Si bien se hablo mucho del hundimiento del Belgrano, este caso sirve porque es desde el punto de vista de un conscripto y dice cosas poco leidas, al menos es muy interesante
Lo unico que sé, es que se llama Jorge y es de General Pico, La Pampa
"El martes 13 de abril yo me embarque en el crucero, ahí empezó un poco lo que fue andar y empezar a compartir las cosas con un montón de gente que no conocés.
Muchas veces en la actualidad nos cuesta aceptar a mucha gente. Pero bueno. Pero éramos mil noventa y tres, nos teníamos que aceptar porque sino te tiraban al agua. No te quedaba otra. Fueron unos cuantos días de navegación, tranquilos, no sabíamos nada. En realidad, como colimbas, no nos correspondía saber un montón de cosas, seguramente. Lo que íbamos sabiendo era por chusmerío. Y el primero de mayo yo estaba chocho, estaba feliz. Yo les juro que estaba feliz arriba del barco ese.
Era mi casa, tenía un montón de amigos. Estaba feliz realmente. Y el primero de Mayo un subofcial nos dice: "bueno muchachos, vamos a intentar detener un posible desembarco inglés". El Crucero Belgrano medía 200 metros.
Nosotros decíamos: "que bárbaro, vamos a entrar en guerra". "Sí. Vamos a intentar detener un posible desembarco inglés (decía el subofcial). No se con qué le vamos a tirar, con algo le vamos a tirar. Aunque sea con papas le vamos a tirar a los muchachos estos". Como ellos lo tomaban en joda, nosotros creímos que no iba a pasar nada.
Y el segundo de mayo, por consiguiente, nos levantamos temprano. Hicimos guardia hasta el mediodía, en que nos mandan a dormir porque entramos dentro de la zona de exclusión. Entramos custodiados por dos barcos que tenían sonares, que ellos podían detectar los submarinos. Nosotros no. Así que entramos bastante cubiertos, no parecía imposible que pudiera entrarnos un submarino. Aparte que no veíamos nada. Y el avión más cerca que pasó era un avión argentino en una maniobra que no estaba nadie enterado y nos hizo pegar un susto bárbaro. Estábamos todos bien cubiertos, así que dijimos "todo el mundo a dormir". Quedaba la guardia.
Me quedé dormido y a las cuatro y un minutos sentimos una gran explosión.
Me siento en la cama y veo pasar una bola bastante importante de fuego, sentía mucho calor, y empiezo a gritar a un compañero que me prenda la luz. Como en la colimba una de las primeras cosas que aprendés es a robar, mi hermano me dio un llavero que tenía una clave y me dijo: "con esta llave no te van a poder abrir nunca la taquilla y no te van a poder robar nunca". Pero en la oscuridad no pude sacar nada de la taquilla. Así que agarre la frazada y salí hacia cubierta. En el transcurso que íbamos a cubierta fuimos atacados de vuelta por el submarino y nos pega otro torpedo a la mitad del Crucero Belgrano. Ahí ya quedó torcido, mucho silencio, no se sentían ni gritos.Yo iba con mi frazada arriba y me encuentro con un suboficial Pérez, que casi siempre nos vemos, es de Buenos Aires, le entrego la frazada porque el estaba en cuero y en calzoncillos. Así que le doy mi frazada y me quedo en camiseta, calzoncillos y medias, y miraba a mis compañeros y estaban casi todos iguales, casi todos desnudos. Lo que no sabíamos lo que nos iba a tocar después con las temperaturas que teníamos que soportar.
Cuando nos dan la orden de abandonar el Crucero porque no había nada que hacer, había que largarse. Nos habían enseñado que teníamos que saltar sentaditos en la balsa. La balsa es media nuez. Y fui el primero que me lanzo en la balsa, había más o menos veinte por balsa. Había algunas que no se inflaron, otras que se rompieron. Así que venía bastante despareja el reparto de gente. El primero que se lanza a mi balsa soy yo. Me lanzo sentadito como decía el libro y me siento adentro. El segundo salta y me pega una patada acá. Entonces me acosté porque se largaban parados. Media nuez con dos aberturas, y embocaban al agujero con posibilidad de romperla. Gracias a Dios no se rompió. Veníamos dieciocho. En otras venían cuarenta, en otras cinco, seis. Lo primero que atinamos fue alejarnos del Crucero Belgrano. El viento nos traía al crucero que se hundía. Tratamos de alejarnos. Teníamos unos remitos cortitos que cuando quisimos remar hicieron crack y se rompieron. Entonces le dábamos con las manos. Ahí todos veníamos descompuestos. Vómitos. Entonces el guardiamarina dice: "muchachos prepárense porque si esto llega a ser succión hay que nadar". Vos decías "¿adonde vamos a nadar?". Cinco minutos durábamos en el agua. Menos. Si éramos jóvenes y bien comidos, diez minutos. Máximo. Después íbamos a quedar.
Cuando se termina de hundir el Crucero Belgrano... Ustedes saben que hay cosas, creo que fue la mano de Dios. Nos enseñaron que había que tirarse por la parte más baja, para tratar de caer en las balsas y alejarse lo más rápido posible. Hubo gente que se tiró desde la parte mas alta a las balsas que habían tirado del otro lado. Cuando se estaba hundiendo el Crucero Belgrano, que había Burbujas, iban pasando con las balsitas arriba. Yo los miraba y decía "se los lleva". Yo calculaba que se los llevaba. Pasaban las balsitas por arriba pero como nada. Gracias a Dios no se llevó a nadie más ahí. Y ahí empieza otro calvario. En el sur oscurece muy rápido. Cinco y treinta de la tarde: oscuro. Nos dormimos. Seguramente por los nervios, por el susto. Nos dormimos casi todos los dieciocho que veníamos en la balsa. El guardiamarina venía por allá porque era guardiamarina, el subofcial allá porque era subofcial, y los colimbas todos amontonaditos en el medio. Porque no se puede juntar la gente de grado con los colimbas.
La primer ola que nos agarró nos dobló al medio, nos amontonó a todos en el medio. Quedamos uno arriba del otro. Se acabó el guardiamarina, se acabó el suboficial; quedamos uno sentadito al lado del otro para darnos calor, porque si no nos despertábamos no nos íbamos a despertar jamás. Nos íbamos a morir. En el trayecto que hicimos hasta que oscureció intentamos pasar gente hacia las balsas que estaban más vacías. No se logró porque hacía mucho viento así que imposible acercarse. Después nos enteramos de la triste noticia de que las balsas en las que había cuatro o cinco tipos murieron de frío. Las que mejor venían, a pesar de que venían ocupadas eran las de cuarenta, treinta, que venían todos apretados. Nosotros éramos dieciocho así que veníamos peleándola. Veníamos bastante bien. Yo siempre recuerdo y le cuento a los chicos de las escuelas de que, a pesar de la tragedia, y de todo, y a pesar de la agitación que estábamos pasando, yo guardaba bastante optimismo. Quizá sería por mi juventud o porque no sabía lo que estábamos viviendo. Nosotros hacíamos pis en una jarrita. Éramos bastante ordenados en nuestra balsa. Vomitábamos en una jarrita y una jarrita para hacer pis. La manteníamos limpita, eso sí. Entonces cuando nos parábamos a tirar el orín afuera... Recuerdo que yo siempre que estaba los otros sentados abajo y yo me paraba con la jarrita y los otros "no, no". "Se me cae, se me cae", decía yo jodiendo. O sea que no tenía mucha idea de lo que me estaba pasando. En otras balsas, gente con más experiencia seguramente, el orín no lo tiraban. Se calentaban sus manos, se ponían en el cuerpo, en las piernas, para calentarse.
Así pasó un día. El lunes pasó un avión, nos encuentran. Habíamos recorrido desde la parte que se hunde el Crucero hasta que nos encuentran, cien kilómetros. Así que en treinta y seis horas, no, menos, doce horas, digo veinticuatro horas, cien kilómetros. En balsas a la deriva es increíble, en las aguas heladas de la Antártida. Luego pasa el avión, la euforia lógica. Yo después tuve la oportunidad de conocer al tipo que va en el avión y me dice: "realmente, cuando aterricé en las balsas donde estaban ustedes, tuve que esquivar todas las bengalas que me tiraron porque casi me bajaron". Le tiramos bengalas, parecía una fiesta. Ahí nos dimos cuenta de que todas las balsas donde estábamos, se hallaban a un radio de doscientos metros. No nos veíamos, el mar estaba feísimo. Había momentos en que estábamos arriba y otras en que estábamos abajo y el agua la teníamos arriba. Vinimos bailando treinta y seis horas. Martes a las dos de la mañana nos levantaron y en ese barco empezamos a buscar a nuestros amigos, a ver quién estaba, quién no estaba. Nos encontramos con gente herida, otra que estaba muy grave. Y tomamos la realidad de lo que había sido. Dijimos "pucha, la pasamos mal".
Lo unico que sé, es que se llama Jorge y es de General Pico, La Pampa
"El martes 13 de abril yo me embarque en el crucero, ahí empezó un poco lo que fue andar y empezar a compartir las cosas con un montón de gente que no conocés.
Muchas veces en la actualidad nos cuesta aceptar a mucha gente. Pero bueno. Pero éramos mil noventa y tres, nos teníamos que aceptar porque sino te tiraban al agua. No te quedaba otra. Fueron unos cuantos días de navegación, tranquilos, no sabíamos nada. En realidad, como colimbas, no nos correspondía saber un montón de cosas, seguramente. Lo que íbamos sabiendo era por chusmerío. Y el primero de mayo yo estaba chocho, estaba feliz. Yo les juro que estaba feliz arriba del barco ese.
Era mi casa, tenía un montón de amigos. Estaba feliz realmente. Y el primero de Mayo un subofcial nos dice: "bueno muchachos, vamos a intentar detener un posible desembarco inglés". El Crucero Belgrano medía 200 metros.
Nosotros decíamos: "que bárbaro, vamos a entrar en guerra". "Sí. Vamos a intentar detener un posible desembarco inglés (decía el subofcial). No se con qué le vamos a tirar, con algo le vamos a tirar. Aunque sea con papas le vamos a tirar a los muchachos estos". Como ellos lo tomaban en joda, nosotros creímos que no iba a pasar nada.
Y el segundo de mayo, por consiguiente, nos levantamos temprano. Hicimos guardia hasta el mediodía, en que nos mandan a dormir porque entramos dentro de la zona de exclusión. Entramos custodiados por dos barcos que tenían sonares, que ellos podían detectar los submarinos. Nosotros no. Así que entramos bastante cubiertos, no parecía imposible que pudiera entrarnos un submarino. Aparte que no veíamos nada. Y el avión más cerca que pasó era un avión argentino en una maniobra que no estaba nadie enterado y nos hizo pegar un susto bárbaro. Estábamos todos bien cubiertos, así que dijimos "todo el mundo a dormir". Quedaba la guardia.
Me quedé dormido y a las cuatro y un minutos sentimos una gran explosión.
Me siento en la cama y veo pasar una bola bastante importante de fuego, sentía mucho calor, y empiezo a gritar a un compañero que me prenda la luz. Como en la colimba una de las primeras cosas que aprendés es a robar, mi hermano me dio un llavero que tenía una clave y me dijo: "con esta llave no te van a poder abrir nunca la taquilla y no te van a poder robar nunca". Pero en la oscuridad no pude sacar nada de la taquilla. Así que agarre la frazada y salí hacia cubierta. En el transcurso que íbamos a cubierta fuimos atacados de vuelta por el submarino y nos pega otro torpedo a la mitad del Crucero Belgrano. Ahí ya quedó torcido, mucho silencio, no se sentían ni gritos.Yo iba con mi frazada arriba y me encuentro con un suboficial Pérez, que casi siempre nos vemos, es de Buenos Aires, le entrego la frazada porque el estaba en cuero y en calzoncillos. Así que le doy mi frazada y me quedo en camiseta, calzoncillos y medias, y miraba a mis compañeros y estaban casi todos iguales, casi todos desnudos. Lo que no sabíamos lo que nos iba a tocar después con las temperaturas que teníamos que soportar.
Cuando nos dan la orden de abandonar el Crucero porque no había nada que hacer, había que largarse. Nos habían enseñado que teníamos que saltar sentaditos en la balsa. La balsa es media nuez. Y fui el primero que me lanzo en la balsa, había más o menos veinte por balsa. Había algunas que no se inflaron, otras que se rompieron. Así que venía bastante despareja el reparto de gente. El primero que se lanza a mi balsa soy yo. Me lanzo sentadito como decía el libro y me siento adentro. El segundo salta y me pega una patada acá. Entonces me acosté porque se largaban parados. Media nuez con dos aberturas, y embocaban al agujero con posibilidad de romperla. Gracias a Dios no se rompió. Veníamos dieciocho. En otras venían cuarenta, en otras cinco, seis. Lo primero que atinamos fue alejarnos del Crucero Belgrano. El viento nos traía al crucero que se hundía. Tratamos de alejarnos. Teníamos unos remitos cortitos que cuando quisimos remar hicieron crack y se rompieron. Entonces le dábamos con las manos. Ahí todos veníamos descompuestos. Vómitos. Entonces el guardiamarina dice: "muchachos prepárense porque si esto llega a ser succión hay que nadar". Vos decías "¿adonde vamos a nadar?". Cinco minutos durábamos en el agua. Menos. Si éramos jóvenes y bien comidos, diez minutos. Máximo. Después íbamos a quedar.
Cuando se termina de hundir el Crucero Belgrano... Ustedes saben que hay cosas, creo que fue la mano de Dios. Nos enseñaron que había que tirarse por la parte más baja, para tratar de caer en las balsas y alejarse lo más rápido posible. Hubo gente que se tiró desde la parte mas alta a las balsas que habían tirado del otro lado. Cuando se estaba hundiendo el Crucero Belgrano, que había Burbujas, iban pasando con las balsitas arriba. Yo los miraba y decía "se los lleva". Yo calculaba que se los llevaba. Pasaban las balsitas por arriba pero como nada. Gracias a Dios no se llevó a nadie más ahí. Y ahí empieza otro calvario. En el sur oscurece muy rápido. Cinco y treinta de la tarde: oscuro. Nos dormimos. Seguramente por los nervios, por el susto. Nos dormimos casi todos los dieciocho que veníamos en la balsa. El guardiamarina venía por allá porque era guardiamarina, el subofcial allá porque era subofcial, y los colimbas todos amontonaditos en el medio. Porque no se puede juntar la gente de grado con los colimbas.
La primer ola que nos agarró nos dobló al medio, nos amontonó a todos en el medio. Quedamos uno arriba del otro. Se acabó el guardiamarina, se acabó el suboficial; quedamos uno sentadito al lado del otro para darnos calor, porque si no nos despertábamos no nos íbamos a despertar jamás. Nos íbamos a morir. En el trayecto que hicimos hasta que oscureció intentamos pasar gente hacia las balsas que estaban más vacías. No se logró porque hacía mucho viento así que imposible acercarse. Después nos enteramos de la triste noticia de que las balsas en las que había cuatro o cinco tipos murieron de frío. Las que mejor venían, a pesar de que venían ocupadas eran las de cuarenta, treinta, que venían todos apretados. Nosotros éramos dieciocho así que veníamos peleándola. Veníamos bastante bien. Yo siempre recuerdo y le cuento a los chicos de las escuelas de que, a pesar de la tragedia, y de todo, y a pesar de la agitación que estábamos pasando, yo guardaba bastante optimismo. Quizá sería por mi juventud o porque no sabía lo que estábamos viviendo. Nosotros hacíamos pis en una jarrita. Éramos bastante ordenados en nuestra balsa. Vomitábamos en una jarrita y una jarrita para hacer pis. La manteníamos limpita, eso sí. Entonces cuando nos parábamos a tirar el orín afuera... Recuerdo que yo siempre que estaba los otros sentados abajo y yo me paraba con la jarrita y los otros "no, no". "Se me cae, se me cae", decía yo jodiendo. O sea que no tenía mucha idea de lo que me estaba pasando. En otras balsas, gente con más experiencia seguramente, el orín no lo tiraban. Se calentaban sus manos, se ponían en el cuerpo, en las piernas, para calentarse.
Así pasó un día. El lunes pasó un avión, nos encuentran. Habíamos recorrido desde la parte que se hunde el Crucero hasta que nos encuentran, cien kilómetros. Así que en treinta y seis horas, no, menos, doce horas, digo veinticuatro horas, cien kilómetros. En balsas a la deriva es increíble, en las aguas heladas de la Antártida. Luego pasa el avión, la euforia lógica. Yo después tuve la oportunidad de conocer al tipo que va en el avión y me dice: "realmente, cuando aterricé en las balsas donde estaban ustedes, tuve que esquivar todas las bengalas que me tiraron porque casi me bajaron". Le tiramos bengalas, parecía una fiesta. Ahí nos dimos cuenta de que todas las balsas donde estábamos, se hallaban a un radio de doscientos metros. No nos veíamos, el mar estaba feísimo. Había momentos en que estábamos arriba y otras en que estábamos abajo y el agua la teníamos arriba. Vinimos bailando treinta y seis horas. Martes a las dos de la mañana nos levantaron y en ese barco empezamos a buscar a nuestros amigos, a ver quién estaba, quién no estaba. Nos encontramos con gente herida, otra que estaba muy grave. Y tomamos la realidad de lo que había sido. Dijimos "pucha, la pasamos mal".