EL PAIS
Madrid. 28 de marzo de 2022
Así construye Putin el discurso victimista de una Rusia rodeada por nazis y rusófobos
El jefe del Kremlin alimenta con su retórica el nacionalismo moderno de corte étnico y presenta al país como una superpotencia enfrentada a múltiples enemigos
La insistente retórica de Vladímir Putin sobre su supuesto objetivo de “desnazificar” Ucrania y proteger a la población prorrusa con la invasión del país potencia una narrativa que va mucho más allá del intento de justificar una guerra ilegal.
El presidente ruso pretende, a la vez, alimentar su versión del nacionalismo ruso moderno de corte étnico presentando a Rusia como un país rodeado de enemigos que solo puede salir victorioso si hace valer el lugar que ocupa en el mundo como superpotencia. Y la alusión al nazismo contiene todos los elementos necesarios para azuzar el anhelo neoimperialista de Putin.
En su discurso del 24 de febrero, justo antes de la invasión a Ucrania, el mandatario hizo este llamamiento a los ciudadanos: “¡Queridos camaradas! Sus padres, abuelos, bisabuelos no lucharon contra los nazis ni defendieron nuestra patria común para que los neonazis de hoy tomaran el poder en Ucrania”. La frase condensa en menos de 30 palabras la visión de lo que el historiador José María Faraldo, autor de El nacionalismo ruso moderno (Báltica Editorial, 2020), considera elementos claves del neo-impeiralismo de Putin: el victimismo, la exaltación de Rusia como una superpotencia y el nacionalismo de corte etnicista.
En primer lugar, con el llamamiento a combatir a los neonazis, Putin apela al gran padecimiento de la Unión Soviética frente a la Alemania nazi, que provocó la muerte de entre 22 y 29 de millones de personas. Al mismo tiempo, exalta la Gran Guerra Patriótica -nombre con el que en Rusia se conoce a la II Guerra Mundial - que logró frenar el avance de Adolf Hitler, mito fundamental de la Unión Soviética, y que le ayuda a presentar a Rusia como una superpotencia mundial. Y, por último, alude a los lazos familiares - padres, abuelos y bisabuelos - en línea con su visión nacionalista etnicista, que solo considera a los auténticos rusos - no a todos los ciudadanos de las antiguas repúblicas soviéticas - vivan o no en el país.
“Es un discurso muy potente, muy enraizado en la población, y Putin ha conseguido relacionar el neo-imperialismo de la gran potencia que desea con la idea de que se fundamenta en un sacrificio enorme del pueblo ruso, como si no hubiera habido ningún otro pueblo soviético que hubiera luchado contra los nazis, como los ucranios, los bielorrusos o los kazajos”, sostiene Faraldo.
Rusofobia
Pero, además, el recurso al nazismo ayuda también a Putin a profundizar en su idea de rusofobia cuando acusa a Occidente de apoyar al Gobierno neonazi de Ucrania. Es lo que el politólogo británico de origen ucranio Taras Kuzio ha denominado “complejo de Weimar”, es decir, la victimización de Rusia como un país cercado y amenazado por potencias hostiles que podría llegar a desintegrarse, como le ocurrió a la Unión Soviética.
El mandatario fue muy elocuente en este aspecto en su discurso del 16 de marzo, cuando afirmó: “Quiero ser lo más directo posible: el discurso hipócrita y las recientes acciones del supuesto Occidente colectivo esconden intenciones geopolíticas hostiles. No soportan -simplemente no soportan - que Rusia sea fuerte y soberana, y no nos perdonarán por nuestra política independiente o por defender nuestros intereses nacionales”. Y añadió: “Al igual que en la década de 1990 y a principios de la de 2000, quieren intentar acabar con nosotros. (…) Fracasaron entonces, y fracasarán esta vez”.
“Ese discurso victimista de que los rusos llevan siglos siendo perseguidos, de que siempre están rodeados de enemigos, que nadie los quiere y que es mejor que los teman antes de que los quieran, ha sido promovido conscientemente por Putin durante todos estos años”, añade Faraldo.
Frente a esa hostilidad, la defensa de Rusia es “reivindicar su papel como superpotencia mundial”, lo que le permite responder a “los traumas de identidad de la población rusa, como la humillación por la desaparición de la Unión Soviética o el lastre de oligarcas y políticos corruptos como Boris Yeltsin”, analiza Eric Pardo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Deusto y experto en Rusia y Ucrania.
Y, en última instancia, la defensa de la población rusa de Ucrania frente a los ataques nazis alude a la idea del “RUSSKI MIR o mundo ruso, que va más allá de lo que es Rusia”, continúa Faraldo.
“Son los rusófonos o personas que hablan ruso o están relacionadas con la cultura rusa, que se encuentran en cualquier parte del mundo y a los que el Estado ruso protegerá”.
Es lo que el historiador describe como un “sovietismo rusificado al que apelan los nacionalistas rusófonos fuera de Rusia, el mismo que ha impulsado las violencias en las fronteras, sea en Ucrania, Georgia o Transnitria”.
Patricia R. Blanco
Periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en dos grandes temas contemporáneos: Desinformación y Mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.
Madrid. 28 de marzo de 2022
Así construye Putin el discurso victimista de una Rusia rodeada por nazis y rusófobos
El jefe del Kremlin alimenta con su retórica el nacionalismo moderno de corte étnico y presenta al país como una superpotencia enfrentada a múltiples enemigos
La insistente retórica de Vladímir Putin sobre su supuesto objetivo de “desnazificar” Ucrania y proteger a la población prorrusa con la invasión del país potencia una narrativa que va mucho más allá del intento de justificar una guerra ilegal.
El presidente ruso pretende, a la vez, alimentar su versión del nacionalismo ruso moderno de corte étnico presentando a Rusia como un país rodeado de enemigos que solo puede salir victorioso si hace valer el lugar que ocupa en el mundo como superpotencia. Y la alusión al nazismo contiene todos los elementos necesarios para azuzar el anhelo neoimperialista de Putin.
En su discurso del 24 de febrero, justo antes de la invasión a Ucrania, el mandatario hizo este llamamiento a los ciudadanos: “¡Queridos camaradas! Sus padres, abuelos, bisabuelos no lucharon contra los nazis ni defendieron nuestra patria común para que los neonazis de hoy tomaran el poder en Ucrania”. La frase condensa en menos de 30 palabras la visión de lo que el historiador José María Faraldo, autor de El nacionalismo ruso moderno (Báltica Editorial, 2020), considera elementos claves del neo-impeiralismo de Putin: el victimismo, la exaltación de Rusia como una superpotencia y el nacionalismo de corte etnicista.
En primer lugar, con el llamamiento a combatir a los neonazis, Putin apela al gran padecimiento de la Unión Soviética frente a la Alemania nazi, que provocó la muerte de entre 22 y 29 de millones de personas. Al mismo tiempo, exalta la Gran Guerra Patriótica -nombre con el que en Rusia se conoce a la II Guerra Mundial - que logró frenar el avance de Adolf Hitler, mito fundamental de la Unión Soviética, y que le ayuda a presentar a Rusia como una superpotencia mundial. Y, por último, alude a los lazos familiares - padres, abuelos y bisabuelos - en línea con su visión nacionalista etnicista, que solo considera a los auténticos rusos - no a todos los ciudadanos de las antiguas repúblicas soviéticas - vivan o no en el país.
“Es un discurso muy potente, muy enraizado en la población, y Putin ha conseguido relacionar el neo-imperialismo de la gran potencia que desea con la idea de que se fundamenta en un sacrificio enorme del pueblo ruso, como si no hubiera habido ningún otro pueblo soviético que hubiera luchado contra los nazis, como los ucranios, los bielorrusos o los kazajos”, sostiene Faraldo.
Rusofobia
Pero, además, el recurso al nazismo ayuda también a Putin a profundizar en su idea de rusofobia cuando acusa a Occidente de apoyar al Gobierno neonazi de Ucrania. Es lo que el politólogo británico de origen ucranio Taras Kuzio ha denominado “complejo de Weimar”, es decir, la victimización de Rusia como un país cercado y amenazado por potencias hostiles que podría llegar a desintegrarse, como le ocurrió a la Unión Soviética.
El mandatario fue muy elocuente en este aspecto en su discurso del 16 de marzo, cuando afirmó: “Quiero ser lo más directo posible: el discurso hipócrita y las recientes acciones del supuesto Occidente colectivo esconden intenciones geopolíticas hostiles. No soportan -simplemente no soportan - que Rusia sea fuerte y soberana, y no nos perdonarán por nuestra política independiente o por defender nuestros intereses nacionales”. Y añadió: “Al igual que en la década de 1990 y a principios de la de 2000, quieren intentar acabar con nosotros. (…) Fracasaron entonces, y fracasarán esta vez”.
“Ese discurso victimista de que los rusos llevan siglos siendo perseguidos, de que siempre están rodeados de enemigos, que nadie los quiere y que es mejor que los teman antes de que los quieran, ha sido promovido conscientemente por Putin durante todos estos años”, añade Faraldo.
Frente a esa hostilidad, la defensa de Rusia es “reivindicar su papel como superpotencia mundial”, lo que le permite responder a “los traumas de identidad de la población rusa, como la humillación por la desaparición de la Unión Soviética o el lastre de oligarcas y políticos corruptos como Boris Yeltsin”, analiza Eric Pardo, profesor de Relaciones Internacionales en la Universidad de Deusto y experto en Rusia y Ucrania.
Y, en última instancia, la defensa de la población rusa de Ucrania frente a los ataques nazis alude a la idea del “RUSSKI MIR o mundo ruso, que va más allá de lo que es Rusia”, continúa Faraldo.
“Son los rusófonos o personas que hablan ruso o están relacionadas con la cultura rusa, que se encuentran en cualquier parte del mundo y a los que el Estado ruso protegerá”.
Es lo que el historiador describe como un “sovietismo rusificado al que apelan los nacionalistas rusófonos fuera de Rusia, el mismo que ha impulsado las violencias en las fronteras, sea en Ucrania, Georgia o Transnitria”.
Patricia R. Blanco
Periodista de EL PAÍS desde 2007, trabaja en la sección de Internacional. Está especializada en dos grandes temas contemporáneos: Desinformación y Mundo árabe y musulmán. Es licenciada en Periodismo con Premio Extraordinario de Licenciatura y máster en Relaciones Internacionales por la Universidad Complutense de Madrid.