CCH
Veterano Guerra de Malvinas
Muchos continúan hoy preguntando si los soldados estábamos bien preparados para la guerra, y para eso consultan si el armamento que teníamos era acorde a la situación, si el abrigo que teníamos era suficiente para el clima de Malvinas, si el alimento que recibíamos contenía las calorías necesarias, si las órdenes que recibíamos, si el descanso, si el congelamiento, si los visores nocturnos, si los misiles, etc., etc., etc.
En lo personal creo que es tiempo de reenfocar la pregunta.
La guerra expone a quienes participan en ella a vivir y enfrentar situaciones anormales que exigen a su vez conductas anormales para poder superarlas. De igual forma, la posguerra demanda luego otro proceso de preparación o adaptación para reinsertarse nuevamente en la vida diaria y volver a utilizar conductas “normales”, en un ámbito "normal".
Para ambos casos se requiere un proceso de preparación o -en su ausencia- de rápida adecuación, que en casi la totalidad de los casos, los soldados conscriptos no recibimos.
En el caso de la guerra la preparación/adaptación suele ser rápida, natural, instintiva, de supervivencia. La persona se ve envuelta en situaciones límite, con un palpable riesgo de muerte, y que la obligan a realizar acciones sin reparar en las consecuencias futuras (no hay noción clara de futuro en la guerra, en el combate). Quien nunca había disparado antes, lo hará instintivamente, ya que cuando uno dispara lo hace fundamentalmente pensando en preservar su vida y la de sus compañeros. El “expertise”, la preparación, para manejar un arma se adquiere mal o bien, rápidamente. Y todos los medios disponibles (escasos o no, modernos o antiguos) se transforman en útiles y necesarios. Todo sirve para sobrevivir.
En el caso de la posguerra, el tema es más complicado porque los recuerdos, el dolor, las heridas, no cesan con el “cese el fuego”, y porque uno debe aprender a convivir y sobreponerse a las consecuencias de las acciones realizadas durante la guerra. Por ejemplo, el llevar sobre la espalda las muertes de amigos (y de enemigos).
El horror, el dolor que se pega al que lo experimentó, no desaparece con algunos eufemismos utilizados para justificar lo injustificable, ni con palabras bonitas.
Y es en este segundo proceso (la posguerra) en el que debiéramos estar mejor “preparados”, pues el combate tiene un final definido (el alto el fuego) pero la posguerra se lleva consigo el resto de la vida, y en ella hay que actuar con consciencia y responsabilidad, planificando el futuro y considerando lo actuado en el pasado.
Y no siempre es fácil sobreponerse a lo vivido en la guerra.
Y es más difícil aún cuando se combina con un Estado ausente y una sociedad indiferente.
Cuando no hay planes de salud, ni de asistencia o de contención que permitan reinsertar al excombatiente en la sociedad “civil”.
Cuando la única asistencia recibida desde el estado es un monto de dinero en forma de pensión (que ayuda, pero no es la solución) y que cada quien se arregle como pueda.
Cuando las mismas fuerzas les dan la espalda a sus soldados por tratarse de personal no militar.
Cuando la sociedad solo contabiliza los suicidios y muertos de posguerra con el mismo desentendimiento con que asume su responsabilidad en la realización de la guerra.
Cuando se le cierran las puertas y se le niegan oportunidades al excombatiente por el solo hecho de serlo.
Cuando las propias organizacions de excombatientes prefierren cultivar "la quintita" a proponer soluciones para tosa la comunidad malvinera.
Considero entonces que a esta altura de los hechos, la pregunta no debiera ser si los soldados estábamos preparados para la guerra.
Debiéramos reformular la pregunta, y preguntarnos si el estado, si la sociedad argentina, estabamos y estamos realmente “preparados” para la posguerra. Para recibir y contener al excombatiente que expuso su vida en la guerra, para afrontar las consecuencias de aquella decisión tomada.
Lamentablemente, creo que la respuesta es que no, que como es costumbre en estas tierras, vamos improvisando sobre los cadáveres.
Saludos,
CCH
En lo personal creo que es tiempo de reenfocar la pregunta.
La guerra expone a quienes participan en ella a vivir y enfrentar situaciones anormales que exigen a su vez conductas anormales para poder superarlas. De igual forma, la posguerra demanda luego otro proceso de preparación o adaptación para reinsertarse nuevamente en la vida diaria y volver a utilizar conductas “normales”, en un ámbito "normal".
Para ambos casos se requiere un proceso de preparación o -en su ausencia- de rápida adecuación, que en casi la totalidad de los casos, los soldados conscriptos no recibimos.
En el caso de la guerra la preparación/adaptación suele ser rápida, natural, instintiva, de supervivencia. La persona se ve envuelta en situaciones límite, con un palpable riesgo de muerte, y que la obligan a realizar acciones sin reparar en las consecuencias futuras (no hay noción clara de futuro en la guerra, en el combate). Quien nunca había disparado antes, lo hará instintivamente, ya que cuando uno dispara lo hace fundamentalmente pensando en preservar su vida y la de sus compañeros. El “expertise”, la preparación, para manejar un arma se adquiere mal o bien, rápidamente. Y todos los medios disponibles (escasos o no, modernos o antiguos) se transforman en útiles y necesarios. Todo sirve para sobrevivir.
En el caso de la posguerra, el tema es más complicado porque los recuerdos, el dolor, las heridas, no cesan con el “cese el fuego”, y porque uno debe aprender a convivir y sobreponerse a las consecuencias de las acciones realizadas durante la guerra. Por ejemplo, el llevar sobre la espalda las muertes de amigos (y de enemigos).
El horror, el dolor que se pega al que lo experimentó, no desaparece con algunos eufemismos utilizados para justificar lo injustificable, ni con palabras bonitas.
Y es en este segundo proceso (la posguerra) en el que debiéramos estar mejor “preparados”, pues el combate tiene un final definido (el alto el fuego) pero la posguerra se lleva consigo el resto de la vida, y en ella hay que actuar con consciencia y responsabilidad, planificando el futuro y considerando lo actuado en el pasado.
Y no siempre es fácil sobreponerse a lo vivido en la guerra.
Y es más difícil aún cuando se combina con un Estado ausente y una sociedad indiferente.
Cuando no hay planes de salud, ni de asistencia o de contención que permitan reinsertar al excombatiente en la sociedad “civil”.
Cuando la única asistencia recibida desde el estado es un monto de dinero en forma de pensión (que ayuda, pero no es la solución) y que cada quien se arregle como pueda.
Cuando las mismas fuerzas les dan la espalda a sus soldados por tratarse de personal no militar.
Cuando la sociedad solo contabiliza los suicidios y muertos de posguerra con el mismo desentendimiento con que asume su responsabilidad en la realización de la guerra.
Cuando se le cierran las puertas y se le niegan oportunidades al excombatiente por el solo hecho de serlo.
Cuando las propias organizacions de excombatientes prefierren cultivar "la quintita" a proponer soluciones para tosa la comunidad malvinera.
Considero entonces que a esta altura de los hechos, la pregunta no debiera ser si los soldados estábamos preparados para la guerra.
Debiéramos reformular la pregunta, y preguntarnos si el estado, si la sociedad argentina, estabamos y estamos realmente “preparados” para la posguerra. Para recibir y contener al excombatiente que expuso su vida en la guerra, para afrontar las consecuencias de aquella decisión tomada.
Lamentablemente, creo que la respuesta es que no, que como es costumbre en estas tierras, vamos improvisando sobre los cadáveres.
Saludos,
CCH