Inmortalidad del destino
La sangre del Capitán Giachino inmortalizó su camino de héroe en el mismo momento en el que la bandera argentina, flameando bajo el cielo de Malvinas, inmortalizó aquel 2 de abril de 1982 en nuestros corazones, junto al deseo irrenunciable de volver a recuperar este suelo, legítimamente soberano.
SÁBADO 15, ABRIL 2023
En 1982 el Suboficial Mayor VGM (RE) Jesús Pereyra, “el Brujo”, era Cabo Principal enfermero, estaba destinado en la Agrupación Comandos Anfibios desde hacía cinco años y, con un poco más de experiencia en navegación que el resto de sus compañeros, había trincado el material a su cargo para preservarlo de las posibles consecuencias que un temporal de la magnitud del que los esperaba.
Ató su kayak en la toldilla del destructor ARA “Santísima Trinidad”, atrás, donde estaba el tira bombas, lo que lo mantuvo a salvo; mientras que al otro kayak lo dejaron en la cubierta, por lo que se inundó y destrozó con los rolidos del barco. Faltaban pocas horas para el desembarco en las Islas Malvinas.
La tormenta había dejado saldos de destrozos irreparables, entre ellos el kayak de una de las dos dotaciones de comandos anfibios que harían la primera aproximación a la playa; por lo que, el Brujo recibió la orden de entregar su kayak sano a la otra dotación: “Me sacaron el caballo”, dijo con lágrimas en los ojos.
“Estaba el Capitán Giachino trabajando arduamente porque le habían cambiado la orden de operaciones; yo llegué a él y le pregunté por qué no iba yo en el kayak, que ese era mi kayak, y que por qué tenía que ir otra gente… Me miró, y con la mirada me dijo todo… y me fui despacito”. Así fue que tomaron el kayak del Brujo y él pasó a integrar la seguridad en el bote Nº 2, dándole apoyo al kayak.
En la previa del desembarco el sentimiento general era el mismo en todos los hombres. “Teníamos la cabeza puesta en el equipo, en la gente que teníamos a cargo, en el armamento, en la secuencia para dejar bien perfilados los botes y el material. Cada dotación ultimaba detalles”, recuerda el Brujo que a último momento tuvo que hacerse a la idea del cambio de planes de su rol en la misión que estaban por emprender.
Finalmente salió la vanguardia, dos botes con el kayak. Una radio uruguaya anunciaba la operación como si fuera un partido de fútbol. Se sabía que el factor sorpresa se había perdido. “Bajamos los botes con mucho trabajo por el oleaje y jugamos con las olas para poder avanzar. Lo único que importaba era la misión”. Próximos a la costa comenzaron a aflorar algas, por lo que buscaron una playa alternativa casi a 600 metros del objetivo inicial.
Como los botes y el buque no tenían ningún tipo de comunicación entre ellos, el jefe – el entonces Teniente de Corbeta I.M. Bernardo Schweizer – ordenó regresar para avisar el nuevo lugar del desembarco.
Quiso el destino que fuera el Brujo quien volviera solo en el bote para indicar el punto exacto en la playa. La oscuridad, el viento y el miedo de quedarse sin combustible no le impidieron llegar; su señal con la linterna fue respondida desde el buque con una luz infrarroja.
“Pedí combustible al llegar, pero me dieron la orden de que subiera”. “Tenía bronca, mucha bronca”, “Me senté contra un mamparo y me arranqué el traje de goma”. El sedante que le aplicaron para calmarlo lo mantuvo tranquilo sólo unas horas.
En tierra, en la casa del Gobernador, las balas británicas alcanzaban al Capitán de Corbeta I.M. Pedro Edgardo Giachino y al Teniente de Fragata Diego García Quiroga, que iba detrás de él. Giachino llamó al Cabo Segundo enfermero Ernesto Urbina, pero éste también había sido abatido. Era el Brujo el que hubiera tenido que estar ahí, de haber tenido su kayak.
Ya en el suelo y anticipándose a la posible pérdida de conocimiento, Giachino tomó la correa de sus binoculares y ató la granada sin seguro que empuñaba desde que inició el asalto para que no explote, evitando la muerte de todos en la casa. Ya estaba bañado en sangre.
Su respiración entonaba un leve gemido, mientras un dolor feroz le ganaba la consciencia. Pensó si la muerte sería así, si finalmente se cumpliría su profética molestia por no tener a bordo del “Santísima Trinidad” una cámara de fotos para registrar lo que él llamó “la última cena” con sus muchachos.
En el puente de comando del ARA “Santísima Trinidad” se escuchaba en la radio acerca de todos los acontecimientos, se podía escuchar el fragor del combate y ya se había anunciado que había tres heridos. “Bien de polizón, según las indicaciones del piloto, me subí al helicóptero, y cuando llegamos a Malvinas todavía se sentía el olor a pólvora”, recordó el Brujo.
“No coordinábamos las ideas de todo lo que estaba pasando”, “Nos costaba creer que estábamos en Malvinas, nos costaba creer todo lo que había pasado, nos costaba creer los heridos, y en medio de todo esto, una formación para izar la bandera. Fue un broche de oro para todos”.
A las 7:15, en el cuartel de los Royal Marines los buzos tácticos arriaban del mástil la bandera británica y el Capitán de Corbeta I.M. Guillermo Sánchez Sabarots junto al Suboficial Mayor I.M. Guillermo Rodríguez, izaban la nuestra.
El Capitán Giachino, ya adormecido, alcanza a escuchar vehículos que llegan a la casa del Gobernador, en uno de ellos lo llevarían al hospital donde minutos después se convertiría en el primer caído deL Conflicto del Atlántico Sur, nuestro primer héroe de una guerra que estaba comenzando.
La sangre del Capitán Giachino inmortalizó su camino de héroe en el mismo momento en el que la bandera argentina, flameando bajo el cielo de Malvinas, inmortalizó aquel 2 de abril de 1982 en nuestros corazones, junto al deseo irrenunciable de volver a recuperar este suelo, legítimamente soberano.
Créditos: Gaceta Marinera Digital