De mi archivo sobre Malvinas les dejo esta historia de nuestros pilotos que se publicó en un suplemento especial sobre Malvinas de la gaceta 14 de junio de 2007, a más de uno se le cayó una lágrima.
La historia de los pilotos tucumanos que combatieron en Malvinas
Tres pilotos tucumanos mostraron su coraje en Malvinas
El 13 de junio de 1982 el comodoro (r), Antonio “El Tony” Zelaya, 57 años; el capitán (r) Carlos “El Trucha” Varela, 59, y el capitán (r) Luis “El Tucu” Cervera, 53, partieron desde la base de San Julián para atacar objetivos terrestres en el monte Dos Hermanas, en la isla Soledad. Fue esta la última misión de los tucumanos en la guerra de las Malvinas, ya que al día siguiente el Ejército argentino firmaba la rendición.
“Nos tiraron con todo”, recordó Varela, que fue entrevistado por LA GACETA en Tucumán. Aseguró que, de las siete misiones que participó, esa fue la más difícil. El estuvo al frente de la escuadrilla “Chispa”, mientras que el capitán Zelaya dirigió a la “Nene”. Durante la recarga de combustible, en el aire, el avión de Zelaya chupó combustible, se recalentó la turbina y tuvo que regresar. Cervera asumió como jefe y se puso detrás del grupo de Varela. Sólo siete aviones siguieron en vuelo rasante sobre el mar, una táctica que siempre sorprendió a las tropas inglesas.
Varela precisó que cuando llegó a la isla, subió por una lomada y se encontró de frente, en la cima, con un soldado inglés a quien casi le arrancó la cabeza con el avión. Comentó que cuando se repuso del encontronazo, vio al frente cientos de soldados, transportes pesados y helicópteros.
“El comandante Jeremy Moore (quien estuvo al frente de las tropas inglesas en Malvinas) dijo en un reportaje a la revista ‘Siete Días’ que esa fue la jornada en la que más miedo tuvo, porque lo atacaron siete Mirage. “Se equivocó, porque éramos siete A4B”, aclaró con orgullo “El Trucha”.
Varela precisó que, al ver las tropas inglesas, aceleró a fondo y ordenó tirar las 12 bombas. El tucumano remarcó que en su huida disparó con sus cañones a los helicópteros y a todo lo que se le cruzó en el camino. “Hasta que alguien me gritó: ‘¡Chispa uno... eyección!’”, dijo con vos firme. Uno de los pilotos vio cómo un misil se dirigía al avión de Varela y a los gritos le pidió que se eyectara para no sufrir el inminente impacto.
“Sentí el sacudón y solté los tanques de combustible. El avión comenzó a temblar y la temperatura de las turbinas llegó al máximo”, detalló. “Bajé la potencia, logré reducir la temperatura y dejé la isla en vuelo rasante para evitar los Sea Harrier”, señaló.
Precisó que cuando quiso ascender, el avión comenzó a temblar. “En ese momento pensé en eyectarme en tierra. Entonces bajé la potencia un 2%, que es demasiado para estos aviones, y me alejé de la isla”, confesó.
Detrás de la escuadrilla de Varela venía Cervera con dos aviones más. “El Tucu” recibió a LA GACETA en su casa de Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires, y relató su experiencia de aquel día. Recordó que divisó un número mayor de tropas y ordenó a sus pilotos que descargaran todo el material explosivo, luego de lo cual dejaron atrás un campo envuelto en fuego y humo. En la huida, precisó, se encontró de frente con un helicóptero Sea King y le disparó con los cañones. El militar destacó que nunca olvidará ese momento porque pudo ver hasta el casco celeste del piloto inglés. Cervera guarda el mejor de los recuerdos del alférez Guillermo Dellepiane, porque le salvó la vida.“‘Guarda Tucu, un misil por la derecha... por la derecha’, me gritó ‘El Piano’ -era el apodo del alférez–. Giré 90 grados y eyecté los tanques suplementarios, viré hacia la derecha y vi pasar al misil”.
Pero la tensión no se disipó. “Cuando tomé rumbo a San Julián, me encontré de frente con una fragata”, contó con la misma sorpresa de hace 25 años. “Dije: ‘ahora sí me la dan’. Porque no tenía ni una piedra para disparar”. Y se jugó a su suerte. “Empecé a virar cuando estaba a unos 100 metros. Miré de reojo por los espejos retrovisores esperando que me lanzara el misil. Y... no me tiró”, contó con la misma alegría de aquel momento.
El 13 de junio, los nervios no tuvieron paz. Dellepiane avisó que tenía poco combustible, porque un proyectil ihabía impactado en el tanque, que comenzó a derramar combustible a chorros. Preguntó a sus compañeros qué hacer: eyectarse o buscar el reabastecedor. “Yo le dije, porque era un gran amigo, ‘Piano’ encomendate a Dios y decidí vos qué querés hacer’”, comentó Cervera.
“El Trucha” Varela recordó que ordenó silencio y como el oficial más veterano le dijo a “El Piano” que él ya sabía lo que se debe hacer en esta situación. El joven piloto tomó la decisión de buscar el Hércules.
“‘¡Tengo 100 libras, la **** que los parió... dónde está el Hércules!’, gritó por radio”, relató Cervera. “Le respondí: ‘¡quedáte tranquilo pendejo que llegás!’ Hasta que dijo que tenía cero combustible y, entonces, se produjo un silencio aterrador”.
Cervera contó que, en ese instante, Dellepiane divisó al Hércules y se lanzó en picada para insertar su caña a la manguera. “‘¡Enganché ‘Tucu’, enganché, la **** madre!’, me dijo por radio. ‘¡Bien pendejo!’, le respondí con una alegría inmensa”, destacó con la misma emoción. Llegaron a San Julián con el último aliento. Cervera lo hizo con cero combustible; “El Piano” colgado del Hércules; al capitán Varela el motor del avión se le clavó y aterrizó en una arriesgada maniobra. “Vinieron todos hechos mierd@, pero vivos”, destacó “El Trucha” con la misma satisfacción de aquel 13 de junio. LA GACETA (C)
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Una decena de buques ingleses esperaban a los pilotos en la bahía de San Carlos.
Cervera contó su primera experiencia frente a la flota inglesa. En diálogo con LA GACETA pensó en ese momento que nadie salía vivo de ese lugar.
En la ciudad de Banfield, en el sur del Gran Buenos Aires, LA GACETA entrevistó en su casa a Luis Alberto Cervera, capitán (r), quien relató su bautismo de fuego ante la flota inglesa.
Recordó que luego de estar casi tres semanas en la base de Río Gallegos la ansiedad crecía y casi no dormían. Hasta que el 24 de mayo de 1982, mientras compartían unos mates con sus compañeros en la sala de pilotos, llegó la ansiada y temida orden: atacar objetivos navales en la Bahía de San Carlos.
Era una prueba de fuego para los pilotos de loa A4-B Skyhawk porque jamás habían atacado un buque, debido a que fueron entrenados contra objetivos terrestres. Cervera tenía en ese momento 28 años y el grado de teniente y jefe de sección.
Antes de subir al avión se puso el equipo de supervivencia, aunque en su cabeza no cabía la posibilidad de eyectarse. “Antes prefería explotar en el aire”, aseguró.
Luego se despidió de su hermano, el primer teniente Blas Ignacio Cervera, quien cumplió tareas en el radar móvil instalado en la zona. “En realidad, yo no sé dónde se sufre más, si arriba de un avión, atacando la flota, o esperando el regreso de un hermano con la impotencia propia del que está sentado frente a una pantalla de radar”, admitió.
La escuadrilla despegó a las 9.10, desde Río Gallegos, en busca del avión Hércules para reabastecerse en el aire.
Durante ese tiempo pensó en sus padres y en sus hermanos y en su Tucumán querido. Cuando llegó al Hércules, cargó combustible, conectó el panel de armamento y bajó para seguir el trayecto a ras del agua.
El jefe de la escuadrilla “Chispa”, el primer teniente Oscar Berrier, descargó una única bomba de 500 kilos y debió regresar a la base.
Cervera, inesperadamente, tuvo que asumir como jefe de escuadrilla y se ubicó detrás del grupo “Nene”, comandando por el mayor Manuel Mariel.
Cuando llegaron al archipiélago -recordó- todos iban en silencio hasta que Mariel, luego de subir una empinada lomada, dijo: “¡ahí están!” y luego se perdió. “Cuando alcancé la cima de la loma vi entre 12 y 15 buques y pensé: Dios, de aquí no sale nadie”, confesó con el mismo asombro del aquel día.
“El Tucu” precisó que en ese momento perdió de vista a sus compañeros; aceleró y se lanzó, rasante sobre el agua, como un halcón, mientras los ingleses respondieron disparando con misiles y cañones antiaéreos.
Señaló que entre tantas embarcaciones decidió apuntarle al “grandote”. Su objetivo habría sido el Sir Lancelot o el Sir Tristam, dos naves de desembarco.
“Boom, boom, boom, era lo único que escuchaba”, recordó Cervera. Le dispararon sin cesar, pero no lograron alcanzarlo porque venía rasante a la altura del casco.
“El Tucu” siguió su relato, mientras sus manos tomaron un palanca imaginaria e inclinó su cuerpo como si estuviera de nuevo viviendo esos segundos interminables.
“Yo sólo estaba ciego en mi objetivo y cada vez me pegaba más al agua, a 1.000 kilómetros por hora”, añadió.
En ese momento, otro avión se le cruzó al frente y casi chocan. “Cuando llegué al buque, vi que tenía aberturas y pensé que estaba roto. Hasta que estuve más cerca y me di cuenta que así era su diseño”, contó.
“Vi la cubierta encima mío y en ese momento tomé altura y disparé la bomba. Y le entré seguro”, afirmó, mientras con un paquete de cigarrillos y un encendedor representaba la riesgosa maniobra que había realizado para hacer blanco.
Se enteró después que la bomba no explotó, debido a que necesitó más tiempo para detonar, antes de hacer impacto.
Según la Fuerza Aérea Argentina, el artefacto perforó la nave y quedó en la sala de máquinas. El barco terminó varado y debió ser evacuado y los ingleses perdieron el equipo embarcado.
Cervera, luego de revivir un momento decisivo en su vida y en la vida del país, sacó otro cigarrillo y le dio una profunda pitada.
Después invitó al periodista a compartir la cena junto a su familia, que se extendió hasta la medianoche, y en esa mesa Tucumán fue el tema excluyente.
Luis Alberto Cervera
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El dolor por los amigos que quedaron en el sur
El escuadrón de los aviones A4B Skyhawk perdió ocho pilotos en combate. Los tucumanos afirmaron que ellos nunca se rindieron y reivindicaron a los veteranos de Malvinas.
En la guerra de Malvinas, fueron derribados 10 A4B Skyhawk y ocho pilotos murieron en combate.
Tristeza, miedo y angustia se mezclaban en un coctel de sentimientos cuando no regresaban los pilotos de las misiones. Cervera recalcó que uno de los peores momentos de la guerra fue cuando se enteraba que un compañero fue derribado.“Te pone muy mal, nervioso y te angustia saber que derribaron a uno de tu grupo. Y sí al otro día tenías que salir, esa noche no dormís”, señaló mientras pita profundamente un cigarrillo.
“Los compañeros que murieron en combate me siguen provocando muchas lágrimas”, expresó “El Tucu”. Agregó que aún sufre cuando se encuentra con las viudas y los hijos de los pilotos caídos. Destacó que se siente orgulloso de haber cumplido con su deber en Malvinas. “Hice lo que hice por algo muy profundo que siento: el amor a la Patria y eso poca gente lo entiende”, remarcó.
“Lo único que te apuntala para seguir adelante es la familia, sólo ellos te entienden y acompañan cuando te bajoneás“, concluyó. El capitán (r) Zelaya aún recuerda, como hace 25 años, a los mecánicos llorando en la pista porque del grupo de ocho pilotos que salió dos horas atrás, sólo regresaron cuatro.
“El Trucha” Varela nació un martes 13, pero consideró que es un hombre de buena suerte, porque superó siete misiones, como jefe de escuadrilla. “Nunca me derribaron un piloto”, afirmó con orgullo en la entrevista.
La rendición
El 14 de junio llegó la noticia de la rendición. Zelaya contó que le quedó la sensación que hicieron “mucho por nada”. Mientras que Cervera dijo que le dolió en el alma, porque quería seguir defendiendo a la gente que estaba en la isla. “Uno superaba el miedo pensando en los soldados que los estaban haciendo pelotas”.
“El Tony” recordó que la tensión no se disipó porque tuvo que regresar varias veces a San Julián debido a que quedaron en estado de alerta. “No hubo tiempo para empezar a ver todo lo que pasó, para recomponer, para llorar, porque tuvimos que seguir con la actividad normal”, sostuvo el tucumano.
A 25 años de la guerra que lo marcó en su carrera profesional, Zelaya busca reinvindicar a los veteranos. Él asegura que se debe separar la política del combate en sí: “soy un luchador que quiero reinvindicar como veterano y ex combatiente lo que fue la guerra para nosotros”, aseguró el comodoro (r).
Sostuvo que el trabajo realizado por los pilotos y el personal de la Fuerza Aérea Argentina demuestra que no todo fue miseria y cobardía en la guerra de Malvinas, como hoy, opinó, se reflejan en películas argentinas. Dijo que se siente tranquilo por el profesionalismo exhibido en el conflicto bélico por el reconocimiento expreso de los militares ingleses.
CON LOS AMIGOS. Desde la izquierda, alférez Vázquez (fallecido en combate), alférez Dellepiane (hoy comodoro), vicecomodoro Douburg, teniente Arraráz (fallecido en combate) y el capitán Zelaya.
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El miedo fue el principal enemigo durante la guerra
La valentía de los pilotos argentinos fue admirada por el mundo. A 25 años del conflicto, ellos cuentan cómo superaron el temor de enfrentarse a la muerte.
El miedo es algo inherente al ser humano y durante una guerra, puede paralizar hasta al más valiente. “Hubo de todo, gente muy valiente que ha superado el miedo y gente que no lo pudo superar”, reveló Antonio Zelaya. Precisó que cuando iba a combatir “era como estar en un trapecio sin red”.
“Miedo se siente, porque el que no lo siente es un loco. Hay que tener la suficiente fortaleza para superar ese miedo y cumplir la misión”, sostuvo Luis Cervera y aclaró que no fueron kamikases. Remarcó que a ellos los movilizaba otro sentimiento y contó una anécdota que lo resume. Recordó que en la misión del 13 de junio se acercó a su avión el teniente Hugo Sánchez y le dijo: “‘Tucu’ dejáme salir a mi... dame tu avión que me quiero vengar”.
Sánchez, en el ataque al Sir Gallahad y al Sir Tristam, el 8 de junio, había perdido a tres hombres de su escuadrilla. En aquella jornada negra, regresó solo a la base aérea. “‘Vos estás loco... ya saliste, ahora dejame salir a mí’, le contesté porque también quería vengar a los amigos muertos”, aseguró el militar.
Carlos Varela afirmó que lo más difícil fue salir en la primera misión porque “iba a lo desconocido”. Reveló que en esa oportunidad, la escasa visibilidad le jugó una mala pasada. “Cuando estuve cerca de las islas, en vuelo rasante, vi una gran silueta e inmediatamente pensé que era una fragata”, relató. En ese momento decisivo, las emociones lo invadieron. “Me pasó toda mi vida en segundos, como si fuese una película. Desde que nací hasta ese momento, junto con mi esposa y con mis hijas. Llegué a pensar que no las vería más. Hasta que la película terminó, miré para adelante y seguí”, detalló. Pero cuando se preparó para atacar, se dio cuenta de que sólo era una inmensa piedra.
“Miedo, creo, tuvimos todos. Pero una cosa es tenerlo y superarlo, y otra cosa es estar aterrado o bloqueado. Son dos cosas distintas”, aclaró “El Trucha”. Sostuvo que después de la primera misión, superó el miedo y que sólo temía no dar en el objetivo. Y que también quería regresar para vengar a los compañeros derribados por los ingleses.
“Muchos extranjeros nos preguntaban cómo hicimos (para superar el miedo durante la batalla), porque creían que nos drogábamos”, señaló Varela. “Ellos nos decían que muchos pilotos que participaron de las guerras se dopaban porque era la única manera de vencerlo. Pero en Malvinas ninguno se drogó ni tomó alcohol para cumplir las misiones”, aseguró.
EMBLEMA. Cervera guarda el escudo del escuadrón y las medallas que recibió como veterano de Malvinas.
DE GUARDIA. Cervera toma mate en la sala de pilotos junto a otros compañeros del escuadrón.
DESPUES DE LA GUERRA. Cervera fue designado al escuadrón de los Mirages en Morón, provincia de Buenos Aires.
RECUERDOS: Luis Alberto Cervera guarda libros, medallas y un avión en miniatura.
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Una sola bomba terminó con el destructor inglés Glasgow
Zelaya participó del ataque. Su escuadrilla perdió un piloto, que, por equivocación, fue derribado por la artillería argentina. A 25 años.
El 12 de mayo, el Comando Sur ordenó la partida de ocho aviones para atacar dos fragatas cerca de Fitz Roy. Despegó primero una escuadrilla a cargo del primer teniente Manuel Bustos y otra bajo las órdenes del capitán Antonio “El Tony” Zelaya. Lo acompañaron Juan Arrarás, Fausto Gavazzi y Guillermo Dellepiane.
LA GACETA localizó al ahora comodoro (r) en Córdoba, donde vive junto con su familia. En diálogo telefónico recordó que ese día, cerca de las islas, el sistema Omega, mediante el cual se orientaba, falló y se perdió porque no conocía la zona. En ese momento, la primera escuadrilla divisó y atacó al destructor Glasgow y a la fragata Brilliant. De los atacantes, sólo sobrevivió un A4B.
Zelaya indicó que cuando llegó a la costa se encontró de frente con las dos veloces naves y que su escuadrilla tuvo que superar un fuego intenso de las cañones antiaéreos.
El capitán, Arrarás, y Gavazzi atacaron al Glasgow y Dellepiane apuntó a la Brilliant. La Fuerza Aérea Argentina (FAA) precisó en su página web que la bomba arrojada por Gavazzi entró por la línea de flotación del Glasgow. De acuerdo con el relato del almirante Clark H. Woodward, según la FAA, la bomba causó dos agujeros, por donde se coló el agua y dejó fuera de servicio al destructor.
Luego de atacar los buques pasaron cerca la Pradera del Ganso, en la isla Soledad. Sin saberlo, estaban en una área roja y la artillería derribó a uno de ellos.
Zelaya reveló que un colega, que estuvo en la zona, le contó que la artillería tuvo su nave en la mira. “En ese momento me di cuenta de que estaba en rumbo 340, cuando tendría que estar en 270. Además, vi un brillo sospechoso y decidí cambiarlo”, destacó.
Esa determinación le salvó la vida, pero no pudo evitar que uno de sus pilotos cayera en la trampa. “Gavazzi, que venía más lejos, no se dio cuenta y siguió derecho. Entonces el radar lo enganchó a él, le dispararon y lo derribaron”, detalló. Pero, a pesar del error fatal, Zelaya no les guarda rencor.
“Recuerdo que el alférez comenzó a los gritos por la radio: ‘lo bajaron al tres, lo bajaron al tres’. Y le dije: ‘¡cállese la boca, siga volando... búsqueme y forme!’”, comentó desde su casa en Córdoba.
El alférez Dellepiane estaba cerca de Gavazzi y presenciar esa escena impactó al joven oficial. Finalmente, llegaron a la base de Río Gallegos. Pero, cuando aterrizó, Zelaya dijo que se enteró de que habían muerto otros tres pilotos. Aseguró que no puede olvidar a los mecánicos llorando en la pista, porque de los ocho aviones sólo habían regresado cuatro.
VILLA REYNOLDS. Zelaya (primero desde la izquierda), y Cervera antes de la guerra.
Un abrazo