Y te doy un consejo de amigo, jamas le digas travesti al Capitan de una nave de la ARA frente a un oficial por esta ceremonia, porque lo mas seguro es que termines sin dientes...
Gracias por el consejo. En mi defensa diré lo siguiente:
- Cuando llamo travesti a un oficial que se viste de mujer, no lo estoy insultando, lo estoy definiendo con objetividad. De acuerdo con la Real Academia Española:
travesti o
travestí.
1. com. Persona que, por inclinación natural o como parte de un espectáculo, se viste con ropas del sexo contrario.
Así pues, si el mencionado oficial, o alguno de sus sobordinados se siente ofendido, el problema es de ellos, que se avergüenzan de sí mismos. Yo no me hago cargo de la vergüenza ajena.
El uniforme y las medallas se lucen con orgullo. Las pelucas de rizos dorados no. Pero no es mi problema.
- Por otra parte, vivimos en democracia, es tiempo de abandonar las amenazas. Si los civiles y los militares no se entienden entre sí, siempre se puede recurrir al diálogo, que es lo que yo, humildemente, intento.
Eso de "hacerse el macho" y "dejar sin dientes" a cualquiera que cuestione algo no es saludable. Básicamente, porque esto no es un pelea de barrio, o de bar. Los militares sirven a la Nación, y no al revés. El pueblo, por lo tanto, tiene derecho a cuestionar aquello que no comprende.
Hay cosas que si no vestiste uniforme jamas entenderas. Lo de romantica vision de la ARA Libertad dejalo para la novela de la tarde. Las tradiciones, por mas ********* que para vos puedan parecer, forman parte del proceso de cohecion de los hombres. Yo todavia tengo las marcas en mi pecho de las trompadas de mis camaradas que me comi tanto cuando me gane las alas de paracaidista, como las de piloto... Y ni hablar de lo que pase en el curso SERE... Y eso que no nombro la iniciacion de la fraternidad en la universidad, porque eso es civil...
Ninguna tradición que avergüence a quién la practica edifica su espíritu, ni colabora con la creación de una auténtica cohesión grupal.
En este sentido, el SERE, las fraternidades universitarias y los huevos con harina que se dispensan a los recién graduados no vienen a colación. Mi inquietud se despertó al enterarme de la existencia de prácticas que avergüenzan en tierra y en público, pero que se convierten en lícitas en alta mar y en privado. Hablando siempre a un nivel institucional, la existencia de esta dualidad me resulta inexplicable. Imágenes como las vistas en el velero alemán no figuran en los folletos promocionales de las armadas.
Se podrá decir que esto responde a la obvia necesidad de mantener el carácter oculto de un ritual iniciático. Pero es una falacia. Porque lo que se discute aquí no es la existencia de tales ceremonias, sino su contenido, que en cualquier caso resulta incompatible con el discurso militar naval. El relato castrense se basa en ejes fundacionales irrenunciables: honor, disciplina, entrega, renuncia, sacrificio, convicción religiosa, estricta moralidad.
¿Cómo se supone que todas esas construcciones se sostienen frente a la imagen de un señor de bigote tocado graciosamente con una peluca de rizos dorados? ¿Es ése el paradigma del oficial naval? En tierra y en público, decididamente no. En alta mar y en privado, pareciera que sí.
En tierra y en público, entonces, el oficial naval será un buen cristiano, católico, heterosexual, masculino, padre de familia. Un tipo serio. Porque ese fue el discurso que elaboró la Armada. Y cuando más se valió de él fue en sus años más negros. El hombre militar se presentaba como el mejor tipo de hombre. La Armada, como institución cristiana, tomó el poder para proteger a la Patria -entre otras cosas- de la inmoralidad atea.
Durante la dictadura, los militares fueron los jueces morales de la Nación. Censuraron libros, música y películas, por su contenido inmoral. Censuraron la sexualidad anti-biblíca. En los tiempos en que Massera fue líder político de este país, un señor que se travistiera y saliera vestido de mujer a la calle podía terminar preso. O cosas peores.
A los homosexuales, históricamente, se les ha negado el acceso a las FF.AA., hasta la reciente modificación de esta reglamentación, ordenada desde el Ministerio de Defensa. Actualmente, las FF.AA. han sido sistemáticamente reducidas. Lo que no ha mermado su espíritu, sino más bien lo ha fortalecido. Privadas de recursos materiales, han sabido, para bien o para mal, mantener sus tradiciones. A pesar de los inevitables cambios, las instituciones militares conservan su esencia. Así, a los hombres se han sumado las mujeres. Hombres y mujeres navales. Y a todos ellos se los educa para que representen lo mejor de los valores tradicionales.
O al menos, en tierra y en público. Porque en alta mar y en privado, el discurso se fué por la borda. ¿Con que autoridad moral, la misma Armada que travestía a un oficial para que sus cadetes le besen los pies, censuraba la homosexualidad y el homoerotismo? Eso es lo que perturba. Comprobar la existencia de un relato paralelo, marginal. Bajo la sombra de la tradición, Massera participó de un ritual que, si hubiese sido incluido en un film civil comercial, no sólo hubiera sido censurado, sino que además hubiese significado la detención y el procesamiento (legal o ilegal) de su director.
Aquí la tradición iniciática se desdobla, dibuja su propia moralidad. Se le obliga al cadete Massera a ritualizar simbolismos sadomasoquistas que el almirante Massera está igualmente obligado a censurar, por ser contrarios a la moral nacional, occidental y cristiana.
Claro que, al no haber vestido uniforme, hay cosas que no puedo comprender. Pero es ese un argumento en buena medida falso. Vestir el hábito de monje, no significa
ser el monje. De la misma manera, desconocer la experiencia íntima de la vida militar no significa que esa vida no pueda ser aprehendida, estudiada, cuestionada, admirada o repudiada. Después de todo, también el almacenero de barrio puede excusarse, frente a una señora que le reclama la mala calidad del jamón cocido y los pobres hábitos higiénicos con que lo sirve, diciendo más o menos lo mismo:
"hay cosas que, si nunca fue almacenero, no puede entender".
Pero más allá de la indignación, absurda y relevante al mismo tiempo, de quién ha descubierto una imagen estéticamente desagradable en el seno de una institución que se precia de puntillosa y marcial pulcritud, la inquietud proviene además de la estupefacción frente a una metodología cuestionable.
Y es que la tradición no es intrínsecamente buena. Para que colabore con la cohesión grupal, debe enaltecer a las personas, no rebajarlas. Claro que la milicia, para poder construir un hombre nuevo, debe primero demoler al "viejo". Pero nunca debe hacerlo a costa de sus propios principios, porque ellos son sus cimientos.
La métafora fisiológica con que se define a los "cuerpos" militares no es caprichosa. Cuando una institución castrense maltrata a sus hombres se maltrata a sí misma, se rebaja a sí misma. La preocupación que se manifiesta antes estas imágenes es entonces plenamente coherente. Porque es parte del interés del pueblo cuidar las instituciones.
Y aquí llegamos a este punto:
Si, asi como los heroes de Malvinas, Giachino y muchos otros que zarparon en la Libertad.
Giachino glorifica a la Armada, porque es un héroe.
La Armada puede entonces, enorgullecerse del hombre que ha formado.
Pero la pregunta es: ¿el ritual inicático glorifica a la Armada?
¿Puede la Armada enorgullecerse de él?
No hay que confundir las cosas. No se trata de cuestionar a un hombre porque participó de un ritual. Se trata de cuestionar el ritual, y de analizar el efecto que tiene en los hombres y en la institución que éstos forman.
Agradecemos a la Armada que nos haya dado un hombre como Giachino. Pero eso no quita que le reclamemos por un Massera. Y que cuestionemos las contradicciones de su relato institucional. Y que preguntemos, atónitos, porque hay un oficial con peluca rubia haciéndose besar los pies por un cadete.