Posteado por Eternauta
El ataque que nunca llegó a dar la flota argentina
La flota argentina se acercaba al enemigo a la espera de una oportunidad de ataque que no se dio.
La flota argentina debe regresar
El veterano portaaviones 25 de mayo ARA “25 de Mayo” estuvo cerca, mucho más cerca de lo que generalmente se supo, de protagonizar uno de los ataques aeronavales contra la Task Force británica. Una circunstancia totalmente fortuita se lo impidió, cuando el cuadro de situación de guerra parecía asignarle posibilidades. Después cambió todo. Pero esta historia se remonta al primer día de mayo de 1982, cuando los buques de guerra argentinos avanzaban por el Atlántico sur en dirección al enemigo.
Ese primero de mayo, luego de los bombardeos británicos a Puerto Argentino, se tuvo allí la sensación de que la Fuerza de Intervención británica estaba preparando para hacerlo, por el norte de las islas.
Esa era una de las situaciones favorables que habían sido calculadas por el Estado Naval argentino, sobre la base de que si los británicos se comprometían en un desembarco evidentemente iban a tener que concentrar el máximo de su esfuerzo en esa operación y ello podía colocar a algún buque –o aún a un grupo de buques- en situación de ser atacado.
En base a esa información, el comando de la flota argentina particularizó el máximo de su exploración aérea sobre el Norte del archipiélago, y así fue que, alrededor de las 16 horas, un aparato del “25 de Mayo” detectó por radar a un grupo británico compuesto aproximadamente por 8 buques, un buque grande y siete medianos- lo cual se interpretó como que se trataba de un portaaviones y su grupo de escolta que se hallaba relativamente cerca, alrededor de unas 250 millas (unos 462 Km).
El contralmirante Allara vio en ese grupo un blanco un blanco potencial para los aparatos del portaaviones y dispuso, tras el análisis pertinente, hacia las 20 horas del primero de mayo, que se efectuaría el ataque.
Lamentablemente, dadas las características, tanto de los aparatos como del portaviones, no era posible realizar operaciones nocturnas por lo que el ataque fue planificado para la madrugada del día 2. En ese momento, el contralmirante Allara recibió una comunicación del Almirante Lombardo en el sentido de que debía ocasionarse el mayor daño posible a la formación británica antes de que pudiera alejarse, suponiendo que estuviera efectuando una acción de desembarco, por lo que dio comienzo a la operación de ataque con un grupo compuesto por el portaviones y tres destructores, y un segundo grupo integrado por tres corbetas.
Pero, poco antes de la medianoche se recibió la información de que los británicos no estaban desembarcando y que por lo tanto no estaban “aferrados” en una operación de ese tipo sino que, por el contrario, mantenían toda su libertad de movimiento, lo que cambiaba sustancialmente la posición de los buques de la Flota argentina.
Por otra parte, se produjo un hecho da carácter meteorológico de rara ocurrencia en el Atlántico sur: cesó prácticamente el viento. Lamentablemente, para el despegue de aparatos desde un portaviones, sobre todo con una buena cantidad de bombas, hacía falta bastante más viento del que había.
Se efectuó una evaluación meteorológica y e llegó a la conclusión de que la situación de falta de viento se iba a mantener durante toda la noche y durante todo el día 2 de mayo, lo cual condujo a la suspensión del ataque.
Por supuesto, suspender el ataque implicaba además replegarse hacia aguas menos profundas, ya que carecía de todo sentido quedarse esperando una oportunidad mejor en un área donde los submarinos nucleares tenían toda su capacidad de acción y todas las probabilidades a su favor.
Bajo otro aspecto, deben desvirtuarse las versiones que circularon en Europa de que el portaviones “25 de Mayo” tenía problemas de máquinas, averías en el árbol de la hélice, o que estuvo inmovilizado durante toda la contienda del Atlántico Sur por problemas de calderas.
El problema que tuvo la Flota en general, frente a los submarinos atómicos británicos, fue en primer lugar el de la velocidad del conjunto, que no podía superar los 20 nudos, que era precisamente la velocidad máxima que podía dar el portaviones. Esa fue la razón, asimismo, de que fuera necesario tener bastante viento para poder lanzar los aviones. Un aparato A4-Q como los que llevaba el “25 de Mayo”, cargado de combustibles y especialmente de bombas, necesitaba contar con un viento no inferior a los 35 nudos (65 km/h apr,), producto de la suma de las velocidades del viento en sí y la propia del buque.
Es decir, que el portaaviones estaba en condiciones normales, sin ninguna clase de limitaciones funcionales más que las propias de sus características y de su edad.
Estaba limitado en su capacidad explorativa por la antigüedad de los aviones “Tracker”, no obstante lo cual siempre hubo por lo menos uno sobre cuatro en operatividad, pese a los sacrificios que imponía a las tripulaciones y a los equipos de mantenimiento.
Ello obligó el empleo de aviones comerciales para las operaciones de exploración, ya que la Armada no había podido obtenerlos, en virtud del embargo de armas impuesto por Europa y Estados Unidos.
Lo corrobora el hecho de que la primera detección de la Task Force británica, efectuada a la altura de Brasil, la concretó un Boeing 707 con su radar meteorológico.
Finalmente, en la tarde del 2 de mayo se tuvo la triste noticia del hundimiento del crucero “General Belgrano” por un submarino nuclear británico, el “Conqueror”.
Ello demostró asimismo que la decisión de llevar a la flota de Mar a aguas poco profundas, donde esos sumergibles tenían mayores dificultades operativas, había sido totalmente acertada. Lamentablemente, en l que restaba del conflicto no se le presentaron nuevas oportunidades de poder salir a mar abierto y combatir con posibilidades de éxito.
Tomando asimismo en cuenta partiendo de base terrestres los aviones “Tracker” de rastreo, podían extender casi el doble su radio de acción, y que los cazabombarderos A4-Q podían llevar mayor carga útil de combustible y bombas, el contralmirante Allara dispuso que fueran desembarcados. Como consecuencia, la presencia del portaviones en aguas que eventualmente podían ser peligrosas, resultaba completamente superflúa, por lo que fue enviado a puerto, donde quedó hasta el fin del conflicto.
Las limitaciones de nuestros buques de superficie
“El día 6 de abril llegamos a Puerto Belgrano, de regreso de las Malvinas, donde habíamos desembarcado las tropas que ocuparon las islas, quedando de la Fuerza de Tarea que había ejecutado la operación solamente una corbeta para tareas de patrullaje y reconocimiento naval en ese teatro de operaciones. Los buques restantes, de acuerdo a las órdenes que se impartieron, habían regresado a Puerto Belgrano en forma individual, lo que les acordaba un mejor aprovechamiento de su velocidad y la consiguiente rapidez de realistamiento para eventuales combates, tras su llegada a puerto.”
Con esas palabras, el contralmirante Walter O. Allara, comandante de la Fuerza de Tareas Anfibia 40, recordó la fase final de la operación por la que fueron rescatadas las islas agregando que, a su arribo a la base mencionada, lo aguardaban órdenes del almirante Lombardo por las que se le instruía que debía proceder a elaborar los planes necesarios para la defensa de las islas.
En eso planes, no sólo participaban el Comando de Operaciones Navales, que estaba a cargo del almirante Lombardo, sino los otros tres componentes: (la Flota,la Aviación y la Infantería de Marina, planes que por otra parte, estuvieron completados para el día 13 de abril.
“Ya a esa altura de los acontecimientos se tiene conocimiento de la reacción británica”, acotó el contralmirante Allara, “y si bien hubo un breve período de negociaciones que nosotros aprovechamos para continuar con el alistamiento de nuestras fuerzas, y los británicos para hacer más efectiva su presencia en el área.”
Pero durante ese período de negociaciones y palinificación de la defensa del archipiélago, surgieron claramente las limitaciones que se presentaba la armada argentina para enfrentar a la británica en el mar, habida cuenta de la diferencia de medios que, por otra parte, los planificadores navales argentinos conocían perfectamente.
“Tanto fue así”, agregó el contralmirante Allara, “que en los planes de operaciones que el almirante Lombardo entregó al general Menéndez para la defensa de las islas, se especificaba claramente que no iba a contar con apoyo naval.”
En realidad, no había ninguna posibilidad de prestar apoyo permanente y efectivo con la presencia de la Task Force en el área, y ellos llevó a descartar un enfrentamiento directo con la flota británica ya que no le quedaba a la argentina ninguna probabilidad de obtener algún resultado.
Sin embargo, ello condujo a la búsqueda de oportunidades para infligir el castigo más duro posible a los británicos.
Ese fue el criterio adoptado por el contralmirante Allara, en su carácter de comandante de la Flota de Mar, criterio que fue compartido por el almirante Lombardo y aún por la Junta Militar gobernante, ya que era en realidad lo único que se podía hacer.
Consecuentemente, el contralmirante Allara dispuso la subdivisión de la Flota en tres grupos, que cubrieran en una especie de gran arco la aproximación a las islas con miras a usufructuar la oportunidad de que alguna unidad británica se separa de su formación, o bien, que ante la necesidad de ejecutar alguna clase de operación quedaran buques aislados a los cuales se pudiera atacar.
Esa limitación a la que se ha aludido residía principalmente en la amenaza submarina, y el Comando de la Flota de Mar había calculado, a ese respecto, que los británicos podían poner en el área de operaciones de tres a cuatro submarinos nucleares y de uno a dos sumergibles convencionales.
Aún tomando lo más favorable de esos cálculos, quedaban siempre tres submarinos nucleares y uno convencional, y ellos anulaba prácticamente las posibilidades de acceso a las islas para los barcos argentinos.
La explicación es bien simple. Los submarinos nucleares desarrollan, sumergidos, velocidades de 30 nudos (56 kilómetros apr.) por hora o más, pero 30 nudos mínimo, con seguridad. La velocidad que podía desarrollar la Flota de Mar Argentina navegando en conjunto –aún cuando había buques que sobrepasaban esa velocidad- apenas alcanzaba los 20 nudos (37 Km/h), lo que equivale a decir que había un cincuenta por ciento más de velocidad a favor de los sumergibles nucleares.
Ello implicaba directamente que cualquier grupo de tareas argentino que intentara aproximarse a las islas iba a ser, con seguridad, interceptado por un submarino atómico inglés.
Los buques de la Flota de Mar, en general, estaban dotados de “medios razonables” para la defensa contra submarinos convencionales, pero no tenían ningún elemento defensivo eficaz contra los submarinos nucleares.
“Es necesario enfatizar ese detalle” , volvió a acotar el contralmirante Allara, “Por la existencia de comentarios efectuados con ligereza, bajo los cuales toda la situación ha sido mal considerada”.
“La flota de Mar”, prosiguió, “podría haber marchado hacia su gran holocausto. Eso lo podríamos haber hecho, pero no hubiera servido para nada. Aunque hoy, a la distancia, pueda parecer melodramático y quizá hasta poco serio, se puede asegurar no obstante que la gente de la Flota de Mar estaba motivada como para hacerlo. Pero no habría tenido ningún sentido”.
Para esa altura, el Comando de Operaciones navales tenía la sospecha prácticamente la certeza de que los británicos disponían de información por satélite sobre los movimientos de los buques argentinos, hecho que se confirmó en los últimos días de abril, con el agregado de que, para esos días, ya se habían colocado en órbita satélites adicionales para cubrir completamente el área. El día 3 de mayo, el Comando en jefe de la Armada confirmó por medios propios, a la Flota de mar, que esa suposición era totalmente cierta. Esa capacidad, única a la velocidad de los submarinos nucleares, daba a los británicos la posibilidad real de ubicar en forma permanente a los buques de la Flota, y de interceptarlos.
De los tres grupos en que el contralmirante Allara había dividido la Flota, dos operaban al Norte del archipiélago malvinense y el tercero al Sur, este último integrado por el crucero ARA General Belgrano y dos destructores, desplegados en posiciones de espera y atentos al desarrollo de los acontecimientos.
El día primero de mayo comenzaron los bombardeos británicos sobre puerto Argentino, que marcaron el fracaso de las negociaciones políticas y el comienzo real de las hostilidades, hecho que ya había sido previsto.
Los aviones “Tracker” con base en el portaaviones “25 de Mayo” realizaron vuelos de exploración, complementados con otros que efectuaban aparatos con bases en tierra.