Raúl Montero salió a la terraza de su casa en Vicente Lopez y contempló los jardines con placer. Una brisa suave agitaba los árboles y el aroma de flores perfumaba el aire. Más allá, el Río de la Plata brillaba bajo la luz del atardecer.
Su madre y Mercedes estaban sentadas junto a una fuente en la terraza y la niña lo vio primero. Lanzó una exclamación de placer y corrió a su encuentro con los brazos extendidos. Vestía pantalones de montar y un chándal amarillo, y llevaba el cabello recogido con una cinta.
- ¡Papá, qué sorpresa! ¡Qué sorpresa!
Él la estrechó con fuerza y ella sonrió. Orgullosa.
-Te vi por televisión, cuando estabas en Río gallegos con Lami Dozo. Todas las chicas del colegio te vieron.
- Ah, ¿sí?
- Y vimos los aviones en el Valle de la muerte y yo sabía que estabas en uno de ellos.
- ¿El Valle de la Muerte? ¿Qué sabes de eso?
- ¿No es así como llaman los pilotos al lugar donde atacan a la flota inglesa? Dos chicas de mi clase han perdido a sus hermanos allí. – Lo abrazó nuevamente -. ¡Qué suerte que estés a salvo! ¿ Volverás para allá?
- A Gallegos, no, pero salgo para Francia mañana temprano.
- Tenía clase de equitación, pero voy a cancelarla – dijo Mercedes.
- Nada de eso – dijo doña Elena -. Tu padre estará aquí cuando vuelvas.
Mercedes se volvió hacia él.
- ¿Lo prometes?
- Palabra de honor.
Se alejó corriendo. Montero se volvió y tomó las manos de su madre.
- Madre – dijo formalmente, besándole las manos -, me alegro de verte.
Ella contempló su rostro demacrado, los ojos angustiados.
- Por Dios – susurró -, ¿qué te han hecho?
Era por naturaleza una persona sumamente controlada, que había aprendido muchos años antes que jamás debía expresar excesiva emoción. Por eso, la relación entre ambos siempre había sido muy formal. Pero, en ese momento dejó de lado todo protocolo, se puso de pie de un salto y lo abrazó.
- Es bueno que estés de vuelta sano y salvo, Raúl. Muy bueno.
- Mamá...
- No usaba esa palabra desde la infancia, y sintió que sus ojos se humedecían de cálidas lágrimas.
- Siéntate. Cuéntame.
Él encendió un cigarrillo y se tendió en el césped, completamente relajado.
- ¡Qué bien se está aquí!
- De modo que no vuelves al sur.
- No.
- Hay que agradecérselo a la Virgen. Pilotar aviones a tu edad. Qué tontería, Raúl. Es un milagro que hayas vuelto.
- Pensándolo bien – dijo Montero -, yo también debería encenderle un par de velas a algún santo.
- ¿A algún santo o a santa Gabrielle? – Él frunció el ceño, pero ella prosiguió -: Dame un cigarrillo. No soy tonta. Tres veces te ha visto por televisión, volando en ese Skyhawk. Es imposible no ver la inscripción en la carlinga. ¿Quién es, Raúl?
- La mujer que amo – dijo llanamente, empleando los mismos términos con que había respondido a Lami Dozo.
- Háblame de ella.
Montero se puso de pie y comenzó a describirla mientras paseaba por la terraza.
- Parece una chica extraordinaria.
- Te quedas corta – dijo Montero -. Es el ser humano más excepcional que he conocido. Al menos para mí. Me enamoré perdidamente, a primera vista. No sólo por su belleza, asombrosa de por sí; tiene una alegría que trasciende la pasión física.
Rió en voz alta y las arrugas desaparecieron de su rostro. Ya no estaba cansado.
- Es maravillosa en todos los sentidos, mamá. Siempre esperé en lo más íntimo que la vida me brindaría algo especial, y ahora se ha cumplido.
Elena Llorca de Montero tomó aliento.
- Bueno, no hay nada más que decir. Supongo que me la presentarás cuando lo consideres oportuno. Ahora cuéntame por qué viajas a Francia.
- Lo siento, pero es confidencial. Sólo puedo decirte que Galtieri me lo pidió en nombre de lo que él llama la causa. Cree que, si tengo éxito, podemos ganar la guerra.
- ¿Podemos ganar?
- El que crea eso es un ingenuo. La causa... –Fue hasta el borde de la terraza y miró hacia el río -. Hemos perdido ya la mitad de nuestros pilotos, mamá. La mitad. Eso no aparece en los diarios. Las multitudes gritan y agitan banderas. Galtieri pronuncia discursos, pero la única realidad es la carnicería en San Carlos.
Ella se puso de pie y lo tomó del brazo.
- Vamos, entremos.
Subieron juntos a la casa.
En Cavendish Place, Ferguson leía el cable cifrado de la CIA por enésima vez, cuando entró Harry Fox con un par de carpetas.
- Ésto es todo lo que se sabe de Felix Donner, señor.
- ¿Gabrielle está en la ciudad o ha vuelto a París?
- Sigue en Kensington Palace Gardens. Anoche fui a cenar a Langans y ella estaba allí con algunos amigos. ¿ Por qué lo pregunta?
- Por una razón obvia, Harry. Quedó atrapada por los encantos de Raúl Montero y él por los de ella. Podemos aprovechar eso. – Vio la expresión de Harry Fox y alzó una mano -. No se haga el moralista, Harry. Se trata de una guerra, no de un juego de niños.
- Olvídese de eso por el momento. Hábleme de Donner. Lo más importante.
- Multimillonario. Presidente de la Donner Development Corporation, que opera en un amplio espectro. Construcción, barcos, electrónica, lo que quiera.
- ¿Y él?
- Evidentemente, es un personaje muy popular en los medios periodísticos.
- ¿Y nunca pierde?
- Jamás, señor. Dadas las cicunstancias y el volumen de su cuenta bancaria, parece extraño que se meta en semejante asunto, aunque gane un par de millones de libras.
- Precisamente... – Ferguson contempló la carpeta, con expresión ceñuda -. Algo huele a gato encerrado aquí. Primero el contacto ruso. ¿Cómo sabía Belov, después de hablar con Galtieri, que Donner era el hombre que necesitaba?
- Cierto. ¿Qué opina usted, señor?
- Veo que Felix Donner era huérfano, lo cual resulta muy conveniente. Todos sus compañeros de armas que cayeron prisioneros con él en Corea murieron en cautiverio...
Se produjo un largo silencio.
- Entonces, usted sugiere...
Ferguson se puso de pie, fue a la chimenea y contempló las llamas.
- Es un hombre de negocios muy respetado, señor – dijo Fox -. No tiene sentido.
- Tampoco tenía sentido en el caso de Gordon Lonsdale, ¿recuerda? Un hombre de negocios muy respetado. Por lo que se sabía, era canadiense. Aun hoy, después de tantos años, algunos dudan de su verdadera identidad.
- Un agente profesional. Ruso.
- Exactamente.
- Entonces, usted sugiere que Donner es un nuevo Lonsdale...
- Por el momento sólo podemos contemplar esa posibilidad. También puede que sea un hombre de negocios corrupto, capaz de cualquier cosa con tal de ganar más dinero. Debemos investigarlo.
- ¿Qué hacemos, señor? ¿Lo arrestamos?
Ferguson volvió a su escritorio.
- Es difícil mientras siga en Francia. Yo puedo mover algunos hilos allá, pero si esto se hace público se armaría un escándalo y perderíamos las ventajas a largo plazo. Si lo hacemos bien, Harry, derribaremos todo un castillo de naipes. Todos los contactos de la KGB en este país. Por supuesto, siempre que mis sospechas resulten fundadas.
- En efecto.
- Ni siquiera sabemos qué está tramando. No le ha dicho nada a García. Sólo sabemos que le ha prometido los Exocets para la semana entrante. Necesitamos a alguien que se pegue a él y nos informe día a día.
- ¿ Y dónde diablos conseguimos a alguien así?
- Me parece obvio. La clave del asunto es el comodoro Raúl Montero y nuestro vínculo con Montero es Gabrielle Legrand.
Se hizo un largo silencio, y luego Fox dijo:
- Gabrielle no nos quiere demasiado, señor.
- Ya veremos. Llámela.
En ese momento sonó el teléfono rojo. Ferguson lo tomó rápidamente.
- Aquí Ferguson.
Escuchó con expresión seria, dijo “por supuesto, señor”, y cortó.
- Era el director general. La señora Thatcher quiere verme.
Parte 12
Su madre y Mercedes estaban sentadas junto a una fuente en la terraza y la niña lo vio primero. Lanzó una exclamación de placer y corrió a su encuentro con los brazos extendidos. Vestía pantalones de montar y un chándal amarillo, y llevaba el cabello recogido con una cinta.
- ¡Papá, qué sorpresa! ¡Qué sorpresa!
Él la estrechó con fuerza y ella sonrió. Orgullosa.
-Te vi por televisión, cuando estabas en Río gallegos con Lami Dozo. Todas las chicas del colegio te vieron.
- Ah, ¿sí?
- Y vimos los aviones en el Valle de la muerte y yo sabía que estabas en uno de ellos.
- ¿El Valle de la Muerte? ¿Qué sabes de eso?
- ¿No es así como llaman los pilotos al lugar donde atacan a la flota inglesa? Dos chicas de mi clase han perdido a sus hermanos allí. – Lo abrazó nuevamente -. ¡Qué suerte que estés a salvo! ¿ Volverás para allá?
- A Gallegos, no, pero salgo para Francia mañana temprano.
- Tenía clase de equitación, pero voy a cancelarla – dijo Mercedes.
- Nada de eso – dijo doña Elena -. Tu padre estará aquí cuando vuelvas.
Mercedes se volvió hacia él.
- ¿Lo prometes?
- Palabra de honor.
Se alejó corriendo. Montero se volvió y tomó las manos de su madre.
- Madre – dijo formalmente, besándole las manos -, me alegro de verte.
Ella contempló su rostro demacrado, los ojos angustiados.
- Por Dios – susurró -, ¿qué te han hecho?
Era por naturaleza una persona sumamente controlada, que había aprendido muchos años antes que jamás debía expresar excesiva emoción. Por eso, la relación entre ambos siempre había sido muy formal. Pero, en ese momento dejó de lado todo protocolo, se puso de pie de un salto y lo abrazó.
- Es bueno que estés de vuelta sano y salvo, Raúl. Muy bueno.
- Mamá...
- No usaba esa palabra desde la infancia, y sintió que sus ojos se humedecían de cálidas lágrimas.
- Siéntate. Cuéntame.
Él encendió un cigarrillo y se tendió en el césped, completamente relajado.
- ¡Qué bien se está aquí!
- De modo que no vuelves al sur.
- No.
- Hay que agradecérselo a la Virgen. Pilotar aviones a tu edad. Qué tontería, Raúl. Es un milagro que hayas vuelto.
- Pensándolo bien – dijo Montero -, yo también debería encenderle un par de velas a algún santo.
- ¿A algún santo o a santa Gabrielle? – Él frunció el ceño, pero ella prosiguió -: Dame un cigarrillo. No soy tonta. Tres veces te ha visto por televisión, volando en ese Skyhawk. Es imposible no ver la inscripción en la carlinga. ¿Quién es, Raúl?
- La mujer que amo – dijo llanamente, empleando los mismos términos con que había respondido a Lami Dozo.
- Háblame de ella.
Montero se puso de pie y comenzó a describirla mientras paseaba por la terraza.
- Parece una chica extraordinaria.
- Te quedas corta – dijo Montero -. Es el ser humano más excepcional que he conocido. Al menos para mí. Me enamoré perdidamente, a primera vista. No sólo por su belleza, asombrosa de por sí; tiene una alegría que trasciende la pasión física.
Rió en voz alta y las arrugas desaparecieron de su rostro. Ya no estaba cansado.
- Es maravillosa en todos los sentidos, mamá. Siempre esperé en lo más íntimo que la vida me brindaría algo especial, y ahora se ha cumplido.
Elena Llorca de Montero tomó aliento.
- Bueno, no hay nada más que decir. Supongo que me la presentarás cuando lo consideres oportuno. Ahora cuéntame por qué viajas a Francia.
- Lo siento, pero es confidencial. Sólo puedo decirte que Galtieri me lo pidió en nombre de lo que él llama la causa. Cree que, si tengo éxito, podemos ganar la guerra.
- ¿Podemos ganar?
- El que crea eso es un ingenuo. La causa... –Fue hasta el borde de la terraza y miró hacia el río -. Hemos perdido ya la mitad de nuestros pilotos, mamá. La mitad. Eso no aparece en los diarios. Las multitudes gritan y agitan banderas. Galtieri pronuncia discursos, pero la única realidad es la carnicería en San Carlos.
Ella se puso de pie y lo tomó del brazo.
- Vamos, entremos.
Subieron juntos a la casa.
En Cavendish Place, Ferguson leía el cable cifrado de la CIA por enésima vez, cuando entró Harry Fox con un par de carpetas.
- Ésto es todo lo que se sabe de Felix Donner, señor.
- ¿Gabrielle está en la ciudad o ha vuelto a París?
- Sigue en Kensington Palace Gardens. Anoche fui a cenar a Langans y ella estaba allí con algunos amigos. ¿ Por qué lo pregunta?
- Por una razón obvia, Harry. Quedó atrapada por los encantos de Raúl Montero y él por los de ella. Podemos aprovechar eso. – Vio la expresión de Harry Fox y alzó una mano -. No se haga el moralista, Harry. Se trata de una guerra, no de un juego de niños.
- Olvídese de eso por el momento. Hábleme de Donner. Lo más importante.
- Multimillonario. Presidente de la Donner Development Corporation, que opera en un amplio espectro. Construcción, barcos, electrónica, lo que quiera.
- ¿Y él?
- Evidentemente, es un personaje muy popular en los medios periodísticos.
- ¿Y nunca pierde?
- Jamás, señor. Dadas las cicunstancias y el volumen de su cuenta bancaria, parece extraño que se meta en semejante asunto, aunque gane un par de millones de libras.
- Precisamente... – Ferguson contempló la carpeta, con expresión ceñuda -. Algo huele a gato encerrado aquí. Primero el contacto ruso. ¿Cómo sabía Belov, después de hablar con Galtieri, que Donner era el hombre que necesitaba?
- Cierto. ¿Qué opina usted, señor?
- Veo que Felix Donner era huérfano, lo cual resulta muy conveniente. Todos sus compañeros de armas que cayeron prisioneros con él en Corea murieron en cautiverio...
Se produjo un largo silencio.
- Entonces, usted sugiere...
Ferguson se puso de pie, fue a la chimenea y contempló las llamas.
- Es un hombre de negocios muy respetado, señor – dijo Fox -. No tiene sentido.
- Tampoco tenía sentido en el caso de Gordon Lonsdale, ¿recuerda? Un hombre de negocios muy respetado. Por lo que se sabía, era canadiense. Aun hoy, después de tantos años, algunos dudan de su verdadera identidad.
- Un agente profesional. Ruso.
- Exactamente.
- Entonces, usted sugiere que Donner es un nuevo Lonsdale...
- Por el momento sólo podemos contemplar esa posibilidad. También puede que sea un hombre de negocios corrupto, capaz de cualquier cosa con tal de ganar más dinero. Debemos investigarlo.
- ¿Qué hacemos, señor? ¿Lo arrestamos?
Ferguson volvió a su escritorio.
- Es difícil mientras siga en Francia. Yo puedo mover algunos hilos allá, pero si esto se hace público se armaría un escándalo y perderíamos las ventajas a largo plazo. Si lo hacemos bien, Harry, derribaremos todo un castillo de naipes. Todos los contactos de la KGB en este país. Por supuesto, siempre que mis sospechas resulten fundadas.
- En efecto.
- Ni siquiera sabemos qué está tramando. No le ha dicho nada a García. Sólo sabemos que le ha prometido los Exocets para la semana entrante. Necesitamos a alguien que se pegue a él y nos informe día a día.
- ¿ Y dónde diablos conseguimos a alguien así?
- Me parece obvio. La clave del asunto es el comodoro Raúl Montero y nuestro vínculo con Montero es Gabrielle Legrand.
Se hizo un largo silencio, y luego Fox dijo:
- Gabrielle no nos quiere demasiado, señor.
- Ya veremos. Llámela.
En ese momento sonó el teléfono rojo. Ferguson lo tomó rápidamente.
- Aquí Ferguson.
Escuchó con expresión seria, dijo “por supuesto, señor”, y cortó.
- Era el director general. La señora Thatcher quiere verme.
Parte 12