Presumen tradicionalmente los británicos de que, gracias a su “Royal Navy”, ningún enemigo ha hollado su isla desde los lejanos tiempos de la conquista normanda y decisiva batalla de Hastings en 1066. Que tal pretensión no es enteramente cierta, dan testimonio los siguientes hechos del verano de 1595.
Estaban la España de Felipe II y la Inglaterra de Isabel I en guerra abierta desde hace muchos años ya, y aún más antigua por cuanto las piraterías inglesas habían comenzado mucho antes de que las hostilidades fueran formalmente abiertas. Un nuevo frente de lucha se había abierto por la guerra civil en Francia, donde a su protestante rey, Enrique IV, se oponía la mayoría católica del país. Por supuesto que ingleses y españoles enviaron ayuda en barcos, hombres y armas al partido que apoyaban cada uno.
Como consecuencia, los españoles dispusieron de algunos buenos puertos de apoyo en la costa de la Bretaña francesa, mucho más cerca de las islas británicas, y carencia decisiva que hubiera podido asegurar el éxito de la Armada de 1588, mal conocida como “Invencible”.
Ahora las cosas eran muy distintas, y aunque la fuerza naval disponible era muy pequeña, se decidió dar un golpe de mano sobre la costa inglesa, para demostrar a todos “que donde las dan, las toman”.
Así partió del puerto francés de Blavet D. Carlos Amézola, al mando de cuatro galeras:
“Capitana”, “Patrona”, “Bazana” y “Peregrina”, que aparte de los marineros, l
levaban 400 hombres de desembarco. (otras fuentes mencionan Amézquita o Amésquita en vez de Amézola, en cualquier caso queda claro el origen del apellido)
Zarparon el 22 de julio, y tras proveerse de víveres por la fuerza en Penmarch y otros puertos dominados por los protestantes franceses (así de precaria era su situación), cruzaron el mar apresando algún pesquero británico para obtener información, aparte de las que proporcionaba un capitán inglés católico embarcado en la expedición, Richard Burby, y en la mañana del 2 de agosto llegaban a la costa más occidental de Cornualles, en la bahía de Mounts, entre los cabos Lizard y Lands’End.
Allí desembarcaron y tomaron e incendiaron el pueblo de Mousehole, mientras la “Peregrina” quedaba en mar abierto, vigilando la aproximación de buques enemigos.
La alarma de los ingleses fue tremenda, y el Lord Lieutnam de Cornwall, Francis Godolphin, reunió a toda prisa los caballeros y milicias para la defensa ante lo que parecía una invasión en toda regla.
Además, se mandaron urgentes avisos a la cercana
base de Plymouth, donde Drake y Hawkins preparaban una gran expedición contra el Caribe español.
Pero los españoles les chasquearon, reembarcando su tropa en las galeras y dirigiéndose por mar hacia otros puntos, mientras las milicias no sabían donde acudir y corrían por montes y veredas para llegar antes al punto amenazado.
Con dicha ventaja, los españoles se apoderaron, saquearon e incendiaron los pueblos de Newlyn, Saint Paul y Church Town, para terminar tomando Penzance, la plaza principal de la zona, su castillo (embarcando en las galeras su artillería) y quemando los tres mercantes fondeados en su puerto.
Godolphin y sus hombres
(hasta cuatro mil, según fuentes inglesas) intentaron presentar resistencia en tierra firme, pero la firmeza de los cuatrocientos desembarcados y el fuego de apoyo de los cañones de las galeras aproximadas a tierra (sólo tenían cinco cada una, y solo el central era de algún calibre) sembraron el terror entre los inexpertos ingleses, que se desbandaron completamente.
Al final, el 5 de agosto, cumplida su misión, Amézola ordenó celebrar una misa católica en Penzance, sus hombres se juraron que volverían y levantarían allí una abadía,
soltó a los numerosos prisioneros (en agudo contraste con el trato dado a los náufragos de la “Invencible” en Irlanda por los ingleses, rematándolos y robándolos en las propias playas) y ordenó volver a su base.
Demasiado tarde llegó de Plymouth una flotilla de buques, al mando de Nicholas Clifford, que no pudo hacer nada, salvo constatar la completa derrota.
Aquello había sido demasiado fácil, y así Amézola quiso agrandar sus logros atacando un convoy holandés de más de cuarenta barcos, escoltados por cuatro de guerra, hundiendo dos buques y averiando otros dos, lo que le costó veinte muertos y bastantes heridos (muchas más bajas que en su desembarco), tras lo cual hizo rumbo definitivamente a Blavet.
En Inglaterra hubo una oleada de pánico, y los esfuerzos por fortalecer sus defensas costeras fueron grandes en lo sucesivo.
Por cierto que las de la zona estaban al mando de Drake, que cosechó un nuevo fracaso. Pero aún fue mayor el siguiente, pues como hemos recordado en este blog, su expedición de ese mismo año con Hawkins al Caribe terminó en un desastre, con la muerte de ambos y la vuelta de un tercio de los hombres y solo ocho de los veintiocho buques que zarparon, y sin conseguir botín alguno.
Por aquellos años, las galeras y pequeñas fragatas españolas sembraron el caos en las costas inglesas, apresando muchos pesqueros y pequeños mercantes, pero la expedición no se repitió, al menos en los mismos términos, pues si hubo otros desembarcos, fue en momentos y lugares muy diferentes.
En cualquier caso, cabe la reflexión de que si los hechos que hemos relatado los hubieran protagonizado otros enemigos de Inglaterra, como franceses o alemanes, la gesta de que un batallón desembarque en las costas inglesas y tome unas cuantas localidades ante la inoperancia de la defensa y se retire con total tranquilidad, no hubiera permanecido casi desconocida.
Presumen tradicionalmente los británicos de que, gracias a su “Royal Navy”, ningún enemigo ha hollado su isla desde los lejanos tiempos de la conquista normanda y decisiva batalla de Hastings en 1066. Que tal pretensión no es enteramente cierta, dan testimonio los siguientes hechos del verano de...
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