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Malvinas 1982
Personal Argentino en zona de combate
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<blockquote data-quote="nippur_1967" data-source="post: 792247" data-attributes="member: 1952"><p>¡No podemos aflojar!. </p><p>¡Qué ironía!. En algunos refugios, pese al ruido ensordecedor de las bombas, juegan al truco.</p><p>El soldado VIANO, con total valentía y bajo el rugido de los aviones enemigos, escapa del refugio para indicarle a nuestro artillero la ubicación de los mismos.</p><p>Desde el continente nos mandan relevo de todo el personal de artillería. Es evidente que del otro lado del charco tienen otra idea de la realidad dado a que el Capitán Aguilar nos dice: “Nosotros que recién llegamos nos llevaremos los lauros de la victoria, y no los que se van”. No imaginaron la situación desesperante que estamos viviendo. Es de noche pero nadie duerme, todos estamos alborotados por la artillería argentina e inglesa.</p><p>Me reconforta la actitud del Teniente Jorge Reyes que decide quedarse conmigo en la lucha pese a que le llegó su reemplazo..</p><p>Durante toda la guerra el enemigo nos lanzó 130 toneladas de bombas pero nuestros artilleros mantuvieron sus fuerzas indómitas.</p><p>Todo fue inútil. Llega la hora de la rendición argentina.</p><p>Después de la capitulación, el 14 de junio por la tarde, organizamos el campo de prisioneros en el aeropuerto donde se traslada toda la guarnición militar argentina (unos 12000 hombres).</p><p>No sabemos cuánto tiempo estaremos, por lo tanto, antes de dirigirme al lugar, voy con un saldado al depósito de víveres de la Fuerza Aérea y completo la Land Rover con la mayor cantidad posible de alimentos. En el momento en el que estamos por salir nos intercepta el dueño del Supermercado y de la camioneta, acompañado por un soldado inglés. A los gritos y cargando el arma nos hacen señas para que bajemos del vehículo y nos apuntan con odio. Nos permiten alejarnos sin dejar de apuntarnos Al llegar a la esquina, desaparecimos de su vista. </p><p>En realidad pensamos que nos acribillarían. Agitados y con gran temor, nos dirigimos caminando hacia el aeropuerto.</p><p>Poco antes de llegar al mismo hay un vallado que sirve de barrera. Allí, el enemigo obliga a dejar las armas antes de entrar al “campo de prisioneros”. No sé cuál es la causa pero a mí me dejan el arma reglamentaria .Supongo que se debe a que debo seguir ejerciendo mi autoridad.</p><p>Los artilleros volvemos a nuestros refugios antiaéreos. Todo se me presenta como una película de terror. Cerca de 10.000 hombres del Ejército y la Marina, deberán permanecer a la intemperie por varios días. Como en nuestros refugios no falta comida, alcanzamos a darle algunos víveres a los soldados del Ejército, cercanos a nuestras posiciones.</p><p>Pasaron veinticuatro horas. Un grupo de 200 hombres es trasladado al puerto para ser enviado al continente. A los oficiales y sub-oficiales que fuimos capturados nos envían a un frigorífico de corderos en San Carlos, ubicado a 80 Km. de la ciudad.</p><p>Pasaron unos días y nos informan que las ordeñes que tienen es que los oficiales con jerarquía de jefe debemos ser enviados a la ciudad y desde allí al continente. El Capitán Aguilar me pide que me vaya. ¡No debo ni quiero dejar a mis hombres!. Me quedo con ellos. Somos el último grupo de la Fuerza Aérea para embarcamos rumbo a nuestra Patria. Nos llevan a la ciudad. Al cruzar la barrera somos revisados nuevamente y ahora sí me quitan la pistola. Tardamos casi una hora en llegar. Debemos ir formados, flanqueados por soldados ingleses fuertemente armados. </p><p>Ya en la ciudad nos quedamos un día entero en un galpón a la “supuesta” espera de un barco que nos llevará a casa. </p><p>Este lugar es inhumano, espantoso… Fue lugar de espera de otros grupos y al no tener baños, el piso ofició de retrete. Hay algunos guardias que, a destajo, permiten salir a unos baños improvisados.</p><p>Pasaron dos días. No tenemos agua ni comida. Hay personas enfermas, especialmente con enterocolitis. Nuestro malestar va en aumento.</p><p>Mi compañero, ARGENTE, encuentra en el fondo del galpón algunos elementos de enfermería que supongo serian del Ejército. Con varios saches de suero fisiológico, logra construir algo similar a un destilador y cada uno toma un sorbo. Algunos tienen la suerte de beber un poco de jugo de una lata de duraznos al natural que apareció escondida por algún rincón.</p><p>Por la mañana vemos, por la rendija de los portones, a una señora que nos está observando. Por la noche nos acercan un tanque con agua y una cocina de campaña con víveres para cocinar.</p><p>Después me enteré de que esta orden la emitió la señora que fisgoneaba el lugar, debido a que pertenecía a la Cruz Roja Internacional.</p><p>Somos unos trescientos presos. Por suerte, entre nosotros hay un cocinero que prepara un guiso. La vajilla con la que contamos data de tres o cuatro platos e igual cantidad de cucharas. Hacemos una “cola” y comemos lo más rápido posible para pasarle la vajilla al que está detrás para que todos podamos llevar un bocado de comida a nuestros estómagos dolientes y vacíos.</p><p>Es 20 de junio por la tarde y nos llevan formados en fila hacia el puerto, distante a dos cuadras, para subir a una barcaza que nos llevará hasta un barco fondeado en el medio de la bahía. Otra vez nos prometen que seremos llevados a casa. Estoy en el final de la fila. A dos oficiales que están delante de mí los demoran. Uno de ellos me llama para hablar con el inglés debido a que no entiende lo que le quiere decir. Cuando me acerco, éste me pide que separe a todos los oficiales y suboficiales que están en la hilera. Le comento que no entiendo lo que me pide y me retiro. </p><p>Cuando me toca el turno, el mismo oficial inglés al que no le contesté lo que me preguntó, no me permite subir a la barcaza diciéndome que me llevarían en helicóptero, por mi jerarquía. A mis dos compañeros y a mí nos retornan al galpón en el que pasamos otros dos días.</p><p>Me siento sucio, asqueado, indignado. Es de noche y tengo necesidad de ir al baño. Un joven Teniente de un Regimiento Galés (Boina Verde), no sólo me deja pasar sino que, además, entra en una amena charla conmigo. La nostalgia nos lleva a mostrarnos las fotografías de nuestras familias. Sentimos que no podemos odiarnos. Ambos cumplimos con nuestro deber.</p><p>Durante la tarde del segundo día me llevan con otros oficiales hacia el hipódromo donde un helicóptero “SEA KING” nos está esperando para llevarnos a un destino que desconocemos. Vemos a los soldados que nos custodian fuertemente armados.</p><p>Esta incertidumbre me pone bastante nervioso. ¿Qué quieren hacer con nosotros?...</p><p>Después de cuarenta minutos aterrizamos en “San Carlos”. Nos llevan a un ex - frigorífico de corderos.</p><p>Ingresamos a un gran salón. Somos requisados nuevamente.</p><p>A los fines de controlar quiénes somos los ingresantes, los ingleses nos requieren nuestros datos personales, el número de nuestra identificación, el “cargo” y la Fuerza a la que pertenecemos.</p><p>Miro a mi alrededor y veo a los prisioneros. Están todos sentados y llevan consigo sus pocos efectos personales. Me entristece no ver a ningún aeronáutico.</p><p>Un Teniente del Ejército me tranquiliza al comunicarme que mis camaradas están en un salón contiguo. Mi ansiedad me lleva prontamente hasta el lugar. ¡Necesito saber si está mi hermano!...</p><p>Miro a un lado y a otro. Veo a Raúl. Creo que una tropilla está cabalgando dentro de mi pecho. Lo llamo mientras agito mi mano. Corro hacia él. Nos estrechamos en un apretado abrazo que nos redime de toda la angustia sufrida.</p><p>El destino me depara otra sorpresa. A pocos metros veo al Capitán Ugarte, de quien desconocía su paradero desde el día que lo envié a los cerros.</p><p>Estos reencuentros son un bálsamo en medio de tanta desolación.</p><p>Recorro con la vista el lugar. Sólo hay una puerta. En una de las paredes alguien dibujó con una tiza una ventana. Quedo absorto ante esta metáfora de libertad.</p><p>Mis compañeros me proveen de lo necesario, además de una colchoneta y vajilla. Luego me comentan sobre sus experiencias como prisioneros.</p><p>“Una vez por día, durante la mañana, nos sacan a tomar fresco a un patio rodeado por alambres de púas”- revela un camarada.</p><p>“Sí, a ese patio lo llamamos la pingüinera”- agrega otro. Sonreímos, burlándonos de nuestra propia suerte.</p><p>Las horas pasan lentamente como si estuvieran desperezándose.</p><p>Llega el momento de cenar. Formamos fila frente a unos tachos de racionamiento con comida caliente y jarros con agua.</p><p>Durante la tarde del segundo día de hacinamiento, un oficial inglés llama a un camarada y le dice que prepare sus “bártulos” porque lo vendrán a buscar.</p><p>¿Dónde lo llevarán?, ¿por qué?- nos preguntamos. No tenemos respuesta. Entre nosotros crece la inseguridad. Coincidimos en que si vienen a buscar a otro deberá dejar como señal de bienestar, una hoja blanca sobre una piedra que hay en la pingüinera. El próximo que vienen a buscar es al Mayor Viñals. Al día siguiente lo “dejan tomar fresco” y cumple con lo acordado. Nos tranquiliza saber que se encuentra bien.</p><p>Los días se suceden, aciagos, plenos de incertidumbre porque seguimos sin saber nada sobre nuestro destino.</p><p>Comienza a correr el rumor que nos llevarán a la Isla Ascensión en la que permaneceremos once años según lo indica la Convención de Ginebra debido a que nuestros gobernantes aún no firmaron la rendición.</p><p>El viento suena como nuestro propio lamento deprimente.</p><p>Estamos a fines de junio.</p><p>Nos trasladan, en grupos y con helicópteros, a un barco anclado en medio de la Bahía San Carlos. Es el SAN EDMUND, un Ferry que trajo la tropa inglesa. Somos requisados. Nos tratan con desagrado debido a que a dos de los nuestros le encuentran, en sus bolsos, un fusil FAL desarmado. </p><p>Nos trasladan hacia los camarotes con cuchetas para dos personas pero en grupos de a tres. Esto implica que debemos turnarnos para dormir en ellas; uno de nosotros deberá hacerlo en el piso.</p><p>Frente a los camarotes están los baños. Uno de ellos sirve para ducharnos. Después de un mes sin bañarme siento que el agua no sólo arrastra la mugre de mi cuerpo sino también la de mi alma. Me siento reconfortado.</p><p>Dos veces por día subimos al restaurante para ingerir una salchicha y un pote de té con leche y cereales. Además, podemos fumar un cigarrillo.</p><p>El desayuno debemos tomarlo en el camarote. Nos sirven un jarro de té y cuatro galletitas con proteínas. Si bien la comida no es abundante, nos mantiene alimentados.</p><p>El tiempo pasa lentamente…</p><p>Las posibilidades que se barajan sobre nuestros destinos se mueven como un péndulo entre dos posibilidades: que nos lleven a Ascensión o a Inglaterra. Nos tranquiliza la presencia del Capellán de la Fuerza Aérea Argentina, quien tuvo la generosa actitud de pedirles a los ingleses que lo dejaran con nosotros en vez de volver a Argentina. El camina libremente por el barco proporcionándonos ayuda espiritual además de acercarnos víveres que nos pertenecen y están encajonados en un depósito. Los ingleses no se atreven a probar nada porque piensan que los alimentos pueden estar envenenados.</p><p>Saboreo como al mejor de los manjares un “cacho” de dulce de membrillo.</p><p>El cura nos consigue algún libro y diarios ingleses que leemos como si fueran obras maestras. Esta es una buena terapia para alejarnos de la depresión. Rescato un pedazo de la novela “El pájaro canta hasta morir”.</p><p>Pasaron diez días. En las primeras horas de la mañana escuchamos el ruido de los motores. Comenzamos a navegar, supongo que con rumbo “este”.</p><p>¿Hacia dónde vamos?. ¿Será Europa nuestro nuevo destino?. Como en un “sube y baja” volvemos a dar de bruces sobre la aplastante duda.</p><p>Nos detenemos después de navegar durante una hora. Por el ojo de buey alcanzo a ver a otro barco que nos abastece de agua y combustible.</p><p>Después del mediodía, a la entrada de un pasillo vemos a hombres que están sentados frente a una mesa. Nos piden que nos acerquemos en orden. Al llegar a ellos nos entregan ocho libras esterlinas a cada uno de nosotros como prisioneros de guerra según lo establece la Convención de Ginebra. No pueden mantenernos como rehenes pero los ingleses no tienen en claro si capitulamos o no.</p><p>Un Capitán de Corbeta inglés que habla perfectamente el “porteño” porque, según nos comenta, vivió su infancia y adolescencia en Buenos Aires, nos hace saber que se siente sorprendido por el “atrevimiento” que tuvimos al “retar” a una potencia militar y que está sorprendido por el coraje que demostró la Fuerza Aérea Argentina al hacerles pasar muy malos momentos cuando atacamos a sus barcos. Además, nos informa que no pueden hacernos regresar a nuestro país porque las autoridades argentinas no quieren comunicarse con ellos para gestionar nuestro retorno. Siento un gusto amargo en mi boca. Prefiero no creerle.</p><p>El atardecer del 13 de julio se nos presenta nubloso.</p><p>Otra vez, el ronroneo de los motores nos anuncia que estamos navegando. Avizoro, por el ojo de buey, que vamos hacia el oeste. ¡Rumbo a casa!- me digo.</p><p>El viento arrecia. De a ratos deja de soplar como si estuviera tomando nuevas fuerzas para continuar. Las olas toman un aspecto taimado: tiemblan, aletean, se revuelcan, sisean cada vez más fuerte. El temporal las desmenuza.</p><p>¡Qué nochecita!.... Me mareo. Respiro hondo, el tórax se me llena de aire. Juego con la idea de que pronto estaré en tierra firme y me aplaco.</p><p>Son las ocho de la mañana del 14 de julio. Llegamos a Puerto Madryn. Los lugareños miran con curiosidad al barco inglés.</p><p>A los prisioneros de la Fuerza Aérea nos llevan al Aeropuerto. Nos espera un BOEING 707 que nos llevará hasta Comodoro Rivadavia. Ya en tierra, hablo por teléfono a mi familia para tranquilizarla. Previamente debo firmar en un formulario de llamadas de larga distancia para que puedan descontarme el pago de la misma al mes siguiente. </p><p>Después del almuerzo tenemos que esperar que el Comandante organice nuestro regreso a Buenos Aires. Llegamos a Ezeiza a las 20 horas. Nos homenajean con un “acto”.</p><p>Un avión, GUARANI, viene a buscar a un prisionero que vive en Tandil. Aprovecho la ocasión para pedirles que me lleven hasta Mar del Plata. Viajo junto a un Suboficial. Somos los únicos prisioneros de guerra que quedamos. Arribamos a la Base Aérea Mar del Plata a las 22 hs. ¡No quepo en mí. Ya estoy viajando rumbo a casa!.</p><p>No tengo palabras para describir el encuentro con mi familia. Reímos, lloramos. Tratamos de disimular todo lo vivido como si nada importante hubiera pasado. </p><p>Nuestra delgadez es el único referente que marca un tiempo de zozobra.</p><p></p><p>Después de tomarme unos días de licencia, volví a mi trabajo como si nada importante me hubiera pasado. Todo había cambiado para no cambiar nada…</p><p>En general me quedan buenos recuerdos y los malos trato de olvidarlos.</p><p>Me enorgullece haber sido parte de un grupo de hombres valerosos: el Teniente Reyes, el Suboficial Alasino, el Suboficial Cardozo, el Cabo Primero Bartis, el Cabo Primero Canessini y los soldados Viano, Orozco, Olave, Riccilo, Pizarro y a la totalidad de los artilleros de la FAA.</p><p>El 25 de mayo, aviones chilenos incursionaron sobre el espacio aéreo de la Provincia de Santa Cruz. En ese momento, el Jefe de la Fuerza Aérea ordenó el despliegue al Sur de nuestra Artillería Antiaérea de Mar del Plata. Inmediatamente concurrimos a la Base Aérea para prepararnos nuevamente para cumplir la orden. Nuevamente volvía a despedirme de mi familia. Cuando ya estábamos preparados, a la espera de los aviones que vendrían a buscarnos, nos comunicaron que la “operación” de había suspendido.</p><p>En honor a los soldados que tuve el orgullo de comandar, deseo transcribir las palabras del Sr. Brigadier Castellano, nuestro jefe en MIV:</p><p>“AQUÍ QUISIERA DESTACAR LA PRESENCIA DE LOS SOLDADOS AERONAUTICOS QUE TAN VALIENTEMENTE INTEGRARON DOTACIONES DE LAS PIEZAS DE ARTILLERIA ANTIAEREA, LOS CUALES, AQUEL HISTORICO PRIMERO DE MAYO, DESDE SU HUMILDE PUESTO DE COMBATE, TUVIERON EL PRIVILEGIO Y EL HONOR DE COMPARTIR EL BAUTISMO DE FUEGO DE LAS ALAS DE LA PATRIA Y QUE EN UN DERROCHE DE CORAJE Y PATRIOTISMO, LUCHARON CODO A CODO AL LADO DE SUS SUPERIORES, TRATANDO DE FRENAR LOS EMBATES DEL INVASOR QUE LOS ACOSO POR TIERRA, MAR Y AIRE”.</p><p> </p><p>En esta tarde en la que las nubes parecen filigranas que embellecen el azul celeste transparente del cielo, junto a Maiorano, desatamos los nudos del tiempo para detenernos en una escala de la vida, maestra sin diploma.</p><p>Logramos convocar a las palabras que permanecían silenciosas como marionetas y las expusimos a nuestro arbitrio. Con ellas construimos puentes que acortaron distancias.</p><p>Lo importante de esta charla es que Hugo inscribe la paz sobre la guerra y ve el sol en medio de la tormenta, vulnerando las fronteras de la indiferencia para mover el oleaje de la esperanza.</p><p>Antes de despedirnos me muestra la novela “El pájaro canta hasta morir”. No pude quedarme con la intriga de saber cómo terminaba- me dice. No puedo dejar de esbozar una sonrisa.<span style="color: Silver"></span></p><p><span style="color: Silver"></span></p><p><span style="color: Silver"><span style="font-size: 9px">---------- Post added at 04:12 ---------- Previous post was at 04:02 ----------</span></span></p><p><span style="color: Silver"></span></p><p><span style="color: Silver"></span>seguimos si saber cuantos soldados estaban en la AA de la FAA.....</p><p>cuando se produce el relevo de dotación?</p><p>Cuanto personal de la primera dotación se queda?</p><p></p><p></p><p>de acuerdo a lo que dice MAIORANO:</p><p>“Estoy destinado a la Base Aérea Militar Mar del Plata. Soy jefe del Escuadrón Antiaéreo de tres Unidades Antiaéreas llamadas Baterías. Dos de ellas están equipadas con radar-director de tiro y cañones y la restante con cañones. Mi dotación está constituida por sesenta hombres entre oficiales, suboficiales y soldados.</p><p>Me ordenan que una de las Baterías debe dirigirse a Malvinas y las dos restantes actuarán como defensas antiaéreas en las Bases Aéreas del continente.”</p><p></p><p>Podríamos decir que la primera dotación era de unos 20, de acuerdo a los datos que tengo, serían muyt pocos los soldados que pasaron</p><p></p><p><span style="color: Blue">.....................................Of....subofic ...soldado....total....muerto</span></p><p><span style="color: Blue">BAM Mar del plata (dot.1)....5........12.........16?........17...... ....0</span></p><p><span style="color: Blue">BAM Mar del plata (dot.2)....2.........8..........?..........10..... .....0</span></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="nippur_1967, post: 792247, member: 1952"] ¡No podemos aflojar!. ¡Qué ironía!. En algunos refugios, pese al ruido ensordecedor de las bombas, juegan al truco. El soldado VIANO, con total valentía y bajo el rugido de los aviones enemigos, escapa del refugio para indicarle a nuestro artillero la ubicación de los mismos. Desde el continente nos mandan relevo de todo el personal de artillería. Es evidente que del otro lado del charco tienen otra idea de la realidad dado a que el Capitán Aguilar nos dice: “Nosotros que recién llegamos nos llevaremos los lauros de la victoria, y no los que se van”. No imaginaron la situación desesperante que estamos viviendo. Es de noche pero nadie duerme, todos estamos alborotados por la artillería argentina e inglesa. Me reconforta la actitud del Teniente Jorge Reyes que decide quedarse conmigo en la lucha pese a que le llegó su reemplazo.. Durante toda la guerra el enemigo nos lanzó 130 toneladas de bombas pero nuestros artilleros mantuvieron sus fuerzas indómitas. Todo fue inútil. Llega la hora de la rendición argentina. Después de la capitulación, el 14 de junio por la tarde, organizamos el campo de prisioneros en el aeropuerto donde se traslada toda la guarnición militar argentina (unos 12000 hombres). No sabemos cuánto tiempo estaremos, por lo tanto, antes de dirigirme al lugar, voy con un saldado al depósito de víveres de la Fuerza Aérea y completo la Land Rover con la mayor cantidad posible de alimentos. En el momento en el que estamos por salir nos intercepta el dueño del Supermercado y de la camioneta, acompañado por un soldado inglés. A los gritos y cargando el arma nos hacen señas para que bajemos del vehículo y nos apuntan con odio. Nos permiten alejarnos sin dejar de apuntarnos Al llegar a la esquina, desaparecimos de su vista. En realidad pensamos que nos acribillarían. Agitados y con gran temor, nos dirigimos caminando hacia el aeropuerto. Poco antes de llegar al mismo hay un vallado que sirve de barrera. Allí, el enemigo obliga a dejar las armas antes de entrar al “campo de prisioneros”. No sé cuál es la causa pero a mí me dejan el arma reglamentaria .Supongo que se debe a que debo seguir ejerciendo mi autoridad. Los artilleros volvemos a nuestros refugios antiaéreos. Todo se me presenta como una película de terror. Cerca de 10.000 hombres del Ejército y la Marina, deberán permanecer a la intemperie por varios días. Como en nuestros refugios no falta comida, alcanzamos a darle algunos víveres a los soldados del Ejército, cercanos a nuestras posiciones. Pasaron veinticuatro horas. Un grupo de 200 hombres es trasladado al puerto para ser enviado al continente. A los oficiales y sub-oficiales que fuimos capturados nos envían a un frigorífico de corderos en San Carlos, ubicado a 80 Km. de la ciudad. Pasaron unos días y nos informan que las ordeñes que tienen es que los oficiales con jerarquía de jefe debemos ser enviados a la ciudad y desde allí al continente. El Capitán Aguilar me pide que me vaya. ¡No debo ni quiero dejar a mis hombres!. Me quedo con ellos. Somos el último grupo de la Fuerza Aérea para embarcamos rumbo a nuestra Patria. Nos llevan a la ciudad. Al cruzar la barrera somos revisados nuevamente y ahora sí me quitan la pistola. Tardamos casi una hora en llegar. Debemos ir formados, flanqueados por soldados ingleses fuertemente armados. Ya en la ciudad nos quedamos un día entero en un galpón a la “supuesta” espera de un barco que nos llevará a casa. Este lugar es inhumano, espantoso… Fue lugar de espera de otros grupos y al no tener baños, el piso ofició de retrete. Hay algunos guardias que, a destajo, permiten salir a unos baños improvisados. Pasaron dos días. No tenemos agua ni comida. Hay personas enfermas, especialmente con enterocolitis. Nuestro malestar va en aumento. Mi compañero, ARGENTE, encuentra en el fondo del galpón algunos elementos de enfermería que supongo serian del Ejército. Con varios saches de suero fisiológico, logra construir algo similar a un destilador y cada uno toma un sorbo. Algunos tienen la suerte de beber un poco de jugo de una lata de duraznos al natural que apareció escondida por algún rincón. Por la mañana vemos, por la rendija de los portones, a una señora que nos está observando. Por la noche nos acercan un tanque con agua y una cocina de campaña con víveres para cocinar. Después me enteré de que esta orden la emitió la señora que fisgoneaba el lugar, debido a que pertenecía a la Cruz Roja Internacional. Somos unos trescientos presos. Por suerte, entre nosotros hay un cocinero que prepara un guiso. La vajilla con la que contamos data de tres o cuatro platos e igual cantidad de cucharas. Hacemos una “cola” y comemos lo más rápido posible para pasarle la vajilla al que está detrás para que todos podamos llevar un bocado de comida a nuestros estómagos dolientes y vacíos. Es 20 de junio por la tarde y nos llevan formados en fila hacia el puerto, distante a dos cuadras, para subir a una barcaza que nos llevará hasta un barco fondeado en el medio de la bahía. Otra vez nos prometen que seremos llevados a casa. Estoy en el final de la fila. A dos oficiales que están delante de mí los demoran. Uno de ellos me llama para hablar con el inglés debido a que no entiende lo que le quiere decir. Cuando me acerco, éste me pide que separe a todos los oficiales y suboficiales que están en la hilera. Le comento que no entiendo lo que me pide y me retiro. Cuando me toca el turno, el mismo oficial inglés al que no le contesté lo que me preguntó, no me permite subir a la barcaza diciéndome que me llevarían en helicóptero, por mi jerarquía. A mis dos compañeros y a mí nos retornan al galpón en el que pasamos otros dos días. Me siento sucio, asqueado, indignado. Es de noche y tengo necesidad de ir al baño. Un joven Teniente de un Regimiento Galés (Boina Verde), no sólo me deja pasar sino que, además, entra en una amena charla conmigo. La nostalgia nos lleva a mostrarnos las fotografías de nuestras familias. Sentimos que no podemos odiarnos. Ambos cumplimos con nuestro deber. Durante la tarde del segundo día me llevan con otros oficiales hacia el hipódromo donde un helicóptero “SEA KING” nos está esperando para llevarnos a un destino que desconocemos. Vemos a los soldados que nos custodian fuertemente armados. Esta incertidumbre me pone bastante nervioso. ¿Qué quieren hacer con nosotros?... Después de cuarenta minutos aterrizamos en “San Carlos”. Nos llevan a un ex - frigorífico de corderos. Ingresamos a un gran salón. Somos requisados nuevamente. A los fines de controlar quiénes somos los ingresantes, los ingleses nos requieren nuestros datos personales, el número de nuestra identificación, el “cargo” y la Fuerza a la que pertenecemos. Miro a mi alrededor y veo a los prisioneros. Están todos sentados y llevan consigo sus pocos efectos personales. Me entristece no ver a ningún aeronáutico. Un Teniente del Ejército me tranquiliza al comunicarme que mis camaradas están en un salón contiguo. Mi ansiedad me lleva prontamente hasta el lugar. ¡Necesito saber si está mi hermano!... Miro a un lado y a otro. Veo a Raúl. Creo que una tropilla está cabalgando dentro de mi pecho. Lo llamo mientras agito mi mano. Corro hacia él. Nos estrechamos en un apretado abrazo que nos redime de toda la angustia sufrida. El destino me depara otra sorpresa. A pocos metros veo al Capitán Ugarte, de quien desconocía su paradero desde el día que lo envié a los cerros. Estos reencuentros son un bálsamo en medio de tanta desolación. Recorro con la vista el lugar. Sólo hay una puerta. En una de las paredes alguien dibujó con una tiza una ventana. Quedo absorto ante esta metáfora de libertad. Mis compañeros me proveen de lo necesario, además de una colchoneta y vajilla. Luego me comentan sobre sus experiencias como prisioneros. “Una vez por día, durante la mañana, nos sacan a tomar fresco a un patio rodeado por alambres de púas”- revela un camarada. “Sí, a ese patio lo llamamos la pingüinera”- agrega otro. Sonreímos, burlándonos de nuestra propia suerte. Las horas pasan lentamente como si estuvieran desperezándose. Llega el momento de cenar. Formamos fila frente a unos tachos de racionamiento con comida caliente y jarros con agua. Durante la tarde del segundo día de hacinamiento, un oficial inglés llama a un camarada y le dice que prepare sus “bártulos” porque lo vendrán a buscar. ¿Dónde lo llevarán?, ¿por qué?- nos preguntamos. No tenemos respuesta. Entre nosotros crece la inseguridad. Coincidimos en que si vienen a buscar a otro deberá dejar como señal de bienestar, una hoja blanca sobre una piedra que hay en la pingüinera. El próximo que vienen a buscar es al Mayor Viñals. Al día siguiente lo “dejan tomar fresco” y cumple con lo acordado. Nos tranquiliza saber que se encuentra bien. Los días se suceden, aciagos, plenos de incertidumbre porque seguimos sin saber nada sobre nuestro destino. Comienza a correr el rumor que nos llevarán a la Isla Ascensión en la que permaneceremos once años según lo indica la Convención de Ginebra debido a que nuestros gobernantes aún no firmaron la rendición. El viento suena como nuestro propio lamento deprimente. Estamos a fines de junio. Nos trasladan, en grupos y con helicópteros, a un barco anclado en medio de la Bahía San Carlos. Es el SAN EDMUND, un Ferry que trajo la tropa inglesa. Somos requisados. Nos tratan con desagrado debido a que a dos de los nuestros le encuentran, en sus bolsos, un fusil FAL desarmado. Nos trasladan hacia los camarotes con cuchetas para dos personas pero en grupos de a tres. Esto implica que debemos turnarnos para dormir en ellas; uno de nosotros deberá hacerlo en el piso. Frente a los camarotes están los baños. Uno de ellos sirve para ducharnos. Después de un mes sin bañarme siento que el agua no sólo arrastra la mugre de mi cuerpo sino también la de mi alma. Me siento reconfortado. Dos veces por día subimos al restaurante para ingerir una salchicha y un pote de té con leche y cereales. Además, podemos fumar un cigarrillo. El desayuno debemos tomarlo en el camarote. Nos sirven un jarro de té y cuatro galletitas con proteínas. Si bien la comida no es abundante, nos mantiene alimentados. El tiempo pasa lentamente… Las posibilidades que se barajan sobre nuestros destinos se mueven como un péndulo entre dos posibilidades: que nos lleven a Ascensión o a Inglaterra. Nos tranquiliza la presencia del Capellán de la Fuerza Aérea Argentina, quien tuvo la generosa actitud de pedirles a los ingleses que lo dejaran con nosotros en vez de volver a Argentina. El camina libremente por el barco proporcionándonos ayuda espiritual además de acercarnos víveres que nos pertenecen y están encajonados en un depósito. Los ingleses no se atreven a probar nada porque piensan que los alimentos pueden estar envenenados. Saboreo como al mejor de los manjares un “cacho” de dulce de membrillo. El cura nos consigue algún libro y diarios ingleses que leemos como si fueran obras maestras. Esta es una buena terapia para alejarnos de la depresión. Rescato un pedazo de la novela “El pájaro canta hasta morir”. Pasaron diez días. En las primeras horas de la mañana escuchamos el ruido de los motores. Comenzamos a navegar, supongo que con rumbo “este”. ¿Hacia dónde vamos?. ¿Será Europa nuestro nuevo destino?. Como en un “sube y baja” volvemos a dar de bruces sobre la aplastante duda. Nos detenemos después de navegar durante una hora. Por el ojo de buey alcanzo a ver a otro barco que nos abastece de agua y combustible. Después del mediodía, a la entrada de un pasillo vemos a hombres que están sentados frente a una mesa. Nos piden que nos acerquemos en orden. Al llegar a ellos nos entregan ocho libras esterlinas a cada uno de nosotros como prisioneros de guerra según lo establece la Convención de Ginebra. No pueden mantenernos como rehenes pero los ingleses no tienen en claro si capitulamos o no. Un Capitán de Corbeta inglés que habla perfectamente el “porteño” porque, según nos comenta, vivió su infancia y adolescencia en Buenos Aires, nos hace saber que se siente sorprendido por el “atrevimiento” que tuvimos al “retar” a una potencia militar y que está sorprendido por el coraje que demostró la Fuerza Aérea Argentina al hacerles pasar muy malos momentos cuando atacamos a sus barcos. Además, nos informa que no pueden hacernos regresar a nuestro país porque las autoridades argentinas no quieren comunicarse con ellos para gestionar nuestro retorno. Siento un gusto amargo en mi boca. Prefiero no creerle. El atardecer del 13 de julio se nos presenta nubloso. Otra vez, el ronroneo de los motores nos anuncia que estamos navegando. Avizoro, por el ojo de buey, que vamos hacia el oeste. ¡Rumbo a casa!- me digo. El viento arrecia. De a ratos deja de soplar como si estuviera tomando nuevas fuerzas para continuar. Las olas toman un aspecto taimado: tiemblan, aletean, se revuelcan, sisean cada vez más fuerte. El temporal las desmenuza. ¡Qué nochecita!.... Me mareo. Respiro hondo, el tórax se me llena de aire. Juego con la idea de que pronto estaré en tierra firme y me aplaco. Son las ocho de la mañana del 14 de julio. Llegamos a Puerto Madryn. Los lugareños miran con curiosidad al barco inglés. A los prisioneros de la Fuerza Aérea nos llevan al Aeropuerto. Nos espera un BOEING 707 que nos llevará hasta Comodoro Rivadavia. Ya en tierra, hablo por teléfono a mi familia para tranquilizarla. Previamente debo firmar en un formulario de llamadas de larga distancia para que puedan descontarme el pago de la misma al mes siguiente. Después del almuerzo tenemos que esperar que el Comandante organice nuestro regreso a Buenos Aires. Llegamos a Ezeiza a las 20 horas. Nos homenajean con un “acto”. Un avión, GUARANI, viene a buscar a un prisionero que vive en Tandil. Aprovecho la ocasión para pedirles que me lleven hasta Mar del Plata. Viajo junto a un Suboficial. Somos los únicos prisioneros de guerra que quedamos. Arribamos a la Base Aérea Mar del Plata a las 22 hs. ¡No quepo en mí. Ya estoy viajando rumbo a casa!. No tengo palabras para describir el encuentro con mi familia. Reímos, lloramos. Tratamos de disimular todo lo vivido como si nada importante hubiera pasado. Nuestra delgadez es el único referente que marca un tiempo de zozobra. Después de tomarme unos días de licencia, volví a mi trabajo como si nada importante me hubiera pasado. Todo había cambiado para no cambiar nada… En general me quedan buenos recuerdos y los malos trato de olvidarlos. Me enorgullece haber sido parte de un grupo de hombres valerosos: el Teniente Reyes, el Suboficial Alasino, el Suboficial Cardozo, el Cabo Primero Bartis, el Cabo Primero Canessini y los soldados Viano, Orozco, Olave, Riccilo, Pizarro y a la totalidad de los artilleros de la FAA. El 25 de mayo, aviones chilenos incursionaron sobre el espacio aéreo de la Provincia de Santa Cruz. En ese momento, el Jefe de la Fuerza Aérea ordenó el despliegue al Sur de nuestra Artillería Antiaérea de Mar del Plata. Inmediatamente concurrimos a la Base Aérea para prepararnos nuevamente para cumplir la orden. Nuevamente volvía a despedirme de mi familia. Cuando ya estábamos preparados, a la espera de los aviones que vendrían a buscarnos, nos comunicaron que la “operación” de había suspendido. En honor a los soldados que tuve el orgullo de comandar, deseo transcribir las palabras del Sr. Brigadier Castellano, nuestro jefe en MIV: “AQUÍ QUISIERA DESTACAR LA PRESENCIA DE LOS SOLDADOS AERONAUTICOS QUE TAN VALIENTEMENTE INTEGRARON DOTACIONES DE LAS PIEZAS DE ARTILLERIA ANTIAEREA, LOS CUALES, AQUEL HISTORICO PRIMERO DE MAYO, DESDE SU HUMILDE PUESTO DE COMBATE, TUVIERON EL PRIVILEGIO Y EL HONOR DE COMPARTIR EL BAUTISMO DE FUEGO DE LAS ALAS DE LA PATRIA Y QUE EN UN DERROCHE DE CORAJE Y PATRIOTISMO, LUCHARON CODO A CODO AL LADO DE SUS SUPERIORES, TRATANDO DE FRENAR LOS EMBATES DEL INVASOR QUE LOS ACOSO POR TIERRA, MAR Y AIRE”. En esta tarde en la que las nubes parecen filigranas que embellecen el azul celeste transparente del cielo, junto a Maiorano, desatamos los nudos del tiempo para detenernos en una escala de la vida, maestra sin diploma. Logramos convocar a las palabras que permanecían silenciosas como marionetas y las expusimos a nuestro arbitrio. Con ellas construimos puentes que acortaron distancias. Lo importante de esta charla es que Hugo inscribe la paz sobre la guerra y ve el sol en medio de la tormenta, vulnerando las fronteras de la indiferencia para mover el oleaje de la esperanza. Antes de despedirnos me muestra la novela “El pájaro canta hasta morir”. No pude quedarme con la intriga de saber cómo terminaba- me dice. No puedo dejar de esbozar una sonrisa.[COLOR="Silver"] [SIZE=1]---------- Post added at 04:12 ---------- Previous post was at 04:02 ----------[/SIZE] [/COLOR]seguimos si saber cuantos soldados estaban en la AA de la FAA..... cuando se produce el relevo de dotación? Cuanto personal de la primera dotación se queda? de acuerdo a lo que dice MAIORANO: “Estoy destinado a la Base Aérea Militar Mar del Plata. Soy jefe del Escuadrón Antiaéreo de tres Unidades Antiaéreas llamadas Baterías. Dos de ellas están equipadas con radar-director de tiro y cañones y la restante con cañones. Mi dotación está constituida por sesenta hombres entre oficiales, suboficiales y soldados. Me ordenan que una de las Baterías debe dirigirse a Malvinas y las dos restantes actuarán como defensas antiaéreas en las Bases Aéreas del continente.” Podríamos decir que la primera dotación era de unos 20, de acuerdo a los datos que tengo, serían muyt pocos los soldados que pasaron [COLOR="Blue"].....................................Of....subofic ...soldado....total....muerto BAM Mar del plata (dot.1)....5........12.........16?........17...... ....0 BAM Mar del plata (dot.2)....2.........8..........?..........10..... .....0[/COLOR] [/QUOTE]
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Guerra desarrollada entre Argentina y el Reino Unido en 1982
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