Escalada de Donald Trump en la guerra en Afganistán
La guerra olvidada de Afganistán vuelve a ocupar la atención de la Casa Blanca. Después de haber ignorado el conflicto durante toda la campaña electoral entre Hillary Clinton y Donald Trump, Washington planea una escalada en la que es ya la guerra más larga de la Historia de Estados Unidos. Esta semana, el Pentágono presentará a Trump un menú de opciones militares para ese país que incluye un aumento del número de soldados estadounidenses en ese país de entre 3.000 y 5.000.
En la actualidad hay 8.400 uniformados de EEUU en Afganistán, además de 20.000 civiles contratados por el Pentágono y el Gobierno afgano que van desde cocineros hasta mercenarios, y que emplean a miles de ex soldados estadounidenses y europeos.
La escalada en Afganistán forma parte de la política de Donald Trump de expandir la participación de Estados Unidos en guerras en Oriente Medio y Asia, y en la autonomía que el presidente de ese país ha dado a los militares a la hora de tomar decisiones en esos conflictos, en lo que supone una clara ruptura con la tradición política estadounidense, en la que las Fuerzas Armadas siempre estaban bajo un estricto control civil. Esto a veces llegaba a extremos, cuando menos, curiosos: en la Guerra de Vietnam, el presidente Lyndon B. Johnson llegó a convertirse en un experto en las mareas del Delta del Mekong, uno de los frentes de batalla más intensos del conflicto.
Con Trump, eso ha cambiado. Las Fuerzas Armadas tienen ahora un control creciente sobre las operaciones militares, no solo a nivel táctico, sino estratégico. Y el presidente que llegó al poder precisamente diciendo que él se había opuesto a la Guerra de Irak y que estaba en contra de la reconstrucción de países porque primero tenía que reconstruir EEUU está ampliando la participación de su país en cada vez más frentes de batalla contra el terrorismo islámico. El fin de semana, un miembro de la unidad de élite de la Armada Navy SEAL murió en Somalia, en la que es la primera baja mortal en combate de un soldado estadounidense en ese país en 23 años, mientras participaba en un ataque contra Al Shabab, la franquicia de Al Qaeda en ese país.
Y la Casa Blanca ha anunciado que va a armar a los kurdos de Siria para que éstos arrebaten al Estado Islámico (IS, según sus siglas en inglés), la ciudad de Raqqa, en la que los integristas tienen la capital de su califato. Paradójicamente, ésa era la política de Barack Obama. Trump también quiere crear zonas seguras en Siria, una política que va mucho más allá de lo que defendió Hillary Clinton durante la campaña.
En el caso de Afganistán, la razón de la escalada que evalúa el Pentágono se resume en una cifra: 8,4 millones de personas, o sea, un tercio de la población de Afganistán. Ése es, según la ONU, el número de afganos que vive bajo el control de los talibán, la milicia fundamentalista apoyada por Pakistán a la que combate EEUU.
Dado que todos los talibán son pastunes -una comunidad que supone alrededor de la mitad de la población afgana- la práctica totalidad de ese grupo étnico está al margen del Gobierno de Kabul. Un Gobierno de Kabul que es, en la mejor tradición afgana, disfuncional, dado que es una coalición de pastunes moderados y de tayikos, la comunidad a la que tradicionalmente ha pertenecido la intelectualidad afgana y que además llevó el peso de la guerra contra los talibán cuando EEUU apoyaba a estos últimos.
http://www.elmundo.es/internacional/2017/05/09/59120eadca4741ef768b45cc.html