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Veterano Guerra de Malvinas
Dijo San Martín que “sería indigno que quien estuviese en condiciones de empuñar un arma en defensa de su patria, no lo hiciera”. Y a simple vista está muy bien, la defensa del bien común, la entrega por una causa común. Ese fue un poco el espíritu que nos motivó a quienes en Abril de 1982 fuimos a Malvinas.
La guerra sabemos, es un instrumento político de quienes detentan determinados tipos de poder para obtener un determinado objetivo; que en general puede ser controlar determinados recursos (económicos, territoriales), imponer razones o modelos (políticos, religiosos o culturales), o cambiar determinadas relaciones (justamente, de poder).
Quienes impulsan y definen las guerras, son conscientes de los daños irreversibles, físicos, psíquicos y sociales que provocan; pero el mensaje que se brinda en relación a la guerra desde el poder, está focalizado en la nobleza de la defensa de los intereses comunes de esa sociedad y en la honorabilidad y el orgullo que la entrega personal -en pos de esa defensa- genera en quienes participan en el combate. En la legítima defensa de los intereses que ellos mismos representan o buscan.
No mencionan al hombre. Se defiende la herramienta política, y por tal motivo no se refieren a las consecuencias que se generan durante, pero sobre todo después de finalizados los combates. Las consecuencias para los soldados y para su entorno, es un aspecto de la guerra que no siempre es puesto de manifiesto.
Para quienes pierden su vida en un combate, se les reserva el título de Héroes. Estas personas merecen el recuerdo y el respeto de los demás, ya que nadie va al combate esperando un reconocimiento, tampoco esperando la muerte.
Nadie muere en combate como un héroe, la mayoría de las veces se muere como un perro. La muerte en combate no transforma a nadie en héroe, lo transforma en cadáver. Y debe ser luego la sociedad (si identifica y reconoce como suya la causa que defendía ese soldado, y si reconoce el valor de esa entrega continuando con esa lucha) la que define como héroe a esa persona, a su recuerdo, dándole un poco de sentido a esa muerte.
Para quienes vuelven de un campo de batalla, se les reservan las etiquetas de “ex combatientes” o “veteranos de guerra”.
Si bien el ser humano se adapta rápidamente a situaciones extremas como las de un combate, la experiencia de estar expuesto a una situación de vulnerabilidad e indefensión y de vivir en forma prolongada bajo fuego, con continuo riesgo de vida, deja huellas profundas en las personas. Es entendible que recibir bombardeo y fuego enemigo, presenciar ejecuciones, convivir con el dolor y la desesperación en forma prolongada, sobrepase los mecanismos de reacción de las personas. Y ya que estas experiencias no están contempladas dentro del cuadro de respuestas normales o predecibles para las que el individuo está preparado, también es lógico o entendible que su reacción tampoco sea normal ni predecible.
Estos comportamientos “anormales” se tornan “normales” durante el conflicto armado; generando una sobretensión y sobre exigencia que trae consecuencias y deja secuelas. Provocan además un necesario y rápido cambio en la escala de valores de cada soldado, que trastoca todo lo que para él era conocido, escala que deberá re adaptar varias veces según sean las condiciones de superviviencia que se le presenten.
Se va a la guerra en defensa de intereses “nacionales”, “soberanos” y se asume así un mandato que la sociedad impone representándola en el combate. Pero una vez en el combate, lo que se defiende es la propia vida y la de los compañeros mas cercanos. Eso es lo único que vale.
Nadie regresa de un campo de batalla (no tal cual era).
Quienes tienen la suerte de volver (pues solo de suerte se trata) no son las mismas personas que partieron hacia la guerra: sus comportamientos cambiaron, su escala de valores cambió, sus sentidos cambiaron, su percepción es diferente, etc. etc.
Al regreso, por lo tanto la relación con la familia, con los amigos y con la sociedad en general, será diferente y deberá ser reconstruida, refundada. Y como toda relación debe ser encarada y refundada desde sus dos lados (la persona deberá hacer su tarea y el entorno la suya).
Esa tarea no siempre es fácil, ni está limitada o definida en el tiempo. Y poder o no realizarla puede deberse a razones personales o de entorno. Es probable que al regresar de la guerra algunos no puedan retomar sus actividades por razones subjetivas (causas o daños psicofísicos presentes por el combate) pero en muchos otros casos esta limitación se debe a motivos externos a la persona, y están ligados a la visión y a la reacción de la sociedad ante ese individuo que quiere volver a incorporarse luego de haber vivido la guerra en primera persona.
Al intentar reinsertarse, muchos veteranos no encuentran que encajen de nuevo, sintiendo que perdieron el rol que desarrollaban antes de la guerra en las actividades que realizaban a nivel social y con las cuales se los identificaba y se sentían identificados. Esto se puede dar porque a su regreso se los identifica y etiqueta con el título de “ex combatientes”, o “veteranos” pasando así a no tener un lugar definido en la sociedad, ni a encajar con sus anteriores roles y lugares.
Con esa denominación se los aísla, no dándoles lugar en el presente, colocándolos en una situación de “vacío social”, dejándolos afuera de las actividades y roles productivos definidos para el desarrollo y contención de sus integrantes en esa sociedad.
De esa manera no será posible la re inserción, ya que lo que se les propone es que pasen a desempeñar un rol pasivo, identificándolos con una actividad que pertenece al pasado y que hoy no tiene lugar ni sentido en la sociedad. Un título que los deja afuera de la misma.
Se los define por lo que ya no son, por lo que fueron (en el caso de llamarlos “ex combatientes”) o por una función que solo puede servir para contar una experiencia vivida pasada (“veteranos de guerra”) y que no sirve para ninguna actividad productiva del presente, salvo para ser tenida como antecedente o experiencia en alguna de las fuerzas armadas ante una posible actividad bélica futura.
Esta visión/denominación de la sociedad junto con el grado de reinserción que pueda lograr la persona, irán definiendo su identidad en la posguerra.
La persona a la que se le dificulta reintegrarse, entra en un círculo vicioso al por un lado no poder retomar su antiguo lugar en la sociedad, y por el otro al quedar identificado por toda la sociedad con un rol que hoy no tiene aplicación ni lugar para desarrollarse.
Debido a esto muchos ex soldados adoptan conductas evasivas y evitan establecer contacto con otras personas, salvo con otros que hayan estado en su misma situación. Viven lo que debería ser una reinserción, sintiendo que no encajan en una sociedad que los rechaza, los coloca e identifica en una posición de vacío social. Experimentan el regreso con sentimientos de abandono, y a la vez de culpa. Dejaron de ser lo que eran y ahora los identifican con un rol que no desempeñan.
En el caso de Malvinas además se identificó a los que regresaron del combate con quienes dirigieron política y militarmente el conflicto, y con quienes llevaron a cabo un período oscuro de gobierno del país que lo sumergió en el caos y la desfragmentación social. Las propias fuerzas armadas que en el combate defendía y valoraba al soldado, en la posguerra les cerró las puertas en la cara, ya que no eran personal de las mismas (eran civiles bajo bandera), no dándoles cobertura o atención médica, mucho menos trabajo o contención.
Excepto los familiares y amigos de los soldados, el resto de la sociedad los ignoró. No se habló de la guerra, no se habló del regreso de los combatientes, no se habló del desempeño individual de los soldados en el combate, ni se hablo de la entrega y sacrificio realizado.
Se evitó el tema, se los escondió, se desplegó un manto de silencio y olvido.
Se evitó que los ex-soldados contasen sus vivencias, sus temores, sus furias, sus dolores y frustraciones, cortando así la posibilidad de que aliviasen su tensión compartiendo y dando a conocer su situación y lo actuado en combate en representación de la sociedad civil.
Se profundizó con ese silencio el aislamiento y la marginación, que la identificación como “ex combatientes” o “veteranos” ya provocaba inconscientemente.
Muchas personas al sentirse excluidos y al no encontrar su lugar en el regreso de la guerra, se terminaron identificando entonces con esa definición que se les propuso y quedaron así atrapados en su antiguo rol de combate. En su antigua identidad “militar” pero ahora dentro de la sociedad civil. Se aferraron a ese rol de combate que les valió el reconocimiento y lealtad de sus colegas durante el conflicto, que les generó el orgullo de haber defendido una causa común. Se vistieron como soldados en la civilidad y se colgaron sus medallas en el pecho para marcar aún más esa diferencia con la que la sociedad los marginó. No se logró la reinserción. O se logró en parte asumiendo así un rol marginal que conscientemente la sociedad tiene reservado para quienes regresan de un combate.
Y por eso hoy, en Argentina y 32 años después de la guerra, muchos se siguen definiendo e identificando como “artilleros”, “infantes de marina”, “paracaidistas” etc. etc. Roles que generan orgullo de haberlos podido desempeñar en su momento (es mas que entendible y loable).
Pero hoy muchas de esas personas debieran ser (además de Veteranos de Guerra) carpinteros, médicos, futbolistas, abogados, abuelos, catadores, ingenieros, nadadores, padres, vendedores, etc. etc. y con esos roles debieran ser identificados y presentarse en sociedad para realmente estar reinsertados.
Ser “ex” es algo que puede surgir y es útil en alguna conversación, una anécdota que se corresponde con una experiencia que puede y vale la pena ser contada y recordada, algo que vale y tiene sentido en una conmemoración de un hecho histórico, pero no es algo que sirva para definir e identificar a alguien con lo que hoy “es”.
El verdadero desafío es poder superar además del combate, las etiquetas y roles que quienes detentan el poder nos tienen reservadas para cuando queremos volver a casa y ser algo parecido a lo que éramos o a lo que teníamos pensado ser.
CCH
La guerra sabemos, es un instrumento político de quienes detentan determinados tipos de poder para obtener un determinado objetivo; que en general puede ser controlar determinados recursos (económicos, territoriales), imponer razones o modelos (políticos, religiosos o culturales), o cambiar determinadas relaciones (justamente, de poder).
Quienes impulsan y definen las guerras, son conscientes de los daños irreversibles, físicos, psíquicos y sociales que provocan; pero el mensaje que se brinda en relación a la guerra desde el poder, está focalizado en la nobleza de la defensa de los intereses comunes de esa sociedad y en la honorabilidad y el orgullo que la entrega personal -en pos de esa defensa- genera en quienes participan en el combate. En la legítima defensa de los intereses que ellos mismos representan o buscan.
No mencionan al hombre. Se defiende la herramienta política, y por tal motivo no se refieren a las consecuencias que se generan durante, pero sobre todo después de finalizados los combates. Las consecuencias para los soldados y para su entorno, es un aspecto de la guerra que no siempre es puesto de manifiesto.
Para quienes pierden su vida en un combate, se les reserva el título de Héroes. Estas personas merecen el recuerdo y el respeto de los demás, ya que nadie va al combate esperando un reconocimiento, tampoco esperando la muerte.
Nadie muere en combate como un héroe, la mayoría de las veces se muere como un perro. La muerte en combate no transforma a nadie en héroe, lo transforma en cadáver. Y debe ser luego la sociedad (si identifica y reconoce como suya la causa que defendía ese soldado, y si reconoce el valor de esa entrega continuando con esa lucha) la que define como héroe a esa persona, a su recuerdo, dándole un poco de sentido a esa muerte.
Para quienes vuelven de un campo de batalla, se les reservan las etiquetas de “ex combatientes” o “veteranos de guerra”.
Si bien el ser humano se adapta rápidamente a situaciones extremas como las de un combate, la experiencia de estar expuesto a una situación de vulnerabilidad e indefensión y de vivir en forma prolongada bajo fuego, con continuo riesgo de vida, deja huellas profundas en las personas. Es entendible que recibir bombardeo y fuego enemigo, presenciar ejecuciones, convivir con el dolor y la desesperación en forma prolongada, sobrepase los mecanismos de reacción de las personas. Y ya que estas experiencias no están contempladas dentro del cuadro de respuestas normales o predecibles para las que el individuo está preparado, también es lógico o entendible que su reacción tampoco sea normal ni predecible.
Estos comportamientos “anormales” se tornan “normales” durante el conflicto armado; generando una sobretensión y sobre exigencia que trae consecuencias y deja secuelas. Provocan además un necesario y rápido cambio en la escala de valores de cada soldado, que trastoca todo lo que para él era conocido, escala que deberá re adaptar varias veces según sean las condiciones de superviviencia que se le presenten.
Se va a la guerra en defensa de intereses “nacionales”, “soberanos” y se asume así un mandato que la sociedad impone representándola en el combate. Pero una vez en el combate, lo que se defiende es la propia vida y la de los compañeros mas cercanos. Eso es lo único que vale.
Nadie regresa de un campo de batalla (no tal cual era).
Quienes tienen la suerte de volver (pues solo de suerte se trata) no son las mismas personas que partieron hacia la guerra: sus comportamientos cambiaron, su escala de valores cambió, sus sentidos cambiaron, su percepción es diferente, etc. etc.
Al regreso, por lo tanto la relación con la familia, con los amigos y con la sociedad en general, será diferente y deberá ser reconstruida, refundada. Y como toda relación debe ser encarada y refundada desde sus dos lados (la persona deberá hacer su tarea y el entorno la suya).
Esa tarea no siempre es fácil, ni está limitada o definida en el tiempo. Y poder o no realizarla puede deberse a razones personales o de entorno. Es probable que al regresar de la guerra algunos no puedan retomar sus actividades por razones subjetivas (causas o daños psicofísicos presentes por el combate) pero en muchos otros casos esta limitación se debe a motivos externos a la persona, y están ligados a la visión y a la reacción de la sociedad ante ese individuo que quiere volver a incorporarse luego de haber vivido la guerra en primera persona.
Al intentar reinsertarse, muchos veteranos no encuentran que encajen de nuevo, sintiendo que perdieron el rol que desarrollaban antes de la guerra en las actividades que realizaban a nivel social y con las cuales se los identificaba y se sentían identificados. Esto se puede dar porque a su regreso se los identifica y etiqueta con el título de “ex combatientes”, o “veteranos” pasando así a no tener un lugar definido en la sociedad, ni a encajar con sus anteriores roles y lugares.
Con esa denominación se los aísla, no dándoles lugar en el presente, colocándolos en una situación de “vacío social”, dejándolos afuera de las actividades y roles productivos definidos para el desarrollo y contención de sus integrantes en esa sociedad.
De esa manera no será posible la re inserción, ya que lo que se les propone es que pasen a desempeñar un rol pasivo, identificándolos con una actividad que pertenece al pasado y que hoy no tiene lugar ni sentido en la sociedad. Un título que los deja afuera de la misma.
Se los define por lo que ya no son, por lo que fueron (en el caso de llamarlos “ex combatientes”) o por una función que solo puede servir para contar una experiencia vivida pasada (“veteranos de guerra”) y que no sirve para ninguna actividad productiva del presente, salvo para ser tenida como antecedente o experiencia en alguna de las fuerzas armadas ante una posible actividad bélica futura.
Esta visión/denominación de la sociedad junto con el grado de reinserción que pueda lograr la persona, irán definiendo su identidad en la posguerra.
La persona a la que se le dificulta reintegrarse, entra en un círculo vicioso al por un lado no poder retomar su antiguo lugar en la sociedad, y por el otro al quedar identificado por toda la sociedad con un rol que hoy no tiene aplicación ni lugar para desarrollarse.
Debido a esto muchos ex soldados adoptan conductas evasivas y evitan establecer contacto con otras personas, salvo con otros que hayan estado en su misma situación. Viven lo que debería ser una reinserción, sintiendo que no encajan en una sociedad que los rechaza, los coloca e identifica en una posición de vacío social. Experimentan el regreso con sentimientos de abandono, y a la vez de culpa. Dejaron de ser lo que eran y ahora los identifican con un rol que no desempeñan.
En el caso de Malvinas además se identificó a los que regresaron del combate con quienes dirigieron política y militarmente el conflicto, y con quienes llevaron a cabo un período oscuro de gobierno del país que lo sumergió en el caos y la desfragmentación social. Las propias fuerzas armadas que en el combate defendía y valoraba al soldado, en la posguerra les cerró las puertas en la cara, ya que no eran personal de las mismas (eran civiles bajo bandera), no dándoles cobertura o atención médica, mucho menos trabajo o contención.
Excepto los familiares y amigos de los soldados, el resto de la sociedad los ignoró. No se habló de la guerra, no se habló del regreso de los combatientes, no se habló del desempeño individual de los soldados en el combate, ni se hablo de la entrega y sacrificio realizado.
Se evitó el tema, se los escondió, se desplegó un manto de silencio y olvido.
Se evitó que los ex-soldados contasen sus vivencias, sus temores, sus furias, sus dolores y frustraciones, cortando así la posibilidad de que aliviasen su tensión compartiendo y dando a conocer su situación y lo actuado en combate en representación de la sociedad civil.
Se profundizó con ese silencio el aislamiento y la marginación, que la identificación como “ex combatientes” o “veteranos” ya provocaba inconscientemente.
Muchas personas al sentirse excluidos y al no encontrar su lugar en el regreso de la guerra, se terminaron identificando entonces con esa definición que se les propuso y quedaron así atrapados en su antiguo rol de combate. En su antigua identidad “militar” pero ahora dentro de la sociedad civil. Se aferraron a ese rol de combate que les valió el reconocimiento y lealtad de sus colegas durante el conflicto, que les generó el orgullo de haber defendido una causa común. Se vistieron como soldados en la civilidad y se colgaron sus medallas en el pecho para marcar aún más esa diferencia con la que la sociedad los marginó. No se logró la reinserción. O se logró en parte asumiendo así un rol marginal que conscientemente la sociedad tiene reservado para quienes regresan de un combate.
Y por eso hoy, en Argentina y 32 años después de la guerra, muchos se siguen definiendo e identificando como “artilleros”, “infantes de marina”, “paracaidistas” etc. etc. Roles que generan orgullo de haberlos podido desempeñar en su momento (es mas que entendible y loable).
Pero hoy muchas de esas personas debieran ser (además de Veteranos de Guerra) carpinteros, médicos, futbolistas, abogados, abuelos, catadores, ingenieros, nadadores, padres, vendedores, etc. etc. y con esos roles debieran ser identificados y presentarse en sociedad para realmente estar reinsertados.
Ser “ex” es algo que puede surgir y es útil en alguna conversación, una anécdota que se corresponde con una experiencia que puede y vale la pena ser contada y recordada, algo que vale y tiene sentido en una conmemoración de un hecho histórico, pero no es algo que sirva para definir e identificar a alguien con lo que hoy “es”.
El verdadero desafío es poder superar además del combate, las etiquetas y roles que quienes detentan el poder nos tienen reservadas para cuando queremos volver a casa y ser algo parecido a lo que éramos o a lo que teníamos pensado ser.
CCH