabe hace cuánto que no como un pedacito de pan así?”. Donde él estaba no llegaba la comida. Y eso, en parte, fue porque los kelpers informaban sobre las posiciones argentinas, que luego eran emboscadas. El aislamiento y la desesperación a lo último eran tales que según me contaron mis colegas médicos en Puerto Argentino, hubo comida trasladada en ambulancias. [B]-¿Regresó a las islas?[/B] -Sí, dos años atrás. Necesitaba cerrar ese círculo. Porque la falencia que yo tenía, era que si bien había vivido todo y recibido a los heridos, no había estado en el frente de batalla. En el lugar de la lucha cuerpo a cuerpo de nuestros soldados. Soy amigo personal de un exconscripto, Víctor Villagra-coordinaror hoy en el Gobierno de la Ciudad de un sistema de salud para veteranos de Malvinas- que había estado con los infantes de marina. Viajamos 11 infantes de la Compañía de Ametralladoras 12,7 que pelearon en Monte Tumbledown, Dos Hermanas, Monte Harriet y London. Recorrimos cada uno esos lugares y en cada pozo de zorro nos abrazamos y lloramos. Era una mezcla de euforia, de alegría y de tristeza. Porque esa es la sensación, creo yo, de los que estuvimos en el 82. No conozco ningún excombatiente que no sienta orgullo por haber estado allí. Por mi parte, yo puedo morir tranquilo. En enero de 1989, el ARA Bahía Paraíso sucumbió en las gélidas aguas antárticas. Frente a la base estadounidense Palmer, en el continente blanco, una piedra desgarró su casco hasta la agonía. Había vuelto de Malvinas para seguir cumpliendo con su misión: el abastecimiento de las bases antárticas argentinas. “Fue un buque de una nobleza singular”, lo recuerdan hoy sus tripulantes. Se hundió lentamente sin lamentar víctimas una insignia de la entrega en Malvinas y un noble buque antártico. [/QUOTE]
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Guerra desarrollada entre Argentina y el Reino Unido en 1982
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