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LA HISTORIA EN UNA FOTO
Malvinas, entre noches y neblinas
Otro aniversario luctuoso se recuerda estos días: el 2 de abril de 1982, un fervor que duro poco. La dictadura militar se embarcaba en una "gesta patriótica" que terminó en una cruenta derrota.
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Felipe Pigna HISTORIADOR.
Millones de argentinos despertamos el 2 de abril de 1982 con la inusual música folklórica que emitían sin excepción las radios manejadas férreamente por los genocidas en el poder. A los poco habituales huaynos y carnavalitos, les sucedieron marciales marchas y comunicados oficiales que anunciaban que habíamos "recuperado a la hermanita perdida", sólo 72 horas después de una violenta represión contra los trabajadores que protestaban en la Plaza de Mayo contra la política de hambre de Galtieri y su ministro de Economía, Roberto Alemann.
El plan de ocupación de Malvinas estaba previsto para mediados de 1982, pero el agravamiento de las condiciones políticas y económicas llevó a los usurpadores del poder a adelantar la operación, con la consecuente improvisación. La dictadura militar comenzaba a hacer agua y necesitaba apoyos internos para mantenerse en el poder y analizó erróneamente la situación internacional. Luego de mantener muy malas relaciones con Estados Unidos durante la presidencia de James Carter (1976-1980), por su política de derechos humanos, y recibir duras sanciones como el bloqueo a la venta de armas, el gobierno argentino se alineó incondicionalmente al país del norte con la llegada del derechista Ronald Reagan a la presidencia, que soñaba con una tercera guerra mundial contra el comunismo, retomando los principios de la Doctrina de la Seguridad Nacional.
En este marco se produjo la participación del Ejército argentino en El Salvador, reprimiendo a la guerrilla y en Nicaragua, apoyando a los "contras" que luchaban contra el gobierno del Frente Sandinista de Liberación Nacional. Estos compromisos -más algunos mensajes favorables de la administración Reagan, que definió a Galtieri como un "general majestuoso"- hicieron creer a los militares argentinos que era el momento de realizar una demostración de fuerza para señalarle a Reagan cuál era el país más poderoso de la región. Galtieri parecía vivir su hora de gloria y cumplir así el verdadero objetivo del desembarco en las islas: conseguir algo de popularidad hacia su debilitado gobierno para quedarse en el poder.
El mismo 2 de abril, incentivadas por una feroz campaña de los medios masivos de comunicación, miles de personas se concentraron en la Plaza de Mayo para apoyar la operación militar. La mayor parte del arco político nacional apoyó a Galtieri, quien en medio de los vapores alcohólicos no salía de su asombro. La reacción inglesa fue inmediata: el 3 de abril, Margaret Thatcher anunció el envío de una poderosa flota. La Dama de Hierro de Gran Bretaña vio en la guerra la oportunidad para aumentar su popularidad en medio de las medidas económicas antipopulares que venía adoptando desde 1979. La recuperación de las islas por la "democrática Gran Bretaña", ocupadas por la fuerza por una "sangrienta dictadura militar", fue la consigna no sólo para unir a los ingleses sino también a casi toda Europa, en contra del gobierno de Galtieri.
El Gobierno lanzó una campaña de recolección de donaciones teóricamente destinada a los soldados: el Fondo Patriótico creado por Galtieri mediante el decreto 753, del 15 de abril de 1982. Se recibieron 1.119 donaciones por un total de 54 millones de dólares. Según admitió el administrador de la guerra, ese dinero equivalió a casi el doble de lo que demandó la movilización de las tropas a las islas: 29 millones (1).
La mayoría de los anillos, chocolates, abrigos y víveres jamás llegó a sus destinatarios. Los soldados argentinos padecieron, antes de la llegada de los ingleses, por el hambre, el frío y el maltrato de sus superiores.
El 30 de abril, el presidente Reagan anunció formalmente el apoyo de los EE.UU. a Gran Bretaña. Esto fue un duro golpe para el gobierno militar argentino, que pensó que la superpotencia se mantendría neutral por tratarse de dos "países amigos". El 1º de mayo, Gran Bretaña inició los bombardeos a Puerto Argentino, capital de las islas.
Dos días más tarde se produjo el hundimiento del crucero General Belgrano, que se encontraba fuera del área de exclusión fijada por los propios británicos, con un saldo de 368 muertos, decenas de desaparecidos y heridos. La aviación argentina respondió hundiendo barcos ingleses, mostrando un gran profesionalismo.
Todas las negociaciones habían fracasado. El gobierno ocultaba la información, los comunicados eran invariablemente triunfalistas. Pero ignorando el "Seguimos ganando", los ingleses desembarcaron en Malvinas el 15 de mayo y comenzaron su imparable avance hacia Puerto Argentino.
Allí, 10.000 efectivos, en su mayoría jóvenes de 18 años, esperaban mal alimentados y peor equipados, al ejército profesional británico apoyado por la tecnología estadounidense.
El 11 de junio llegó a la Argentina el papa Juan Pablo II. Lo recibió una multitud al grito de "queremos la paz". A pesar de la orden de Galtieri de combatir hasta perder las dos terceras partes de los efectivos, el 14 de junio se firmó la rendición. La noticia, emitida en medio de un partido del Mundial de España, provocó la indignación de una población engañada con la campaña triunfalista del gobierno. Luego de unos días de incertidumbre e incidentes en las calles, Galtieri debió renunciar. Al cabo de algunas disputas dentro de las Fuerzas Armadas, asumió el general Reynaldo Benito Bignone, quien de inmediato convocó a elecciones, aunque sin precisar la fecha de las mismas.
Antes de la guerra, las islas vivían haciéndole honor al nombre español de una de ellas, en absoluta Soledad. Su contacto más estrecho y directo era con Argentina y las relaciones sociales, políticas y humanas estaban, por razones geográficas y de la lógica, más cerca de Buenos Aires que de Londres.
La rubia Albión había vivido sin ellas, ignorándolas y acordándose de las "Malvinas" sólo para ratificar su política colonialista e intransigente cuando algún "argie" levantaba su voz en defensa de nuestros derechos históricos sobre las islas.
Pude visitar Malvinas en 2006. Allí siguen doliendo los restos del combate que no paran de denunciar la precariedad, la indefensión de nuestros chicos de la guerra, la disparidad brutal de fuerzas y el coraje y el heroísmo que nos recuerda al Mío Cid y su "qué buen vasallo sería si buen señor tuviera".
Entre algunas verdades, algunas gansadas y siempre mezclando gordura con hinchazón…
Hay un gran monumento en Stanley- Puerto Argentino, o al revés, a la victoria, a nuestra derrota. Aquella victoria de la Thatcher, que ganó unas elecciones que tenía perdidas; de los Estados Unidos, que acompañó calurosamente a sus aliados de siempre; del Chile de Pinochet que brindó un apoyo invalorable a la Dama de Hierro.
La guerra salvó a las islas, pasaron de la Soledad a la prosperidad, llovieron los recursos, los servicios, las armas. "Tendríamos que hacerle un monumento a Galtieri" se oye decir a los kelpers.
Frase terrible que nos recuerda -esperemos- a aquel país que, desoyendo las lecciones de la historia, confió su suerte a aquellos "salvadores de la patria", a aquella Junta de comandantes que sólo estaban preparados para ordenar apuntar sus armas y sus "inteligencias" contra sus propios compatriotas. Vale la pena recordar, para que no siga siendo cierta la frase grabada en mármol en las tumbas de nuestros muchachos en el cementerio de Darwin: "Soldado argentino sólo conocido por Dios".
(1) Pablo Calvo, "El oro de Malvinas: cómo se esfumó la mayor colecta de la historia argentina", Clarín, 2 de abril de 2005.
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