La OTAN en crisis
La costosa guerra en ese país desata convulsiones políticas entre los miembros de la alianza atlántica. Vuelven los tanques al Kremlin.
Como en los viejos tiempos soviéticos, la Plaza Roja será escenario del desfile de blindados y misiles. Los soldados marcharán a paso de ganso con el Kalashnikov al hombro frente al Mausoleo de Lenin, que nuevamente será palco de la nomenclatura reinante. Y desde la tribuna recostada sobre la muralla del Kremlin, la gente observará impávida el paso de los blindados T-90, de los camiones con misiles antiaéreos S-300 y proyectiles táctico-operativos Iskander. Aunque la ovación será para la vedette del desfile: el misil balístico intercontinental Topol-M, que portará su ojiva doble con un megatón de potencia.
Ocurrirá el próximo 9 de mayo, al cumplirse 63 años de la victoria sobre las divisiones alemanas comandadas por Von Pappen en lo que Stalin bautizó la “Gran Guerra Patria”. Y será la primera vez desde la desaparición de la URSS que los moscovitas volverán a presenciar esa ostentación de poderío militar y armamentista, típica de las dictaduras y los totalitarismos.
Durante largas y oscuras décadas, el Politburó del Partido Comunista soviético escribió, en ese duro y marcial lenguaje escénico, un mensaje a su archienemigo: la alianza atlántica, la OTAN. La colosal fuerza que hoy llega hasta las mismísimas fronteras de Rusia, pero deambula errática y confundida por los áridos desfiladeros y desiertos de Asia Central.
Los fundadores. En julio de 1948, los Estados Unidos, Canadá, Gran Bretaña, Francia y los países del Benelux (Bélgica, Holanda y Luxemburgo) comenzaron a debatir y a pergeñar un acuerdo de cooperación militar. En marzo de 1949, firmaban el nacimiento de la alianza estratégica, sumando a Italia, Portugal, Dinamarca, Islandia y Noruega.
El pacto defensivo entre los países que, con la excepción de Italia, tienen costas en el océano Atlántico, tenía una duración de veinte años. Es decir, que los gobiernos fundacionales estimaban, al menos como muy posible, que la cortina de hierro caería como mucho en dos décadas.
La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) nació también imaginando un único enemigo por enfrentar: el poderoso Ejército Rojo de la Unión Soviética, reforzado por las fuerzas de sus aliados centroeuropeos, que poco después se unirían en el Pacto de Varsovia.
Ninguno de sus fundadores habrá imaginado que esa guerra nunca ocurrió y que el bautismo de fuego sería en los Balcanes, después de desaparecida la URSS. Tampoco habrá cruzado por las mentes de aquellos estrategas que definían estructuras pensando megaconfrontaciones, que un día sus ejércitos se extenuarían persiguiendo guerrilleros afganos, mientras los gobiernos aliados discuten y pelean por lo que cada uno aporta a esa confrontación.
Contradicciones internas. La guerra en Afganistán puso a la OTAN frente a sus contradicciones internas y desató entre sus miembros una crisis que revela la diferencia entre gobiernos fuertes con capacidad de decidir y gobiernos endebles por basarse en coaliciones parlamentarias, o por depender de imposibles acuerdos con la oposición.
En síntesis, hay países que aportan muchos soldados y material bélico, mientras que otros aportan poco en ambos rubros. A la vez, los que aportan más tienen sus contingentes en las zonas con mayor cantidad de conflictos, ergo sufren más bajas que los otros países, cuyos efectivos están en regiones tranquilas y casi no combaten.
Norteamericanos y británicos constituyen el grueso de la fuerza de ocupación; en tanto que Canadá, Australia y Holanda están entre los que más aportan. Por eso, de este grupo de países salieron los primeros reclamos hacia países que, como Alemania y España, tienen un rol tan poco relevante en un conflicto cada vez más arduo y costoso.
Desde Berlín, responden que lo significativo es haber vuelto a un conflicto armado, por primera vez desde la Segunda Guerra Mundial. Madrid esgrime un argumento similar. Pero el Pentágono habla de una alianza “a dos velocidades”, con países aguerridos y países pusilánimes, resultando ofensivo y profundizando la crisis política.
La historia de la OTAN muestra las paradojas y contradicciones que influyen en la crisis actual. Nació para tender un cerco anticomunista, junto al Tratado con Australia y Nueva Zelanda para el Pacífico Sur y la Organización del Tratado del Sudeste Asiático (SEATO).
La consecuencia fue el Pacto de Varsovia, que unió militarmente a la Unión Soviética con Polonia, Hungría, Bulgaria, Alemania Oriental, Rumania y Checoslovaquia, quedando claramente definidas las fuerzas enfrentadas en la Confrontación Este-Oeste.
Fue una situación paradojal que el tardío debut haya sido en Bosnia, es decir, en Yugoslavia, el país ex comunista de Europa Central que, igual que la Albania de Enver Hoxa, jamás integró la órbita soviética.
La segunda actuación tuvo la particularidad de que la OTAN venció combatiendo sólo desde el aire y sin ninguna baja en sus filas. Así puso en retirada de Kosovo al ejército yugoslavo y provocó la caída de Slobodan Milosevic.
En los dos casos, la participación norteamericana fue casi excluyente. Todos los aviones y casi todos los buques estacionados en el Adriático eran de los Estados Unidos, y las fuerzas multinacionales recién actuaron para mantener el orden y la administración de la ONU en Kosovo.
Afganistán es, además del debut de la OTAN fuera de Europa, el primer conflicto que involucra a fuerzas terrestres; también el primero en que su fuerza es verdaderamente multinacional, incluyendo gran parte de sus 26 países miembros.
La crisis en este nuevo debut es, en gran medida, producto de la complejidad del escenario afgano, la ancestral capacidad guerrera de ese pueblo y la efectividad de las tácticas de los aguerridos talibanes.
La geografía y la estirpe guerrera hizo que en esas tierras surcadas por las montañas del Parir y del Hindu Kush se perdieran poderosos ejércitos, como el macedónico, el inglés y el soviético. A la vez, una extraña inercia retardataria activa fuerzas, como las que derribaron al rey Zahir Shah cuando quiso modernizar la educación, o al régimen pro-Moscú de Babrak Karmal cuando construyó monobloques y procuró industrializar.
Choque en Afganistán. La ocupación soviética fue lo más modernizante que ocurrió en Afganistán. Por eso, entre otras cosas, desató las fuerzas ancestrales que siempre anhelan los tiempos remotos de caudillos, como Ahmed Khan, o de reyes, como Shah Abadi; resistiéndose a despegarse del feudalismo y la economía pastoril, con producción artesanal de alfombras y de pieles de “karakul”.
El laberinto geográfico contiene un laberinto étnico, con hazaras, pashtunes, mongoles puros, uzbecos, tadyikos, nuristanis, kirguizes y baluches; que las fuerzas invasoras de todos los tiempos nunca pudieron desentrañar. En esa trama inextricable, surgieron guerreros imbatibles, como Ahmed Sha Mahsud, héroe tadyiko que doblegó divisiones enteras del Ejército Rojo en su feudo del Norte.
El nudo gordiano que la OTAN aún no ha podido desatar está en el sur de Afganistán y en el este de Pakistán, porque en esas tierras con eje en la ciudad de Kandahar se encuentra el pueblo pashtún, que no se siente ni afgano ni pakistaní y denuncia estar artificialmente dividido por la “Línea Durand” (frontera entre los dos países).
El talibán no sólo es la milicia que instauró un régimen lunático y brutal tras la caída de Gulbudín Hekmatiar, sino también la expresión política y cultural de más de treinta millones de pashtunes repartidos entre la provincia afgana de Heldman y la región pakistaní del Waziristán.
Es cierto que, así como lo fue el europeísta rey Zahir, también es pashtún el presidente Hamid Karzai. Pero la visión del emir Omar en el sur afgano y del jeque de Waziristán Amir Batulá Mahsud –máximos líderes del talibán en los dos lados de la frontera– constituyen la expresión más fanática, además de la más fiel a las costumbres ancestrales, de la nación pashtún. Por eso, con la ayuda de Al Qaeda, lideran la guerra para abolir la frontera y crear el Pashtunistán.
El talibán regresa. Los jefes militares de la OTAN recién están empezando a entender la trama afgana. Al esfuerzo de comprensión lo iniciaron después de que, tras derribar en pocos meses al emir Omar y creer equivocadamente que la misión estaba cumplida, vieron renacer al talibán de sus cenizas dispersas por los desiertos y montañas que rodean Kandahar. Si el talibán no hubiera resurgido y contraatacado con sus devastadoras emboscadas, los gobiernos que integran la coalición occidental aún no habrían detectado las arritmias militares y las contradicciones políticas que le restan efectividad.
Mientras tanto, el país que se beneficia por esa guerra contra sus enemigos fundamentalistas del Asia Central, prepara la Plaza Roja para revivir los desfiles de armamentos de los viejos tiempos soviéticos.l
Por CLAUDIO FANTINI, Periodista y politólogo
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