Redadas
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@nsanzo ⋅ 13/10/2024
“Zelensky ultima la creación de un Ministerio de la Unidad para salvar a Ucrania del desastre demográfico”, titulaba esta semana
El País en un artículo que trataba las medidas “urgentes” que el Gobierno ucraniano pretende aplicar para paliar la grave situación demográfica que sufre el país. Como ya se ha repetido en anteriores ocasiones, la cuestión es común a Rusia y Ucrania y tiene un mismo origen: la disolución de la Unión Soviética y la pérdida de población que se produjo durante la década siguiente. La situación no es nueva y era perfectamente conocida para la prensa, la población y la clase política, que ha preferido escudarse tras los perpetuos aplazamientos del tan retrasado censo. Mantener la ficción de que el país mantenía una población de más de cuarenta millones dependía de ello. Ahora, con el éxodo que se produjo tras la invasión rusa, Ucrania puede escudarse en la guerra para justificar la pérdida de población y poner en marcha medidas que busquen recuperar a quienes han abandonado el país desde 2022. El presidente ucraniano no se cansa de definir el retorno de la población -entre la que incluye también a miembros de la diáspora, descendientes de ucranianos que hayan nacido en otros países- como la riqueza del futuro, la garantía de que, cuando llegue la paz, Ucrania no solo podrá reconstruirse, sino convertirse en un país próspero y moderno.
Pero esas exageradas promesas tienen poco que ver con los motivos por los que Kiev intenta convencer a sus aliados de que favorezcan el retorno “voluntario” de la población que ahora mismo reside como refugiada en los países europeos. En momentos de sinceridad, tanto Zelensky como su entorno han admitido que precisan de ese retorno por dos motivos claros: las personas capaces de luchar deben estar disponibles para luchar en el frente, mientras que el resto de la población ha de regresar para colaborar en el esfuerzo bélico por medio del trabajo y del pago de impuestos. La población se convierte así en un activo que simplemente actúa como peón en una situación que está completamente fuera de su control. Ucrania ha pospuesto
sine die las elecciones presidenciales, legislativas y locales, por lo que se ha eliminado toda forma de participación de la ciudadanía en la toma de decisiones, que se limita aún más en el caso de los hombres en edad, y aparentemente obligación, de combatir.
Hace muchos meses que los intentos masivos de huir del país, acciones contra las oficinas de reclutamiento y la evasión de la movilización son regularmente admitidas por medios de comunicación abiertamente proucranianos. Al desgaste de la guerra y las bajas causadas en estos dos años -siempre ocultadas por parte del Gobierno con la connivencia de la prensa, que hasta hace escasas semanas ni siquiera ha hecho preguntas- hay que sumar la necesidad de eximir a ciertas profesiones del reclutamiento. Ucrania aspira a ampliar el número de efectivos de los que disponen las Fuerzas Armadas, pero sin olvidar el intento de reanudar la producción militar a gran escala. En el pasado, la patronal ha exigido al Gobierno eximir oficialmente de la movilización a los trabajadores de esas fábricas, ya que el temor a ser reclutados forzosamente al acudir a su puesto de trabajo hacía que muchos hombres no se presentaran al trabajo. Las autoridades ucranianas parecen haber comprendido el problema y esas quejas de los empresarios no se han repetido.
Sin embargo, las necesidades de movilización no descienden sino que aumentan. El Gobierno de Zelensky esperaba lograr un gran objetivo estratégico con su ataque a Kursk y que el permiso para utilizar armamento occidental en Rusia acelerara el proceso para llegar al momento en el que pudiera dictar a Moscú los términos de la rendición. Nada de eso ha ocurrido y la situación para las tropas de Kiev se ha complicado en Donbass, donde las bajas siguen siendo un misterio, pero la intensidad de la batalla sugiere que han de ser elevadas. Prueba fehaciente de las dificultades de Ucrania para reponer sus filas es el cada vez más público reclutamiento forzoso. Los intentos de esquivar la movilización por la fuerza no son masivos, pero sí lo suficientemente peligrosos como para que algunas oficinas hayan recibido el permiso de disparar a matar en caso de que los agentes del reclutamiento se sientan en peligro.
Las dificultades para captar soldados se pusieron de manifiesto el viernes por la noche, cuando las autoridades ucranianas realizaron redadas masivas en diferentes lugares del país, especialmente en la capital. Desde el 24 de febrero de 2022, cada acto de normalidad ha sido presentado por los medios como una épica muestra del coraje ucraniano. Se ha dado heroicidad a las fiestas que siguen celebrándose cada fin de semana en Odessa o a que los restaurantes de alto nivel de Kiev sigan llenos a diario. Lo mismo ocurre con los conciertos, un signo de normalidad que es también una oportunidad para las autoridades, conscientes de que las grandes acumulaciones de personas no son tan habituales.
La redada del viernes en un concierto en la capital del país no ha sido la única acción de estas características que se ha realizado en Ucrania. Los agentes ya se presentaron el día en el que se celebraba un pequeño acto del Orgullo LGTBI. Para regocijo de miembros de la extrema derecha como Maksym Zhoryn, que se mofaba comentando “¿no quieren igualdad?”, las autoridades identificaron con facilidad a todo un grupo de personas aprovechándose de que las personas asistentes se creían protegidas por el Estado, especialmente interesado en mostrarse moderno, europeo y tolerante. Ni la organización ni quienes participaron en el acto esperaban tener que enfrentarse, no solo a la extrema derecha, que ya había anunciado una contramanifestación, sino también a los agentes del reclutamiento.
Lo distintivo de la redada del viernes, durante la que los agentes captaron forzosamente a varias personas que fueron transportadas en furgonetas y se produjeron enfrentamientos, es que se trataba del concierto de Okean Elzy, la banda del diputado Vyacheslav Vakarchuk, una persona muy conocida tanto en el ámbito político como en el cultural. Al igual que Zelensky, Vakarchuk, que emergió en la escena política en el mismo momento que el actual presidente, debía revolucionar el estilo ucraniano para convertir el país en el paraíso liberal al que ambas figuras aspiran. Su partido, Golos, debía ser el faro centrista que guiara a la política ucraniana hacia la equiparación con la europea, dejando atrás los partidos personalistas que habían marcado las tres décadas anteriores. Con los postulados del Fondo Monetario Internacional como principal ideario económico y el atlantismo como única convicción internacional, el protagonismo de Vakarchuk quedó completamente eclipsado por el ascenso de Zelensky y el político y cantante no ha sabido tampoco reinventarse durante la guerra como sí lo han hecho personas como Serhiy Sternenko, que ha conseguido crearse a sí mismo el personaje de activista con aspiración a convertirse en
think-tanker. Poco queda del Vakarchuk del que Francis Fukuyama afirmaba que debía ser presidente de Ucrania.
Como una figura social y culturalmente importante, perteneciente a una familia influyente y cuyo padre fue ministro del Gobierno de Yuschenko, se esperaba de Vakarchuk, cuando menos, una declaración sobre los incidentes que se produjeron a raíz de su concierto, donde varias personas fueron forzosamente trasladadas a las oficinas de reclutamiento. Las redes sociales del grupo se han llenado de mensajes condenando el silencio del cantante, que ha evitado realizar comentarios. Favorable a continuar la guerra hasta la victoria final, Vakarchuk no puede permitirse criticar la movilización, ni siquiera aquella realizada por la fuerza, ni tampoco manifestarse públicamente del lado de las autoridades a costa de sus seguidores.
Frente al cobarde silencio de Vakarchuk, quienes defienden una movilización aún más dura vuelven a regocijarse. “La movilización justa es exactamente así: cuando se coge a la gente no solo de los pueblos y ciudades pequeñas, sino también de las grandes ciudades en las que gente va a conciertos y restaurantes”, escribió ayer Maksym Zhoryn comentando un vídeo en el que un joven intenta deshacerse de los agentes de policía que tratan de introducirle en un vehículo. Zhoryn, comandante adjunto de la Tercera Brigada de Asalto y un hombre muy cercano a Andriy Biletsky utiliza así el lenguaje contrario a las élites tan habitual en la extrema derecha, cuya preocupación no es la población, sino simplemente disponer de la suficiente carne de cañón para seguir adelante con su proyecto. También en esto, la postura de la extrema derecha se confunde con la del Estado.