EE UU en un mundo multipolar
El afán de supremacía mundial lleva consigo el señalamiento de amigos y enemigos
Ignacio Sotelo 31 AGO 2015 - 21:43 CEST
Pueden establecerse cuatro áreas perfectamente diferenciadas, que en cierto modo se equilibran, Estados Unidos, la Unión Europea, Rusia y China, de modo que vivimos en un mundo multipolar. La multiplicidad de polos favorece el que en cada una de estas áreas se consoliden potencias intermedias, como Brasil en América Latina, Alemania en Europa, Egipto en África, Japón en Asia. Pese a ello, Estados Unidos aspira a una hegemonía mundial.
Desde el final de la II Guerra Mundial, ha sido la potencia hegemónica en la Europa occidental, supremacía que se extendió a todo el continente europeo con el desplome de la Unión Soviética. Entretanto Alemania se ha consolidado como una potencia económica intermedia, pero bajo el amparo y protección de EE UU, al depender, como el resto de los países europeos —con la excepción del Reino Unido y de Francia, con armamento atómico— de la protección nuclear de Estados Unidos.
Instalada en la órbita norteamericana, Alemania ha decidido ahorrar al máximo en gasto militar, como hace la mayoría de los Estados europeos. Pero, la dependencia militar, además de limitaciones en la soberanía, impone costos elevados. El nuevo tratado comercial entre Estados Unidos y la Unión Europa pondrá otra vez de manifiesto que la protección militar, al tener que aceptar el precio que se imponga, se paga a un precio elevado. Fue la dura experiencia de los campesinos japoneses con los samuráis.
La hegemonía mundial de Estados Unidos se basa, no tanto en la capacidad tecnológica-industrial, ni en el dólar como divisa mundial, ni siquiera en el control del capital financiero, sino en la absoluta supremacía militar.
Lo más sorprendente, incluso paradójico, es que tamaña superioridad militar (representa el monto de la potencia militar de los cuatro países que le siguen) no haya impedido que EE UU hubiese perdido las guerras locales emprendidas para dominar a pueblos del Tercer Mundo (Vietnam, Afganistán, Irak) con una debilidad militar y tecnológica manifiesta. Prueba de que el poder militar sirve para contener y disciplinar a países desarrollados, pero no para conquistar a los menos desarrollados, a los que cabe destruir, pero no dominarlos.
Ser amigo o enemigo depende de pertenecer o no al imperio. Aunque presente el mismo modelo productivo y parecido orden político, al ser lo bastante extensa, rica en materias primas y fuerte militarmente para ser soberana, Rusia no se incluye por lo que ha de calificarse de enemigo. Todo imperio se define por marcar la frontera entre los de dentro y los de fuera.
El afán de supremacía mundial lleva consigo el ir señalando a amigos y enemigos: amigos los que se someten, enemigos los que pretenden mantener su independencia. En principio, un mundo multipolar que respete unas reglas comunes de convivencia, exigiría que nadie pretendiera ser el primero, algo por lo demás por completo ilusorio. Lo normal entre personas, grupos, Estados, es competir por la supremacía. De ahí que no haya alternativa a la dialéctica amigo-enemigo.
http://internacional.elpais.com/internacional/2015/08/31/actualidad/1441050164_231550.html