My Lai: 45 años de la masacre que conmociono a EE UU

Shandor

Colaborador
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Soldados estadounidenses asesinaron a medio millar de vietnamitas, en su mayoría ancianos, mujeres y niños

Este sábado se cumplen 45 años de la masacre de My Lai, la aldea vietnamita en la que el 16 de marzo de 1968 una compañía del Ejército de los Estados Unidos asesinó a medio millar de lugareños. La mayoría eran ancianos, mujeres, niños... y bebés. Dos años después, el periodista estadounidense Seymour M. Hersh publicó el reportaje que descubrió a sus compatriotas aquellos acontecimientos: «My Lai 4: Informe sobre la matanza y sus secuelas». Aquella tragedia conmocionó a los norteamericanos y al resto del mundo, y marcó un antes y un después en el enjuiciamiento de los crímenes de guerra modernos...sólo uno de los implicados fue condenado.
Las mujeres protegían a sus hijos y gritaban en vano «no vietco, no vietco»
En la guerra de Vietnam (1965-1975) murieron unos tres millones de personas, 58.022 de ellas estadounidenses. Fue la guerra del napalm incendiando la exuberante selva del país asiático y del agente naranja, el cancerígeno herbicida con el que los Estados Unidos pretendían defoliar los bosques en los que se refugiaba el comunista Viet Cong y que provocó cáncer y malformaciones a cientos de miles de vietnamitas. Fue también la guerra de las misiones de «búsqueda y destrucción», que buscaban prioritariamente la muerte del mayor número posible de civiles. Eran las ocho de la mañana cuando la Compañía Charlie entró en la aldea de My Lai en una de estas operaciones.
Se suponía que aquello iba a estar infestado de vietcongs, pero en My Lai no quedaba ninguno, todos habían huido. En la aldea no había nadie armado, pero esta circunstancia no impidió que prosiguiese la misión. La sección que lideraba el teniente William Calley sacó a los lugareños de sus chozas y los reunió en una explanada. Tal y como recoge Hersh en su informe, «los asesinatos empezaron sin aviso». El teniente ordenó que no quedase un solo vietnamita vivo, así es que uno de sus muchachos agarró a uno de los aldeanos, le clavó la bayoneta, lo lanzó a un pozo y después tiro una granada al interior. La masacre había comenzado.
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Los ametrallaron
Según afirmó después el soldado Harry Stanley al Departamento de Investigación Criminal (DIC) estadounidense, «algunas ancianas y algunos niños pequeños, entre quince y veinte, se agruparon alrededor de un templo donde se quemaba incienso. Se arrodillaban y lloraban y rezaban, y varios soldados […] pasaron a su lado y los ejecutaron disparándoles en la cabeza». Las mujeres protegían a sus hijos y gritaban en vano «no vietco, no vietco», mientras la Compañía Charlie avanzaba por la aldea asesinando a todos sus habitantes y los helicópteros artillados escupían balas sobre los que trataban de escapar. «Esa gente corría hacia nosotros, huyendo de nosotros, corría en todas direcciones. Era difícil distinguir una mama-san de un papa-san porque todos iban con pijamas negros», contó el soldado Charles West.
Los militares metían a los lugareños en las chozas, y cuando estas estaban llenas, lanzaban al interior granadas. Mataban al ganado, destruían las cosechas y quemaban las casas. El soldado Herbert Carter, que se disparó en el pie para salir de ese infierno, afirmó al DIC: «Los chicos disfrutaban. Cuando alguien ríe y bromea sobre lo que está haciendo, tiene que estar disfrutando». En un momento de aquella masacre el teniente Calley y su sección reunieron a un centenar de mujeres, ancianos, niños y bebés en una acequia, y los fueron matando uno a uno, para ahorrar munición.
Villanos y héroes

Con la matanza bastante avanzada el alférez Hugh Thompson, piloto de un helicóptero de reconocimiento, aterrizó en el lugar y, desconocedor de lo que estaba pasando en My Lai, empezó a señalar con humo los lugares donde encontraba algún vietnamita herido. Cada vez que localizaba a uno, un soldado bajo las órdenes del teniente Calley aparecía y sin mediar palabra vaciaba un cargador sobre el aldeano en cuestión. Cuando comprendió lo que allí estaba sucediendo, Thompson ordenó a sus chicos que disparasen contra cualquier uniformado que atacase a aquellos ancianos, mujeres y niños vietnamitas. El piloto protegió y evacuó en su helicóptero a aquellos inocentes, convirtiéndose así en héroe.
Calley, el único condenado, sólo cumplió tres años y medio de arresto
La publicación del reportaje de Hersh y las instantáneas de Ronald L. Haeberle, fotógrafo empotrado en la Compañía Charlie, dio a conocer aquella tragedia y conmocionó a la ciudadanía estadounidense y al resto del mundo. Se había asesinado a medio millar de inocentes «en nombre de la democracia». Tras un juicio que duró cuatro meses el teniente William Calley fue condenado a cadena perpetua, pero gracias a la intervención del presidente Nixon sólo cumplió tres años y medio de arresto domiciliario. No hubo más condenas.
En «¡Basta de mentiras!: El periodismo de investigación que está cambiando el mundo», el periodista John Pilger recoge las palabras que le dijo el general Winant Sidle, portavoz del Ejército estadounidense en Vietnam, al poco de terminar la contienda: «Gran parte de lo que hicimos no se consideraba digno de aparecer en las informaciones. Fíjese en eso de “daño colateral” […] y “búsqueda y destrucción” […] los reporteros y los militares sabían lo que estaban diciendo al usar estos términos […] Mire, la guerra es el infierno, y si un civil no quiere que le maten en la zona de combate más vale que se vaya».
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