LULA Y SU AMIGO FRANCES
A menos de un año y medio de dejar la presidencia de Brasil, Lula da Silva ha pegado un golpe de timón que obligará a reformular la arquitectura estratégica sudamericana. En un escenario de alta carga simbólica, en el día de la independencia, con el imponente desfile militar cruzando Brasilia, Lula develó uno de los secretos mejor guardados del Palacio del Planalto.
El presidente reequipará militarmente al Brasil, y lo hará obviando la provisión –y la anuencia– norteamericana, invirtiendo montos superiores a los de cualquier Estado latinoamericano (mayores que los del Plan Colombi o que las compras militares a Rusia proyectadas por Chávez), y sellando un acuerdo estratégico con Francia que traerá cola.
En los últimos tiempos, tres hechos sin aparente relación han trastocado la geopolítica regional. Brasil hizo públicos los descubrimientos de yacimientos petrolíferos, con unos 50 mil millones de barriles de crudo enterrados a lo largo del litoral atlántico; el año pasado Estados Unidos tomó la decisión de reactivar la IV Flota, para patrullar precisamente ese litoral; y hace pocos días Álvaro Uribe anunció que habilitará siete bases en territorio colombiano para el uso de tropas norteamericanas.
Tras el anuncio de Uribe, Lula consiguió que en 48 horas el Congreso le autorizase una inversión en equipamiento militar cercana a los ocho mil millones de dólares; pero los acuerdos de compra negociados con Nicolas Sarkozy, el amigo francés invitado de honor a las fiestas patrias brasileñas, terminarán duplicando aquel gasto autorizado. Será la mayor inversión militar de la historia reciente. Para buscar antecedentes de un gasto semejante hay que remontarse a la segunda guerra mundial, cuando Brasil se sumó al conflicto y el presidente Getulio Vargas equipó al ejército para la guerra.
Sin embargo, a pesar de la magnitud del gasto, no se ha levantado en contra ni una sola voz en todo el arco opositor. Hay consenso en la clase política en que este reordenamiento estratégico ubicará a Brasil en un incontestable lugar de preeminencia regional.
Poder de fuego disuasivo. La negociación de las armas es impresionante. Incluye 36 aviones cazabombarderos (los franceses Rafale parecen ser los favoritos, sofisticados cazas equipados con diversos misiles, radares infrarrojos y telémetros láser); cuatro submarinos Scorpène; el desarrollo de un submarino nuclear y 50 helicópteros de transporte militar. Con esta capacidad de fuego, especialmente a nivel naval, necesariamente se modificará la ecuación militar en América latina. No será igualada por ninguno de sus vecinos, y los intentos de equiparación podrían desencadenar una carrera armamentística.
Pero la clave del golpe de timón de Lula da Silva, sin embargo, no está en la cantidad de armas que adquiera sino en la carga de conocimiento, tecnología y desarrollo que con ellas venga. Con esta cooperación, Brasil se convertirá en el séptimo país del mundo capaz de construir y navegar submarinos convencionales y nucleares. Con la tecnología francesa, será la industria de defensa brasileña, y los numerosos círculos industriales subsidiarios, la que sentirá el salto modernizador y multiplicador de desarrollo.
Las señales exteriores del presidente Lula, en todo caso, apuntan a tranquilizar a sus vecinos. Ha dicho en varias oportunidades que el aumento de las fuerzas de defensa busca un objetivo disuasorio, y que no hay ninguna hipótesis de confrontación vigente. Pero, aunque Lula no lo diga, las intenciones de liderazgo regional deben ser respaldadas por una capacidad bélica coherente con ellas, lo enseña cualquier manual de teoría realista de política internacional.
El rol del amigo francés. Frente a Uribe, en Bariloche, Lula se mostró disconforme y de mal humor, le exigió transparencia en varias oportunidades. Y a los demás colegas de la Unasur les recordó que había propuesto que el Consejo de Defensa Sudamericano asumiera un papel activo en el tema de las bases colombianas, así como en las adquisiciones de armamentos. Y es que no sólo Colombia y Venezuela se están rearmando, también las compras presupuestadas por Chile y Perú son considerables. De momento, sólo Argentina ha quedado al margen de la tendencia regional.
En Bariloche, además, Lula volvió a sugerir que el presidente Barack Obama participase en una reunión de la Unasur y explicara los alcances de la presencia norteamericana en Colombia. Pero Obama no contestó. Brasil ha insistido reiteradamente ante Washington en su intención de sumarse al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero Obama no le contesta.
Brasil quiso negociar la venta de aviones a Venezuela, y Washington vetó el acuerdo, porque transferiría tecnología norteamericana a Caracas. Lula espera que la Casa Blanca comience a dar un giro de prioridad hacia América latina, pero Obama no contesta, está demasiado ocupado en desatar los nudos de Irak y Afganistán.
En ese aparente vacío, aparece Nicolas Sarkozy, ofrece un acuerdo de transferencia de conocimientos industriales de última generación; impulsa junto al gigante sudamericano un nuevo orden mundial más solidario, en línea con el discurso internacional de Lula; y una alianza estratégica que vaya más allá de un acuerdo comercial de armamentos. Concretamente, ofrece enviar equipos y conocimiento, y apoyar a Brasil para que sea un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
A cambio, quizá Sarkozy logre quedarse con el petróleo brasileño.
Fuente: La Voz del Interior
Un abrazo
A menos de un año y medio de dejar la presidencia de Brasil, Lula da Silva ha pegado un golpe de timón que obligará a reformular la arquitectura estratégica sudamericana. En un escenario de alta carga simbólica, en el día de la independencia, con el imponente desfile militar cruzando Brasilia, Lula develó uno de los secretos mejor guardados del Palacio del Planalto.
El presidente reequipará militarmente al Brasil, y lo hará obviando la provisión –y la anuencia– norteamericana, invirtiendo montos superiores a los de cualquier Estado latinoamericano (mayores que los del Plan Colombi o que las compras militares a Rusia proyectadas por Chávez), y sellando un acuerdo estratégico con Francia que traerá cola.
En los últimos tiempos, tres hechos sin aparente relación han trastocado la geopolítica regional. Brasil hizo públicos los descubrimientos de yacimientos petrolíferos, con unos 50 mil millones de barriles de crudo enterrados a lo largo del litoral atlántico; el año pasado Estados Unidos tomó la decisión de reactivar la IV Flota, para patrullar precisamente ese litoral; y hace pocos días Álvaro Uribe anunció que habilitará siete bases en territorio colombiano para el uso de tropas norteamericanas.
Tras el anuncio de Uribe, Lula consiguió que en 48 horas el Congreso le autorizase una inversión en equipamiento militar cercana a los ocho mil millones de dólares; pero los acuerdos de compra negociados con Nicolas Sarkozy, el amigo francés invitado de honor a las fiestas patrias brasileñas, terminarán duplicando aquel gasto autorizado. Será la mayor inversión militar de la historia reciente. Para buscar antecedentes de un gasto semejante hay que remontarse a la segunda guerra mundial, cuando Brasil se sumó al conflicto y el presidente Getulio Vargas equipó al ejército para la guerra.
Sin embargo, a pesar de la magnitud del gasto, no se ha levantado en contra ni una sola voz en todo el arco opositor. Hay consenso en la clase política en que este reordenamiento estratégico ubicará a Brasil en un incontestable lugar de preeminencia regional.
Poder de fuego disuasivo. La negociación de las armas es impresionante. Incluye 36 aviones cazabombarderos (los franceses Rafale parecen ser los favoritos, sofisticados cazas equipados con diversos misiles, radares infrarrojos y telémetros láser); cuatro submarinos Scorpène; el desarrollo de un submarino nuclear y 50 helicópteros de transporte militar. Con esta capacidad de fuego, especialmente a nivel naval, necesariamente se modificará la ecuación militar en América latina. No será igualada por ninguno de sus vecinos, y los intentos de equiparación podrían desencadenar una carrera armamentística.
Pero la clave del golpe de timón de Lula da Silva, sin embargo, no está en la cantidad de armas que adquiera sino en la carga de conocimiento, tecnología y desarrollo que con ellas venga. Con esta cooperación, Brasil se convertirá en el séptimo país del mundo capaz de construir y navegar submarinos convencionales y nucleares. Con la tecnología francesa, será la industria de defensa brasileña, y los numerosos círculos industriales subsidiarios, la que sentirá el salto modernizador y multiplicador de desarrollo.
Las señales exteriores del presidente Lula, en todo caso, apuntan a tranquilizar a sus vecinos. Ha dicho en varias oportunidades que el aumento de las fuerzas de defensa busca un objetivo disuasorio, y que no hay ninguna hipótesis de confrontación vigente. Pero, aunque Lula no lo diga, las intenciones de liderazgo regional deben ser respaldadas por una capacidad bélica coherente con ellas, lo enseña cualquier manual de teoría realista de política internacional.
El rol del amigo francés. Frente a Uribe, en Bariloche, Lula se mostró disconforme y de mal humor, le exigió transparencia en varias oportunidades. Y a los demás colegas de la Unasur les recordó que había propuesto que el Consejo de Defensa Sudamericano asumiera un papel activo en el tema de las bases colombianas, así como en las adquisiciones de armamentos. Y es que no sólo Colombia y Venezuela se están rearmando, también las compras presupuestadas por Chile y Perú son considerables. De momento, sólo Argentina ha quedado al margen de la tendencia regional.
En Bariloche, además, Lula volvió a sugerir que el presidente Barack Obama participase en una reunión de la Unasur y explicara los alcances de la presencia norteamericana en Colombia. Pero Obama no contestó. Brasil ha insistido reiteradamente ante Washington en su intención de sumarse al Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, pero Obama no le contesta.
Brasil quiso negociar la venta de aviones a Venezuela, y Washington vetó el acuerdo, porque transferiría tecnología norteamericana a Caracas. Lula espera que la Casa Blanca comience a dar un giro de prioridad hacia América latina, pero Obama no contesta, está demasiado ocupado en desatar los nudos de Irak y Afganistán.
En ese aparente vacío, aparece Nicolas Sarkozy, ofrece un acuerdo de transferencia de conocimientos industriales de última generación; impulsa junto al gigante sudamericano un nuevo orden mundial más solidario, en línea con el discurso internacional de Lula; y una alianza estratégica que vaya más allá de un acuerdo comercial de armamentos. Concretamente, ofrece enviar equipos y conocimiento, y apoyar a Brasil para que sea un miembro permanente del Consejo de Seguridad de la ONU.
A cambio, quizá Sarkozy logre quedarse con el petróleo brasileño.
Fuente: La Voz del Interior
Un abrazo