WASHINGTON.- La convocatoria es directa. "Busco 6 expatriados con credenciales de acceso [emitidas por el Pentágono] válidas para convoyes de seguridad a través de Irak. El salario es 13.000 dólares por mes. Cada 90 días tienes derecho a una semana de vacaciones paga", pero con pasajes aéreos por su propia cuenta.
El mensaje figura en uno de los portales para los contratistas en los antiguos dominios de Saddam Hussein. Esta es la guerra de los mercenarios. No hay cifras oficiales de cuántos son, de dónde vienen o cuántos regresaron en ataúdes. Pero el primer "censo" informal del Departamento de Defensa confirmó las sospechas.
Junto a los 130.000 soldados norteamericanos, en Irak trabajan 100.000 "contratistas", un eufemismo que abarca casi todo: de ingenieros a cocineros, traductores, camioneros y "soldados cazafortunas".
El Pentágono aplicó en Irak uno de los principios dominantes en las empresas globalizadas: extendió la tercerización de servicios que le eran propios en las guerras de Corea y Vietnam, y también en la invasión de Panamá, pero ya en menor medida en la Guerra del Golfo.
Ya en Irak, no fueron los soldados, sino custodios privados quienes cuidaron a Paul Bremer, el funcionario norteamericano que asumió las riendas del país tras la invasión. Cobraron 21 millones de dólares por 11 meses. Y lo mismo ocurre con los generales o los embajadores en la Zona Verde, cuyos perímetros también son resguardados por las "compañías de seguridad privada", como prefieren que las llamen.
Sus bajas tampoco cuentan. El Pentágono sólo anunció las muertes de 3379 soldados propios. Pero también cayeron cerca de 800 contratistas, de acuerdo con los registros de una oscura oficina del Departamento de Trabajo.
Pero los contratistas cuentan con una ventaja. Por orden de Bremer, son inmunes a las leyes iraquíes. Sólo responden ante los mandos norteamericanos, lo que creó un aura de "intocables" alrededor de las fuerzas privadas, alentando el rencor chiita y sunnita.
Su despliegue en Irak causó otra secuela inesperada. Cientos de soldados de las fuerzas especiales norteamericanas pidieron la baja en los últimos cuatro años para pasarse al sector privado, donde la paga anual es entre 5 y 10 veces más alta.
Sin embargo, el mundo privado reproduce otros efectos de la globalización. Primero, a mejor capacitación, mejor paga; segundo, la contratación de veteranos de zonas periféricas, como América latina, Europa del Este, Oceanía y Africa, para las tareas de segundo orden. Así, mientras un ex suboficial de la fuerza Delta, la elite norteamericana, puede embolsar entre 145.000 y 240.000 dólares al año, libres de impuestos, en asignaciones de 60 días de servicio y 30 de descanso, los latinoamericanos -chilenos, peruanos y hondureños, entre otros-, suelen cobrar entre 15.000 y 75.000 dólares, según corroboró LA NACION.
Un periodista argentino fallecido en Irak, Mario Podestá, tenía información de que siete militares argentinos retirados que habían cometido abusos durante la dictadura trabajaban allí tras la invasión de 2003. Hasta anoche, LA NACION sólo logró confirmar la presencia de un contratista argentino, un ingeniero que trabajó en la red petrolera del norte, entre los kurdos.
En rigor, las empresas contratistas del Pentágono incluyen de todo. Desde multinacionales como Halliburton -con más de 50.000 empleados desplegados para obras de infraestructura, logística y seguridad- hasta empresas de seguridad de todos los tamaños. Las compañías más conocidas son Blackwater -que facturó más de 320 millones de dólares desde julio de 2004-, DynCorp y Triple Canopy. Les siguen otras, como OSSI, Zapata Engineering y Global Risk Strategies, que suma sudafricanos y gurkas en sus filas.
La paga es alta porque los riesgos lo son aún más. El recordatorio más brutal llegó en marzo de 2004, cuando insurgentes emboscaron un convoy de Blackwater. Cuatro de sus empleados fueron baleados, arrastrados por las calles, incendiados, mutilados y colgados de un puente en Fallujah.
Pero las muertes privadas conllevan menos costos políticos, explica Deborah Avant, profesora de la Universidad George Washington. "Cada vez que hay algo que el gobierno norteamericano quiere que hagan los militares y no se puede, se convoca a contratistas -dice-. Cuando vemos 3000 soldados muertos es porque probablemente hay otras 1000 muertes que no vemos."
El mensaje figura en uno de los portales para los contratistas en los antiguos dominios de Saddam Hussein. Esta es la guerra de los mercenarios. No hay cifras oficiales de cuántos son, de dónde vienen o cuántos regresaron en ataúdes. Pero el primer "censo" informal del Departamento de Defensa confirmó las sospechas.
Junto a los 130.000 soldados norteamericanos, en Irak trabajan 100.000 "contratistas", un eufemismo que abarca casi todo: de ingenieros a cocineros, traductores, camioneros y "soldados cazafortunas".
El Pentágono aplicó en Irak uno de los principios dominantes en las empresas globalizadas: extendió la tercerización de servicios que le eran propios en las guerras de Corea y Vietnam, y también en la invasión de Panamá, pero ya en menor medida en la Guerra del Golfo.
Ya en Irak, no fueron los soldados, sino custodios privados quienes cuidaron a Paul Bremer, el funcionario norteamericano que asumió las riendas del país tras la invasión. Cobraron 21 millones de dólares por 11 meses. Y lo mismo ocurre con los generales o los embajadores en la Zona Verde, cuyos perímetros también son resguardados por las "compañías de seguridad privada", como prefieren que las llamen.
Sus bajas tampoco cuentan. El Pentágono sólo anunció las muertes de 3379 soldados propios. Pero también cayeron cerca de 800 contratistas, de acuerdo con los registros de una oscura oficina del Departamento de Trabajo.
Pero los contratistas cuentan con una ventaja. Por orden de Bremer, son inmunes a las leyes iraquíes. Sólo responden ante los mandos norteamericanos, lo que creó un aura de "intocables" alrededor de las fuerzas privadas, alentando el rencor chiita y sunnita.
Su despliegue en Irak causó otra secuela inesperada. Cientos de soldados de las fuerzas especiales norteamericanas pidieron la baja en los últimos cuatro años para pasarse al sector privado, donde la paga anual es entre 5 y 10 veces más alta.
Sin embargo, el mundo privado reproduce otros efectos de la globalización. Primero, a mejor capacitación, mejor paga; segundo, la contratación de veteranos de zonas periféricas, como América latina, Europa del Este, Oceanía y Africa, para las tareas de segundo orden. Así, mientras un ex suboficial de la fuerza Delta, la elite norteamericana, puede embolsar entre 145.000 y 240.000 dólares al año, libres de impuestos, en asignaciones de 60 días de servicio y 30 de descanso, los latinoamericanos -chilenos, peruanos y hondureños, entre otros-, suelen cobrar entre 15.000 y 75.000 dólares, según corroboró LA NACION.
Un periodista argentino fallecido en Irak, Mario Podestá, tenía información de que siete militares argentinos retirados que habían cometido abusos durante la dictadura trabajaban allí tras la invasión de 2003. Hasta anoche, LA NACION sólo logró confirmar la presencia de un contratista argentino, un ingeniero que trabajó en la red petrolera del norte, entre los kurdos.
En rigor, las empresas contratistas del Pentágono incluyen de todo. Desde multinacionales como Halliburton -con más de 50.000 empleados desplegados para obras de infraestructura, logística y seguridad- hasta empresas de seguridad de todos los tamaños. Las compañías más conocidas son Blackwater -que facturó más de 320 millones de dólares desde julio de 2004-, DynCorp y Triple Canopy. Les siguen otras, como OSSI, Zapata Engineering y Global Risk Strategies, que suma sudafricanos y gurkas en sus filas.
La paga es alta porque los riesgos lo son aún más. El recordatorio más brutal llegó en marzo de 2004, cuando insurgentes emboscaron un convoy de Blackwater. Cuatro de sus empleados fueron baleados, arrastrados por las calles, incendiados, mutilados y colgados de un puente en Fallujah.
Pero las muertes privadas conllevan menos costos políticos, explica Deborah Avant, profesora de la Universidad George Washington. "Cada vez que hay algo que el gobierno norteamericano quiere que hagan los militares y no se puede, se convoca a contratistas -dice-. Cuando vemos 3000 soldados muertos es porque probablemente hay otras 1000 muertes que no vemos."