Husmeando un poco, encontré este interesante artículo del ex Canciller Dante Caputo, el cual trata (y a mi criterio) algunas cuestiones inherentes o específicas de geostrategia.
Me parece que sería lindo exprimirlo al máximo en cuanto a su análisis y para que así podamos sacar varias conclusiones al respecto.
Me parece que sería lindo exprimirlo al máximo en cuanto a su análisis y para que así podamos sacar varias conclusiones al respecto.
El mundo que viene
Mirar al futuro
En un sistema globalizado, los Estados pueden quedar atrapados en la trama del poder internacional. Hay países que emergen: China, Brasil, India. Pero nadie habla del rol de la Argentina. Los desafíos y las posibles respuestas.
Por Dante Caputo (Publicado en Perfil.com)
Lector, lo invito a una breve exploración del futuro para encontrar algunas ideas acerca de dónde estamos hoy. Lo que vendrá no es lo conocido, las relaciones mundiales de poder y el tipo de dominación serán de otra naturaleza. No habrá lugar en el planeta que esté fuera de la demanda de los imperios.
En nuestro mundo hay más Estados que naciones. Las guerras, las capturas territoriales, entre otras razones, dibujaron fronteras que en ocasiones separaron pueblos que eran una unidad histórica y en otras unieron a quienes tenían muy poco en común. Es necesario más que una frontera, una bandera y una organización estatal para ser una nación.
La nación judía sobrevivió por milenios a la ausencia de Estado. En cambio, los Estados no pueden sobrevivir demasiado sin nación. En un sistema mundial globalizado el riesgo de que esos países queden atrapados y se disuelvan en la trama del poder internacional, es alta.
¿Quiénes sobrevivirán a este siglo de transformaciones? Creo (¿qué otro verbo usar?) que hay dos categorías de países que podrán mantenerse: los tecnológicamente poderosos y los que contengan en su seno a una nación, es decir una unidad de destino.
Ser una potencia tecnológica implica ser poderoso militar y económicamente, con altos niveles de educación. Así, los Estados Unidos, a pesar de sus serios problemas económicos y políticos, nunca perdieron su liderazgo tecnológico y militar. Poseedores de la tecnología más desarrollada, cuentan con las fuerzas armadas más poderosas y tienen, como comienza a verse, capacidad para “rebotar” tras la crisis que se inició en 2008.
Por cierto que además de poseer tecnología, capacidad para transformar y, por ende producir, es necesario saber cómo utilizarla, administrarla y dirigirla. Esta es una cuestión de la política y una de sus ramas, la economía.
Si hubiera un solo país con esas características ¿sería el dueño absoluto del mundo? ¿El resto de los Estados quedarían atados al imperio? Por cierto, no estoy pensando en la desaparición formal, sino en la capacidad para ejercer decisiones soberanas.
Sin duda, habrá países que, tarde o temprano, se fundirán en el gran imperio (o grandes imperios) tecnológico(s). Pero también existirán otros que encuentren la forma y el camino para que su debilidad relativa no los lleve a la desaparición. Hay países y regiones que emergen, competirán y, probablemente, hallen la vía para no ser absorbidos. Pienso en China, India o Brasil, por ejemplo.
Cidentidad. Son países, en este caso naciones, con destino, Estados con una idea sobre sí mismos.
Se puede ser nación porque muchos siglos de historia unen a sus habitantes, los abrazan y los empujan. Quienes carecen de esa fuerza pueden, en cambio, tener un sueño poderoso sobre su futuro. Lo que se llama, con cierto espíritu ingenieril, poseer un proyecto.
En síntesis, se es nación porque hay un destino común que nos empuja desde la historia o que nos atrae desde el futuro.
Nosotros podríamos pertenecer a esta segunda categoría. El sueño argentino crearía a la Argentina, lo que imaginamos ser nos puede transformar en lo que seamos. Sólo un destino común nos hará pasar del plural –los argentinos– al singular –la Argentina–.
Lo contrario de este devenir será una sociedad donde los individuos construirán, a costa de los otros, sus efímeras existencias personales. Lector, usted sabe en cuál de estas dos categorías está hoy nuestro país.
No avanzo en esa discusión. En cambio, quiero resaltar la similitud de este motor, la idea de nación, con el que mencioné antes, la tecnología.
Uno y otro dependen de la política. La posesión de una avanzada pero desaprovechada tecnología puede consumir a un país. Su mal uso proviene, casi siempre, de las decisiones de política pública que toman sus líderes.
Para los otros, los “subtecnológicos”, la concepción, la promoción y la perdurabilidad de una idea de nación también será cuestión de la política y de las mujeres y hombres que la ejerzan.
Brasil tuvo la sucesión de Sarney, Cardoso, Lula y Rousseff. Un cuarto de siglo en el que ese país fue dando forma a la idea que relata su himno: “Brasil, un sueño intenso, un rayo vívido de amor y de esperanza”.
Cuando una sociedad persigue una idea que se ha hecho de sí, para sí y para los que vendrán, puede no ser la potencia militar más poderosa pero, creo, siempre encontrará la fuerza de su renovación, la imaginación de su sobrevida.
Por cierto, los símbolos juegan un papel mayor en la creación de ese sueño nacional. Corporeízan, en esas cosas aparentemente menores, la gran idea abstracta del destino conjunto.
En fin, lector, esta breve excursión en lo probable del futuro de los países quizás pueda servir para entender lo que nos falta en Argentina, lo que ni unos ni otros hemos sabido construir. Absorbidos por la ambición, dejamos desvanecer nuestros sueños.Pienso, mirando hacia atrás, que nadie –desde hace mucho– le dijo a nadie adónde queremos ir.
No me parece que en Argentina nuestra dirigencia política y los sectores de poder hayan comprendido qué es lo que está en juego, que la transformación del mundo no será piadosa con la inmovilidad de nuestras miserias.
Podrán mencionarse las razones o los intereses de unos y de otros. Esa pugna, que no es de razones sino más bien de rencores y odios, es el camino contrario a la construcción de la idea de nación. Idea que sería no sólo un bálsamo en el tortuoso devenir de los argentinos sino, además, la posibilidad –sólo la posibilidad– de perdurar con identidad
Hoy en el mundo nadie habla de la Argentina. Si el futuro nos traga, tampoco hablarán. Sólo se repartirán una tierra a la que hace un siglo vinieron mujeres y hombres de países lejanos a sobrevivir, inventando una razón de ser. La realización o no de ese futuro dependerá, más que de los otros, de nosotros mismos, de nuestra capacidad para imaginarnos.