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Malvinas 1982
Un acuerdo realista sobre las Malvinas
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<blockquote data-quote="Shadow" data-source="post: 282986" data-attributes="member: 158"><p>Textual del sitio online del diario La Nacion.</p><p></p><p><strong>Un acuerdo realista sobre las Malvinas</strong></p><p></p><p>Por William Ratliff </p><p>Para LA NACION</p><p></p><p>Miércoles 11 de julio de 2007 | Publicado en la Edición impresa </p><p></p><p>STANFORD, CALIFORNIA </p><p></p><p>El 25º aniversario del fin de una guerra trágica es un momento oportuno para lamentar las pérdidas. También para mirar adelante y evitar, de una vez por todas, la repetición de semejantes desastres. Ello requiere una revisión objetiva del pasado y un análisis de las perspectivas futuras. Estas podrían ser brillantes, siempre y cuando todas las partes lo deseen y se comprometan a efectuar los ajustes y, a veces, los sacrificios necesarios. </p><p></p><p>Por empezar, debemos admitir que las Malvinas -como se las llama en el ámbito internacional- han sido una especie de territorio británico de ultramar por 174 años. Sea cual fuera el grado de justicia del reclamo argentino, los británicos dominan las islas desde 1833. Ha pasado mucho tiempo. Cambiar un statu quo tan viejo es inevitablemente difícil, sobre todo en vista de tantos intereses, obligaciones y resquemores por ambas partes. </p><p></p><p>Deseo encarar la cuestión principalmente como un desafío para los argentinos. Por ahora, dejemos que los británicos y los isleños hagan sus propias evaluaciones (otra fase ineludible del proceso). Conozco y amo a la Argentina desde hace 40 años. Espero que mis propuestas amistosas estimulen pensamientos y acciones realistas y productivos, hoy casi inexistentes en esta disputa larga, estéril y, en 1982, amargamente trágica. Quiero hacer lo opuesto al sermoneo del 21 de junio en la sesión del Comité Especial de la ONU sobre Descolonización. Ese camino no lleva a ninguna parte, salvo, quizás, a un conflicto más abierto en un futuro impreciso. </p><p></p><p>Como buen amigo de la Argentina, lamento decir que su reclamo de soberanía sobre las islas se basa en cuatro puntos que, objetivamente, van de lo poco convincente a lo ridículo: </p><p></p><p>-Derechos coloniales de España, heredados al independizarse de ella en 1816. </p><p></p><p>-Después de la independencia, breve ocupación de algunas de las islas, hasta 1833. </p><p></p><p>-Proximidad al territorio continental argentino. </p><p></p><p>-La "transitoriedad" de la población insular. </p><p></p><p>Empecemos por los viejos argumentos legales. Los argentinos son un tanto más fuertes que los británicos, pero no son concluyentes y, en última instancia, ni siquiera pertinentes. ¿Por qué? Porque la Argentina no tiene que presentar un alegato mejor que el británico: debe salvar el obstáculo de la existencia misma de los isleños, que habitan el archipiélago desde comienzos de la época de Rosas. </p><p></p><p>Los isleños, que suman varios miles, son anglófonos y casi todos de ascendencia escocesa e inglesa. Llevan 174 años gobernando las islas con algún apoyo británico. Temen perder su idiosincrasia. No quieren que casi dos siglos de gobierno pacífico se vean amenazados por la incorporación a un país con una historia turbulenta de aventuras imprevisibles que han ido desde la democracia hasta las dictaduras, desde la "guerra sucia" hasta la invasión de 1982. </p><p></p><p>Ustedes saben que esto es cierto. Cualquier observador verdaderamente objetivo debe inferir que las realidades de estas dos historias y culturas tan disímiles deberían vencer cualquier reclamo legal que se remontara a las primeras décadas del siglo XIX. </p><p></p><p>El argumento más falso es la "transitoriedad" de los isleños, al cabo de 174 años consecutivos de residencia. Si examinamos los registros de colonización de la Argentina, hallaremos un mayor porcentaje de familias transitorias. No necesito recordarles que el más grande escritor argentino de todos los tiempos, Jorge Luis Borges, llegó a la conclusión de que, por diversas razones, los argentinos son más "habitantes" que "ciudadanos" de su país. </p><p></p><p>Recuerden también que la Argentina, al igual que Estados Unidos, exterminó a la gran mayoría de sus aborígenes, por lo que su población actual no es más nativa de su territorio continental que los isleños de las Malvinas. </p><p></p><p>El reclamo argentino va más allá del archipiélago. Si se estableciera como una práctica internacional, podría abrir una caja de Pandora y provocar un caos mundial. Sostiene que cualquier país que desee recuperar un territorio perdido un par de siglos atrás tiene derecho a su devolución, por tenues que hayan sido sus títulos de entonces y con prescindencia de cuanto haya acaecido en todos esos años. De ser así, la mayoría de los estados miembros de la ONU serían presas de uno o más vecinos expansionistas. </p><p></p><p>El argumento de la proximidad es igualmente insostenible. Piensen qué pasaría si los países continentales reclamaran todas las islas situadas a 350 millas marinas, o menos, de sus costas, por muy distintas que sean sus culturas y antigua su independencia. Por ejemplo, Cuba y las Bahamas pasarían a formar parte de Estados Unidos; Chipre, de Turquía o Siria; Japón, de Rusia o Corea, y el Reino Unido, de Francia. </p><p></p><p>Una solución potencialmente estable de esta disputa requiere una fórmula simple que aplaque el sentimiento nacionalista y prometa, en términos creíbles, beneficios concretos y progresivos suficientes para sobrevivir al desasosiego de los argentinos. Como mínimo, Gran Bretaña podría reconocer el reclamo argentino, sin acceder a él. Luego, todas las partes acordarían un "período de enfriamiento" de 175 años, bajo la supervisión de la ONU. Otra alternativa más compleja sería reconsiderar la propuesta formulada en 1982 por el presidente peruano Fernando Belaúnde Terry: izar tres banderas en las islas -la británica, la argentina y la de la ONU- con salvaguardas que satisfagan a sus pobladores. </p><p></p><p>En suma, hay que seguir el consejo de Gilbert en Iolantha y aplicar "la manguera del sentido común" a una cuestión muy emocional y explosiva. Así, Londres, Buenos Aires y Puerto Argentino podrían centrarse por entero en una cooperación a largo plazo para desarrollar la pesca, la energía y otros proyectos evidentemente muy rentables para todos. Los acuerdos recientes entre Australia e Indonesia son ejemplos útiles de qué se puede hacer, si hay voluntad. </p><p></p><p>¿Qué gobernante argentino tendría el coraje y las dotes de estadista necesarios para promover semejante plan? No me corresponde decirlo, pero ruego que haya uno y que logre convencer a su pueblo. </p><p></p><p>El autor es miembro de la Institución Hoover, dependiente de la Universidad de Stanford. Ha visitado frecuentemente la Argentina. </p><p></p><p>(Traducción Zoraida J. Valcárcel)</p><p></p><p>Link:<a href="http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=924594">http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=924594</a></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="Shadow, post: 282986, member: 158"] Textual del sitio online del diario La Nacion. [B]Un acuerdo realista sobre las Malvinas[/B] Por William Ratliff Para LA NACION Miércoles 11 de julio de 2007 | Publicado en la Edición impresa STANFORD, CALIFORNIA El 25º aniversario del fin de una guerra trágica es un momento oportuno para lamentar las pérdidas. También para mirar adelante y evitar, de una vez por todas, la repetición de semejantes desastres. Ello requiere una revisión objetiva del pasado y un análisis de las perspectivas futuras. Estas podrían ser brillantes, siempre y cuando todas las partes lo deseen y se comprometan a efectuar los ajustes y, a veces, los sacrificios necesarios. Por empezar, debemos admitir que las Malvinas -como se las llama en el ámbito internacional- han sido una especie de territorio británico de ultramar por 174 años. Sea cual fuera el grado de justicia del reclamo argentino, los británicos dominan las islas desde 1833. Ha pasado mucho tiempo. Cambiar un statu quo tan viejo es inevitablemente difícil, sobre todo en vista de tantos intereses, obligaciones y resquemores por ambas partes. Deseo encarar la cuestión principalmente como un desafío para los argentinos. Por ahora, dejemos que los británicos y los isleños hagan sus propias evaluaciones (otra fase ineludible del proceso). Conozco y amo a la Argentina desde hace 40 años. Espero que mis propuestas amistosas estimulen pensamientos y acciones realistas y productivos, hoy casi inexistentes en esta disputa larga, estéril y, en 1982, amargamente trágica. Quiero hacer lo opuesto al sermoneo del 21 de junio en la sesión del Comité Especial de la ONU sobre Descolonización. Ese camino no lleva a ninguna parte, salvo, quizás, a un conflicto más abierto en un futuro impreciso. Como buen amigo de la Argentina, lamento decir que su reclamo de soberanía sobre las islas se basa en cuatro puntos que, objetivamente, van de lo poco convincente a lo ridículo: -Derechos coloniales de España, heredados al independizarse de ella en 1816. -Después de la independencia, breve ocupación de algunas de las islas, hasta 1833. -Proximidad al territorio continental argentino. -La "transitoriedad" de la población insular. Empecemos por los viejos argumentos legales. Los argentinos son un tanto más fuertes que los británicos, pero no son concluyentes y, en última instancia, ni siquiera pertinentes. ¿Por qué? Porque la Argentina no tiene que presentar un alegato mejor que el británico: debe salvar el obstáculo de la existencia misma de los isleños, que habitan el archipiélago desde comienzos de la época de Rosas. Los isleños, que suman varios miles, son anglófonos y casi todos de ascendencia escocesa e inglesa. Llevan 174 años gobernando las islas con algún apoyo británico. Temen perder su idiosincrasia. No quieren que casi dos siglos de gobierno pacífico se vean amenazados por la incorporación a un país con una historia turbulenta de aventuras imprevisibles que han ido desde la democracia hasta las dictaduras, desde la "guerra sucia" hasta la invasión de 1982. Ustedes saben que esto es cierto. Cualquier observador verdaderamente objetivo debe inferir que las realidades de estas dos historias y culturas tan disímiles deberían vencer cualquier reclamo legal que se remontara a las primeras décadas del siglo XIX. El argumento más falso es la "transitoriedad" de los isleños, al cabo de 174 años consecutivos de residencia. Si examinamos los registros de colonización de la Argentina, hallaremos un mayor porcentaje de familias transitorias. No necesito recordarles que el más grande escritor argentino de todos los tiempos, Jorge Luis Borges, llegó a la conclusión de que, por diversas razones, los argentinos son más "habitantes" que "ciudadanos" de su país. Recuerden también que la Argentina, al igual que Estados Unidos, exterminó a la gran mayoría de sus aborígenes, por lo que su población actual no es más nativa de su territorio continental que los isleños de las Malvinas. El reclamo argentino va más allá del archipiélago. Si se estableciera como una práctica internacional, podría abrir una caja de Pandora y provocar un caos mundial. Sostiene que cualquier país que desee recuperar un territorio perdido un par de siglos atrás tiene derecho a su devolución, por tenues que hayan sido sus títulos de entonces y con prescindencia de cuanto haya acaecido en todos esos años. De ser así, la mayoría de los estados miembros de la ONU serían presas de uno o más vecinos expansionistas. El argumento de la proximidad es igualmente insostenible. Piensen qué pasaría si los países continentales reclamaran todas las islas situadas a 350 millas marinas, o menos, de sus costas, por muy distintas que sean sus culturas y antigua su independencia. Por ejemplo, Cuba y las Bahamas pasarían a formar parte de Estados Unidos; Chipre, de Turquía o Siria; Japón, de Rusia o Corea, y el Reino Unido, de Francia. Una solución potencialmente estable de esta disputa requiere una fórmula simple que aplaque el sentimiento nacionalista y prometa, en términos creíbles, beneficios concretos y progresivos suficientes para sobrevivir al desasosiego de los argentinos. Como mínimo, Gran Bretaña podría reconocer el reclamo argentino, sin acceder a él. Luego, todas las partes acordarían un "período de enfriamiento" de 175 años, bajo la supervisión de la ONU. Otra alternativa más compleja sería reconsiderar la propuesta formulada en 1982 por el presidente peruano Fernando Belaúnde Terry: izar tres banderas en las islas -la británica, la argentina y la de la ONU- con salvaguardas que satisfagan a sus pobladores. En suma, hay que seguir el consejo de Gilbert en Iolantha y aplicar "la manguera del sentido común" a una cuestión muy emocional y explosiva. Así, Londres, Buenos Aires y Puerto Argentino podrían centrarse por entero en una cooperación a largo plazo para desarrollar la pesca, la energía y otros proyectos evidentemente muy rentables para todos. Los acuerdos recientes entre Australia e Indonesia son ejemplos útiles de qué se puede hacer, si hay voluntad. ¿Qué gobernante argentino tendría el coraje y las dotes de estadista necesarios para promover semejante plan? No me corresponde decirlo, pero ruego que haya uno y que logre convencer a su pueblo. El autor es miembro de la Institución Hoover, dependiente de la Universidad de Stanford. Ha visitado frecuentemente la Argentina. (Traducción Zoraida J. Valcárcel) Link:[url]http://www.lanacion.com.ar/opinion/nota.asp?nota_id=924594[/url] [/QUOTE]
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