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Colaborador
TRIBUNA
Rusia recuperó un lugar geopolítico clave por la cantidad y calidad de sus reservas energéticas. Pero, a mediano plazo, la salud de su gente y el devenir demográfico darán las peores noticias.
Por: Paul Kennedy
Fuente: HISTORIADOR, UNIVERSIDAD DE YALE
La lista de requisitos para el cargo es de las menos atractivas del mundo, y puede enunciarse de esta manera: "Se necesita persona con muchas cualidades para administrar y reformar una entidad que abarca alrededor de 17 millones de kilómetros cuadrados (en su mayoría inhabitables), con una población en fuerte disminución, fuerzas armadas debilitadas, problemas sociales y ambientales enormes, discordias étnicas internas y numerosos vecinos celosos, dados los cambios veloces y posiblemente desventajosos en los equilibrios de poder asiático y global".
Que nadie salga corriendo a llenar la solicitud. Entre las cualidades requeridas, cabe suponer que deben figurar una obstinación personal enorme y falta de imaginación (o bien una imaginación excesiva). Porque esta tarea consiste en gobernar a Rusia.
Lo más probable es que muchos observadores no hayan tenido pensamientos tan sombríos al leer la noticia de la asunción de Dmitri Medvedev como presidente de Rusia el 9 de mayo. El hecho fue muy aplaudido por las multitudes de Moscú, por gran parte de los medios nacionales y por los grupos patrióticos bien orquestados. Fue seguido poco después por la designación de Vladimir Putin para el cargo de (súper) primer ministro de Rusia y por un desfile tradicional en la Plaza Roja.
Esta oleada de confianza no es simplemente una fábula sobre los éxitos políticos del propio Putin, con niveles de popularidad interna que dejan a líderes occidentales como Bush, Brown y Sarkozy totalmente opacados. La fuerza creciente de Rusia también se funda en enormes reservas de petróleo y gas natural, que, con el precio del petróleo en este momento a más de US$ 130 el barril, dan al país una capacidad de negociación enorme, no sólo en sus relaciones con países que dependen directamente de esas reservas como Ucrania, Alemania y Hungría, sino en líneas más generales, en cuanto a la influencia y el poder que generan los ingresos de capital provenientes de las ganancias petroleras. En cuestiones de política exterior, desde Irán hasta Corea del Norte y los Balcanes, Rusia tiene mucho para decir. Moscú ha vuelto.
Entonces, ¿por qué ser tan negativos respecto del futuro de Rusia? La respuesta está en las perspectivas del país "a largo plazo". A medida que transcurre el año 2008, la posición general de Rusia parece ser bastante favorable, por todas las razones mencionadas anteriormente. Sin embargo, existe el peligro de que nuestros hábitos periodísticos de concentrarnos en la última noticia de Moscú o el Cáucaso oculten las graves deficiencias estructurales en la posición de ese gran país.
Dos de esas deficiencias saltan a la vista de cualquier estudiante de las tendencias geopolíticas. La primera ha sido mencionada por este autor en otros artículos en los últimos años: es el asombroso derrumbe demográfico de la sociedad rusa. Son pocos los observadores externos que parecen comprenderlo: Rusia se encoge mes a mes, año a año.
Hace unos 30 años, el gran demógrafo de la URSS, Murray Feshbach, de la Universidad de Georgetown, llamó la atención sobre tres signos de enfermedad, y a decir verdad, todavía no tomamos plena conciencia del problema. Recién el mes pasado, Nicholas Eberstadt del American Enterprise Institute y Hans Groth, director ejecutivo de Pfizer-Switzerland, trataron de recuperar el mensaje en un artículo de opinión del Wall Street Journal titulado "Rusia agonizante".
En mi limitada experiencia de lectura en este campo, los demógrafos son más bien estudiosos cautos porque resulta muy difícil analizar minuciosamente qué hace cambiar las tasas de fertilidad y de mortalidad —y esos son los dos motores del futuro demográfico de un país. Pero el lenguaje que emplean Eberstadt y Groth pone los pelos de punta: "Un brote verdaderamente aterrador de enfermedad y muerte", "un marcado aumento de la mortalidad por lesiones y problemas cardiovasculares".
Las tasas de mortalidad de los hombres en edad de trabajar son actualmente un 100% (¡!) más altas que en 1965. En suma, los rusos están desapareciendo a un ritmo constante: hay muchos millones menos ahora que en el momento de la caída de la vieja Unión Soviética.
Así como el país está condenado por la cantidad decreciente de personas en edad de trabajar, también está condenado por poseer demasiada tierra marginal e inhabitable. El hecho categórico es que los 142 millones de rusos que quedan y que siguen disminuyendo estarían mucho mejor con aproximadamente una quinta parte de la extensión de territorio que controlan en la actualidad; las otras cuatro quintas partes podrían ser ofrecidas como Patrimonio Mundial de la Humanidad por los bisontes, los bueyes montaraces y las águilas esteparias.
Los grandes exploradores de los siglos XVII y XVIII que tomaron posesión de Siberia no fueron, por desgracia, los equivalentes de los pioneros estadounidenses que avanzando hacia el oeste dejaron simultáneamente atrás el pasado.
Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2008. Traducción de Cristina Sardoy.
http://www.clarin.com/diario/2008/05/28/opinion/o-02701.htm
No hay por qué alegrarse con el futuro de Rusia
Rusia recuperó un lugar geopolítico clave por la cantidad y calidad de sus reservas energéticas. Pero, a mediano plazo, la salud de su gente y el devenir demográfico darán las peores noticias.
Por: Paul Kennedy
Fuente: HISTORIADOR, UNIVERSIDAD DE YALE
La lista de requisitos para el cargo es de las menos atractivas del mundo, y puede enunciarse de esta manera: "Se necesita persona con muchas cualidades para administrar y reformar una entidad que abarca alrededor de 17 millones de kilómetros cuadrados (en su mayoría inhabitables), con una población en fuerte disminución, fuerzas armadas debilitadas, problemas sociales y ambientales enormes, discordias étnicas internas y numerosos vecinos celosos, dados los cambios veloces y posiblemente desventajosos en los equilibrios de poder asiático y global".
Que nadie salga corriendo a llenar la solicitud. Entre las cualidades requeridas, cabe suponer que deben figurar una obstinación personal enorme y falta de imaginación (o bien una imaginación excesiva). Porque esta tarea consiste en gobernar a Rusia.
Lo más probable es que muchos observadores no hayan tenido pensamientos tan sombríos al leer la noticia de la asunción de Dmitri Medvedev como presidente de Rusia el 9 de mayo. El hecho fue muy aplaudido por las multitudes de Moscú, por gran parte de los medios nacionales y por los grupos patrióticos bien orquestados. Fue seguido poco después por la designación de Vladimir Putin para el cargo de (súper) primer ministro de Rusia y por un desfile tradicional en la Plaza Roja.
Esta oleada de confianza no es simplemente una fábula sobre los éxitos políticos del propio Putin, con niveles de popularidad interna que dejan a líderes occidentales como Bush, Brown y Sarkozy totalmente opacados. La fuerza creciente de Rusia también se funda en enormes reservas de petróleo y gas natural, que, con el precio del petróleo en este momento a más de US$ 130 el barril, dan al país una capacidad de negociación enorme, no sólo en sus relaciones con países que dependen directamente de esas reservas como Ucrania, Alemania y Hungría, sino en líneas más generales, en cuanto a la influencia y el poder que generan los ingresos de capital provenientes de las ganancias petroleras. En cuestiones de política exterior, desde Irán hasta Corea del Norte y los Balcanes, Rusia tiene mucho para decir. Moscú ha vuelto.
Entonces, ¿por qué ser tan negativos respecto del futuro de Rusia? La respuesta está en las perspectivas del país "a largo plazo". A medida que transcurre el año 2008, la posición general de Rusia parece ser bastante favorable, por todas las razones mencionadas anteriormente. Sin embargo, existe el peligro de que nuestros hábitos periodísticos de concentrarnos en la última noticia de Moscú o el Cáucaso oculten las graves deficiencias estructurales en la posición de ese gran país.
Dos de esas deficiencias saltan a la vista de cualquier estudiante de las tendencias geopolíticas. La primera ha sido mencionada por este autor en otros artículos en los últimos años: es el asombroso derrumbe demográfico de la sociedad rusa. Son pocos los observadores externos que parecen comprenderlo: Rusia se encoge mes a mes, año a año.
Hace unos 30 años, el gran demógrafo de la URSS, Murray Feshbach, de la Universidad de Georgetown, llamó la atención sobre tres signos de enfermedad, y a decir verdad, todavía no tomamos plena conciencia del problema. Recién el mes pasado, Nicholas Eberstadt del American Enterprise Institute y Hans Groth, director ejecutivo de Pfizer-Switzerland, trataron de recuperar el mensaje en un artículo de opinión del Wall Street Journal titulado "Rusia agonizante".
En mi limitada experiencia de lectura en este campo, los demógrafos son más bien estudiosos cautos porque resulta muy difícil analizar minuciosamente qué hace cambiar las tasas de fertilidad y de mortalidad —y esos son los dos motores del futuro demográfico de un país. Pero el lenguaje que emplean Eberstadt y Groth pone los pelos de punta: "Un brote verdaderamente aterrador de enfermedad y muerte", "un marcado aumento de la mortalidad por lesiones y problemas cardiovasculares".
Las tasas de mortalidad de los hombres en edad de trabajar son actualmente un 100% (¡!) más altas que en 1965. En suma, los rusos están desapareciendo a un ritmo constante: hay muchos millones menos ahora que en el momento de la caída de la vieja Unión Soviética.
Así como el país está condenado por la cantidad decreciente de personas en edad de trabajar, también está condenado por poseer demasiada tierra marginal e inhabitable. El hecho categórico es que los 142 millones de rusos que quedan y que siguen disminuyendo estarían mucho mejor con aproximadamente una quinta parte de la extensión de territorio que controlan en la actualidad; las otras cuatro quintas partes podrían ser ofrecidas como Patrimonio Mundial de la Humanidad por los bisontes, los bueyes montaraces y las águilas esteparias.
Los grandes exploradores de los siglos XVII y XVIII que tomaron posesión de Siberia no fueron, por desgracia, los equivalentes de los pioneros estadounidenses que avanzando hacia el oeste dejaron simultáneamente atrás el pasado.
Copyright Clarín y Tribune Media Services, 2008. Traducción de Cristina Sardoy.
http://www.clarin.com/diario/2008/05/28/opinion/o-02701.htm