Hacia el cerro Dos Hermanas, diríamos como vecinos, tenia al Regimiento Nº4 del Ejercito, lamentablemente al inicio del combate se desarticulo rápidamente, todos sus Conscriptos eran recién incorporados, tenían 15 días de soldados, no respondían a sus superiores, porque no sabía que era un superior, para nuestra preocupación contaban con dos buenas piezas de Morteros 120mm, el doble poder de los nuestros, Cuando los ingleses llegaron los encontraron abandonados, con munición, todo en muy buen estado, y estos nuevos y malos vecinos girando sus bocas, es fácil adivinar a quien le tiraban. A Marcelo Coccatto, mi Conscripto Chaqueño, profesor de inglés, a pesar de resistirme con uñas y dientes, lo tuve que ceder a mi Comando y pasó a ser el traductor de toda la Isla.
Cuando ya éramos prisioneros, me lo devolvieron, luego de los saludos de rigor me dijo que un Sargento inglés me buscaba, a través de mi traductor Coccatto, me felicito. Le pregunte porque y él me respondió- Porque Usted, es el responsable de no permitir pasar mis tropa-Entonces le conteste, abriéndome la chaqueta, y mostrando una herida no muy importante, pero muy infectada-Y Usted, es responsable de esto-Ni lerdo ni perezoso, abrió su pantalón y mostrando una de sus piernas, llenas de heridas de esquirla me dice- ¡Ah!..¿Y lo que Usted me hizo a mi?-y terminamos riendo.
Allí me enteré cómo al avanzar los Comandos ingleses y encontrar en el cerro Dos Hermanas, como un regalo este armamento, ordenaron a este hombre abatir a nuestros Morteros, con los cuales los manteníamos a raya, no permitiéndoles pasar. No hace mucho un Jefe Gurka, me confirmó haber tirado con una de esas armas pesadas, gracias a Dios los tiros caían bastante lejos, tal vez no serían malos, el arma requiere un trabajo en equipo, a lo mejor estaban solos, sin embargo por lo que fuere doy gracias a Dios. Todo esto ocurrió cuando la batalla estaba en todos los frentes, fue en esos apurones cuando las fragatas desde el mismo Puerto Argentino nos hacía llegar ahora todo lo que tiraban, en medio de tanto estruendo, bengalas, proyectiles trazadores, humo, pero nosotros metidos en nuestro pequeño mundo, calculábamos el volido de sus municiones y a su caída disparábamos nuestros Morteros, esto no les permitía ubicarnos para la próxima tanda, y seguíamos frenando el avance de sus tropas. La última batalla fue muy complicada para ambos, cuando los ingleses nos tiraban con nuestros Morteros capturados, la fragata le enviaba a ellos también una dosis,
pensando que era enemigos. Así rechazamos su avance muchas veces, cuando llegaron al Monte Harriet, los esperaba allí la Compañía “Obra” de la Infantería de Marina, también fueron primeramente rechazados, quedaron allí muchísimos ingleses en el campo de batalla, ellos nunca lo dirán, pero doy fe que los helicópteros incansablemente retiraban las bajas sufridas.
La Compañía “Obra” sostenía una encarnizada lucha, el jefe herido fue retirado del frente, y en su lugar llego el teniente Camels y tomó el cargo. En ese lugar recibió múltiples heridas
el Cabo Segundo Agüero, hoy vive, y anda por allí con costura por todos lados. Ahora es correcto también mencionar que los ingleses sacaron cientos de heridos y muertos, pero sus helicópteros nunca regresaban vacios, traían siempre hombres frescos y munidos de un buen equipo de combate.
De manera tal, que rechazamos sus embates el día 12, el día 13 de Junio en un amplio frente y con todo su poder de fuego, terrestre, naval, aéreo, atacando tres veces durante el día, continuando durante toda la noche, y logran penetrar concretando la toma de Tumbledown.
En aquellas noches de combate, por sobre los demás ruidos se escuchaban voces de mando, dando orden de replegarnos, eran ellos, los mismos ingleses, en sus tropas tenían gente latinoamericana que hablaban el castellano, esto causaba confusión, y generaba un profundo daño sicológico en la tropa. Semejante tensión, causa un desgaste tan grande, que lo único que al final uno desea, es que se termine pronto…. de cualquier manera. Uno de mis hombres, empezó a tener síntomas de demencia, caminaba sin sentido de un lado a otro, comía desecho sin necesidad, por nunca nos faltaron alimentos, escarbaba el suelo y comía raíces amargas.
A otros presa de pánico, debía calmarlos para que el miedo no contagiara al resto y termináramos todos muertos. En un momento cuando exploto un proyectil, otro nombre lleno de terror gritaba sin parar llamando a su madre, todo eso ocurría en los momentos más dramáticos, cuando el enemigo no me daba sosiego, y también me ocupaba de eso, somos humanos y la frontera de lo que un hombre puede aguantar es muy incierta. Cada proyectil que uno escucha acercarse cree, y hasta desea que explote en su propia cabeza, para terminar todo, acabar con la angustia de espera a la muerte. Esa noche de fuego y muerte, con mi gente no nos cansamos de disparar hacia donde nos lo pidieran, y nuestro deposito de a poco se fue vaciando, a las dos de la mañana llego el teniente Aquino, él Suboficial Urbano y el Cabo Principal Bujanich, me traían un poco de munición que había dejado oculta como a tres Kilómetros, previniendo que tuviese que retroceder. Muchas cosas pasaron en esa noche, en cierto momento me llego a través de los teléfonos, la voz del Jefe de la Cuarta Sección de la Compañía “Nacar”, el Teniente de corbeta Infante de Marina Vázquez Carlos, me pidiéndome por favor que dirija el fuego de mis Morteros sobre su posición, es decir sobre la propia tropa, atónico escuchaba sus ruegos por teléfono - ¡Nada puedo hacer…están… entreverados con nosotros!- Eso significa lisa y llanamente que me pedían que los mataran, para morir junto
al invasor, hice caso omiso de ese pedido desesperado, jamás mataría a mis propios camaradas, a mi gente, aún destruyendo al enemigo. Sin embargo tronador mis Morteros, tirando por arriba de una ya disminuida Cuarta Sección. Años después fui de pase a la Escuela Técnica y Táctica de la Infantería de Marina, al ingresar al despacho del señor Director, un oficial que estaba sentado de espalda, se levanto, y emocionado, me abrazó. Me conmovió ver mojarse los ojos del guerrero, allí estaba frente a mí el Señor Teniente Vázquez, el Jefe de la Cuarta Sección de tiradores.
Para las seis de la mañana del 14 de junio de 1982, sólo nos quedaban seis proyectiles, agotada la munición, poco esfuerzo teníamos que hacer para destruir nuestras armas, con la fatiga del material, sus placas dobladas aun teniendo munición, poco podía hacerse.
Junto al Suboficial Monzón, correntino, quien tenía a su cargo los cañones de 75mm sin retroceso, combinamos que luego de inutilizar las armas, uniríamos nuestros hombres y juntos nos integráramos como tiradores y atacaríamos como soldados Infantes hasta morir.
Antes que se produjeran las acciones determinantes de la guerra, cabía la posibilidad de ser relevado de cumplir con las funciones de un oficial, pero al finalizar nuestro emplazamiento, recibí la visita de inspección del señor Comandante de nuestro Batallón BIM Nº5, el señor capitán de Fragata Carlos Hugo Robacio, acompañado por el señor Segundo, el Capitán Ponce. Parado medio el campo el Comandante, me interrogó - ¿Cuñe a usted no le ordene emplazar en este lugar a su fracción?- Con tono disimuladamente irónico, le contesté- Señor, precisamente donde usted me ordenó, está el emplazamiento- Mirando a su alrededor, expresó- Pero, yo aquí no veo a nadie-Entonces mientras íbamos corriendo el camuflaje, le dije- Justamente, es lo que buscábamos, que usted ni nadie nos viera-
Mientras íbamos mostrando los Morteros, las trincheras, los depósitos y todo lo demás, bien enterrados. Nuestro trabajo, había conseguido pasar desapercibido, hasta para el ojo más adiestrado.
Hoy tengo en mis manos su libro, donde con su puño y letra, entre otras cosas, hay una expresión que dice-“A sido uno de los mejores Oficiales que tuve”-.