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Copamiento del cuartel de La Tablada.
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<blockquote data-quote="TORDO79" data-source="post: 2358283" data-attributes="member: 3802"><p><strong><em>El abanico</em></strong></p><p><em><strong></strong></em></p><p><em><strong>Los sucesos felices e infelices que nos marcan jamás se olvidan. Pueden pasar años, décadas y lo que nos toca en la fibra más íntima del alma sigue viviendo como si acabara de ocurrir.</strong></em></p><p><em><strong></strong></em></p><p><em><strong>Bajo el sol abrazador de una mañana calurosa de enero, algunas mujeres participantes del homenaje pusieron en acción sus abanicos. Una de ellas estaba parada sobre un cordón de la entrada. Tres hombres estaban debajo del cordón; uno da un paso hacia arriba ubicándose a su lado; los otros dos le preguntan: “¿qué hacés?”, y responde: “hace mucho calor”. Entre risas uno le dice irónicamente: “¡ah! Y a medio centímetro de donde estamos, sobre el cordón vas a encontrar sombra, ja ja..”. Las risas de los tres no se hizo esperar, tampoco la de la mujer que empezó a abanicarlo y que le dio pie para que propinara una sensata respuesta a sus compañeros: “bueno, acá tengo ventilador”. Los invitó a ponerse alrededor de ella y que participaran de la leve pero necesaria y refrescante brisa. Entonces les contó: “Ese día me clavé a la tele con mucha angustia, con la impotencia de no poder hacer algo por ayudarlos. Si hubiera vivido cerca, me habría acercado, aunque sea, a ofrecer una botella de agua. Me acuerdo del calor que hacía y entonces al mirar el fuego, el humo, pensaba en lo insoportable que debía ser el aire. Se me ocurre que mi abanico no es gran cosa ahora, pero siento que de alguna manera, en este momento, estoy dándoles un poco de lo que me hubiera gustado dar aquella vez”. Los tres hombres se quedaron tiesos, en silencio por un rato. Se miraron, la miraron. Cuando volvieron en sí uno de ellos le respondió: “gracias, no tiene idea de lo que eso significa para nosotros. Muchas gracias señora”. El que no habló pasó una de sus manos bajo los lentes de sol y el otro dijo: “me vino a la cabeza esos pocos momentos de viento fresco que cada tanto aparecían en medio de aquel infierno. Muchas gracias”.</strong></em></p><p><em><strong></strong></em></p><p><em><strong>Coca Cola</strong></em></p><p><em><strong></strong></em></p><p><em><strong>Es de público conocimiento que el primer vehículo que entró derribando la entrada fue un camión de Coca Cola, el cual le había sido arrebatado a punta de pistola a su conductor esa misma madrugada. Si uno deja andar la imaginación se pueden asociar muchísimas cosas a ese detalle, por ejemplo, que unos guerrilleros “anti imperialistas” – hombres y mujeres que levantaban la bandera en defensa de los trabajadores y contra las grandes empresas-, habían amenazado, privado de su libertad y robado, justamente, a un laburante madrugador, su medio de vida. Como si fuera poco, que usaran el transporte de la bebida capitalista por excelencia para un ataque a un cuartel militar, aparece como una escena alocada de una película de Buñuel o del humor ácido de Tarantino.</strong></em></p><p><em><strong></strong></em></p><p><em><strong>Y durante ése homenaje, la gaseosa -cual alegoría de su mensaje publicitario en un spot llamado “Encuentro”-, tuvo un papel preponderante. Algunos llevaron heladeras con botellas de bebidas; muchas de ellas eran cola. El calor sofocante invitó a que el acto de compartir algo refrescante se convirtiera en un gesto de humanidad básica: el cuidado por el otro. Ningún vendedor ambulante hubiera podido lograr un buen negocio ése día. La fraternidad estaba de fiesta.</strong></em></p><p><em><strong></strong></em></p><p><em><strong>Y al finalizar la jornada apareció “la imagen”: dos botellas de coca cola casi vacías yacían erguidas sobre el cordón donde estuviera parada la mujer del abanico (parecía una obra de niños que en la infinita imaginación de sus juegos, pueden convertir a una botella en un tren, un edificio, un camión o un soldado). No había nada tirado; todo rastro de suciedad de los participantes había sido retirado por ellos mismos. Esas dos botellas, bien “paraditas”, era lo único que quedaba como posando para una foto cual síntesis de un día inolvidable. Habían servido a la reunión de un grupo de personas que buscaban reparar y limpiar las heridas de una historia destrozada.</strong></em></p><p><em><strong></strong></em></p><p><em><strong>Recordé entonces lo que me dijera un pedagogo alemán sobre la bebida más famosa del mundo – quien trabaja con niños y jóvenes en situaciones de catástrofes-: “en ciertos momentos sirve de shock de reanimación, infunde motivación anímica a quien acaba de atravesar el desgaste de una situación violenta y traumática”. Esas botellas eran, ni más ni menos, indicadoras de la dulzura y frescura que hubieran querido poder disfrutar los hombres que vivieron aquel ataque después de dos días de incendio; alivio que quizás algunos de los sobrevivientes disfrutaron y que, los ahora presentes, gozamos al reunirnos en su recuerdo. Porque lo importante de la vida pasa por las cosas simples, ésas que les fueron arrebatadas para siempre a los que defendieron aquel lugar, éste país.</strong></em></p><p><em><strong></strong></em></p><p><strong><em>Fue así como en algo superfluo di piedra libre a un mensaje fundamental: una ofrenda en el encuentro y un brindis en su memoria; eso parecían susurrar aquellas dos botellas en la entrada del cuartel."</em></strong></p><p style="text-align: right"> <strong><span style="font-size: 18px"> Silvina Batallánez</span></strong></p></blockquote><p></p>
[QUOTE="TORDO79, post: 2358283, member: 3802"] [B][I]El abanico[/I][/B] [I][B] Los sucesos felices e infelices que nos marcan jamás se olvidan. Pueden pasar años, décadas y lo que nos toca en la fibra más íntima del alma sigue viviendo como si acabara de ocurrir. Bajo el sol abrazador de una mañana calurosa de enero, algunas mujeres participantes del homenaje pusieron en acción sus abanicos. Una de ellas estaba parada sobre un cordón de la entrada. Tres hombres estaban debajo del cordón; uno da un paso hacia arriba ubicándose a su lado; los otros dos le preguntan: “¿qué hacés?”, y responde: “hace mucho calor”. Entre risas uno le dice irónicamente: “¡ah! Y a medio centímetro de donde estamos, sobre el cordón vas a encontrar sombra, ja ja..”. Las risas de los tres no se hizo esperar, tampoco la de la mujer que empezó a abanicarlo y que le dio pie para que propinara una sensata respuesta a sus compañeros: “bueno, acá tengo ventilador”. Los invitó a ponerse alrededor de ella y que participaran de la leve pero necesaria y refrescante brisa. Entonces les contó: “Ese día me clavé a la tele con mucha angustia, con la impotencia de no poder hacer algo por ayudarlos. Si hubiera vivido cerca, me habría acercado, aunque sea, a ofrecer una botella de agua. Me acuerdo del calor que hacía y entonces al mirar el fuego, el humo, pensaba en lo insoportable que debía ser el aire. Se me ocurre que mi abanico no es gran cosa ahora, pero siento que de alguna manera, en este momento, estoy dándoles un poco de lo que me hubiera gustado dar aquella vez”. Los tres hombres se quedaron tiesos, en silencio por un rato. Se miraron, la miraron. Cuando volvieron en sí uno de ellos le respondió: “gracias, no tiene idea de lo que eso significa para nosotros. Muchas gracias señora”. El que no habló pasó una de sus manos bajo los lentes de sol y el otro dijo: “me vino a la cabeza esos pocos momentos de viento fresco que cada tanto aparecían en medio de aquel infierno. Muchas gracias”. Coca Cola Es de público conocimiento que el primer vehículo que entró derribando la entrada fue un camión de Coca Cola, el cual le había sido arrebatado a punta de pistola a su conductor esa misma madrugada. Si uno deja andar la imaginación se pueden asociar muchísimas cosas a ese detalle, por ejemplo, que unos guerrilleros “anti imperialistas” – hombres y mujeres que levantaban la bandera en defensa de los trabajadores y contra las grandes empresas-, habían amenazado, privado de su libertad y robado, justamente, a un laburante madrugador, su medio de vida. Como si fuera poco, que usaran el transporte de la bebida capitalista por excelencia para un ataque a un cuartel militar, aparece como una escena alocada de una película de Buñuel o del humor ácido de Tarantino. Y durante ése homenaje, la gaseosa -cual alegoría de su mensaje publicitario en un spot llamado “Encuentro”-, tuvo un papel preponderante. Algunos llevaron heladeras con botellas de bebidas; muchas de ellas eran cola. El calor sofocante invitó a que el acto de compartir algo refrescante se convirtiera en un gesto de humanidad básica: el cuidado por el otro. Ningún vendedor ambulante hubiera podido lograr un buen negocio ése día. La fraternidad estaba de fiesta. Y al finalizar la jornada apareció “la imagen”: dos botellas de coca cola casi vacías yacían erguidas sobre el cordón donde estuviera parada la mujer del abanico (parecía una obra de niños que en la infinita imaginación de sus juegos, pueden convertir a una botella en un tren, un edificio, un camión o un soldado). No había nada tirado; todo rastro de suciedad de los participantes había sido retirado por ellos mismos. Esas dos botellas, bien “paraditas”, era lo único que quedaba como posando para una foto cual síntesis de un día inolvidable. Habían servido a la reunión de un grupo de personas que buscaban reparar y limpiar las heridas de una historia destrozada. Recordé entonces lo que me dijera un pedagogo alemán sobre la bebida más famosa del mundo – quien trabaja con niños y jóvenes en situaciones de catástrofes-: “en ciertos momentos sirve de shock de reanimación, infunde motivación anímica a quien acaba de atravesar el desgaste de una situación violenta y traumática”. Esas botellas eran, ni más ni menos, indicadoras de la dulzura y frescura que hubieran querido poder disfrutar los hombres que vivieron aquel ataque después de dos días de incendio; alivio que quizás algunos de los sobrevivientes disfrutaron y que, los ahora presentes, gozamos al reunirnos en su recuerdo. Porque lo importante de la vida pasa por las cosas simples, ésas que les fueron arrebatadas para siempre a los que defendieron aquel lugar, éste país. [/B][/I] [B][I]Fue así como en algo superfluo di piedra libre a un mensaje fundamental: una ofrenda en el encuentro y un brindis en su memoria; eso parecían susurrar aquellas dos botellas en la entrada del cuartel."[/I][/B] [RIGHT] [B][SIZE=5] Silvina Batallánez[/SIZE][/B][/RIGHT] [/QUOTE]
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