M
MIGUEL
Tras la gran oleada que produjo la rápida invasión de Polonia por Alemania y la guerra fino-soviética, los Estados Mayores aliados concluyeron que la Blitzkrieg no constituía una auténtica guerra, sino una operación irregular capaz de arrollar fuerzas anticuadas aunque inútil ante un Ejército potente; que la URSS era una débil potencia militar con un Ejército primitivo y desordenado; y que la línea Mannerheim, trazada por ingenieros belgas, había demostrado su eficacia. En consecuencia, el alto mando francés dedujo que su línea Maginot resultaba una defensa adecuada. La doctrina militar francesa era defensiva y conservadora, confiada en la línea Maginot, una aparatosa fortificación que cubría la frontera alemana desde Suiza hasta Luxemburgo, con muros de hormigón de hasta tres metros de espesor y blindajes de 25 centímetros de acero, precedidos por líneas de obstáculos contracarro. Al norte de la línea, el macizo de las Ardenas se consideraba militarmente infranqueable, sobre todo por unidades blindadas. Los franceses confiaban en que, si los alemanes atacaban, los detendría la línea Maginot mientras, tras ella, se llevaba a cabo la movilización general. En 1934, un desconocido coronel De Gaulle había discrepado de la doctrina oficial en su libro Vers L'Armée de Metier, donde se declaraba partidario de la guerra mecanizada. En consecuencia, había sido repudiado por el alto mando y se ganó la antipatía del mariscal Pétain, héroe de la guerra del 14, que había sido su protector. Tampoco el generalato alemán aceptaba innovaciones. Cuando Guderian aireó sus ideas sobre los blindados, sufrió fuertes ataques, aunque le apoyaron otros militares, como Rommel o Von Manstein, y sus intereses acabaron coincidiendo con los de Goering, jerarca nazi y antiguo aviador militar que aprovechó su influencia política para desarrollar la Luftwaffe. Sus nuevas teorías estratégicas, que permitían iniciar una guerra sin haber completado el rearme, despertaron el entusiasmo de Hitler. Entre tanto, los militares franceses, parapetados en la rutina y en la línea Maginot, ignoraban cuanto se tramaba en Alemania, los ensayos hechos en la guerra civil española y las experiencias de la campaña de Polonia. El ataque alemán, sin embargo, no se produjo frontalmente, como esperaba el Alto Mando francés, sino invadiendo primero Bélgica, lo que permitiría después situarse por detrás de la línea Maginot y embolsar las defensas francesas. Frente al Rhin, la línea Maginot era todo un desafío, de modo que von Leeb debía destrozar aquel último vestigio de la grandeza militar de Francia. Aquellas magníficas fortalezas, cuyas corazas eran invulnerables a los impactos directos de las bombas de una tonelada, comenzaron a caer una tras otra en manos alemanas: su guarnición había sido reducida a la mínima expresión para que las restantes fuerzas combatieran en otros lugares; y, además, eran fortificaciones diseñadas para combatir de frente y, en buena parte, fueron tomados de revés. Von Leeb inició el ataque el 13 de junio y consiguió su primera gran presa el 15: la fortaleza de Langres, a la que siguieron Saarbrücken y Colmar... Desde luego, la Maginot sirvió de bien poco para salvar a Francia, pero algunas guarniciones se empeñaron en demostrar su valor defensivo y continuaban la lucha al final de mes, días después de la rendición de Pétain. Tras la ocupación de Francia, fortalezas como Metz y Estrasburgo fueron utilizadas por los alemanes entre 1944 y 1945 para defenderse de la presión aliada.
Atte.-
Miguel