El increíble relato de un veterano herido en combate Por Andrea Sambuccetti Infobae.com
A los 25 años fue a luchar al frente de una sección de Panhard, los vehículos de la tropa blindada que culminaron siendo punto importante de la defensa en Puerto Argentino. Los cercaron a él y a sus hombres. El testimonio de una supervivencia
El Coronel de Caballería Gustavo Adolfo Tamaño tiene 50 años. Hace 25, vivió el episodio que marcó su vida para siempre: combatir en la guerra de Malvinas.
En aquel año, el 82, se desempeñaba como subteniente y prestaba servicios en el Destacamento de Caballería Blindada 181, que tenía asiento en Esquel, provincia de Chubut.
“Para mí, la guerra empezó el 2 de abril, a las 8 de la mañana, cuando el jefe de Unidad nos comunicó que las islas habían sido reconquistadas por las fuerzas argentinas”, explica a Infobae.com, en lo que fue el inicio de una entrevista sin desperdicio.
La noticia provocó sentimientos de los más diversos en el grupo, que oscilaron entre la sorpresa y la euforia. “Nadie tenía la menor idea de que esto podía suceder”, asegura el hoy coronel.
“Al mediodía del 5 de abril recibimos la orden de preparar las dos secciones Panhard del destacamento. Se trataba de vehículos blindados, 4x4, de exploración, armados con cañón de 90 mm, de unos 5.500 kg de peso y que circulan a una velocidad de 90 a 100 km por hora”.
Así las cosas, ese día a las 7 de la tarde, partió desde Comodoro Rivadavia con su sección –compuesta por cuatro vehículos- y una más perteneciente a otro escuadrón puesto a la orden del subteniente Fernando Chércoles. Cada Panhard viajaba con dos suboficiales y un soldado.
Finalmente, después de haber marchado 600 km por la Patagonia, “el 9 de abril, tuve el honor de ser el primero de los miembros de este pequeño blindado en llegar a Puerto Argentino”.
Los acompañó un día calmo, de tranquilidad rara, que presagiaba que en lo inmediato iba a culminar. “Las luces de esa bahía tan apacible, una estampa de sosiego que contrastaba con la febril actividad que había en el aeropuerto, que veíamos desde nuestra posición”, recuerda.
Mientras se completaba el grupo, con la llegada del Escuadrón de Exploración Blindado 9 y 1 y se alcanzó un total de 12 vehículos se comenzó con las tareas de reconocimiento del lugar, mantenimiento de los vehículos, acondicionamiento para el bienestar de la tropa, como asegurarse agua y energía. “En un principio, sabíamos que íbamos a estar un largo tiempo ahí”.
Pero, a medida que pasaban las horas, “nos convencíamos de que los ingleses sí iban a venir e iban a atacar: lo que finalmente sucedió el 1 de mayo”.
“Aún tengo grabado en mis retinas las acciones de ese día. Nos despertaron las explosiones que generaron el ataque al aeropuerto y a partir de ahí estuvimos en alerta todo el día. Pudimos observar el fuego antiaéreo, los Harriers. Inclusive uno pasó bastante cerca. Atacó de este a oeste a lo largo de toda la costa y se dirigía a nuestros Panhard. Se hizo un juego concentrado, el Harrier giró y se perdió hacia el norte”, comenta.
“Fuimos testigos de un hecho muy triste, el derribo del avión Mirage del Capitán García Cuerva, que ingresó sobre un corredor no autorizado y se lo tomó como una aeronave hostil y fue derribado por fuego amigo. Fue el primer caso, no el único y nos produjo profunda tristeza”, dice.
El calendario que siguió a ese inicio de mayo, tuvo de rutinario el contrapunto entre la repetición de fuegos de artillería naval y el alerta por supuestos ataques de comandos anfibios británicos.
Hasta que, después de los resultados en San Carlos, Pradera del Ganso y la rendición de la guarnición de Darwin, se convirtió en inminente “que el próximo objetivo iba a ser la plaza fuerte o la guarnición que estaba en Puerto Argentino”. Es decir, la zona de los Panhard donde se encontraba.
“Pero no tuvimos víctimas hasta el 11 de junio. Hasta ese momento, nuestras acciones fueron mantenernos zona de reserva, en alerta y desplazarnos a cubrir objetivos como por ejemplo, la defensa del gobernador”, relata.
El previsible enfrentamiento en la zona se convertía en una idea cada vez más insoportable y que en nada ayudaba las inclemencias del clima, que combinaba fuerte viento, lluvia y frío, tanto que los vehículos se escarchaban por fuera y por dentro. “Tuvimos que hacer una carpa reforzada donde dormíamos oficiales, suboficiales y soldados juntos” acompañada de un montículo de tierra como resguardo y protección de las esquirlas de artillería.
Marchar hacia la muerte
El 12 de junio, después de haber sorteado durante casi un mes y medio la artillería naval británica, el avance de las tropas británicas y la caída de las posiciones en Monte Longdon, el Coronel Tamaño advierte que queda “prácticamente en primera línea con los Panhard y a la vista de la artillería de campaña británica”. El fuego no tardó en llegar.
“Nos ordenaron sacarlos de ese lugar y desplazarlos a unos 3 kilómetros de ahí, donde estaba el hipódromo. Cuando llegamos, yo que encabezaba la marcha, noté que el lugar había sido recién bombardeado, se notaban todavía los cráteres humeantes, había un soldado herido, un camión 6x6 con sus neumáticos pinchados por esquirlas de artillería”, rememora.
La decisión fue continuar. “El lugar acababa de ser bombardeado y si ingresábamos íbamos a ser bombardeados. Seguí hasta ingresar a los galpones de la Malvinas Island Company. A fin de cubrirnos contra la vista y fuego enemigo”, cuenta aunque, “pese a que yo advertí del peligro que significaba la posición, me ordenaron regresar y como soldado, cumplí órdenes”.
“Digamos que marché hacia la muerte. Negarse era insubordinación. Iba mi sección, otra más y dos vehículos. En total 36 personas”, dice. Llegados al lugar comenzó el bombardeo.
“Zafaron” de dos andanadas. En una tercera, el proyectil cayó sobre una caseta de tubos de supergas de 45 kilos, estallando con esquirlas. Tres “impactaron sobre mi cuerpo, una prácticamente me seccionó el brazo derecho, otra me perforó la pierna izquierda y otra me impactó en el brazo izquierdo, con lo cual quedé incapacitado, podía caminar pero no podía subir al vehiculo”. También resultaron heridos el conductor y el apuntador.
El cabo Miguel Angel Vilte, “vino a ayudarme, tenía una hemorragia bastante intensa, ahí se sumó Chércole. Nos llevó a un hospital que estaba a 150-200 metros y me intervinieron quirúrgicamente. Por la gravedad de mis heridas fui evacuado, en el penúltimo o último vuelo de avión Hércules que salió de la isla intentando desafiar el bloqueo de la armada británica”.
Pese a que perdió amigos de otras unidades en combate, el entonces subteniente Tamaño tuvo la suerte de no ver morir a nadie a su lado, sino tener que luchar por su propia vida, puesta en grave riesgo a tan solo horas de capitular el gobierno nacional ante la tragedia que fue esa guerra, como todas.
Hoy, superó aquel temor a no estar a la altura de las circunstancias, sabiendo que se enfrentó a uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
Fuente http://www.infobae.com/notas/nota.php
A los 25 años fue a luchar al frente de una sección de Panhard, los vehículos de la tropa blindada que culminaron siendo punto importante de la defensa en Puerto Argentino. Los cercaron a él y a sus hombres. El testimonio de una supervivencia
El Coronel de Caballería Gustavo Adolfo Tamaño tiene 50 años. Hace 25, vivió el episodio que marcó su vida para siempre: combatir en la guerra de Malvinas.
En aquel año, el 82, se desempeñaba como subteniente y prestaba servicios en el Destacamento de Caballería Blindada 181, que tenía asiento en Esquel, provincia de Chubut.
“Para mí, la guerra empezó el 2 de abril, a las 8 de la mañana, cuando el jefe de Unidad nos comunicó que las islas habían sido reconquistadas por las fuerzas argentinas”, explica a Infobae.com, en lo que fue el inicio de una entrevista sin desperdicio.
La noticia provocó sentimientos de los más diversos en el grupo, que oscilaron entre la sorpresa y la euforia. “Nadie tenía la menor idea de que esto podía suceder”, asegura el hoy coronel.
“Al mediodía del 5 de abril recibimos la orden de preparar las dos secciones Panhard del destacamento. Se trataba de vehículos blindados, 4x4, de exploración, armados con cañón de 90 mm, de unos 5.500 kg de peso y que circulan a una velocidad de 90 a 100 km por hora”.
Así las cosas, ese día a las 7 de la tarde, partió desde Comodoro Rivadavia con su sección –compuesta por cuatro vehículos- y una más perteneciente a otro escuadrón puesto a la orden del subteniente Fernando Chércoles. Cada Panhard viajaba con dos suboficiales y un soldado.
Finalmente, después de haber marchado 600 km por la Patagonia, “el 9 de abril, tuve el honor de ser el primero de los miembros de este pequeño blindado en llegar a Puerto Argentino”.
Los acompañó un día calmo, de tranquilidad rara, que presagiaba que en lo inmediato iba a culminar. “Las luces de esa bahía tan apacible, una estampa de sosiego que contrastaba con la febril actividad que había en el aeropuerto, que veíamos desde nuestra posición”, recuerda.
Mientras se completaba el grupo, con la llegada del Escuadrón de Exploración Blindado 9 y 1 y se alcanzó un total de 12 vehículos se comenzó con las tareas de reconocimiento del lugar, mantenimiento de los vehículos, acondicionamiento para el bienestar de la tropa, como asegurarse agua y energía. “En un principio, sabíamos que íbamos a estar un largo tiempo ahí”.
Pero, a medida que pasaban las horas, “nos convencíamos de que los ingleses sí iban a venir e iban a atacar: lo que finalmente sucedió el 1 de mayo”.
“Aún tengo grabado en mis retinas las acciones de ese día. Nos despertaron las explosiones que generaron el ataque al aeropuerto y a partir de ahí estuvimos en alerta todo el día. Pudimos observar el fuego antiaéreo, los Harriers. Inclusive uno pasó bastante cerca. Atacó de este a oeste a lo largo de toda la costa y se dirigía a nuestros Panhard. Se hizo un juego concentrado, el Harrier giró y se perdió hacia el norte”, comenta.
“Fuimos testigos de un hecho muy triste, el derribo del avión Mirage del Capitán García Cuerva, que ingresó sobre un corredor no autorizado y se lo tomó como una aeronave hostil y fue derribado por fuego amigo. Fue el primer caso, no el único y nos produjo profunda tristeza”, dice.
El calendario que siguió a ese inicio de mayo, tuvo de rutinario el contrapunto entre la repetición de fuegos de artillería naval y el alerta por supuestos ataques de comandos anfibios británicos.
Hasta que, después de los resultados en San Carlos, Pradera del Ganso y la rendición de la guarnición de Darwin, se convirtió en inminente “que el próximo objetivo iba a ser la plaza fuerte o la guarnición que estaba en Puerto Argentino”. Es decir, la zona de los Panhard donde se encontraba.
“Pero no tuvimos víctimas hasta el 11 de junio. Hasta ese momento, nuestras acciones fueron mantenernos zona de reserva, en alerta y desplazarnos a cubrir objetivos como por ejemplo, la defensa del gobernador”, relata.
El previsible enfrentamiento en la zona se convertía en una idea cada vez más insoportable y que en nada ayudaba las inclemencias del clima, que combinaba fuerte viento, lluvia y frío, tanto que los vehículos se escarchaban por fuera y por dentro. “Tuvimos que hacer una carpa reforzada donde dormíamos oficiales, suboficiales y soldados juntos” acompañada de un montículo de tierra como resguardo y protección de las esquirlas de artillería.
Marchar hacia la muerte
El 12 de junio, después de haber sorteado durante casi un mes y medio la artillería naval británica, el avance de las tropas británicas y la caída de las posiciones en Monte Longdon, el Coronel Tamaño advierte que queda “prácticamente en primera línea con los Panhard y a la vista de la artillería de campaña británica”. El fuego no tardó en llegar.
“Nos ordenaron sacarlos de ese lugar y desplazarlos a unos 3 kilómetros de ahí, donde estaba el hipódromo. Cuando llegamos, yo que encabezaba la marcha, noté que el lugar había sido recién bombardeado, se notaban todavía los cráteres humeantes, había un soldado herido, un camión 6x6 con sus neumáticos pinchados por esquirlas de artillería”, rememora.
La decisión fue continuar. “El lugar acababa de ser bombardeado y si ingresábamos íbamos a ser bombardeados. Seguí hasta ingresar a los galpones de la Malvinas Island Company. A fin de cubrirnos contra la vista y fuego enemigo”, cuenta aunque, “pese a que yo advertí del peligro que significaba la posición, me ordenaron regresar y como soldado, cumplí órdenes”.
“Digamos que marché hacia la muerte. Negarse era insubordinación. Iba mi sección, otra más y dos vehículos. En total 36 personas”, dice. Llegados al lugar comenzó el bombardeo.
“Zafaron” de dos andanadas. En una tercera, el proyectil cayó sobre una caseta de tubos de supergas de 45 kilos, estallando con esquirlas. Tres “impactaron sobre mi cuerpo, una prácticamente me seccionó el brazo derecho, otra me perforó la pierna izquierda y otra me impactó en el brazo izquierdo, con lo cual quedé incapacitado, podía caminar pero no podía subir al vehiculo”. También resultaron heridos el conductor y el apuntador.
El cabo Miguel Angel Vilte, “vino a ayudarme, tenía una hemorragia bastante intensa, ahí se sumó Chércole. Nos llevó a un hospital que estaba a 150-200 metros y me intervinieron quirúrgicamente. Por la gravedad de mis heridas fui evacuado, en el penúltimo o último vuelo de avión Hércules que salió de la isla intentando desafiar el bloqueo de la armada británica”.
Pese a que perdió amigos de otras unidades en combate, el entonces subteniente Tamaño tuvo la suerte de no ver morir a nadie a su lado, sino tener que luchar por su propia vida, puesta en grave riesgo a tan solo horas de capitular el gobierno nacional ante la tragedia que fue esa guerra, como todas.
Hoy, superó aquel temor a no estar a la altura de las circunstancias, sabiendo que se enfrentó a uno de los ejércitos más poderosos del mundo.
Fuente http://www.infobae.com/notas/nota.php