Hoy 29 de mayo hace 33 años y siendo aproximadamente las 23:30 sucedía esto.
BREVE RESEÑA DEL GOE EN MALVINAS Y LA MUERTE
DEL CAPITAN (P.M.) LUIS DARIO CASTAGNARI (por Walter Darío Abal)
INTRODUCCIÓN
Me propuse después de 33 años, escribir sobre los acontecimientos que llevaron al fallecimiento del Cap. (PM) Luis Castagnari la noche del 29 de Mayo de 1982, en el Aeropuerto de Puerto Argentino. Lo hago desde mi propia perspectiva y basado fundamentalmente en el hecho de haber sido una de las personas que estuvo a su lado durante las horas previas, y hasta pocos segundos antes de su muerte.
También tengo el triste privilegio de haber sido una de las últimas personas, si no la última, en intercambiar palabras con él. A tal punto que aún llevo en mi cuerpo, varias de las esquirlas metálicas del misil ingles que le arrebató su vida y que hirió también a varias personas del Grupo de Operaciones Especiales y del escuadrón Pucará.
La página web oficial de la Fuerza Aérea Argentina, destaca el hecho de la muerte del Capitán Castagnari, con solo una fecha y simplemente su nombre, sin otro agregado más que el personal herido de Pucará, extraído de su propio diario de guerra. Pero increíblemente no hace ninguna mención o referencia a los hechos ni a todo el personal herido esa noche.
Los pocos relatos o comentarios sobre su muerte que tuve la oportunidad de leer, fueron realizados por personas que la noche del 29 de Mayo de 1982 se encontraban cumpliendo tareas en la ciudad, lejos de los acontecimientos ocurridos en el Aeropuerto. Y si bien esto no invalida sus opiniones, está claro que las mismas no se basaron en sus vivencias personales, sino en relatos de terceras personas.
El hecho de haber sido esa noche, un testigo privilegiado de todo lo ocurrido, creo que me da la suficiente autoridad moral para contar en detalle lo ocurrido, y que para mí no es una historia más entre muchas, ya que está ligada en forma indisoluble con mi propia historia.
Pido disculpas de antemano a todas aquellas personas a las que pueda incomodar o contrariar mi relato, pero lo hago despojado de todo interés personal y tratando de aportar tan solo mi verdad relativa, la que está avalada solo por mi memoria, por los acontecimientos que me tocaron vivir y sobre todo por mi propia conciencia.
Y está claro para mí, que hay muchísimo más para escribir sobre el GOE en Malvinas; sobre su misión, su desempeño y sobre las tareas realizadas por cada uno de sus integrantes. Existen muchas anécdotas e historias muy ricas en su contenido y que deberían contarse no solo en el ámbito familiar, sino que deberían ser compartidas con todas aquellas personas que tengan interés o curiosidad en conocerlas.
Escribir en detalle y de manera completa esta historia, es una materia pendiente que todos los integrantes del GOE tenemos, y que quizás alguien en el futuro se comprometa a realizar. Ojala que así sea.
LA SITUACIÓN GENERAL:
Llevábamos 57 días en las Islas y más de un mes viviendo en los refugios que construimos con mucho esfuerzo en la cantera del Aeropuerto. Sus tolvas y máquinas de hierro para moler piedras, se encontraban oxidadas y parecían abandonadas o en desuso y se encontraban aproximadamente a unos 400 metros de la cabecera Oeste de la pista.
Estas viejas máquinas nos sirvieron de mucho, porque debajo de ellas construimos nuestras posiciones, donde dormíamos, nos guarecíamos de las inclemencias del tiempo y nos protegíamos de los constantes ataques navales y aéreos de los ingleses. No era un lugar muy cómodo, por el contrario, pero nos ofrecía protección y una excelente cubierta para contener con nuestro armamento, un posible desembarco enemigo. También había una construcción pequeña de chapa, tipo medio caño con piso de tierra, que solíamos utilizar como comedor y nos servía además como lugar de reunión para todo el personal de la Fuerza Aérea.
La vida cotidiana en las posiciones era bastante dura para todos. No teníamos agua para higienizarnos, así que recurríamos al agua que se encontraba en una pequeña laguna, que en realidad era un pozo de la propia cantera que se había inundado.
Tampoco había suficiente lugar para todas nuestras cosas, así que parte del equipamiento, armamento, municiones y algunos efectos personales, los guardábamos bajo llave en un sector del hangar, al que recurríamos cuando era necesario.
A esa altura del conflicto estábamos todos muy cansados, sucios, durmiendo muy poco y solo de a ratos y la comida que recibíamos al día, se insinuaba como muy poca ante tanto desgaste físico y mental. Y si bien nunca pasamos hambre, todos habíamos bajado bastante de peso y recuerdo que esto era motivo de bromas entre nosotros.
Cada tanto y si las condiciones lo permitían, íbamos a la ciudad a darnos un baño en una escuelita o jardín de infantes que estaba en una calle céntrica del pueblo. Lavábamos la ropa sucia y después pasábamos a buscar algunas provisiones por un lugar al que llamábamos simplemente la “ Casa de Piedra ”, que se usaba como depósito de provisiones para todo el personal de la Fuerza Aérea.
Era increíble entrar en esa casa, porque literalmente había mucho de todo. Mucha ropa de abrigo y sobre todo muchos alimentos. También era impresionante ver la cantidad de cajas con las encomiendas que mandaba la gente de todo el país con cartas y dibujos para todos nosotros.
Todavía hoy me resulta incomprensible la actitud de su Jefe, un Vice Comodoro, que nos entregaba las provisiones existentes a cuenta gotas. Y si bien entiendo la necesidad de racionar todos los suministros en época de guerra, la realidad es que el personal que estaba desplegado en el Aeropuerto, no disponía de las comodidades y de la protección del personal que cumplía funciones en la ciudad, por lo cual, nuestras necesidades básicas por vivir casi a la intemperie, eran claramente distintas y mucho más exigentes.
Después con un poco de suerte, quizás podíamos lograr hablar unos segundos por teléfono con la familia. A lo largo del conflicto yo lo pude hacer solo en una oportunidad. Hacer todo esto, era algo así como tomarse unas mini vacaciones o salir de paseo por unas horas y poner un cable a tierra, antes del regreso a la cruel realidad de la guerra.
Por esos días y a pesar de que el Aeropuerto y sus alrededores eran permanentemente atacados por los ingleses, especialmente durante las noches, la ciudad era como una especie de Oasis donde las bombas inglesas, estaba claro, no tenían intenciones de llegar.
Compartíamos todo lo que podíamos conseguir, desde una botella de ginebra para el frio, o el agua, un chocolate y hasta los cigarrillos. La verdad nos apoyábamos mucho entre todos nosotros, había mucha unión y sobre todo mucha camaradería sin distinción de jerarquías. De vez en cuando, no voy a mentir, surgía alguna que otra discusión por cosas menores sin importancia. Pero éramos sin dudas un verdadero grupo de combate, consolidado y entrenado como equipo, donde entre todos nos apoyábamos y nos cuidábamos las espaldas.
Desde el día 1º de Mayo en adelante y a pesar del ataque de los aviones Harrier o los bombarderos Vúlcan, que intentaban a toda costa destruir la pista del aeropuerto sus instalaciones y las defensas, las horas diurnas se presentaban como más tranquilas comparadas con el infierno nocturno al que estábamos sometidos todas las noches. El bombardeo naval era implacable. La mayoría de las veces comenzaba entrada la noche y terminaba al amanecer con los primeros rayos del sol. No había descanso posible y el desgaste físico y mental, era cada vez mayor. A esta altura de los acontecimientos todos teníamos claro que sobrevivir un día más, era tan solo una cuestión de suerte, simplemente porque no teníamos forma material de defendernos o de contestar los ataques navales. Nos disparaban desde una distancia que estaba fuera del alcance de nuestros cañones, así que literalmente practicaban puntería con el Aeropuerto y con todos nosotros metidos en él.
Sabían que nuestros aviones no podían atacar a la flota de noche, así que éste era el momento que elegían para acercarse a la costa y descargar toda la furia de sus cañones.
Después de destruir la torre de control, la planta de combustible, el hangar, los aviones Pucará y todas las instalaciones menores, buscaban insistentemente poder destruir el radar, las baterías de misiles y las piezas de artillería antiaérea, aunque estaba claro que su objetivo principal era sin dudas la pista.
El Aeropuerto fue el lugar más atacado y donde se descargaron la mayor cantidad de bombas de todo tipo, proyectiles navales y misiles. Desde el día 1º de Mayo en adelante y hasta la finalización de la guerra, los ataques nunca se interrumpieron. El desgaste era permanente y todos los días por aire o por mar nos recordaban su presencia y su arrogante actitud de superioridad.
Sin embargo y a pesar de todos sus esfuerzos, nunca lograron inutilizar la pista de aterrizaje, la que permaneció operable hasta la finalización de la guerra.
LA MUERTE DEL CAP. CASTAGNARI:
El día 29 de Mayo no había mucha gente del G.O.E. en el Aeropuerto. Quedábamos solamente diez personas aproximadamente. El resto del grupo fue convocado para realizar una misión de infiltración y reconocimiento sobre el avance enemigo al Oeste de Puerto Argentino. Pero además de nosotros, estaban también algunos suboficiales mecánicos de Pucará y también personal del ECCO.
Cerca de las 21 horas, le informan a Castagnari que intentaría aterrizar en el Aeropuerto, rompiendo el Bloqueo Naval, un avión Hércules C-130 trayendo municiones y provisiones y le ordenan entonces concurrir a la pista con todo el personal disponible, para ayudar a iluminarla y facilitar su aterrizaje.
Castagnari junta a la gente que puede y todos salimos caminando para la cabecera Este de la pista.
Mientras caminábamos recuerdo que con Castagnari conversamos un poco. Lamentablemente el tiempo transcurrido, atenta irremediablemente contra mi memoria y no me permite recordar en detalle de qué cosas concretas hablamos durante esa caminata. Solo recuerdo que lo hicimos de manera distendida mientras que como una postal de fondo, se recortaba en el horizonte, la figura erguida e inconfundible del Faro del Cabo Penbroke.
La tarea a realizar consistía en lo siguiente: teníamos que distribuir las balizas y un flashing que se enviaba a la cabecera de pista a cargo de un Cabo Bombero con una radio, el cual se encendía en 2 oportunidades solo durante 10 segundos cuando el Hércules estaba en final para indicar la dirección, y la otra cuando estaba en final corta para indicarle al piloto donde se encontraba la cabecera. Aproximadamente por la mitad de la pista, donde se encontraba el cráter de la única bomba que la había impactado, había dos integrantes del GOE con linternas y otra radio, para indicarle al piloto el “ancho de pista” que debía respetar para cuidar los neumáticos, ya que en esa zona la pista estaba dañada y producía reventones en las cubiertas de los aviones. Esto había sucedido en más de una oportunidad durante el aterrizaje con lo cual en el despegue llevaban solo a los heridos para tratar de despegar lo más liviano posible. Por último y para marcar el final de la pista a los pilotos, se colocaban 4 o 5 balizas rojas que destellaban de manera intermitentes.
Iban a avisar por la radio cuando encenderlas para darle así al piloto durante unos pocos segundos, la orientación necesaria para el aterrizaje. La noche no estaba totalmente cerrada y por momentos había un poco de luz gracias a la luna, pero igual era una maniobra muy arriesgada para el piloto. Era una verdadera locura aterrizar en esas condiciones, pero la realidad es que no había otras alternativas posibles.
Las radios que se iban a utilizar esa noche, las retiraba siempre del Puesto Comando el oficial que estaba de turno del Grupo Base. Ese día estaba a cargo de un Mayor, cuyo nombre prefiero omitir en el relato. Cuando éste llegó al sector de la pista le preguntó a Castagnari si tenía las radios para el bombero y para los que desplegaban a mitad de la pista del GOE. Este le contestó que NO, y que él era el encargado de traerlas como siempre sucedía.
Esto genero un serio entredicho entre ambos, por la actitud desubicada e irrespetuosa del oficial más antiguo.
El Mayor lo increpó de mala manera a Castagnari delante de los subalternos presentes y para rematarla le dijo que “ lo iba a mandar a fusilar por inútil ” lo que enfureció a Castagnari de tal forma que le contesto al Mayor, “ mañana iré a presentarme para informarlo al Brigadier Castellano”.
Estaba tan alterado por lo ocurrido que le preguntó al Ten. Gutiérrez si al día siguiente le podía salir de testigo ante el Brigadier, ya que iba a pedir un tribunal para el Mayor de turno, a lo que Gutiérrez accedió.
Obviamente Castagnari no se esperaba todo lo sucedido y se lo notaba muy desencajado y molesto por haber sido injustamente maltratado, especialmente ante sus subalternos y por una situación claramente menor.
Pasada esta incómoda situación y luego de esperar un buen rato en la pista, nos avisan que le habían ordenado al capitán del Hércules el regreso al Continente, porque el radar había detectado una fragata muy cerca de la costa esperando por el avión, obviamente para derribarlo.
Cerca de las 23 horas, comenzamos entonces el regreso caminando a nuestras posiciones, las que se encontraban aproximadamente a unos 1.000 metros de distancia.
Cuando estábamos por la mitad del camino de regreso y sin ningún lugar donde refugiarnos, comienza un intenso cañoneo naval y aunque los disparos no pegaban muy cerca de nosotros, nos obliga a correr el resto del trayecto en busca de amparo.
Les aseguro que quienes han estado bajo fuego naval, nunca podrán olvidar el silbido particular de esos proyectiles, el destello enceguecedor de su luz al golpear el suelo, y la explosión tremenda que provoca. No hay refugio ni resguardo ni nada que te ampare de una muerte segura, ante un impacto directo o cercano de un proyectil de esas características.
Por suerte todos pudimos llegar a nuestras posiciones sin problemas, aunque nos dábamos cuenta que los disparos venían reglados directo hacia nosotros, por lo que nos pareció más seguro alejarnos del lugar, antes que meternos en los refugios.
Castagnari comenzó a correr y a gritarle a todos los que estaban más cerca nuestro para que no se metan en los refugios y para que buscaran protección en otro lado.
Sin embargo algunos, al no encontrar lugar donde protegerse, optaron por meterse igual a los refugios, mientras que el resto que escucho sus gritos, se dispersó por todo el lugar y buscó meterse donde pudo.
Con Castagnari corrimos juntos hasta un montículo de piedra bastante alto que estaba pasando las tolvas, el que nos pareció seguro y que además nos ofrecía una vista en altura de todo el lugar y un reparo relativamente razonable.
Del otro lado del montículo y a unos 5 metros más abajo se encontraba el puesto de comunicaciones.
El cañoneo naval seguía sin dar respiro y tal como intuíamos, estaban cayendo prácticamente encima de nuestros refugios. En la oscuridad de la noche, alumbrada solo por las explosiones, me parece ver que un proyectil impacta justo encima de la que era mi posición. La verdad quede paralizado porque dudaba si adentro había gente refugiándose.
En ese instante y como por arte de magia, se detiene por completo el cañoneo naval y se produce un silencio increíble. Todos esperábamos que después de unos segundos comenzaran nuevamente a disparar. Pero no, los cañones gracias a Dios se habían detenido.
Apoyé entonces mi fusil sobre la pared de piedra y le grite a Castagnari que iba hasta mi refugio, el que estaba a unos 50 metros de distancia, para ver si había gente herida adentro. Mientras corría, le grité casi por instinto que cuidara de mi fusil. No quise llevarlo para poder correr más rápido y por si tenía que ayudar a algún herido. Castagnari me grito algo que no alcancé a comprender, pero como ya estaba casi a mitad de camino, decidí seguir sin detenerme.
Horas después comprendí que haber tomado esa decisión y correr hasta a mi refugio, fue lo que salvo mi vida esa noche, porque de haberme quedado a su lado, hubiese corrido su misma suerte.
Cuando llegue a mi refugio pude ver que adentro no había nadie y que el impacto solo había caído muy cerca. Lo que fue un alivio. Entonces vi que la gente comenzaba a salir, pensando que lo peor ya había pasado.
Pues no fue así, porque unos segundos después explota encima nuestro y a unos 200 metros de altura, una bengala tirada seguramente desde la misma fragata que nos cañoneaba, que transformó inmediatamente la noche oscura en el día más brillante. Se podía ver con claridad a unos 200 metros a la redonda. Yo nunca había visto nada igual.
No entendía muy bien que estaba pasando y durante varios segundos todos contemplamos el espectáculo de luz que se nos ofrecía. Hasta que entendimos que lo más probable era que nos estuvieran iluminando para poder mejorar su puntería. Entonces todos comenzaron a gritar y a correr nuevamente buscando refugio.
Yo corrí instintivamente hacia donde estaba Castagnari. Salté por arriba de una base de cemento que estaba al lado de una de las tolvas y entonces pude verlo que gritaba llamándome. A tan solo diez metros de donde él estaba, lo vi y lo pude escuchar claramente gritarme “Abal vuelva”. Se encontraba parado, observando toda la situación a unos dos metros del paredón de piedra. No estaba operando ninguna radio como alguien mencionó en alguna oportunidad y en sus manos tenía solo su fusil.
Todavía hoy cada vez que lo recuerdo, me sigue perturbando el hecho de haber escuchado claramente que ésas, y no otras, fueron sus últimas palabras.
Al igual que yo, él nunca vio venir el misil porque se encontraba mirando hacia el lugar donde yo estaba. El misil que fue disparado desde el Sur, tampoco hizo ningún sonido especial que lo delatara con anticipación. Solo un segundo antes de caer, se escuchó un silbido cortando el aire, cuando ya no existía ningún tiempo posible para reaccionar.
La explosión nos agarró a todos totalmente de sorpresa y fue tan fuerte que me hizo volar hacia atrás como cinco metros. Caí de manera violenta contra el piso al lado de un Cabo 1º del Ejército, del que nunca supe su nombre y que también se encontraba bastante mal. Quedé por un momento casi ciego y sordo por la explosión e inmediatamente me di cuenta que estaba herido, porque sentí un fuego que me quemaba por dentro y la sangre caliente correr por mi pierna. Estaba muy aturdido y no podía pensar con claridad ni sabía qué hacer, así que me arrastré hasta casi debajo de la tolva buscando refugio. La verdad, pensé que me iba a morir y en ese momento de locura, con la cabeza aturdida y dolorido, solo lamentaba haber perdido mi boina, la que producto de la explosión voló por el aire quien sabe a dónde.
Pensaba y me decía a mí mismo, “si me voy a morir, entonces que sea con la boina puesta”. Gutiérrez, Vázquez y el Gallego Benaiges (este último lamentablemente ya fallecido) que fueron las personas que me dieron los primeros auxilios, pueden dar fe de ello. Mientras ellos trataban de atenderme por mis heridas, yo solo pedía con insistencia que alguien vaya a buscarme mi Boina.
Parece ser que rompí tanto la paciencia con ese asunto, que al rato apareció el negro Riquelme y me la trajo de vuelta. El negro que también estaba en el lugar, solo que unos metros más abajo, por suerte había quedando en el cono de sombra de las esquirlas del misil, lo que obviamente le salvo su vida de milagro. Tenía su boina agujereada por una esquirla y cuando vio el agujero que le dejó, casi se desmaya. Hoy por suerte mi boina luce avejentada y descolorida en una vitrina de mi casa, donde guardo mis pipas y todos los recuerdos de esos días de la guerra.
Todo paso muy rápido y después de la explosión que le quitó la vida a Castagnari, comenzó nuevamente el cañoneo naval, el que siguió de manera intermitentemente durante casi toda la madrugada.
Hay que destacar también, que el entonces Cap. Loncharich (médico), vino para hacer el reconocimiento del cuerpo sin vida de Castagnari, a pesar que estaba con un golpe en una rodilla, insistió para que lo cargaran y lo ayudaran para llegar al lugar. Apoyado en el hombro de Gutiérrez subió hasta donde estaba el cuerpo y verificó que estaba muerto. Destaco esto, porque al Com (R) Loncharich, se lo acusó injustamente de abandono de heridos y de no comprobar la muerte de Castagnari con posterioridad a la guerra.
La noche del 29 y la madrugada del 30 de Mayo, para el GOE fue el inicio de otra larga noche sin descanso y por desgracia para nosotros, había comenzado de la peor manera. Habíamos perdido un hombre y varios estaban heridos. El personal de Pucará también contabilizaba varios heridos, alguno de ellos con lesiones muy graves.
Por decisión de mis superiores yo fui condecorado por haber sido herido esa noche. Pero la realidad es que también existieron otros heridos que no fueron tenidos en cuenta. Por ejemplo Juan Chiantore que fue herido en el brazo con una esquirla y Miguel Fonseca y Juan Benaiges fueron alcanzados por la onda expansiva con consecuencias físicas muy desagradables, terminando ambos internados en el Hospital de la ciudad poco tiempo después. También existieron actos de valor llevados a cabo por parte de algunas personas del GOE, que tampoco fueron tomados en cuenta y que desde mi punto de vista, también merecieron tener algún reconocimiento.
Me refiero concretamente a Juan José Vázquez que salió de su refugio para buscar un vehículo que se pudiera utilizar para poder evacuar a los que estábamos heridos. Anteriormente habían mandado de la ciudad a una ambulancia que no pudo llegar, debido a que por andar a oscuras y sin luz, chocó contra una piedra que le rompió la transmisión y quedo tirada en el medio del campo.
Vázquez pudo encontrar un vehículo que estaba aproximadamente a 200 metros de nuestras posiciones y regresó para buscar a los heridos y llevarnos hasta la carpa sanitaria, que estaba como a 700 metros, para que pudiéramos tener asistencia médica. Este trayecto lo hizo con la ayuda de Juan Chiantore y en ese viaje fuimos trasladados, José Avedis Caloian, mecánico de Pucara, y yo).
Cuando llegaron a la carpa y casi a los gritos, obligó al médico a salir del refugio en el que estaba metido, porque se negaba a salir, para que nos practicaran las primeras curaciones.
Todo esto mientras se mantenía de manera intermitente el cañoneo naval, que si bien en ese momento los proyectiles caían sobre otra zona del Aeropuerto, el peligro de encontrarse en movimiento y sin resguardo, los ponía a ambos en una situación muy vulnerable.
COMENTARIO FINAL:
Yo no sé si esa fatídica noche supimos tomar las mejores decisiones. Si quedarnos afuera de los refugios fue lo correcto o no. La verdad y después de tantos años, todavía no lo sé. Y cada persona seguramente puede opinar distinto con respecto a esto. Pero fue así, instintivamente como nos salió. Y cada uno hizo lo que creyó más conveniente para evitar los proyectiles y lograr sobrevivir una noche más.
Y la verdad es que todos fuimos a esa guerra con mucho entusiasmo, pero con muy poca experiencia, porque nos enfrentamos a cosas que jamás habíamos visto ni vivido.
Ningún curso de Comando te prepara totalmente para la crueldad de una guerra como esa. No hay ningún entrenamiento, ejercicio o simulacro que te pueda poner ni cerca de esa situación.
La Fuerza Aérea perdió en el conflicto a 54 valientes hombres y todos fuimos a esa guerra siendo una persona, pero sin dudas, fue otra completamente distinta la que volvió y esa marca la llevaremos por el resto de nuestros días.
Debo confesar que durante muchos años tuve un cierto sentimiento de culpa por la muerte de Castagnari. Me atormentaba la idea de pensar que haberle pedido que cuidara de mi fusil, podría haber influido en su decisión de quedarse parado en ese lugar. Dudaba si mi pedido; casi como una imposición; pudo haber actuado como una especie de ancla que le impidió moverse hacia otro lado, pudiendo entonces salvar su vida.
Con los años comprendí que cada uno tiene su destino marcado. Que en estos casos, las cosas suceden sin que uno pueda cambiar el curso de los acontecimientos. Si esa noche yo hubiera permanecido a su lado, o si tan solo hubiese corrido un poco más rápido a su encuentro, la historia hubiese sido distinta y hoy el GOE tendría otro muerto para recordar.
Todos los que estuvimos bajo el mando del Cap. Castagnari, sabemos que era un gran hombre, un jefe comprensivo que sabía escuchar y también era de ayudar a sus subalternos cuando podía. Era un militar de verdadera vocación y de mucho coraje. Tenía también mucho carácter y eso se notaba. En Malvinas supo arengar a su gente cuando fue necesario. No por nada sus compañeros de promoción le decían “ El Furia ”. Y aunque llevaba poco tiempo entre nosotros, demostraba con actitud e iniciativa su interés de permanecer en el grupo.
Tenía muchas cualidades personales para poder ganarse con orgullo la boina de Comando. Y por ser el segundo en el mando, se esforzaba siempre en predicar con el ejemplo. Pero también era un ser humano como todos nosotros, con defectos y virtudes, con dudas y con certezas, con coraje pero también con miedos. Y eso no lo hace menos hombre de lo que fue o menos héroe de lo que es; por el contrario desde mi punto de vista, habla muy bien de su integridad como persona.
Creo no equivocarme al decir que Castagnari tenía en Malvinas dos grandes preocupaciones. La más importante sin dudas era el bienestar de su familia en caso de que él no pudiese regresar, y la otra, la integridad física de todo el personal a su cargo.
Con respecto a la primera y por alguna razón que está más allá de la comprensión humana, él tenía el íntimo presentimiento de que no iba a poder regresar a su casa. Estaba convencido que iba a morir en Malvinas y eso sin dudas lo atormentaba. Esta no es simplemente una opinión basada en suposiciones, sino que él se lo confesó en una oportunidad y con cierta resignación, a uno de los suboficiales del GOE de su mayor confianza.
Con respecto a la integridad física de sus hombres, ésta labor se convierte en una tarea imposible de cumplir, cuando la muerte cae desde el cielo, sin que haya la más mínima posibilidad de evitarla.
Lo cierto es que esa fatídica noche del 29 de Mayo de 1982, él tuvo que cumplir con ese juramento que alguna vez hizo como Cadete en la Escuela de Aviación Militar, de defender a la Patria y a su bandera hasta perder la vida.
También se cumplió su íntimo presagio y así su nombre ingresó a las páginas más gloriosas de la historia de la Fuerza Aérea Argentina.
Hoy 33 años después de aquel penoso día y tal como reza un cartel colgado en el hangar del GOE en la VII Brigada Aérea, seguramente su espíritu inquieto, debe deambular de a ratos por sus pasillos, desde la sala de armas y hasta la placa que inmortaliza su nombre, donde su valor y su entrega nunca serán olvidados.
Solo me resta decir que todos volvimos con un alto grado de frustración por el resultado del conflicto y sobre todo, por las vidas de nuestros camaradas y amigos perdidas en él.
Si algo aprendí por esos días, es que la guerra enseña entre otras cosas, a reconocer nuestros propios límites humanos, a convertir en apasionados creyentes a los ateos y a desdibujar las jerarquías, porque uno se da cuenta que en el fondo todos éramos iguales, unidos por la misma misión por el mismo destino, y por los mismos miedos. Las bombas y las balas no discriminan y nos iguala frente a la muerte.
No pudimos ganar la guerra, pero me queda el consuelo de saber que todo el personal del GOE supo estar a la altura de las circunstancias. Supimos cumplir sobradamente con la misión encomendada y todos dimos en todo momento, lo mejor de nosotros, y lo hicimos con la profunda convicción y sin dudarlo, por nuestra Patria, por el Grupo, por nuestras familias y también por el momento histórico que nos tocó vivir.
Walter Darío Abal