A 40 años de la caída de Saigón: el Sur abandonado a su suerte
Con la llegada de los comunistas y la huida de los americanos, muchos vietnamitas se quedaron aterrorizados ante el futuro
afp
Imagen de archivo de la caída de Saigón en manos del Vietcong
«Creo que nunca podré olvidar aquellos días de mi infancia. Lo he intentado después de estos cuarenta años en Estados Unidos. Pero, ahora, mientras escribo para ABC mis recuerdos, vuelvo a llorar. La noche que dejé Saigón tenía 10 años y era la mayor de seis hermanos. Fue el 29 de abril de 1975. Mi padre era un oficial de la Marina en Vietnam del Sur y, durante semanas antes de que la guerra terminase, permanecía en la base naval para reuniones secretas. Un día pudo volver a casa y explicó a mi madre que debía preparar una mochila con comida, algo de dinero y una muda de ropa para cada uno de nosotros. Le dijo que cuando tuviéramos que abandonar el país, intentáramos subir a un buque y que no importaba si nos separábamos. Si nos quedábamos, mi padre iría a un campo de reeducación durante años. Solo había un camino para la libertad». Así relata a este diario Linda S. los días de angustia que vivió su familia para escapar de la capital de Vietnam del Sur horas antes de que la ciudad cayera en manos del Frente Nacional de Liberación de Vietnam del Norte.
Eran las 11 de la mañana y en la Radio de las Fuerzas Armadas se escuchaba «I’m dreaming of a white Christmas» en la voz de Bing Crosby. La operación «Frequent Wind» se ponía en marcha. Dos años antes, el tratado de paz alcanzado en París entre el secretario de Estado norteamericano, Henry Kissinger, y el general comunista de Vietnam del Norte, Le Duc Tho, había provocado la retirada de las tropas de Estados Unidos de Vietnam. El Sur quedaba abandonado a su suerte. Pero faltaba por evacuar al personal americano que todavía permanecía en Saigón, marines, miembros de la CIA y funcionarios; extranjeros, entre los que había numerosos periodistas, y a miles de vietnamitas que habían colaborado con el ejército y la administración del gobierno del Sur. Las tropas comunistas estaban a unos pocos kilómetros de la capital, después de haber conquistado Hué, Danang y cuantas ciudades encontraron en su avance hacia la capital. Los bombardeos y disparos se escuchaban ya a las puertas de Saigón.
El caos se adueñó de la ciudad. A pesar del toque de queda, cientos de vietnamitas salieron a la calle tratando de huir. Ante las puertas de la Embajada de Estados Unidos, en el bulevar Thong Nat, se agolpaban familias desesperadas que intentaban franquear las verjas y subir a los helicópteros que despegaban continuamente desde el tejado para dirigirse hasta el Mar de China, donde esperaban los buques de la VII Flota. Por la tarde, la operación concluyó. Se había evacuado a unas 7.000 personas, pero muchos vietnamitas quedaron en tierra, abandonados y traicionados por sus aliados norteamericanos y aterrorizados ante el futuro que les esperaba en un Vietnam reunificado bajo el dominio comunista.
Entrega del poder
Al día siguiente, el 30 de abril de 1975, los tanques y camiones del Ejército de Liberación entraron en la ciudad sin encontrar resistencia. Aunque habían previsto que el asedio sería largo, se abrieron paso rápidamente hasta el Palacio Presidencial, donde el coronel Bui Tin, efímero presidente de Vietnam del Sur que apenas estuvo dos días al mando del país, esperaba al general Duong Van Minh para entregarle el poder. «No puede usted entregarme algo que no tiene», le contestó éste. Saigón pasó a llamarse Ho Chi Minh, en honor al revolucionario héroe de la independencia contra los franceses.
La caída de Saigón, de la que se cumplen cuarenta años, fue el acto final de una de las guerras más sangrientas del siglo XX, que causó millones de muertos y no ha dejado de golpear desde entonces la conciencia de los norteamericanos, que sufrieron casi 60.000 bajas. Siguió el drama de los vietnamitas del sur que, por miedo a las represalias, huyeron del país en pequeños barcos, más de 800.000 personas entre 1975 y 1997, según el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur). Muchos de ellos perdieron la vida antes de llegar a los países vecinos y otros pasaron años internados en campos de refugiados de Hong Kong, Malasia o Indonesia. Una tragedia que hoy, desgraciadamente, vemos repetirse en las costas del sur de Europa. Cambian los conflictos, los continentes y los mares pero el hambre o la guerra siguen golpeando a miles de personas desplazadas que buscan un futuro mejor.
ABC.es