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Mensaje: <blockquote data-quote="DSV" data-source="post: 1278128" data-attributes="member: 10911">El intérprete de la guerra1-8-2012 | El suboficial Ricardo Rodríguez estuvo 75 días en las islas, cayó prisionero, volvió y salió adelante de su propio combate interno. Ahora está en el Departamento de Idiomas de la Armada y va a las escuelas para hablarles de Malvinas a los chicos.<img src="http://www.gacetamarinera.com.ar/archivos/notas_imgs/4446_malv_g.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" />El actual suboficial mayor (RS) Ricardo Rodríguez fue enviado a las Islas Malvinas en 1982 a ocupar un puesto logístico en el Apostadero Naval, el primer destino que se creó en las islas para recibir víveres, material y pertrechos para la guerra. Al llegar y con la evidente capacidad de comunicarse, leer y comprender en inglés, se le asignó la función de intérprete.El marino incorporó la habilidad durante una comisión a Inglaterra, donde había llegado en 1974 mientras se construía el destructor ARA “Hércules” —actual buque transporte rápido multipropósito—. Estuvo un año destinado en una oficina donde recibía los repuestos y su trato cotidiano con los británicos le facilitó el aprendizaje del idioma.Ya había comenzado la guerra y era cabo principal cuando llegó a Malvinas, donde además de cumplir el rol de traductor se ocupaba de los víveres, equipos y correspondencia. Como traductor estaba en contacto con un isleño de origen británico, Fred, con quien se comunicaba para resolver las cuestiones que sucedían en el día a día, resolviendo las necesidades de los habitantes de las islas que continuaban con su rutina.También le tocaba salir a patrullar o combatir. En el terreno tenía a cargo un grupo de unas 80 personas: “Tenía la responsabilidad de velar por ellos. Para mí fue una guerra justa porque fuimos a defender lo que es nuestro”, sostiene Rodríguez. Una noche en el terreno cruzó fuego con ingleses mientras cumplía una comisión junto a dos conscriptos y como resultado de ese episodio se lastimó un pie; concretó la tarea con el fusil convertido en muleta, “había que cambiar los santos y señas con la letra ‘R’ porque había infiltrados ingleses que hablaban español y justamente es una letra que cuesta pronunciar a quienes no son hispanohablantes”, recordó.Con el cese de fuego fue prisionero de guerra“Ahí me agarró como una nube y dije ‘no puede ser, alguien me agarró el fusil’. Me había agarrado un ataque de nervios, se me nubló todo de la impotencia… no sé”, así fue su instante después de la rendición.En la noche del combate final, el entonces cabo cubría puesto en el puerto. Eran las 2 de la madrugada y estaba cuerpo a tierra viviendo el fogonazo de balas, de cañoneo naval percibiendo el olor a pólvora y el humo envolvente cuando un oficial le dijo: “Listo Rodríguez, se terminó. Decile al personal que se quede quieto donde está” y se fue.En el siguiente recuerdo estaba con un grupo de combatientes argentinos de todas las Fuerzas en un depósito y desde ahí fueron trasladados hasta el aeropuerto donde les quitaron el armamento. Ahí se cruzó con el isleño que conocía cuando oficiaba de traductor, quien tuvo con él un gesto que no se olvida: “Me preguntó si estaba todo bien”. Como cada uno tenía una posición, no acostumbraban hablar más allá de lo preciso, “aunque a veces —enfatizó el suboficial— quería preguntarle qué pensaba de todo eso. Al día de hoy, estoy en contacto con él”. A ese grupo donde estaba Rodríguez lo acomodaron como se pudo en la pista de aterrizaje. “Dormíamos a la intemperie de a cuatro personas sentados espalda con espalda, pero no lograba dormir del frío que sentía, tampoco comíamos porque de lo que teníamos guardábamos la mitad; no sabíamos cuánto tiempo permaneceríamos en esa situación”. Pasaron un día… dos… tres… en ese lugar que los ingleses recorrían a diario. Finalmente, en grupos, los combatientes argentinos fueron embarcados y abandonaron las islas. “Me fui con tristeza y alegría; la tristeza de saber que había pasado algo y nos íbamos y nada… Y la alegría porque íbamos a ver a la familia”, cuenta Rodríguez. <img src="http://www.gacetamarinera.com.ar/archivos/notas_imgs/4446_malv_2.jpg" alt="" class="fr-fic fr-dii fr-draggable " style="" />Después de Malvinas“A la vuelta estuve mal, como tantos otros —relata Rodríguez—. Tuve problemas con mi familia, con el trabajo, con la sociedad. Hasta que dije ‘se me tiene que pasar aunque sea difícil’. Gracias a Dios estoy acá y seguimos luchando por esta causa, principalmente para que los chicos en la escuela sepan que las Malvinas son nuestras, argentinas”.En el ámbito profesional, el suboficial Rodríguez se desempeña en el Departamento de Idiomas, en el edificio de Estado Mayor General de la Armada.En ese lugar, el año pasado recibió una visita inesperada: un hombre entró, le dio un abrazo y automáticamente se desmayó. Al volver en sí, le dijo que se trataba de un conscripto a quien le evitó que una confusión por el idioma con un inglés terminara en un acto de violencia.“Imaginate allá, todos sucios y barbudos, él me dijo que le había salvado la vida cuando evité que un inglés le sacara la bufanda que le había hecho la madre”. Mientras se disputaban la prenda, Rodríguez pasó por ahí de casualidad y oyó que el conscripto intentaba explicarle al inglés que para él esa bufanda tenía un valor afectivo. Rodríguez fue el intérprete y el inglés no se la llevó; los argentinos no volvieron a verse hasta 29 años después del episodio.En busca de FredEste año, a través de Internet, el suboficial Rodríguez volvió a ponerse en contacto con el isleño que conoció durante la guerra. Se trata de Frederick Clarck, quien en el momento del conflicto era sargento de la Policía en Malvinas y cumplió servicio de enlace con él para resolver e intervenir en todo lo inherente a los requerimientos de los habitantes del archipiélago. El suboficial señaló que la búsqueda empezó con un correo electrónico que envió al sitio del gobierno de las Islas Malvinas contando la historia en común y su interés por ubicar a Fred. Ida y vuelta de mensajes para confirmar la historia y terminó recibiendo la contestación.“Para mí fue una emoción, tuvimos una charla de familia, de ponernos al día en ese sentido y jamás hablamos de la guerra. También mantengo contacto con un joven y con una kelper”, comentó. A 30 años del conflicto, entre otras actividades en las que participa, se reúne todos los años con el grupo que formó parte del Apostadero Naval Malvinas; también integra una asociación de veteranos de guerra del Partido de San Martín, en el Gran Buenos Aires, a través de la cual brinda charlas en colegios e instituciones para que no olviden a las Malvinas, para que aprendan a conocerlas y para que comprendan el valor que tienen para tantos como él. <a href="http://www.gacetamarinera.com.ar/nota.asp?idNota=4446&idSec=20">http://www.gacetamarinera.com.ar/nota.asp?idNota=4446&idSec=20</a></blockquote>

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