Imagen de la botadura del submarino.
- Tras 20 años dedicados a la acción, se centra en el trabajo científico
- En 1887 comienza a fabricar el submarino; se puso la quilla en 1888
- Tras una campaña de boicot, pidió la baja en el Cuerpo de la Armada
- Montó una fábrica de acumuladores y varias empresas eléctricas
Javier Sanmateo (*) | Madrid
Actualizado
jueves 05/09/2013 17:08 horas
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Tesón, perseverancia, celo profesional, audacia, acendrado patriotismo, firmeza y amor por su profesión fueron las principales características de este marino de guerra, hijo y nieto de marinos, nacido en Cartagena el 1 de junio de 1851. Isaac Peral y Caballero
ingresó con apenas 14 años en el muy exigente Cuerpo General de la Armada, al que se reserva el mando de los buques de la flota.
El Cuerpo poseía una sección de notables científicos desde que, en 1783, Antonio Valdés creara la Academia de Ampliación de Estudios con el objeto de proporcionar a la Armada hombres de elevada cualificación que asegurasen el progreso técnico de la navegación y el conocimiento para comprender y someter a un medio tan hostil como el mar. A este fin se reservaban los oficiales más competentes de cada promoción, lo que explica, que incluso en pleno siglo XIX, cuando España, por la ceguera de las distintas facciones políticas que la gobernaron, dio la espalda al progreso científico, la Marina mantuviera un plantel de gran prestigio entre los que sobresalen, además de Peral, otros inventores como González Hontoria, Bustamante o Fernández de Villaamil y especialistas muy notables como Díez Pérez-Muñoz, Pujazón, Viniegra...
Isaac Peral.
Tras una veintena de años dedicados a la acción, en los que
Peral transitó por todos los mares y océanos en todas las embarcaciones de la época (buques de vapor, de vela, de madera, blindados, protegidos y sin proteger) y en los que no faltaron meritorios hechos de armas, Isaac Peral es reclamado por el Director del Observatorio de la Marina y de la Academia de Ampliación de Estudios para que se hiciera cargo de las cátedras de física, química y alemán. El 1 de enero de 1883 recibe el nombramiento definitivo.
La Armada y el Ejército llevaban años de
oscura y abnegada lucha en los confines de lo que quedaba del Imperio. Con cada vez menos recursos, por la cicatera y negligente política de los sucesivos gobiernos liberal-burgueses que asolaron España en la segunda mitad del XIX, se batían con singular eficacia, a base de grandes dosis de valor y profesionalidad, contra la insurgencia cubana, el filibusterismo amparado desde Washington y los permanentes ataques de la piratería malaya.
En estas campañas la Marina se distinguió hasta el punto de que EEUU, con infinitos mayores recursos, nunca obtuvo los éxitos de la Armada en la durísima lucha contra los piratas joloanos, en la que tenían que hacer frente a los primeros ataques de terroristas suicidas, llamados entonces 'juramentados' (antecedente de los yihadistas actuales).
1884 supone un hito dramático para la Armada, tras
años de abandono en lo que a la dotación material y presupuestaria se refiere por todos los gobiernos desde la caída de Narváez, el ministro de Marina se vio obligado a suspender el ingreso de cadetes en el Colegio Naval de San Fernando por falta de buques de guerra. Apenas se construían nuevos y los viejos se iban quedando obsoletos. La situación se agravó el año siguiente con la medida suicida de cerrar los Arsenales de La Habana, dejando a merced de los ingleses en Jamaica y de los norteamericanos el mantenimiento de nuestra flota de las Antillas.
Isaac Peral, testigo y protagonista de las hazañas de la Armada, y de la desastrosa situación a la que estaba abocada, no pudo permanecer al margen y
decidió hacer algo grande para atajar el problema: la invención del arma submarina. No fue casualidad que el proyecto fuera acabado, en el plano teórico, precisamente ese 1884. A la única persona a la que se lo comunicó fue a su mujer Carmen, quién sintió el presentimiento de que no traería nada bueno, por lo que le pidió que no se lo comunicara a nadie más.
A la dcha., el ministro Beránger. A su izquierda, el 'Mercader de la Muerte'.
La situación cambió de repente cuando un enfrentamiento con Alemania por la posesión del archipiélago de Las Carolinas amenazó con llevar a España a la guerra. La tensión fue creciendo entre ambas naciones durante los meses de agosto y septiembre de 1885 y el inventor sintió que era su deber poner en conocimiento de sus superiores que
había inventado el submarino y lo ofrecía a su patria para su mejor defensa.
En agosto de 1885, en plena crisis prebélica, comunica su invento a sus superiores Pujazón y Viniegra, directores respectivamente del Observatorio Astronómico y de la Escuela de Ampliación. Pujazón le contesta que por decírselo persona a la que tiene en gran consideración, le cree. Viniendo de otra, hubiera pensado que se trataba de una locura.
Se nombró de urgencia una junta con las personas más capacitadas de ambas instituciones para que Peral defendiera su invento. Salió airoso y sus superiores le rogaron que lo comunicara al entonces ministro de Marina, Manuel de la Pezuela. El 9 de septiembre de 1885 le envía la carta y el ministro acoge con gran interés el proyecto, dictando varias órdenes para que se efectuaran pruebas preliminares y declarando el asunto alto secreto militar.
La suerte, sin embargo, cambió muy pronto para el inventor, ya que con la muerte de Alfonso XII se produjo el relevo del Gobierno lo que implicó el cambio en la cartera de Marina.
Una historia de complots y zancadillas
Al general Pezuela le sustituyó otro de talante bien distinto: el vicealmirante Beránger, intrigante cacique bien relacionado con el trust industrial británico, principal responsable del inadecuado desarrollo del Programa Naval que nos condujo al desigual enfrentamiento con la Marina de EEUU. El ministro de Marina más nefasto del siglo XIX. El 15 de diciembre de 1885 se hace cargo del ministerio y con su llegada, el proyecto del submarino queda aparcado durante siete meses y sufre la primera violación del secreto. En las propias dependencias del ministerio tuvo acceso a los planos y la memoria depositados por el inventor
uno de los peores traficantes de armas que ha habido en la Historia: Basil Zaharoff, conocido como el 'Mercader de la Muerte'. según sus biógrafos Allfrey y McCormick, Zaharoff había sido reclutado por el espionaje británico en la década de 1870.
Periodistas extranjeros y buques de guerra de todas las marinas del mundo acudieron a presenciar las pruebas en Cádiz, pero ninguna autoridad se dignó a visitar la ciudad
No fue hasta finales de junio de 1886 que Beránger,
actuando bajo presión, decidió dar continuidad a lo previsto por el anterior ministro. A finales de octubre dimitió por discrepancias con el presidente Sagasta. Le sustituyó en el cargo Rafael Rodríguez de Arias, que venía de la capitanía general de Cádiz, pero tampoco era partidario del submarino. La intervención personal de la reina regente a favor de Peral le obligó a cambiar de actitud.
El proyecto del submarino siguió adelante, no sin dificultades. Aún tuvo que pasar otras dos pruebas previas a la autorización definitiva; en una de las cuales, precisamente la que tenía que verificarse en presencia de la Reina y de los dos ministros militares, sufrió un sabotaje que recuerda mucho a los que efectuó Zaharoff, el Mercader de la Muerte, contra sus competidores. El día de la prueba, Peral acudió antes de la celebración para hacer un ensayo previo. Se llevó una desagradable sorpresa al comprobar que las pilas no funcionaban porque habían sacado el bicromato de potasa y lo habían sustituido por tinta roja. Afortunadamente, descubrió a tiempo la añagaza y pudo subsanarla. La prueba fue un éxito.
No debemos olvidar que por estas fechas la empresa Maxim & Nordenfelt que dirigía este peculiar individuo trataba de vender falsos submarinos a varios países y
estafó a los gobiernos griego, turco y ruso con tres artefactos, diseñados por Garret y el propio Nordenfelt, que se hundieron en las primeras pruebas efectuadas.
A la izquierda, Isaac Peral con 21 años. Junto a él, Cecilio Pujazón.
El 20 de abril de 1887 se firma la Real Orden por la que se facultaba al inventor para que, con la "mayor urgencia", proceda a la fabricación de su submarino y decreta "máximo secreto". Ni lo uno ni lo otro se observaron como exigía la Jefatura del Estado. Después de recorrer varios países europeos para adquirir el material necesario,
en septiembre de 1887 comienza la fabricación del submarino al que se puso la quilla el 1 de enero de 1888 y se botó el 8 de septiembre.
Durante 1889 y 1890 Isaac Peral junto con los otros diez tripulantes del submarino efectuaron cuantas pruebas se le exigieron: navegó dentro y fuera del agua, en la bahía y en alta mar, disparó torpedos sumergido y sin sumergir, realizó ejercicios tácticos de ataque y defensa; diurnos y nocturnos. De todos salió exitoso.
A presenciar las pruebas en la bahía de Cádiz acudieron periodistas españoles y extranjeros y buques de guerra de todas las marinas del mundo que saludaron con honores militares la gesta. Pero ninguna autoridad civil ni militar española se dignó a visitar Cádiz en aquellos días.
El submarino incorporaba elementos totalmente novedosos y que luego han incorporado todos los submarinos convencionales posteriores: propulsión eléctrica, tubo lanzatorpedos, periscopio, corredera eléctrica, aguja compensada... Todos los testigos de esta hazaña enmudecieron de asombro. Por desgracia, desde el inicio de sus trabajos
se venía tejiendo en su contra un poderoso complot que acabaría por destruir su obra. Desde antes incluso de la botadura ya se había iniciado una campaña muy hostil hacia el submarino y su inventor.
Al final de las pruebas oficiales, en julio de 1890, se reunió una Junta Técnica para dictaminar sobre la utilidad militar del invento y emitió un riguroso informe sobre sus características, concluyendo que el programa submarino debía seguir adelante y confirmando que Isaac Peral había inventado el submarino y había logrado lo que nunca antes había hecho hombre alguno.
A la izquierda, Manuel de la Pezuela. A su derecha, el presidente Cánovas.
Fracaso forzado
En septiembre de 1890, el nuevo Gobierno debía tomar una decisión. Habían vuelto al poder Cánovas y Beránger y era claro que ninguno de los dos tenía la menor intención de seguir adelante con el proyecto. Tampoco Sagasta lo hubiera hecho.
Políticamente la situación era compleja debido a que el informe de la Junta Técnica era favorable y la mayoría del pueblo apoyaba al inventor. Pero la solución era sencilla y el periódico 'El Correo' (cercano al partido de Sagasta) la predijo con exactitud: se ocultaría el informe de la Junta, se involucraría a otras instituciones y se perdería tiempo para enfriar el entusiasmo popular.
Beránger constituyó un Consejo Superior de la Marina a la medida de lo que se buscaba, bajo su presidencia y con hombres de su confianza. Se nombró secretario al capitán de fragata Emilio Ruiz del Árbol, espía al servicio de EEUU. El Gobierno, infringiendo lo dispuesto en la Real Orden vigente, le encomendó que examinara el asunto, cuando lo previsto es que fuera el propio Consejo de ministros quien lo resolviera. Para facilitar más la
manipulación se estableció que las reuniones comenzaran a partir de las nueve de la noche.
Montó una fábrica de acumuladores en Madrid y varias empresas por toda España para electrificar municipios, empresas e instalaciones
El 4 de octubre, el Consejo emitió un informe muy ambiguo que se dedicaba más a descalificar la personalidad del inventor que a juzgar técnicamente su obra, pero del que se concluía que "no había invento ni en el conjunto del submarino ni en ninguno de sus elementos" y, además, atribuía a la "casualidad" sus más que evidentes logros. Luego se descubrió que el informe presentaba adulteraciones y enmiendas respecto del original, tal y como acreditó la prueba notarial requerida por el inventor. Se remitió el informe adulterado al Consejo de ministros que lo suscribió al 100% y se hizo creer a la opinión pública que era el informe de la Junta Técnica el que suscribía. El Gobierno cometió un grave error, por decirlo de manera benevolente, que pagó la nación entera.
En noviembre se instó a Isaac Peral a que entregara bajo inventario su submarino y, con ello, se dio muerte definitiva al primer programa submarino del mundo. Peral cumplió escrupulosamente y, acto seguido, pidió la licencia absoluta que suponía su baja definitiva en el Cuerpo. El inventor se trasladó a Madrid para operarse de un cáncer que se le había manifestado en octubre de 1889 y que le había perjudicado durante el periodo final de las pruebas. No quedó curado, pero le dio tiempo a crear la primera industria eléctrica de importancia que hubo en el mundo.
Montó una fábrica de acumuladores en Madrid y varias empresas diseminadas por toda la geografía nacional para electrificar municipios, empresas e instalaciones de todo tipo. Además, montó las primeras centrales eléctricas que hubo en España. Sólo por estos hechos merecería reconocimiento universal pues fue pionero de la Segunda Revolución Industrial. Su salud se fue deteriorando muy deprisa y desde 1891 hasta 1895 sufrió cuatro graves intervenciones quirúrgicas. No sobrevivió al postoperatorio de la última, que le fue practicada en Berlín, cuando estaba a punto de cumplir 44 años.
Su obra, en materia eléctrica, fue continuada por el ingeniero belga Tudor. Y, precisamente con las baterías Tudor, volvieron a navegar los submarinos. ¡La Armada y sus marinos trataron de evitar el desastre que se avecinaba; los políticos la condenaron!
Javier Sanmateo (*) es economista y bisnieto de Peral. Ha publicado el libro 'El submarino Peral. La gran conjura', Editorial: Áglaya. Todas las imágenes del artículo pertenecen al libro que publicará en septiembre, 'Isaac Peral; la gran ocasión traicionada'
Publicado en el mundo, periodico español, cualquier parecido con otras realidades de otras latitudes...
Cordiales saludos
bagre