bagre
2º inspector de sentina
III
Antes de asumir el gobierno, el radicalismo planteó claramente el papel de los vínculos con la Unión Soviética en el marco de la política exterior. En una entrevista periodística, Dante Caputo sostuvo que no se ejercería "ningún tipo de discriminación ideológica" en las relaciones comerciales con los países del Este. Pero también afirmó que el gobierno de Alfonsín tendría como uno de sus objetivos diversificar las exportaciones "por razones de conveniencia nacional, ya que la presencia casi exclusiva de un solo comprador provoca de hecho relaciones de dependencia que no son convenientes (1)". Estas declaraciones de quien sería el canciller del gobierno de Alfonsín pueden interpretarse como una actitud de reacción contra el excesivo peso que tuvieron los vínculos comerciales con Moscú durante los años del Proceso.
No obstante estas declaraciones de Caputo y la preferencia de las autoridades de Moscú por Italo Luder como candidato a la presidencia argentina (2), la llegada de Raúl Alfonsín a la Casa Rosada motivó elogiosos comentarios en la prensa soviética. Así, Tiempos Nuevos de Moscú subrayó que el programa de gobierno radical era "constructivo" y calificó el discurso de Alfonsín como "progresista y renovador". Por su parte, la derrota electoral del peronismo fue interpretada por el diario moscovita como una consecuencia de los "errores de cálculo" y de la "exhumación de viejos slogans (3)".
A pesar de los citados elogios de la prensa soviética, durante la primera etapa del gobierno de Alfonsín las relaciones económicas con Moscú atravesaron un período de enfriamiento. Ello se debió a dos factores: a) la alta prioridad puesta por la administración radical en sus vínculos con las socialdemocracias europeas, que tuvo por contrapartida un enfriamiento de los nexos con el mundo socialista; y b) la propia crisis de la política interna soviética, sumida en la primera mitad de la década de los ’80 en una sucesión de enfermedades y muertes de sus máximos dirigentes -Leonid Brezhnev (1982), Yuri Andropov (1984) y Konstantin Chernenko (1985) (4).
Pero la baja prioridad otorgada por la diplomacia radical a los lazos comerciales con Moscú y el mundo socialista no impidió que en esta etapa se registraran una serie de contactos, que culminaron con la firma de convenios entre representantes comerciales soviéticos y las provincias de Mendoza, Formosa, Chaco y Corrientes (5). Asimismo, durante los meses de octubre y noviembre de 1984, los gobernadores Felipe Llaver de Mendoza, Leopoldo Bravo de San Juan, José Vernet de Santa Fe, y Arturo Puricelli de Santa Cruz, respondiendo a una expresa invitación de Moscú, visitaron la URSS para discutir la posibilidad de nuevos acuerdos comerciales (6).
Un hecho que evidenció las dificultades existentes en el intercambio comercial bilateral fue, sin duda, la Octava Reunión de la Comisión Mixta de cooperación económica y comercial argentino-soviética, de principios de noviembre de 1984 en Buenos Aires, donde ambas partes definieron claramente sus intereses respecto del intercambio comercial bilateral. En este encuentro, los negociadores soviéticos intentaron presionar a sus pares argentinos, aprovechando la situación altamente competitiva del mercado mundial de granos, donde Estados Unidos y la Comunidad Europea subsidiaban sus exportaciones y las colocaban en el mercado soviético a precios de dumping. Advirtieron que la URSS se vería forzada a reducir sus compras de granos a menos que la Argentina aumentara sus adquisiciones de equipos y maquinarias. Pero también plantearon alternativas para salir del estancamiento en el intercambio comercial, desde el trueque (vinos por trolebuses, por ejemplo, que había sido aplicado por el gobierno de Mendoza), hasta propuestas de adaptación de las empresas argentinas a las necesidades del mercado soviético, especialmente en la industria liviana. También hubo propuestas energéticas, especialmente emprendimientos hidroeléctricos, portuarios, ventas de licencias y tecnología. No obstante, estas alternativas chocaron con la realidad de que la clase empresarial argentina prefería integrarse al mercado mundial capitalista antes que al socialista. Además, la capacidad de compra de equipos y maquinarias de origen soviético se veía altamente comprometida en ese momento por dos factores: la abultada deuda externa, que llevaba a la Argentina a privilegiar sus relaciones con Washington y los organismos internacionales de crédito; y la tendencia a la baja del precio de los granos, que reducía los beneficios exportables, tan necesarios para afrontar los servicios de la deuda.
Por el Acta Final de esta Octava Reunión de la Comisión Mixta, firmada por el secretario de Comercio argentino, Ricardo Campero, y el viceministro de Comercio Exterior soviético, Alexei Manzhulo, ambas partes convinieron en prorrogar el Acuerdo de Suministro de Cereales y Soja argentino a la URSS, y el Convenio de Suministro de Maquinaria y Equipo de la URSS a la Argentina. Asimismo, formalizaron el otorgamiento de un sistema de crédito recíproco de 5 millones de dólares para la compra de bienes producidos por ambos países. Pero este acuerdo excluyó explícitamente los productos agropecuarios argentinos, que debían ser adquiridos por Moscú al contado en moneda de libre convertibilidad. Por esta razón, los negociadores soviéticos expresaron su preocupación por el déficit de la URSS en su intercambio comercial con la Argentina, y solicitaron un incremento sustancial en las importaciones de productos soviéticos, con el fin de reducir el desequilibrio en la balanza comercial bilateral (7).
Otra dificultad presente en la agenda económica fue el viejo tema de las actividades de pesqueros soviéticos en la zona económica exclusiva argentina, que volvió a aparecer en el mes de septiembre de 1984 y motivó un pedido de informes por parte del diputado justicialista Luis Casale meses después, en marzo de 1985 (8).
En contraposición a las dificultades existentes en el ámbito comercial de la agenda bilateral, se produjeron convergencias en el ámbito político. Un ejemplo fue el balance de la visita a la Argentina del secretario general de la Cancillería soviética, Yuri Fokin, a fines de julio de 1984. El objetivo de la misma fue de carácter exploratorio: el intercambio de opiniones acerca de los temas a ser tratados en la 39ª Asamblea General de la ONU y otros asuntos de interés común. En ese contexto, Fokin tocó la problemática de Malvinas, acusando a Gran Bretaña de adoptar una actitud colonialista en el diferendo, que el diplomático soviético encuadró en el marco de referencia Este-Oeste. Si bien Fokin consideraba la disputa entre Buenos Aires y Londres como secundaria en la lista de prioridades estratégicas soviéticas, las autoridades soviéticas estaban preocupadas por la instalación en el Atlántico Sur "de armas avanzadas" (...) porque estamos amenazados desde el Polo Norte y desde el Polo Sur (9)". Durante la presencia de Fokin en Buenos Aires, un artículo publicado en la prensa soviética acusó al gobierno de Estados Unidos de estar utilizando políticamente al FMI para ejercer presión política sobre la gestión de Alfonsín, y respaldó la actitud del gobierno radical de resistir la presión de Washington y los bancos acreedores (10).
Asimismo, en septiembre de 1984, durante las sesiones de la 39ª Asamblea General de la ONU en la que el gobierno radical dio a conocer sus lineamientos de política exterior, tuvo lugar una entrevista entre el canciller Dante Caputo y su par soviético Andrei Gromyko. Esta entrevista constituyó el antecedente de un mecanismo de consultas bilaterales a nivel de cancilleres que fue establecido dos años más tarde (11).
A principios de octubre de 1984 realizó una visita a Moscú un grupo de legisladores argentinos, encabezados por el presidente de la Comisión de las Relaciones Internacionales Interparlamentarias del Senado, el senador justicialista Julio Amoedo. Estos suscribieron con sus colegas soviéticos un comunicado conjunto que subrayaba la existencia de posiciones coincidentes entre la Argentina y la URSS en diversos temas, destacándose entre ellos el apoyo soviético a los reclamos de soberanía argentinos sobre las Malvinas (12).
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IV
Las dificultades en el ámbito comercial volvieron a evidenciarse en octubre de 1985, en ocasión de la Novena Reunión de la Comisión Mixta que trató la renovación de los convenios comerciales entre ambos países, que habían sido firmados por el gobierno militar en 1981 y cuya vigencia finalizaba en diciembre. En dicha oportunidad, la delegación soviética criticó la lentitud y el incumplimiento por parte de la Argentina de algunas condiciones de compra, especialmente las referidas a las adquisiciones de máquinas y equipos. Los negociadores argentinos atribuyeron estas falencias a las restricciones presupuestarias y operativas derivadas de las medidas de estabilización económica. También se registraron quejas del lado argentino, cuya delegación expresó su preocupación por la decisión de Moscú de no cumplir con los volúmenes comprometidos de soja y carnes (13).
No obstante, las gestiones en torno de un nuevo convenio comercial que reemplazara al firmado en 1981 continuaron. Desde la óptica argentina, el mercado soviético tenía una importancia crucial, en un contexto donde el éxito del Plan Austral y de las negociaciones por la deuda externa dependía en gran medida de mantener un volumen satisfactorio en las exportaciones. Finalmente, el 22 de enero de 1986, el canciller Caputo y el ministro de Comercio Exterior soviético, Boris Aristov, firmaron en forma preliminar en Buenos Aires un nuevo convenio para la venta de 4.500.000 toneladas de granos y frijol de soja a la URSS hasta 1990. Por su parte, la Argentina se comprometió a adquirir en ese lapso 500 millones de dólares en equipos industriales y manufacturas, valor que representaba un 100% más que el monto de compras concretado durante la vigencia del convenio comercial 1981-1985 (14).
Por cierto, el gobierno radical pretendió resolver las dificultades existentes en materia de intercambio comercial a través de un camino de índole política, extendiendo a la URSS la "diplomacia personal" -hasta ese momento reservada a los escenarios europeo-occidental, norteamericano y latinoamericano-. Esta estrategia de la diplomacia argentina coincidió con el deseo de la administración de Mijail Gorbachov de apertura a otros países, con el fin de que los diplomáticos extranjeros descubrieran la "nueva" Unión Soviética, y las autoridades de Moscú pudieran intercambiar ideas y experiencias útiles, a fin de complementar los procesos de "glasnost" y "perestroika" en que estaba embarcado el secretario general del Partido Comunista de la URSS (15).
Luego de la firma del acuerdo comercial con la URSS, el 26 de enero de 1986 el canciller Caputo viajó a Moscú para continuar las conversaciones en varios temas y preparar el terreno para la visita del presidente Alfonsín a la capital soviética en octubre. Caputo se entrevistó con varias figuras del Kremlin, entre ellos el canciller Edward Shevardnadze, el presidente del Soviet Supremo Andrei Gromyko, y el secretario general del PC, Mijail Gorbachov, con los cuales trató, entre otros temas, las propuestas de desarme formuladas por Gorbachov y Alfonsín en el llamado "Grupo de los Seis", la crisis centroamericana, y el problema de la deuda externa. Tanto las declaraciones de Caputo como de Shevardnaze enfatizaron las coincidencias alcanzadas, sobre todo en materia de desarme. El canciller argentino expresó que "el plan de desarme total para el año 2000 presentado por la URSS es, a nuestro juicio, la más importante iniciativa que en este tema se haya presentado hasta ahora (16)".
Además, Caputo firmó el 29 de enero de 1986 varios convenios: Protocolo sobre Consultas; Acuerdo sobre los Suministros de Cereales y Soja; Acuerdo prorrogando el Convenio de Suministro de Maquinarias y Equipos de la URSS a la República Argentina por U$S 500 millones; Convenio sobre Cooperación Cultural y Científica, y Protocolo para preparar la recopilación de documentos diplomáticos sobre las relaciones entre la República Argentina y la URSS (Rusia) de 1885 a 1985. Asimismo, vale destacar el compromiso de participación soviética en la remodelación del puerto argentino de Bahía Blanca y en obras hidroeléctricas como el dique de Piedra del Aguila (17).
Unos meses después, el 2 de julio de 1986, la Argentina firmó con la URSS un convenio pesquero, que concedía a las naves soviéticas, por su artículo 2º, acceso a la zona económica exclusiva del mar argentino, y por su artículo 3º, la posibilidad de que dichas naves recalaran en puertos argentinos. Un convenio semejante fue firmado con Bulgaria. Como era de esperarse, estos convenios provocaron consecuencias tanto político-estratégicas como económicas negativas para la Argentina. En cuanto a las primeras, se produjo la inmediata reacción del Reino Unido declarando la zona pesquera exclusiva de 200 millas alrededor de las Malvinas. Asimismo, el secretario de Estado norteamericano George Shultz emitió fuertes declaraciones, criticando los convenios de pesca y advirtiendo que "todo país debe ser cuidadoso en sus relaciones con la Unión Soviética", porque el objetivo principal de los rusos es político y su sistema de gobierno se contradice "con el sistema de valores que representa la democracia en la Argentina", palabras que constituyeron un llamado de atención al gobierno de Buenos Aires. La cuestión tuvo también una fuerte repercusión interna, desatando una intensa polémica entre el canciller Caputo, el ex canciller Oscar Camilión y el ex embajador en los Estados Unidos Arnaldo Musich. Provocó además el 13 de octubre un paro general de la CGT por 14 horas en contra de la firma de los convenios, y la crítica de las empresas pesqueras argentinas, que consideraban que mientras se restringían los permisos de captura a las firmas nacionales, éstos se concedían a las extranjeras (18).
En octubre de 1986 tuvo lugar el viaje de Alfonsín a la URSS, acompañado por un grupo importante de empresarios argentinos. Los resultados de esta visita para la Argentina fueron escasos, debido tanto a las prioridades de los gobiernos argentino y soviético de ajustar sus respectivas economías (19), como a la decisión británica del 29 de octubre de 1986 de establecer una zona exclusiva de pesca en torno a las islas Malvinas como represalia por los acuerdos pesqueros firmados por la Argentina en julio de ese año con la URSS y Bulgaria (20).
En el ámbito político, Alfonsín y Gorbachov emitieron un comunicado conjunto, expresando una serie de coincidencias en temas de la agenda regional y global: la mutua condena a toda intervención en Centroamérica y elogio a los esfuerzos pacificadores de Contadora; el reclamo de negociaciones directas para una solución al problema de las islas Malvinas y la exigencia de que el gobierno británico desmantelara la base militar asentada en el archipiélago (aunque no hubo referencia explícita al tema de la soberanía); el retiro de las tropas israelíes de los territorios ocupados, la creación de un estado palestino y la convocatoria a una conferencia internacional con participación de la OLP como medios para solucionar el conflicto de Medio Oriente; crítica al apartheid sudafricano; y las referencias de ambos gobiernos al rol positivo jugado por los países No Alineados (21).
Pero, más allá de estas coincidencias, el presidente Alfonsín no logró en este viaje dos objetivos políticos muy importantes para su administración: obtener una explícita condena de Moscú respecto de las políticas opositoras de comunistas y trotskistas argentinos, y conseguir el apoyo soviético a la revindicación de la soberanía argentina en Malvinas. En el primer caso, las duras observaciones de Alfonsín respecto del Partido Comunista argentino fueron mal recibidas por las autoridades soviéticas, que sostuvieron que la URSS no podía respaldar ni oponerse a la posición de una fuerza política interna en otro país (22). En el segundo caso, el comunicado conjunto omitió directamente toda alusión al tema (23).
En el plano económico, los logros del viaje de Alfonsín se limitaron a la promesa soviética de respetar el convenio de granos ya firmado -durante el primer semestre de 1986 los soviéticos no cumplieron con el compromiso asumido en enero, comprando poco más de 700.000 toneladas-. Durante la visita presidencial, la parte soviética confirmó órdenes de compra para 1987 por un total de 4 millones de toneladas de cereales, compensando sólo parcialmente su déficit de compras de 1986. Otro limitado logro fue la posibilidad que tuvieron los empresarios argentinos de tener un contacto directo con sus pares soviéticos, lo cual llevó a comenzar a negociar algunos proyectos binacionales que se habían pactado anteriormente (24).
Para los soviéticos, el balance del viaje del presidente Alfonsín no fue mucho más positivo. Desde el punto de vista político-estratégico, tras la decepcionante cumbre de Reykjavik con Estados Unidos, la URSS encontró en el presidente argentino un interlocutor que, condicionado por delicados problemas políticos y económicos, sólo podía ofrecer un respaldo verbal en la mayoría de los temas de la agenda tanto regional como global (25). Desde el punto de vista económico, lo cierto era que mientras la Argentina había comprado 50% de los productos soviéticos según lo pactado desde el convenio de 1981, la URSS había adquirido menos de 10% de los montos pactados desde 1981 -4.500.000 toneladas de sorgo, maíz y 450.000 de forraje cerealero-. Puesto en términos de valores, las compras de granos soviéticas cayeron del récord histórico de 3485 millones de dólares en 1981 -cuando la Argentina aprovechó la oportunidad abierta por el embargo cerealero dispuesto por la administración Carter contra la URSS- a 1467 millones en 1985, y sólo 267,6 millones en 1986 (26).
La limitación de los logros económicos argentinos y soviéticos se puso nuevamente de manifiesto a fines de septiembre-principios de octubre de 1987, durante la visita del canciller soviético Edward Shevardnadze a Buenos Aires, cuando ambas partes, disconformes con los resultados del patrón tradicional basado en ventas de granos argentinos y compras de productos manufacturados soviéticos, decidieron firmar una declaración conjunta, enfatizando la "conveniencia" de que la Argentina y la URSS promovieran "nuevas modalidades de colaboración, en particular a través de la cooperación industrial, la creación de empresas conjuntas y compañías mixtas", para lo cual "alentarán el intercambio de procesos industriales (27)".
Asimismo, se registraron coincidencias en la necesidad de establecer un nuevo orden económico internacional. Respecto de este punto, el canciller soviético calificó la deuda externa como un "tumor maligno del mundo contemporáneo", y, de manera coincidente con el pensamiento de Alfonsín, sostuvo que la solución a este problema sólo puede encontrarse a través del "esfuerzo conjunto" de la comunidad internacional. Shevardnadze destacó las amplias coincidencias con el gobierno de Alfonsín respecto del problema del desarme -cuestión en la que no faltó una referencia crítica de Shevardnadze al proyecto de "guerra de las galaxias" del presidente Reagan (28)-.. Por cierto, Malvinas fue otro ítem de la agenda de conversaciones que pareció demostrar el alto nivel de convergencia ente Buenos Aires y Moscú en el ámbito político, al menos en lo que respecta al nivel discursivo. En esta cuestión, Shevardnadze destacó la necesidad de desmilitarizar el Atlántico Sur y sostuvo el apoyo soviético a la posición argentina respecto de Malvinas. Pero al mismo tiempo, y a fin de aventar eventuales temores de Londres y Washington respecto de los objetivos políticos de su visita, el canciller soviético sostuvo que su contacto con el gobierno argentino no buscaba "perjudicar a terceros países" y no podía ser interpretado como un nuevo intento de penetración soviética en la región, pues esta visión respondía a una "antigua mentalidad de la época de piedra (29)".
Este nivel de convergencias políticas volvió a registrarse en ocasión de la visita a Buenos Aires del enviado personal de Mijail Gorbachov, Vladimir Lomeiko, quien se entrevistó con el presidente Raúl Alfonsín a principios de junio de 1988, en el marco de una gira informativa que incluyó también a México y Brasil. Ambas partes coincidieron en que la cumbre Reagan-Gorbachov de Washington de 1988 servía como símbolo de distensión. Sin embargo, Alfonsín entregó a Lomeiko una copia de la declaración del Grupo de los Seis en la que se señalaba que se esperaba de la cumbre entre las dos superpotencias "resultados más sustanciales en el campo de la limitación de armamento y desarme (30)".
En septiembre de 1988, una delegación soviética presidida por el viceministro de Comercio Exterior, Yuri Chumakov, arribó a Buenos Aires. Como era de esperarse, el objetivo primordial del visitante fue flexibilizar los términos del convenio bilateral firmado en enero de 1986, y, por esta vía, incrementar las posibilidades de su implementación. Este encuentro sirvió de base para la Undécima Reunión de la Comisión Mixta realizada en Moscú, a fines de octubre, en la que los negociadores soviéticos se comprometieron a mantener sus compras conforme a los volúmenes establecidos en el convenio (4.500.000 toneladas de granos), pero condicionando los totales por tipo de producto a las necesidades internas del mercado soviético. Asimismo, la URSS aceptó incluir la posibilidad de que la Argentina reanudara sus ventas de carne (30.000 toneladas al año). A la vez, ambas partes firmaron un convenio intergubernamental sobre cooperación industrial, y los empresarios soviéticos comunicaron a la delegación argentina su intención de formar empresas conjuntas para la instalación de frigoríficos en la Argentina para el procesamiento de carnes destinadas al mercado de la URSS y de terceros países (31).
Por su parte, el gobierno argentino adjudicó a través del decreto 835 a la empresa soviética Technostroyexport el dragado del canal de acceso, el antepuerto y la zona de maniobras del puerto de Bahía Blanca, a pesar de las objeciones internas a esta medida (32). Como contrapartida, las autoridades soviéticas aceptaron que los pagos por los trabajos de dragado de dicho puerto, 175 millones de dólares, y la construcción de la usina de Piedra del Aguila, 50 millones de dólares, fueran computados dentro de los 500 millones que la Argentina debía importar en un lapso de 5 años, según los acuerdos que estaban en ese momento vigentes (33).
También en la citada reunión se ratificó en forma automática por otros dos años el convenio de pesca, lo que generó las críticas de la oposición justicialista y de empresarios argentinos vinculados al sector pesquero, que consideraban que este convenio permitía la depredación de la riqueza ictícola (34).
Finalmente, y con posterioridad a la reunión, la Comisión Nacional de Energía Atómica de la Argentina (CNEA) firmó un contrato con la empresa soviética Techsnabexport para el enriquecimiento de uranio, destinado a la fabricación de radioisótopos en el centro atómico de Ezeiza. Si bien el monto de esta operación fue reducido (1.000.000 de dólares), el mismo tuvo un importante valor político por la dificultad para realizar ese enriquecimiento de uranio en países occidentales (35).
Asimismo, en ese mismo mes de octubre tuvo lugar en la capital soviética la realización de la Primera Exposición de la Industria y la Producción Argentina, de la cual participaron cerca de un centenar de empresas medianas y pequeñas que, en su mayor parte, tomaban contacto por primera vez con el mercado soviético. En esta exposición, los representantes soviéticos confeccionaron una lista indicativa de los bienes y servicios del mercado argentino que les resultaban prioritarios: tecnología para la industria de la alimentación, textiles, indumentaria, calzado, confección de cueros, lanas, equipamiento médico y odontológico, máquinas y herramientas, tecnología para la producción de envases, informática y biotecnología (36).
Como ya ocurriera antes, en la última fase de la administración radical varias provincias argentinas desarrollaron en forma independiente del gobierno nacional sus relaciones económicas con Moscú. En noviembre de 1988 el gobierno de la provincia de Buenos Aires dio a conocer un acuerdo para la construcción de una empresa mixta dedicada a la fabricación de insumos para construcciones y un programa de intercambio comercial quinquenal de 100 millones de dólares (37).
Antes de asumir el gobierno, el radicalismo planteó claramente el papel de los vínculos con la Unión Soviética en el marco de la política exterior. En una entrevista periodística, Dante Caputo sostuvo que no se ejercería "ningún tipo de discriminación ideológica" en las relaciones comerciales con los países del Este. Pero también afirmó que el gobierno de Alfonsín tendría como uno de sus objetivos diversificar las exportaciones "por razones de conveniencia nacional, ya que la presencia casi exclusiva de un solo comprador provoca de hecho relaciones de dependencia que no son convenientes (1)". Estas declaraciones de quien sería el canciller del gobierno de Alfonsín pueden interpretarse como una actitud de reacción contra el excesivo peso que tuvieron los vínculos comerciales con Moscú durante los años del Proceso.
No obstante estas declaraciones de Caputo y la preferencia de las autoridades de Moscú por Italo Luder como candidato a la presidencia argentina (2), la llegada de Raúl Alfonsín a la Casa Rosada motivó elogiosos comentarios en la prensa soviética. Así, Tiempos Nuevos de Moscú subrayó que el programa de gobierno radical era "constructivo" y calificó el discurso de Alfonsín como "progresista y renovador". Por su parte, la derrota electoral del peronismo fue interpretada por el diario moscovita como una consecuencia de los "errores de cálculo" y de la "exhumación de viejos slogans (3)".
A pesar de los citados elogios de la prensa soviética, durante la primera etapa del gobierno de Alfonsín las relaciones económicas con Moscú atravesaron un período de enfriamiento. Ello se debió a dos factores: a) la alta prioridad puesta por la administración radical en sus vínculos con las socialdemocracias europeas, que tuvo por contrapartida un enfriamiento de los nexos con el mundo socialista; y b) la propia crisis de la política interna soviética, sumida en la primera mitad de la década de los ’80 en una sucesión de enfermedades y muertes de sus máximos dirigentes -Leonid Brezhnev (1982), Yuri Andropov (1984) y Konstantin Chernenko (1985) (4).
Pero la baja prioridad otorgada por la diplomacia radical a los lazos comerciales con Moscú y el mundo socialista no impidió que en esta etapa se registraran una serie de contactos, que culminaron con la firma de convenios entre representantes comerciales soviéticos y las provincias de Mendoza, Formosa, Chaco y Corrientes (5). Asimismo, durante los meses de octubre y noviembre de 1984, los gobernadores Felipe Llaver de Mendoza, Leopoldo Bravo de San Juan, José Vernet de Santa Fe, y Arturo Puricelli de Santa Cruz, respondiendo a una expresa invitación de Moscú, visitaron la URSS para discutir la posibilidad de nuevos acuerdos comerciales (6).
Un hecho que evidenció las dificultades existentes en el intercambio comercial bilateral fue, sin duda, la Octava Reunión de la Comisión Mixta de cooperación económica y comercial argentino-soviética, de principios de noviembre de 1984 en Buenos Aires, donde ambas partes definieron claramente sus intereses respecto del intercambio comercial bilateral. En este encuentro, los negociadores soviéticos intentaron presionar a sus pares argentinos, aprovechando la situación altamente competitiva del mercado mundial de granos, donde Estados Unidos y la Comunidad Europea subsidiaban sus exportaciones y las colocaban en el mercado soviético a precios de dumping. Advirtieron que la URSS se vería forzada a reducir sus compras de granos a menos que la Argentina aumentara sus adquisiciones de equipos y maquinarias. Pero también plantearon alternativas para salir del estancamiento en el intercambio comercial, desde el trueque (vinos por trolebuses, por ejemplo, que había sido aplicado por el gobierno de Mendoza), hasta propuestas de adaptación de las empresas argentinas a las necesidades del mercado soviético, especialmente en la industria liviana. También hubo propuestas energéticas, especialmente emprendimientos hidroeléctricos, portuarios, ventas de licencias y tecnología. No obstante, estas alternativas chocaron con la realidad de que la clase empresarial argentina prefería integrarse al mercado mundial capitalista antes que al socialista. Además, la capacidad de compra de equipos y maquinarias de origen soviético se veía altamente comprometida en ese momento por dos factores: la abultada deuda externa, que llevaba a la Argentina a privilegiar sus relaciones con Washington y los organismos internacionales de crédito; y la tendencia a la baja del precio de los granos, que reducía los beneficios exportables, tan necesarios para afrontar los servicios de la deuda.
Por el Acta Final de esta Octava Reunión de la Comisión Mixta, firmada por el secretario de Comercio argentino, Ricardo Campero, y el viceministro de Comercio Exterior soviético, Alexei Manzhulo, ambas partes convinieron en prorrogar el Acuerdo de Suministro de Cereales y Soja argentino a la URSS, y el Convenio de Suministro de Maquinaria y Equipo de la URSS a la Argentina. Asimismo, formalizaron el otorgamiento de un sistema de crédito recíproco de 5 millones de dólares para la compra de bienes producidos por ambos países. Pero este acuerdo excluyó explícitamente los productos agropecuarios argentinos, que debían ser adquiridos por Moscú al contado en moneda de libre convertibilidad. Por esta razón, los negociadores soviéticos expresaron su preocupación por el déficit de la URSS en su intercambio comercial con la Argentina, y solicitaron un incremento sustancial en las importaciones de productos soviéticos, con el fin de reducir el desequilibrio en la balanza comercial bilateral (7).
Otra dificultad presente en la agenda económica fue el viejo tema de las actividades de pesqueros soviéticos en la zona económica exclusiva argentina, que volvió a aparecer en el mes de septiembre de 1984 y motivó un pedido de informes por parte del diputado justicialista Luis Casale meses después, en marzo de 1985 (8).
En contraposición a las dificultades existentes en el ámbito comercial de la agenda bilateral, se produjeron convergencias en el ámbito político. Un ejemplo fue el balance de la visita a la Argentina del secretario general de la Cancillería soviética, Yuri Fokin, a fines de julio de 1984. El objetivo de la misma fue de carácter exploratorio: el intercambio de opiniones acerca de los temas a ser tratados en la 39ª Asamblea General de la ONU y otros asuntos de interés común. En ese contexto, Fokin tocó la problemática de Malvinas, acusando a Gran Bretaña de adoptar una actitud colonialista en el diferendo, que el diplomático soviético encuadró en el marco de referencia Este-Oeste. Si bien Fokin consideraba la disputa entre Buenos Aires y Londres como secundaria en la lista de prioridades estratégicas soviéticas, las autoridades soviéticas estaban preocupadas por la instalación en el Atlántico Sur "de armas avanzadas" (...) porque estamos amenazados desde el Polo Norte y desde el Polo Sur (9)". Durante la presencia de Fokin en Buenos Aires, un artículo publicado en la prensa soviética acusó al gobierno de Estados Unidos de estar utilizando políticamente al FMI para ejercer presión política sobre la gestión de Alfonsín, y respaldó la actitud del gobierno radical de resistir la presión de Washington y los bancos acreedores (10).
Asimismo, en septiembre de 1984, durante las sesiones de la 39ª Asamblea General de la ONU en la que el gobierno radical dio a conocer sus lineamientos de política exterior, tuvo lugar una entrevista entre el canciller Dante Caputo y su par soviético Andrei Gromyko. Esta entrevista constituyó el antecedente de un mecanismo de consultas bilaterales a nivel de cancilleres que fue establecido dos años más tarde (11).
A principios de octubre de 1984 realizó una visita a Moscú un grupo de legisladores argentinos, encabezados por el presidente de la Comisión de las Relaciones Internacionales Interparlamentarias del Senado, el senador justicialista Julio Amoedo. Estos suscribieron con sus colegas soviéticos un comunicado conjunto que subrayaba la existencia de posiciones coincidentes entre la Argentina y la URSS en diversos temas, destacándose entre ellos el apoyo soviético a los reclamos de soberanía argentinos sobre las Malvinas (12).
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IV
Las dificultades en el ámbito comercial volvieron a evidenciarse en octubre de 1985, en ocasión de la Novena Reunión de la Comisión Mixta que trató la renovación de los convenios comerciales entre ambos países, que habían sido firmados por el gobierno militar en 1981 y cuya vigencia finalizaba en diciembre. En dicha oportunidad, la delegación soviética criticó la lentitud y el incumplimiento por parte de la Argentina de algunas condiciones de compra, especialmente las referidas a las adquisiciones de máquinas y equipos. Los negociadores argentinos atribuyeron estas falencias a las restricciones presupuestarias y operativas derivadas de las medidas de estabilización económica. También se registraron quejas del lado argentino, cuya delegación expresó su preocupación por la decisión de Moscú de no cumplir con los volúmenes comprometidos de soja y carnes (13).
No obstante, las gestiones en torno de un nuevo convenio comercial que reemplazara al firmado en 1981 continuaron. Desde la óptica argentina, el mercado soviético tenía una importancia crucial, en un contexto donde el éxito del Plan Austral y de las negociaciones por la deuda externa dependía en gran medida de mantener un volumen satisfactorio en las exportaciones. Finalmente, el 22 de enero de 1986, el canciller Caputo y el ministro de Comercio Exterior soviético, Boris Aristov, firmaron en forma preliminar en Buenos Aires un nuevo convenio para la venta de 4.500.000 toneladas de granos y frijol de soja a la URSS hasta 1990. Por su parte, la Argentina se comprometió a adquirir en ese lapso 500 millones de dólares en equipos industriales y manufacturas, valor que representaba un 100% más que el monto de compras concretado durante la vigencia del convenio comercial 1981-1985 (14).
Por cierto, el gobierno radical pretendió resolver las dificultades existentes en materia de intercambio comercial a través de un camino de índole política, extendiendo a la URSS la "diplomacia personal" -hasta ese momento reservada a los escenarios europeo-occidental, norteamericano y latinoamericano-. Esta estrategia de la diplomacia argentina coincidió con el deseo de la administración de Mijail Gorbachov de apertura a otros países, con el fin de que los diplomáticos extranjeros descubrieran la "nueva" Unión Soviética, y las autoridades de Moscú pudieran intercambiar ideas y experiencias útiles, a fin de complementar los procesos de "glasnost" y "perestroika" en que estaba embarcado el secretario general del Partido Comunista de la URSS (15).
Luego de la firma del acuerdo comercial con la URSS, el 26 de enero de 1986 el canciller Caputo viajó a Moscú para continuar las conversaciones en varios temas y preparar el terreno para la visita del presidente Alfonsín a la capital soviética en octubre. Caputo se entrevistó con varias figuras del Kremlin, entre ellos el canciller Edward Shevardnadze, el presidente del Soviet Supremo Andrei Gromyko, y el secretario general del PC, Mijail Gorbachov, con los cuales trató, entre otros temas, las propuestas de desarme formuladas por Gorbachov y Alfonsín en el llamado "Grupo de los Seis", la crisis centroamericana, y el problema de la deuda externa. Tanto las declaraciones de Caputo como de Shevardnaze enfatizaron las coincidencias alcanzadas, sobre todo en materia de desarme. El canciller argentino expresó que "el plan de desarme total para el año 2000 presentado por la URSS es, a nuestro juicio, la más importante iniciativa que en este tema se haya presentado hasta ahora (16)".
Además, Caputo firmó el 29 de enero de 1986 varios convenios: Protocolo sobre Consultas; Acuerdo sobre los Suministros de Cereales y Soja; Acuerdo prorrogando el Convenio de Suministro de Maquinarias y Equipos de la URSS a la República Argentina por U$S 500 millones; Convenio sobre Cooperación Cultural y Científica, y Protocolo para preparar la recopilación de documentos diplomáticos sobre las relaciones entre la República Argentina y la URSS (Rusia) de 1885 a 1985. Asimismo, vale destacar el compromiso de participación soviética en la remodelación del puerto argentino de Bahía Blanca y en obras hidroeléctricas como el dique de Piedra del Aguila (17).
Unos meses después, el 2 de julio de 1986, la Argentina firmó con la URSS un convenio pesquero, que concedía a las naves soviéticas, por su artículo 2º, acceso a la zona económica exclusiva del mar argentino, y por su artículo 3º, la posibilidad de que dichas naves recalaran en puertos argentinos. Un convenio semejante fue firmado con Bulgaria. Como era de esperarse, estos convenios provocaron consecuencias tanto político-estratégicas como económicas negativas para la Argentina. En cuanto a las primeras, se produjo la inmediata reacción del Reino Unido declarando la zona pesquera exclusiva de 200 millas alrededor de las Malvinas. Asimismo, el secretario de Estado norteamericano George Shultz emitió fuertes declaraciones, criticando los convenios de pesca y advirtiendo que "todo país debe ser cuidadoso en sus relaciones con la Unión Soviética", porque el objetivo principal de los rusos es político y su sistema de gobierno se contradice "con el sistema de valores que representa la democracia en la Argentina", palabras que constituyeron un llamado de atención al gobierno de Buenos Aires. La cuestión tuvo también una fuerte repercusión interna, desatando una intensa polémica entre el canciller Caputo, el ex canciller Oscar Camilión y el ex embajador en los Estados Unidos Arnaldo Musich. Provocó además el 13 de octubre un paro general de la CGT por 14 horas en contra de la firma de los convenios, y la crítica de las empresas pesqueras argentinas, que consideraban que mientras se restringían los permisos de captura a las firmas nacionales, éstos se concedían a las extranjeras (18).
En octubre de 1986 tuvo lugar el viaje de Alfonsín a la URSS, acompañado por un grupo importante de empresarios argentinos. Los resultados de esta visita para la Argentina fueron escasos, debido tanto a las prioridades de los gobiernos argentino y soviético de ajustar sus respectivas economías (19), como a la decisión británica del 29 de octubre de 1986 de establecer una zona exclusiva de pesca en torno a las islas Malvinas como represalia por los acuerdos pesqueros firmados por la Argentina en julio de ese año con la URSS y Bulgaria (20).
En el ámbito político, Alfonsín y Gorbachov emitieron un comunicado conjunto, expresando una serie de coincidencias en temas de la agenda regional y global: la mutua condena a toda intervención en Centroamérica y elogio a los esfuerzos pacificadores de Contadora; el reclamo de negociaciones directas para una solución al problema de las islas Malvinas y la exigencia de que el gobierno británico desmantelara la base militar asentada en el archipiélago (aunque no hubo referencia explícita al tema de la soberanía); el retiro de las tropas israelíes de los territorios ocupados, la creación de un estado palestino y la convocatoria a una conferencia internacional con participación de la OLP como medios para solucionar el conflicto de Medio Oriente; crítica al apartheid sudafricano; y las referencias de ambos gobiernos al rol positivo jugado por los países No Alineados (21).
Pero, más allá de estas coincidencias, el presidente Alfonsín no logró en este viaje dos objetivos políticos muy importantes para su administración: obtener una explícita condena de Moscú respecto de las políticas opositoras de comunistas y trotskistas argentinos, y conseguir el apoyo soviético a la revindicación de la soberanía argentina en Malvinas. En el primer caso, las duras observaciones de Alfonsín respecto del Partido Comunista argentino fueron mal recibidas por las autoridades soviéticas, que sostuvieron que la URSS no podía respaldar ni oponerse a la posición de una fuerza política interna en otro país (22). En el segundo caso, el comunicado conjunto omitió directamente toda alusión al tema (23).
En el plano económico, los logros del viaje de Alfonsín se limitaron a la promesa soviética de respetar el convenio de granos ya firmado -durante el primer semestre de 1986 los soviéticos no cumplieron con el compromiso asumido en enero, comprando poco más de 700.000 toneladas-. Durante la visita presidencial, la parte soviética confirmó órdenes de compra para 1987 por un total de 4 millones de toneladas de cereales, compensando sólo parcialmente su déficit de compras de 1986. Otro limitado logro fue la posibilidad que tuvieron los empresarios argentinos de tener un contacto directo con sus pares soviéticos, lo cual llevó a comenzar a negociar algunos proyectos binacionales que se habían pactado anteriormente (24).
Para los soviéticos, el balance del viaje del presidente Alfonsín no fue mucho más positivo. Desde el punto de vista político-estratégico, tras la decepcionante cumbre de Reykjavik con Estados Unidos, la URSS encontró en el presidente argentino un interlocutor que, condicionado por delicados problemas políticos y económicos, sólo podía ofrecer un respaldo verbal en la mayoría de los temas de la agenda tanto regional como global (25). Desde el punto de vista económico, lo cierto era que mientras la Argentina había comprado 50% de los productos soviéticos según lo pactado desde el convenio de 1981, la URSS había adquirido menos de 10% de los montos pactados desde 1981 -4.500.000 toneladas de sorgo, maíz y 450.000 de forraje cerealero-. Puesto en términos de valores, las compras de granos soviéticas cayeron del récord histórico de 3485 millones de dólares en 1981 -cuando la Argentina aprovechó la oportunidad abierta por el embargo cerealero dispuesto por la administración Carter contra la URSS- a 1467 millones en 1985, y sólo 267,6 millones en 1986 (26).
La limitación de los logros económicos argentinos y soviéticos se puso nuevamente de manifiesto a fines de septiembre-principios de octubre de 1987, durante la visita del canciller soviético Edward Shevardnadze a Buenos Aires, cuando ambas partes, disconformes con los resultados del patrón tradicional basado en ventas de granos argentinos y compras de productos manufacturados soviéticos, decidieron firmar una declaración conjunta, enfatizando la "conveniencia" de que la Argentina y la URSS promovieran "nuevas modalidades de colaboración, en particular a través de la cooperación industrial, la creación de empresas conjuntas y compañías mixtas", para lo cual "alentarán el intercambio de procesos industriales (27)".
Asimismo, se registraron coincidencias en la necesidad de establecer un nuevo orden económico internacional. Respecto de este punto, el canciller soviético calificó la deuda externa como un "tumor maligno del mundo contemporáneo", y, de manera coincidente con el pensamiento de Alfonsín, sostuvo que la solución a este problema sólo puede encontrarse a través del "esfuerzo conjunto" de la comunidad internacional. Shevardnadze destacó las amplias coincidencias con el gobierno de Alfonsín respecto del problema del desarme -cuestión en la que no faltó una referencia crítica de Shevardnadze al proyecto de "guerra de las galaxias" del presidente Reagan (28)-.. Por cierto, Malvinas fue otro ítem de la agenda de conversaciones que pareció demostrar el alto nivel de convergencia ente Buenos Aires y Moscú en el ámbito político, al menos en lo que respecta al nivel discursivo. En esta cuestión, Shevardnadze destacó la necesidad de desmilitarizar el Atlántico Sur y sostuvo el apoyo soviético a la posición argentina respecto de Malvinas. Pero al mismo tiempo, y a fin de aventar eventuales temores de Londres y Washington respecto de los objetivos políticos de su visita, el canciller soviético sostuvo que su contacto con el gobierno argentino no buscaba "perjudicar a terceros países" y no podía ser interpretado como un nuevo intento de penetración soviética en la región, pues esta visión respondía a una "antigua mentalidad de la época de piedra (29)".
Este nivel de convergencias políticas volvió a registrarse en ocasión de la visita a Buenos Aires del enviado personal de Mijail Gorbachov, Vladimir Lomeiko, quien se entrevistó con el presidente Raúl Alfonsín a principios de junio de 1988, en el marco de una gira informativa que incluyó también a México y Brasil. Ambas partes coincidieron en que la cumbre Reagan-Gorbachov de Washington de 1988 servía como símbolo de distensión. Sin embargo, Alfonsín entregó a Lomeiko una copia de la declaración del Grupo de los Seis en la que se señalaba que se esperaba de la cumbre entre las dos superpotencias "resultados más sustanciales en el campo de la limitación de armamento y desarme (30)".
En septiembre de 1988, una delegación soviética presidida por el viceministro de Comercio Exterior, Yuri Chumakov, arribó a Buenos Aires. Como era de esperarse, el objetivo primordial del visitante fue flexibilizar los términos del convenio bilateral firmado en enero de 1986, y, por esta vía, incrementar las posibilidades de su implementación. Este encuentro sirvió de base para la Undécima Reunión de la Comisión Mixta realizada en Moscú, a fines de octubre, en la que los negociadores soviéticos se comprometieron a mantener sus compras conforme a los volúmenes establecidos en el convenio (4.500.000 toneladas de granos), pero condicionando los totales por tipo de producto a las necesidades internas del mercado soviético. Asimismo, la URSS aceptó incluir la posibilidad de que la Argentina reanudara sus ventas de carne (30.000 toneladas al año). A la vez, ambas partes firmaron un convenio intergubernamental sobre cooperación industrial, y los empresarios soviéticos comunicaron a la delegación argentina su intención de formar empresas conjuntas para la instalación de frigoríficos en la Argentina para el procesamiento de carnes destinadas al mercado de la URSS y de terceros países (31).
Por su parte, el gobierno argentino adjudicó a través del decreto 835 a la empresa soviética Technostroyexport el dragado del canal de acceso, el antepuerto y la zona de maniobras del puerto de Bahía Blanca, a pesar de las objeciones internas a esta medida (32). Como contrapartida, las autoridades soviéticas aceptaron que los pagos por los trabajos de dragado de dicho puerto, 175 millones de dólares, y la construcción de la usina de Piedra del Aguila, 50 millones de dólares, fueran computados dentro de los 500 millones que la Argentina debía importar en un lapso de 5 años, según los acuerdos que estaban en ese momento vigentes (33).
También en la citada reunión se ratificó en forma automática por otros dos años el convenio de pesca, lo que generó las críticas de la oposición justicialista y de empresarios argentinos vinculados al sector pesquero, que consideraban que este convenio permitía la depredación de la riqueza ictícola (34).
Finalmente, y con posterioridad a la reunión, la Comisión Nacional de Energía Atómica de la Argentina (CNEA) firmó un contrato con la empresa soviética Techsnabexport para el enriquecimiento de uranio, destinado a la fabricación de radioisótopos en el centro atómico de Ezeiza. Si bien el monto de esta operación fue reducido (1.000.000 de dólares), el mismo tuvo un importante valor político por la dificultad para realizar ese enriquecimiento de uranio en países occidentales (35).
Asimismo, en ese mismo mes de octubre tuvo lugar en la capital soviética la realización de la Primera Exposición de la Industria y la Producción Argentina, de la cual participaron cerca de un centenar de empresas medianas y pequeñas que, en su mayor parte, tomaban contacto por primera vez con el mercado soviético. En esta exposición, los representantes soviéticos confeccionaron una lista indicativa de los bienes y servicios del mercado argentino que les resultaban prioritarios: tecnología para la industria de la alimentación, textiles, indumentaria, calzado, confección de cueros, lanas, equipamiento médico y odontológico, máquinas y herramientas, tecnología para la producción de envases, informática y biotecnología (36).
Como ya ocurriera antes, en la última fase de la administración radical varias provincias argentinas desarrollaron en forma independiente del gobierno nacional sus relaciones económicas con Moscú. En noviembre de 1988 el gobierno de la provincia de Buenos Aires dio a conocer un acuerdo para la construcción de una empresa mixta dedicada a la fabricación de insumos para construcciones y un programa de intercambio comercial quinquenal de 100 millones de dólares (37).