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<blockquote data-quote="Iconoclasta" data-source="post: 361294" data-attributes="member: 52"><p>Combatí junto con Troung y Chau, que eran como mis hermanos. Cuidábamos unos de otros y compartíamos la comida. Solíamos bromear pensando que la vida en casa era dura, pero aquella vida en el Vietcong era diez veces peor. Pasábamos hambre durante días, y Chau nos recordaba que cuando éramos pequeños, solíamos quejarnos porque odiábamos las gachas de arroz con salsa de pescado. Una bola de arroz y salsa de pescado hubiera sido un festín en la jungla. Matábamos y comíamos casi cualquier cosa: serpientes, monos, ratas, pájaros y cosas por el estilo.</p><p></p><p>Nuestros oficiales de inteligencia decían que los norteamericanos tenían filetes, cerveza y helados en sus bases, y que la guerra sólo les ocupaba parte de su tiempo. Llevábamos la guerra sobre nuestras espaldas dondequiera que fuésemos, con o sin armas. A diferencia de ellos, teníamos pocas medicinas y ningún hospital cuando nos herían.</p><p></p><p>Al intensificarse la guerra, los norteamericanos dispusieron cada vez de más potencia de fuego y nos adentramos más en territorio inhóspito, lejos de las aldeas donde podíamos encontrar comida y descanso. Incluso nos trasladábamos bajo tierra para intentar escapar del Napalm y los B-52, viviendo durante días sin la luz del sol mientras ellos pasaban sobre nuestras cabezas.</p><p></p><p>Realmente no se como pudimos aguantar todos aquellos años. No había nada que hacer excepto luchar y seguir luchando una vez tomada la decisión. Los soldados norteamericanos tenían suerte. Regresarían a sus casas a miles de kilómetros una vez terminada su tarea. Nosotros no teníamos nada, excepto la tierra, nuestra tierra. Si nos rendíamos no tendríamos nada. En el fondo de nuestros corazones, les odiábamos.</p><p></p><p></p><p></p><p>El autor es un miembro de la comunidad de expatriados vietnamitas en Londres, y no desea ser identificado</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Iconoclasta, post: 361294, member: 52"] Combatí junto con Troung y Chau, que eran como mis hermanos. Cuidábamos unos de otros y compartíamos la comida. Solíamos bromear pensando que la vida en casa era dura, pero aquella vida en el Vietcong era diez veces peor. Pasábamos hambre durante días, y Chau nos recordaba que cuando éramos pequeños, solíamos quejarnos porque odiábamos las gachas de arroz con salsa de pescado. Una bola de arroz y salsa de pescado hubiera sido un festín en la jungla. Matábamos y comíamos casi cualquier cosa: serpientes, monos, ratas, pájaros y cosas por el estilo. Nuestros oficiales de inteligencia decían que los norteamericanos tenían filetes, cerveza y helados en sus bases, y que la guerra sólo les ocupaba parte de su tiempo. Llevábamos la guerra sobre nuestras espaldas dondequiera que fuésemos, con o sin armas. A diferencia de ellos, teníamos pocas medicinas y ningún hospital cuando nos herían. Al intensificarse la guerra, los norteamericanos dispusieron cada vez de más potencia de fuego y nos adentramos más en territorio inhóspito, lejos de las aldeas donde podíamos encontrar comida y descanso. Incluso nos trasladábamos bajo tierra para intentar escapar del Napalm y los B-52, viviendo durante días sin la luz del sol mientras ellos pasaban sobre nuestras cabezas. Realmente no se como pudimos aguantar todos aquellos años. No había nada que hacer excepto luchar y seguir luchando una vez tomada la decisión. Los soldados norteamericanos tenían suerte. Regresarían a sus casas a miles de kilómetros una vez terminada su tarea. Nosotros no teníamos nada, excepto la tierra, nuestra tierra. Si nos rendíamos no tendríamos nada. En el fondo de nuestros corazones, les odiábamos. El autor es un miembro de la comunidad de expatriados vietnamitas en Londres, y no desea ser identificado [/QUOTE]
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