Malvinas: la noche triste en la que retrocedieron los relojes

Shandor

Colaborador
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Militares de EE.UU. opinan sobre el peso del apoyo norteamericano a Londres

NORFOLK, Virginia.- Para las 7 de aquella tarde fría del lunes 14, sólo restaba negociar una palabra. El general Mario Benjamín Menéndez quería borrar "incondicional" del acta de rendición de las tropas argentinas desplegadas en las islas Malvinas. Y el general Jeremy Moore, a pesar de las órdenes emitidas y reconfirmadas desde Londres, aceptó. Margaret Thatcher esperaba en la Cámara de los Comunes para anunciar la capitulación, que ayer, en la víspera del 25° aniversario, definió como "una gran victoria en una causa noble".

Pero la redacción del documento se demoró un par de horas más e incluyó un retoque temporal.

La rendición se firmó a las 21.15, hora de Puerto Argentino, es decir, las 0.15 del martes 15 en Londres. Y para evitar confusiones, se acordó volver atrás los relojes y decir que se firmó a las 20.59 -las 23.59 británicas- del 14 de junio de 1982.

Fue el fin oficial de la guerra. Veinticinco años después, las secuelas se extienden como ondas. Sobre los caídos -649 argentinos y 258 británicos- y sus familias, sobre los veteranos, sobre ambos países y sobre las islas, que para los mapas alrededor del mundo siguen siendo las "Malvinas"; como máximo, incluyen un asterisco: "En disputa con la Argentina".

"Aquella guerra fue innecesaria. Se debió a una sucesión de errores cometidos por ambas partes", dice a LA NACION un observador directo y privilegiado del conflicto, el entonces comandante de la Flota del Atlántico de Estados Unidos y jefe supremo de las fuerzas de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), el almirante Harry Train. Autor de Malvinas: caso de estudio , que se distribuyó durante años entre los almirantes y generales norteamericanos que pasaban por la Universidad de Defensa Nacional, Train cree que la Argentina jamás debió iniciar esa guerra. Pero que, ya desatada, pudo pelearla mejor.

"Podrían haber ganado la guerra si hubieran extendido la pista de aterrizaje de Stanley", afirma Train en Norfolk, base de la Armada, 320 kilómetros al sur de Washington, donde pasa sus años como marino retirado.

Tan convencido está de eso que lo discutió con el brigadier Basilio Lami Dozo, ex jefe de la Fuerza Aérea, cuando éste ya se encontraba en prisión, en plena democracia. "Discutimos durante cuatro horas hasta que tuvieron que separarnos", cuenta.

El paso del tiempo permite determinar cuál fue el alcance de la colaboración que Estados Unidos ofreció a Gran Bretaña. La ordenó el secretario de Defensa, Caspar Weinberger, con el guiño del presidente Ronald Reagan. Proveyeron de armamento, logística e inteligencia, aunque las imágenes satelitales no fueron tan decisivas como se creyó en la Argentina.

"Se ayudó a reparar barcos y se entregaron misiles. Yo no lo sabía entonces, pero fue así. También posicionamos satélites, pero las imágenes servían para detectar las posiciones fijas en tierra, pero no para los blancos móviles", explica Train.

"Desde que se obtenían las imágenes hasta que se entregaban a los británicos, los barcos, por ejemplo, podían cambiar de posición, así que no sé qué utilidad podían tener -añade-. Esa inteligencia estaba en su infancia. No es como ahora, que con una tarjeta de crédito se consigue información de los servicios franceses o de otro país. Eramos nosotros y los rusos."

El almirante Tom Hayward, en 1982 jefe de Operaciones Navales de la Armada norteamericana, reafirma que su fuerza proveyó todos sus misiles A-9L Sidewinder a los británicos, "pero no con alegría", dice a LA NACION desde Seattle. Tenían unos pocos para su defensa, en plena Guerra Fría.

Las órdenes venían de muy arriba, de Weinberger, "pero podrían provenir de la Casa Blanca". El destino le propinó una chicana inesperada a Hayward. Estaba de visita protocolar en Buenos Aires cuando las tropas especiales desembarcaron el 2 de abril. El jura que lo tomó por sorpresa y retornó a Washington en cuanto fue informado. De allí en más, mientras el secretario de Estado, Alexander Haig, buscaba una salida diplomática, el Pentágono ayudó a Londres. "La Armada sólo se limitó a cumplir órdenes, pero no lo hizo con alegría", rememoró.

La Argentina y Gran Bretaña cambiaron con la guerra. Thatcher cobró el impulso que necesitaba para ganar su reelección en 1983 y afianzarse en el poder como la Dama de Hierro; los isleños cobraron un papel en las negociaciones que no tenían hasta entonces, y Galtieri cayó en poco más de 48 horas, el 17 de junio: el comienzo del fin de la última dictadura militar.

"¿El desenlace hubiera sido otro sin el apoyo de Washington a Londres?", preguntó LA NACION a Haig.

"No lo sé Thatcher sufría severos problemas financieros [Calla unos segundos.] A la distancia, puede decirse que el Estado de Derecho terminó prevaleciendo en la Argentina. Suena algo ideológico, pero la Argentina en última instancia salió ganando y Estados Unidos reforzó su alianza del Atlántico con Gran Bretaña en contra de la Unión Soviética. Desde ese punto de vista, Malvinas también contribuyó a ganar la Guerra Fría."
 
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