Menú
Inicio
Visitar el Sitio Zona Militar
Foros
Nuevos mensajes
Buscar en los foros
Qué hay de nuevo
Nuevos mensajes
Última actividad
Miembros
Visitantes actuales
Entrar
Registrarse
Novedades
Buscar
Buscar
Buscar sólo en títulos
Por:
Nuevos mensajes
Buscar en los foros
Menú
Entrar
Registrarse
Inicio
Foros
Area Militar General
Malvinas 1982
Vivencias día a día del conflicto por las Islas Malvinas
JavaScript is disabled. For a better experience, please enable JavaScript in your browser before proceeding.
Estás usando un navegador obsoleto. No se pueden mostrar estos u otros sitios web correctamente.
Se debe actualizar o usar un
navegador alternativo
.
Responder al tema
Mensaje
<blockquote data-quote="MWAA" data-source="post: 2870505" data-attributes="member: 7829"><p>La noche del 20 de abril de 1982 navegaba el crucero General Belgrano patrullando el área de la costa oriental de Tierra del Fuego. La mayoría de la tripulación descansaba, cada uno en sus alojamientos, a excepción del trozo de guardia de crucero de guerra. No recuerdo la hora pero de repente sonó la alarma y por el difusor de órdenes se escuchó: ¡Zafarrancho de combate! ¡Zafarrancho de combate! ¡Cubrir todos los puestos de combate!!!</p><p>Un eco de radar, alertó sobre la presencia de un barco que navegaba en sentido hacia el crucero. No existía información de la presencia de barcos propios .Saltamos de las camas, que en los soyados (dormitorios en un barco de guerra) eran tipo cuchetas de tres de alto. Esos viejos barcos tenían una especie de camas metálicas con flejes de acero, apoyaban de un lado en un caño de acero y del otro se unían con cadenas entre sí. En segundos todos corríamos a cubrir nuestros puestos de combate.</p><p>Llegué a mi puesto de combate, mi función estaba ligada al grupo de control de averías, debía controlar el sistema de inundación de las Santabárbaras por medio de válvulas eléctricas. Eran varios interruptores que producían la inundación por sectores en caso de incendios. El viejo crucero tenía una cantidad de aproximadamente treinta Santabárbaras. Me coloqué el teléfono y el casco que, para permitir alojar el aparato de comunicación, era como una cacerola gigante, pesada e incómoda. Me comuniqué con el Suboficial Ibarra y di el presente en mi puesto de combate, él cubría en la Estación de control de averías y era mi nexo para efectuar la inundación de un sector determinado en caso de una emergencia.</p><p>La aproximación del barco detectado continuaba, entonces se ordenó la carga de los cañones de 6 pulgadas. La munición ascendía por un ascensor desde las Santabárbaras ubicadas varias cubiertas abajo, pero algo falló: ¡las Santabárbaras estaban cerradas con candado!</p><p>Escuché la voz del Suboficial Ibarra por los teléfonos: “¡Gato!”, mi sobrenombre de siempre, “¡andá a la guardia a buscar el llavero duplicado y abrí las santabárbaras de la Torre 3!” Yo estaba en la segunda cubierta, subí a la principal y me dirigí corriendo hasta la guardia en plena oscuridad.</p><p>Era un pequeño lugar ubicado en la cubierta principal. Las portas (puertas) que dan al exterior poseen un interruptor de luces, llamados de Sigilosa que trabaja al revés del de una heladera. Cuando se abre la porta la luz interior se apaga y al cerrar la porta, se enciende. Este sistema era para que ninguna luz se vea cuando un barco navega oculto en la oscuridad. Así fue que cuando ingresé, se apagó la luz y al cerrar se encendió, en ese momento el Suboficial “Cachilo” Garay se sorprendió al verme apareciendo de la nada, le dije: ¡las llaves de Santabárbaras!, me las dio sin comprender qué pasaba y me dirigí cinco cubiertas abajo, abrí las Santabárbaras y regresé a mi puesto de combate. El barco que se acercaba al Belgrano, resultó ser un mercante argentino que no respetó ciertos procedimientos de identificación e información, produciendo este casi incidente. Superado este momento de gran tensión, volvimos a nuestras actividades normales.</p><p>Cachilo, era de esos suboficiales muy conocidos por todos, artillero, de un humor constante y siempre haciendo bromas y chistes a sus subalternos. Cubría su puesto de combate en la guardia y en ese lugar seguramente lo sorprendió el ataque el 2 de mayo.</p><p>Eran casi las cuatro de la tarde. Una explosión me despertó y luego sobrevino otra. No hubo alarmas, ni avisos, ni órdenes, el buque se detuvo, las luces se apagaron, el silencio y la oscuridad reinaron por segundos. Todos los que estábamos en pie corríamos automáticamente hacia nuestro puesto de abandono, no hacía falta entender que habíamos sido atacados, el buque se escoraba desde el primer impacto.</p><p>Llegué a la balsa asignada, donde enseguida estábamos casi todos, el barco continuaba su escora hacia la banda de babor, nosotros estábamos sobre estribor, es decir que el costado del buque se inclinaba, formando un tobogán hacia el agua. Esperábamos ansiosos el desenlace de los hechos, hasta que se ordenó el abandono. Nuestra balsa estaba apoyada sobre la cubierta, pesaba más de 100 kg, la barandilla esta sostenida por grilletes que tapados de pintura eran imposible de aflojar. Había que pasar la balsa por encima, la cubierta mojada y restos de fuel oil, convertían al lugar en una pista de patinaje. Entre todos, que éramos casi veinte, logramos arrojar la balsa al agua y ver cómo se inflaba para alivio de todos. Fue en ese momento en que nos dimos cuenta que el jefe de la balsa, un Teniente de Navío Ingeniero, que no recuerdo su nombre, había desaparecido, al ver la dificultad el fulano huyó de la escena.</p><p>Comenzaron a bajar cada uno a su manera, las balsas se elevaban y bajaban al ritmo de las olas, haciendo difícil abordarlas. Poco a poco fueron embarcando en nuestra balsa, cuando de pronto la soga que la mantenía firme al barco se cortó. Oscar López nadó hasta la balsa y la abordó, mientras la balsa se alejaba más del barco donde yo aún estaba. De pronto miré hacia la proa del buque y vi una balsa que permanecía todavía amarrada al barco a unos veinticinco metros de donde yo me encontraba. Caminé por el Cintón, una especie de cornisa, una coraza de quince centímetros de ancho, ubicada bajo la línea de flotación, pero dado que el buque estaba escorado, estaba a la vista. Caminé por ese cordón hasta que en el camino, a la altura de la guardia me encuentro con “Cachilo” Garay, estaba contra el casco, con los brazos abiertos y los ojos también. Le dije: ”¡Sufi, vamos para esa balsa!“, ahí Cachillo reaccionó y caminamos.</p><p>La balsa subía y bajaba en un rango difícil de precisar, pero que sin dudas era de más de tres metros Los dos nos hallábamos parados a la par, sin hablarnos ni mirarnos. Fue en ese momento que pensé: “Cuando suba la balsa me tiro”. Cada vez que lo recuerdo, me causa gracia y misterio, porque es extraño lo que ocurrió, de pronto me hallé de cuclillas dentro de la balsa. Nunca pude recordar cómo fue que salté e ingresé por la escotilla de la balsa en un perfecto clavado. Miré en el interior, estaba casi llena, busqué un lugar, me senté, y en ese momento es cuando lo veo a Cachilo también sentado casi enfrente de mí.</p><p>Pasaron el rescate, la guerra, los años y en el año 1991 voy de pase, siendo Cabo Principal, a la Escuela de Armas, ¿y con quién me encuentro? Sí, con Cachilo Garay. Ninguno había olvidado lo vivido y recuerdo que una mañana, antes de empezar las clases, se acercó a donde estábamos formados y me regaló una medalla del Crucero General Belgrano. Le agradecí por el regalo y le pregunté: “¿cómo entró a la balsa?” Y me contestó: “no sé” y yo le respondí: “yo tampoco”.</p><p>H. Tejada</p></blockquote><p></p>
[QUOTE="MWAA, post: 2870505, member: 7829"] La noche del 20 de abril de 1982 navegaba el crucero General Belgrano patrullando el área de la costa oriental de Tierra del Fuego. La mayoría de la tripulación descansaba, cada uno en sus alojamientos, a excepción del trozo de guardia de crucero de guerra. No recuerdo la hora pero de repente sonó la alarma y por el difusor de órdenes se escuchó: ¡Zafarrancho de combate! ¡Zafarrancho de combate! ¡Cubrir todos los puestos de combate!!! Un eco de radar, alertó sobre la presencia de un barco que navegaba en sentido hacia el crucero. No existía información de la presencia de barcos propios .Saltamos de las camas, que en los soyados (dormitorios en un barco de guerra) eran tipo cuchetas de tres de alto. Esos viejos barcos tenían una especie de camas metálicas con flejes de acero, apoyaban de un lado en un caño de acero y del otro se unían con cadenas entre sí. En segundos todos corríamos a cubrir nuestros puestos de combate. Llegué a mi puesto de combate, mi función estaba ligada al grupo de control de averías, debía controlar el sistema de inundación de las Santabárbaras por medio de válvulas eléctricas. Eran varios interruptores que producían la inundación por sectores en caso de incendios. El viejo crucero tenía una cantidad de aproximadamente treinta Santabárbaras. Me coloqué el teléfono y el casco que, para permitir alojar el aparato de comunicación, era como una cacerola gigante, pesada e incómoda. Me comuniqué con el Suboficial Ibarra y di el presente en mi puesto de combate, él cubría en la Estación de control de averías y era mi nexo para efectuar la inundación de un sector determinado en caso de una emergencia. La aproximación del barco detectado continuaba, entonces se ordenó la carga de los cañones de 6 pulgadas. La munición ascendía por un ascensor desde las Santabárbaras ubicadas varias cubiertas abajo, pero algo falló: ¡las Santabárbaras estaban cerradas con candado! Escuché la voz del Suboficial Ibarra por los teléfonos: “¡Gato!”, mi sobrenombre de siempre, “¡andá a la guardia a buscar el llavero duplicado y abrí las santabárbaras de la Torre 3!” Yo estaba en la segunda cubierta, subí a la principal y me dirigí corriendo hasta la guardia en plena oscuridad. Era un pequeño lugar ubicado en la cubierta principal. Las portas (puertas) que dan al exterior poseen un interruptor de luces, llamados de Sigilosa que trabaja al revés del de una heladera. Cuando se abre la porta la luz interior se apaga y al cerrar la porta, se enciende. Este sistema era para que ninguna luz se vea cuando un barco navega oculto en la oscuridad. Así fue que cuando ingresé, se apagó la luz y al cerrar se encendió, en ese momento el Suboficial “Cachilo” Garay se sorprendió al verme apareciendo de la nada, le dije: ¡las llaves de Santabárbaras!, me las dio sin comprender qué pasaba y me dirigí cinco cubiertas abajo, abrí las Santabárbaras y regresé a mi puesto de combate. El barco que se acercaba al Belgrano, resultó ser un mercante argentino que no respetó ciertos procedimientos de identificación e información, produciendo este casi incidente. Superado este momento de gran tensión, volvimos a nuestras actividades normales. Cachilo, era de esos suboficiales muy conocidos por todos, artillero, de un humor constante y siempre haciendo bromas y chistes a sus subalternos. Cubría su puesto de combate en la guardia y en ese lugar seguramente lo sorprendió el ataque el 2 de mayo. Eran casi las cuatro de la tarde. Una explosión me despertó y luego sobrevino otra. No hubo alarmas, ni avisos, ni órdenes, el buque se detuvo, las luces se apagaron, el silencio y la oscuridad reinaron por segundos. Todos los que estábamos en pie corríamos automáticamente hacia nuestro puesto de abandono, no hacía falta entender que habíamos sido atacados, el buque se escoraba desde el primer impacto. Llegué a la balsa asignada, donde enseguida estábamos casi todos, el barco continuaba su escora hacia la banda de babor, nosotros estábamos sobre estribor, es decir que el costado del buque se inclinaba, formando un tobogán hacia el agua. Esperábamos ansiosos el desenlace de los hechos, hasta que se ordenó el abandono. Nuestra balsa estaba apoyada sobre la cubierta, pesaba más de 100 kg, la barandilla esta sostenida por grilletes que tapados de pintura eran imposible de aflojar. Había que pasar la balsa por encima, la cubierta mojada y restos de fuel oil, convertían al lugar en una pista de patinaje. Entre todos, que éramos casi veinte, logramos arrojar la balsa al agua y ver cómo se inflaba para alivio de todos. Fue en ese momento en que nos dimos cuenta que el jefe de la balsa, un Teniente de Navío Ingeniero, que no recuerdo su nombre, había desaparecido, al ver la dificultad el fulano huyó de la escena. Comenzaron a bajar cada uno a su manera, las balsas se elevaban y bajaban al ritmo de las olas, haciendo difícil abordarlas. Poco a poco fueron embarcando en nuestra balsa, cuando de pronto la soga que la mantenía firme al barco se cortó. Oscar López nadó hasta la balsa y la abordó, mientras la balsa se alejaba más del barco donde yo aún estaba. De pronto miré hacia la proa del buque y vi una balsa que permanecía todavía amarrada al barco a unos veinticinco metros de donde yo me encontraba. Caminé por el Cintón, una especie de cornisa, una coraza de quince centímetros de ancho, ubicada bajo la línea de flotación, pero dado que el buque estaba escorado, estaba a la vista. Caminé por ese cordón hasta que en el camino, a la altura de la guardia me encuentro con “Cachilo” Garay, estaba contra el casco, con los brazos abiertos y los ojos también. Le dije: ”¡Sufi, vamos para esa balsa!“, ahí Cachillo reaccionó y caminamos. La balsa subía y bajaba en un rango difícil de precisar, pero que sin dudas era de más de tres metros Los dos nos hallábamos parados a la par, sin hablarnos ni mirarnos. Fue en ese momento que pensé: “Cuando suba la balsa me tiro”. Cada vez que lo recuerdo, me causa gracia y misterio, porque es extraño lo que ocurrió, de pronto me hallé de cuclillas dentro de la balsa. Nunca pude recordar cómo fue que salté e ingresé por la escotilla de la balsa en un perfecto clavado. Miré en el interior, estaba casi llena, busqué un lugar, me senté, y en ese momento es cuando lo veo a Cachilo también sentado casi enfrente de mí. Pasaron el rescate, la guerra, los años y en el año 1991 voy de pase, siendo Cabo Principal, a la Escuela de Armas, ¿y con quién me encuentro? Sí, con Cachilo Garay. Ninguno había olvidado lo vivido y recuerdo que una mañana, antes de empezar las clases, se acercó a donde estábamos formados y me regaló una medalla del Crucero General Belgrano. Le agradecí por el regalo y le pregunté: “¿cómo entró a la balsa?” Y me contestó: “no sé” y yo le respondí: “yo tampoco”. H. Tejada [/QUOTE]
Insertar citas…
Verificación
¿Cuanto es 2 mas 6? (en letras)
Responder
Inicio
Foros
Area Militar General
Malvinas 1982
Vivencias día a día del conflicto por las Islas Malvinas
Este sitio usa cookies. Para continuar usando este sitio, se debe aceptar nuestro uso de cookies.
Aceptar
Más información.…
Arriba