Los británicos remueven los explosivos con los mapas que él les dejó, tras la rendición.
Pasaron casi tres décadas, pero el coronel Manuel Dorrego recuerda como si fuera hoy su formal y tenso encuentro con el mayor británico Roderick Mac Donald, vestido de uniforme y en una gélida carpa de Puerto Argentino. Obligado, fue a la cita desarmado y escoltado, horas después de que la derrota argentina en la Guerra de Malvinas ya era un triste e irremediable hecho consumado.
"Siempre muy cortés, y en inglés, me pidió los mapas y registros con la información. Se los di y durante una semana colaboramos con ellos y de manera voluntaria con la búsqueda", cuenta hoy, a los 81 años, quien tuvo a su cargo la instalación y organización de más de 20.000 minas antipersonales y antitanques en territorio malvinense durante el conflicto bélico de 1982 con Gran Bretaña.
En diálogo con LA NACION, y luego de años de deliberado silencio, el homónimo del histórico militar de la independencia ("me encantaría, pero no tengo una gota de su sangre") se alegra al enterarse de que Gran Bretaña esté utilizando por estos días la información suministrada aquel 15 de junio de 1982 en el que terminó, de la peor manera, la aventura bélica promovida por la última dictadura militar.
"Durante mucho tiempo, Gran Bretaña argumentaba no contar con los registros. Que estén removiendo las minas hoy con nuestros datos demuestra que decíamos la verdad", agrega Dorrego, con los ojos sin lentes bien abiertos y la memoria sin lagunas. "Luego de derrotarnos, los ingleses organizaron un brindis que duró muchas horas. Tal vez los registros se les traspapelaron por eso. Y yo, como se imaginará, no estaba en condiciones de pedir un recibo", se sonríe el coronel, e insiste en que los propios oficiales argentinos ayudaron a los británicos a quitar de Malvinas decenas de minas antitanques y antipersonales luego de la rendición. "Luego de una semana, se dieron cuenta de que si las seguíamos quitando nosotros, eso equivalía a reconocer la soberanía argentina. Y dejaron de permitirnos colaborar", sostiene quien fue el secretario de Obras Públicas del efímero gobierno argentino en Malvinas, que duró poco más de dos meses.
Por orden de Luciano Benjamín Menéndez, gobernador designado por el entonces presidente de facto Leopoldo Galtieri, Dorrego estuvo a cargo de la instalación de las minas poco después de su llegada a Malvinas, el 4 de abril de 1982. Hoy, su mirada combina la justificación de aquella medida con el reconocimiento de la crueldad que llevaba implícita. "Son un acto inhumano, porque más que a las tropas, las minas terminan afectando a la población civil. Pero era necesario, sabíamos que los británicos venían mejor equipados que nosotros. Fueron de mucha ayuda", reflexiona.
"Casi en cualquier lado"
Cumpliendo órdenes de Menéndez, Dorrego y sus subordinados hicieron un registro minucioso de los lugares en los que estarían ubicadas las minas. "Nunca pensamos que serían utilizados por los ingleses", afirma hoy. Y reconoce que cuando el contraataque británico se hizo más fuerte "se pusieron minas casi en cualquier lugar, en un acto desesperado" para retrasar el paso de las fuerzas que respondían a la primera ministra británica, Margaret Thatcher.
La misma mirada crítica de su trabajo particular se extiende a la guerra en sí. "La guerra no fue evaluada militarmente, no se tuvieron en cuenta los riesgos. Era loable recuperar las islas, pero fue una decisión política más que militar", afirma, y diferencia a Menéndez, "que hizo lo que pudo", de Galtieri, que tuvo "toda la responsabilidad" por lo ocurrido.
"La rendición fue lógica, estábamos mandando a la muerte a miles de soldados. En eso coincidíamos con Menéndez, mientras que Galtieri nos ordenaba resistir hasta el último soldado", agrega, con algo de enojo contenido. De todos modos, defiende la actuación de la oficialidad y niega maltratos a los soldados argentinos. "Pasaron hambre, frío, sueño. Fueron soldados en guerra, en condiciones no ideales", justifica.
Luego de perder a su yerno, el teniente Alberto Ramos, en la batalla del Monte London, dice que una parte de su vida quedó en el helado y siempre ventoso cementerio de Darwin.
"Pero nunca quise volver. Los recuerdos son demasiado dolorosos", se emociona. En 1983 dejó la carrera militar y se dedicó a la venta de máquinas agrícolas. Hasta hace días presidió la Cámara de ese sector, aunque está claro que sus más de sesenta días en territorio austral lo marcaron hasta hoy, cuando las huellas de su trabajo con las minas todavía puede verse en suelo malvinense..
la nacion
Pasaron casi tres décadas, pero el coronel Manuel Dorrego recuerda como si fuera hoy su formal y tenso encuentro con el mayor británico Roderick Mac Donald, vestido de uniforme y en una gélida carpa de Puerto Argentino. Obligado, fue a la cita desarmado y escoltado, horas después de que la derrota argentina en la Guerra de Malvinas ya era un triste e irremediable hecho consumado.
"Siempre muy cortés, y en inglés, me pidió los mapas y registros con la información. Se los di y durante una semana colaboramos con ellos y de manera voluntaria con la búsqueda", cuenta hoy, a los 81 años, quien tuvo a su cargo la instalación y organización de más de 20.000 minas antipersonales y antitanques en territorio malvinense durante el conflicto bélico de 1982 con Gran Bretaña.
En diálogo con LA NACION, y luego de años de deliberado silencio, el homónimo del histórico militar de la independencia ("me encantaría, pero no tengo una gota de su sangre") se alegra al enterarse de que Gran Bretaña esté utilizando por estos días la información suministrada aquel 15 de junio de 1982 en el que terminó, de la peor manera, la aventura bélica promovida por la última dictadura militar.
"Durante mucho tiempo, Gran Bretaña argumentaba no contar con los registros. Que estén removiendo las minas hoy con nuestros datos demuestra que decíamos la verdad", agrega Dorrego, con los ojos sin lentes bien abiertos y la memoria sin lagunas. "Luego de derrotarnos, los ingleses organizaron un brindis que duró muchas horas. Tal vez los registros se les traspapelaron por eso. Y yo, como se imaginará, no estaba en condiciones de pedir un recibo", se sonríe el coronel, e insiste en que los propios oficiales argentinos ayudaron a los británicos a quitar de Malvinas decenas de minas antitanques y antipersonales luego de la rendición. "Luego de una semana, se dieron cuenta de que si las seguíamos quitando nosotros, eso equivalía a reconocer la soberanía argentina. Y dejaron de permitirnos colaborar", sostiene quien fue el secretario de Obras Públicas del efímero gobierno argentino en Malvinas, que duró poco más de dos meses.
Por orden de Luciano Benjamín Menéndez, gobernador designado por el entonces presidente de facto Leopoldo Galtieri, Dorrego estuvo a cargo de la instalación de las minas poco después de su llegada a Malvinas, el 4 de abril de 1982. Hoy, su mirada combina la justificación de aquella medida con el reconocimiento de la crueldad que llevaba implícita. "Son un acto inhumano, porque más que a las tropas, las minas terminan afectando a la población civil. Pero era necesario, sabíamos que los británicos venían mejor equipados que nosotros. Fueron de mucha ayuda", reflexiona.
"Casi en cualquier lado"
Cumpliendo órdenes de Menéndez, Dorrego y sus subordinados hicieron un registro minucioso de los lugares en los que estarían ubicadas las minas. "Nunca pensamos que serían utilizados por los ingleses", afirma hoy. Y reconoce que cuando el contraataque británico se hizo más fuerte "se pusieron minas casi en cualquier lugar, en un acto desesperado" para retrasar el paso de las fuerzas que respondían a la primera ministra británica, Margaret Thatcher.
La misma mirada crítica de su trabajo particular se extiende a la guerra en sí. "La guerra no fue evaluada militarmente, no se tuvieron en cuenta los riesgos. Era loable recuperar las islas, pero fue una decisión política más que militar", afirma, y diferencia a Menéndez, "que hizo lo que pudo", de Galtieri, que tuvo "toda la responsabilidad" por lo ocurrido.
"La rendición fue lógica, estábamos mandando a la muerte a miles de soldados. En eso coincidíamos con Menéndez, mientras que Galtieri nos ordenaba resistir hasta el último soldado", agrega, con algo de enojo contenido. De todos modos, defiende la actuación de la oficialidad y niega maltratos a los soldados argentinos. "Pasaron hambre, frío, sueño. Fueron soldados en guerra, en condiciones no ideales", justifica.
Luego de perder a su yerno, el teniente Alberto Ramos, en la batalla del Monte London, dice que una parte de su vida quedó en el helado y siempre ventoso cementerio de Darwin.
"Pero nunca quise volver. Los recuerdos son demasiado dolorosos", se emociona. En 1983 dejó la carrera militar y se dedicó a la venta de máquinas agrícolas. Hasta hace días presidió la Cámara de ese sector, aunque está claro que sus más de sesenta días en territorio austral lo marcaron hasta hoy, cuando las huellas de su trabajo con las minas todavía puede verse en suelo malvinense..
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