UCRANIA, UN PAÍS DE OLIGARCAS
Princesas y reyes
Ucrania proclamó su separación de la URSS en agosto de 1991, pocos días después del fallido intento de golpe de estado en Moscú con la intención de reconducir por la línea dura a la Unión Soviética. En diciembre de ese mismo año, la población ratificaría en referéndum la independencia.
Se iniciaba así un difícil camino que casi un cuarto de siglo después amenaza con desmembrar al estado ucraniano. En el aspecto económico el cambio sería enorme, como en la mayoría de estados sucesores a la URSS. Durante los años siguientes a la independencia, cientos de empresas hasta entonces públicas fueron privatizadas, ya que si Ucrania quería insertarse en las dinámicas de una economía de mercado no podía tener tal cantidad de empresas públicas, con el añadido de que buena parte de ellas eran ruinosas. Por la urgencia del momento, la inexperiencia en el nuevo modelo y el ya establecido tráfico de influencias, muchas empresas propiedad del Gobierno fueron vendidas a precios irrisorios, algo que aprovecharon personas con buen olfato empresarial y los contactos adecuados para adquirirlas. Además, licitaciones o contratos reelaborados para el nuevo país fueron adjudicados de manera bastante arbitraria, a menudo para crear alianzas entre el joven poder político y el incipiente poder económico. Muchos de los personajes más acaudalados y poderosos de Ucrania en la actualidad empezaron así.
Era una forma más segura de mantener la estabilidad política y el
statu quo en un país en el que la corrupción ya estaba instalada de manera endémica. Pavlo Lazarenko, primer ministro entre 1996 y 1997, fue detenido en 1998 y acusado de blanqueo de dinero cuando intentaba cruzar la frontera entre Francia y Suiza. El escándalo hizo que se investigase tal asunto, y se acabó concluyendo que Lazarenko había robado 200 millones de dólares de las arcas públicas durante su breve mandato. Para cuando quisieron apresarle, él ya había huido a Estados Unidos, donde fue detenido e imputado por varios delitos relacionados con el fraude y la corrupción.
Otro
premier controvertido fue Yulia Timoshenko, primera ministra en dos ocasiones: en 2005 y de 2007 a 2010, ambas veces bajo la presidencia de Víktor Yúschenko, impulsor de la Revolución Naranja. La dama de las trenzas comenzó su recorrido empresarial en 1991 en el sector económico más prolífico y a la vez más disputado de Ucrania, el gas natural. Junto con su marido fundó la Corporación de Gasolinas Ucranianas, orientada hacia la venta de gas natural a explotaciones agrícolas. Con el tiempo, la empresa fundada por ambos acabó por monopolizar la importación de gas ruso. Su apodo desde entonces fue el de “Princesa del gas”.
De esa década de los noventa también es la estrecha relación que surgió entre Lazarenko y Timoshenko, y en la época en la que Pavlo huía a Estados Unidos, Yulia comenzaba su carrera política en el ámbito regional, con un ascenso tan meteórico que en 1999 fue nombrada Ministra de Energía en el Gobierno de Leonid Kuchma, con Víktor Yúschenko como primer ministro. Sin embargo, no duró demasiado. Para entonces ya era una de las figuras más adineradas de Ucrania, y a pesar de que cuando entró en política había anunciado que dejaba la actividad privada, el testigo en la empresa lo recogió su marido. Estando ella en la cartera de energía y su marido a la cabeza de una de las mayores empresas energéticas de Ucrania, los tratos de favor y las corruptelas no tardaron en aparecer. Cuando su marido fue detenido y la empresa investigada, Kuchma destituyó a Timoshenko por actividades irregulares en la empresa energética que dirigía a mediados de los noventa, aunque finalmente fue absuelta por la justicia. Como si de una leyenda se tratase, es tan probable que en la gestión de la “princesa del gas” hubiese corrupción como que detrás de su destitución hubiese intereses privados poco favorables a las medidas que Timoshenko estaba tomando respecto al mercado energético ucraniano. Durante su estancia en el cargo, la dama de las trenzas se había enemistado con Kuchma, y su competente gestión de los asuntos energéticos –negocios a parte– redujo la corrupción en el ámbito y multiplicó los ingresos del estado procedentes de la energía en una época en la que la economía de Ucrania se encontraba en una situación desastrosa. A muchos esta situación les perjudicaba enormemente.
Sin embargo, esta destitución no provocó la desaparición de la oligarca. Animal político tremendamente hábil, supo subirse al tren de la Revolución Naranja en 2005 de la mano del primero agraviado y luego vencedor Víktor Yúschenko, que la nombró Primera Ministra del país. Volvió a ser destituida a finales de ese año, y vuelta a ser nombrada en 2007 para a ser destituida de nuevo en 2010 tras, entre otras cosas, cancelar vía decreto las deudas del estado ucraniano con su antigua empresa. El tándem energía y corrupción en Ucrania era demasiado habitual. Mucho poder y dinero en juego hacían los puestos del Ejecutivo enormemente tentadores para la prevaricación. Tantos intereses había en juego que en 2011, ya con Víctor Yanukóvich como presidente, Timoshenko fue detenida, juzgada y encarcelada por abusos de poder en su época de primera ministra. Aunque se duda de que realmente cometiera tales abusos, detrás de todo se encontraban los sectores afines a Yanukóvich, y de nuevo, los intereses políticos y económicos.
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Yanukóvich, uno de los responsables originales de
la situación que hoy día padece Ucrania, no era ni es un oligarca, pero su mandato y su poder sí estuvieron marcados por dos pesos pesados de la oligarquía ucraniana actual: Rinat Ajmétov y Dmytro Firtash. Los tres compartían intereses mutuos, canalizados a través del Partido de las Regiones, uno de los grandes partidos políticos en Ucrania y con enorme apoyo en el este del país, étnicamente ruso y rusoparlante, además de ser la zona más desarrollada económicamente del país al tener una gran actividad minera e industrial. Gracias a esta convergencia, los empresarios ganaban peso político en Kiev mientras Yanukóvich y su partido tenían el apoyo económico y mediático de los dos grandes señores feudales del centro-sur y este del país, su preciado granero de votos.
El señor del Donbass, Rinat Ajmétov, es una figura que merece ser repasada. Todopoderoso empresario de la región de Donetsk, sobrevivió a las luchas de poder de principios de los noventa que mezclaban a los empresarios con el crimen organizado. A partir de ahí, creó un imperio empresarial a partir de la minería y la metalurgia que luego extendió al sector inmobiliario, las telecomunicaciones, el transporte, las finanzas e incluso los medios de comunicación. No es de extrañar por tanto que se haya convertido en la persona más rica de Ucrania con cerca de 13.000 millones de dólares de patrimonio y un hombre con enorme poder en el este del país puesto que de sus empresas dependen directamente 300.000 empleos. Además, como buen oligarca, conocedor de la importancia del pan y el circo, en 1996 se hizo con uno de los símbolos del Donbass, el club de fútbol Shakhtar Donetsk, que a menudo ha utilizado como plataforma mediática y para aumentar su popularidad.
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