tenemos la foto del hecho y el relato del mismo.
Pero la visita al portaaviones 25 de Mayo fue un gesto que para mí tuvo un enorme significado, por el aval que representaba a la gestión que tendría que iniciar. El líder del justicialismo me convocaría, aunque previamente dejaba recompuesta, una relación que había estado fracturada durante larguísimos años. Ese mensaje, cualquiera fuese la forma en que quisieran leerlo sus partidarios, no podía ser interpretado más que como una muestra de contemporización y pacificación con la Marina, la otrora fuerza antiperonista por antonomasia. Nada mejor, entonces, para, quien tuviese que ejercer la comandancia.
Yo entendí inmediatamente de qué se trataba, la alternativa de que él quisiera reemplazar a los comandantes del Ejército y la Armada resultaba bastante razonable, habida cuenta de que - por acción u, omisión - ambos jefes habían quedado pegados al fugaz paso de Cámpora por la Casa Rosada. En el legajo del general Carcagno la nota descalificadora estaba constituida por la aceptación y ejecución de una idea tan controvertida y comprometedora como lo fue el operativo Dorrego, engendro que fue pergeñado por el coronel Cesio. Y en el caso del almirante Alvarez, porque era un secreto a voces que debía su cargo a la relación amistosa con un familiar directo del presidente renunciado, el sobrino Mario Cámpora.
De todos modos, al tomar conocimiento extraoficial de la decisión adoptada por Perón consideré un deber hablar con Alvarez de la situación. Nos reunimos entre los últimos días de noviembre y la primera semana de diciembre, hasta que el día 4 fui convocado por Robledo quien me impuso formalmente de la decisión de Perón en el sentido de que yo debía asumir el cargo. Agradecí el ofrecimiento, pero argumente ante el ministro que consideraba conveniente que se intentase una gestión para evitar que mi ascenso significara el descabezamiento del Almirantazgo. Sugerí entonces el nombre del almirante Pereyra Murray - un brillante oficial - con quien yo ya había hablado de esa alternativa. Aclaro que mi charla con Pereyra no había sido sencilla porque se negaba a hacer abstracción de su fuerte convicción antiperonista, aunque sobre el final del encuentro sinceramente creí que lo había convencido.
Cuando Perón me designó comandante naval me aseguró que tendría todo su apoyo para reconstruir el poder operativo de la Marina de Guerra. Perón era un verdadero estadista y, como tal, tenía una concepción amplia de la geopolítica. Sabía muy bien que la República Argentina es una nación cuya soberanía no se agota en sus playas y en sus costas escarpadas, y que para ejercer esa soberanía es necesario disponer de una flota marítima capaz de navegar y exhibir un poderío suficiente como para garantizar nuestra presencia y aventar la ajena.
Llegué con la experiencia de haber comandado de la Flota de Mar, que por entonces no era otra cosa que un conjunto de naves obsoletas las cuales, con dificultad, podían servir para instruir a las tripulaciones
pero como material bélico bien podían catalogarse verdadera chatarra. Desde 1968 se habían dado algunos pasos en dirección al reequipamiento, tanto durante la gestión del almirante Gnavi como en la del almirante Coda. Pero las limitaciones políticas sumadas a los aprietes presupuestarios les impidieron avanzar más allá del trazado de una planificación correcta.
Lo cierto es que después de algunas alternativas complicadas para vencer resistencias dentro del gabinete ministerial, Perón suscribió el decreto 956 del 28 de marzo de 1974 por el cual se aprobó el Plan Nacional de Construcciones Navales Militares que, si bien no colmaba nuestras aspiraciones, era mucho más de lo que habíamos tenido hasta entonces. En su aspecto esencial, el programa establecía la necesidad de interesar y obtener de la industria nacional el apoyo,
Este decreto Nº 956 de Perón fue complementado el 5 de septiembre del mismo año por el Nº 768, firmado por su viuda y sucesora. En éste se establecían mecanismos, de rutina para el financiamiento y puesta en marcha de los trabajos de construcción de unidades y, entre otras cosas, se facultaba al Ministerio de Defensa a través del Comando General de la Armada a contratar y/o asociar los Talleres Navales de Dársena Norte (Tandanor) con una firma del exterior con experiencia en la construcción de submarinos. Así fue como se dio origen al Astillero Domecq García, que no era ningún proyecto fantasioso ni faraónico de los jefes de la Armada, sino que respondía a una concepción militar moderna y nacional compartida por el general Juan Domingo Perón.
http://www.harrymagazine.com/200507/peronmassera.htm